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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 26 de noviembre de 2017

EL INGRATO




Como esos jugadores de naipes que, mirando con ojos neutros, de pronto atacan con el as de espada a la yugular de su oponente, el ingrato acecha.
Vulnerable al principio, el ingrato se te muestra grato superlativamente. Su humildad de utilería convence a tu inocencia, -que, negando, sólo quiere percibir el Bien-. Mas su avaricia se babea entre las sombras, donde no lo ves, previendo el instante en el que salte a rapiñar el Anillo de Poder.
Succiona ávidamente (lo que necesita, y mucho más); esquilma con elegancia: engulle como si sólo sorbiera. Y, poco a poco, su actitud te envuelve en esa pegajosa telaraña hipnótica: "No me das lo suficiente: merezco MÁS".
Entonces te hace un torniquete en la garganta, para que no respires SU aire. Recibió miel, y devuelve hiel.
Como el mosquito que chupa tu sangre mientras te inocula su peste, el ingrato, una vez que se ha llenado, realiza su pase mágico y sucede lo impensado: es ÉL quien te ha dado, y eres TÚ quien le debe. Te marea para confundirte y que no sepas quién dio qué.
Porque sabe ejercer un arte en el que sólo un ingrato es diestro: minimizar todo lo recibido y amplificar todo lo que te ha dado. Entonces la ecuación te dejará en evidente desventaja.
Te comió la pulpa, y ahora escupe la cáscara en tus ojos.
Y en el último instante, retuerce la Ley: la recorta, la reescribe, hasta que le quede a medida para cubrir su impudicia con repugnantes decires: "Me has lastimado. Te lo haré pagar caro."
Quiere que sientas culpa: así es como degüella en su faena el cuello manso del cordero, mientras, -sembrando rumores como tumores-, busca que todos crean que el cordero se comió al lobo.
No permitas que te devaste: amputa su aguijón impune. Protege tu intención incorrupta: cercénalo de ti.
Pobre el ingrato: en su regusto interno regurgita ácidamente el jugo de su miserabilidad.
Hay ingratos que en el último instante pueden despertar, y retroceder en su felonía. (Benditos sean esos conversos.)
El resto está llamado a este aprendizaje: QUE TODA CAUSA TIENE SU EFECTO. Nadie escapa de eso. Allí ya no tendrá cómo engañar ni cómo autoengañarse: quedará acorralado contra la pared, y será la Vida quien apoye en su yugular la punta del as de espada.
Autorredención o autoinfierno: ésos son los caminos del ingrato. La didáctica de la vida es inequívoca.
Bendito sea el ingrato que ha elegido no serlo.

La doma del elefante (1ra parte)

¡MARAVILLOSA Semana!!!

En la antigua China, al Ego (es decir, un Yo personal dividido en cuatro partes competidoras que no han logrado la unidad con el Yo superior) lo llamaban el elefante perfumado. Un paquidermo tan fragante sólo podían lucirlo grandes mandatarios y monjes iluminados. El resto poseía un elefante hediondo.

El elefante perfumado es progresivo, el hediondo es regresivo. Este último se desprecia, padece toda clase de enfermedades, no puede concentrarse, no deja de criticarse a sí mismo, se detesta. Y este odio lo proyecta sobre los demás. A veces, ocultando su hedor, simula ser adulto, se hace cada vez más poderoso, cada vez más célebre, tiene cada vez más empleados, más dinero, más éxito social, envenena cada vez más al mundo con sus industrias, parece sentirse cada día mejor... pero, en su interior, no soporta su fetidez.

El Yo esencial colectivo, siguiendo una tradición milenaria, ha inventado chistes sobre elefantes. He aquí tres:

1. Es fácil acusar a alguien de mentiroso, pero ¿cómo estar seguro? Por ejemplo, si usted me señala su buzón asegurándome que está vacío, y yo decido abrirlo y dentro encuentro un elefante, dígame: ¿quién ha mentido, usted o yo?

2. Un célebre explorador ha sido capturado por una tribu de salvajes que lo condena a que un elefante le aplaste la cabeza. Lo amarran y lo tienden en el suelo. Se acerca un enorme elefante blanco
que levanta su gruesa pata sobre el pobre explorador. Justo en ese momento, la mirada del paquidermo y la mirada del hombre se cruzan. El explorador retiene una exclamación de alegría. Recuerda: «Hace diez años, al pie del Kilimanjaro, socorrí a un elefante blanco alcanzado por una flecha. La bestia se me acercó, casi agonizante. Le extraje la flecha, le desinfecté la herida durante varios días, y finalmente le salvé la vida. ¡Qué maravillosa coincidencia encontrarlo ahora! Los elefantes tienen una memoria prodigiosa: este buen animal, agradecido, me va a salvar la vida. ¡Dios mío, qué rescate inesperado!». Entonces el elefante blanco levanta la pata, la baja y le revienta la cabeza. ¡No era el mismo elefante blanco! 

3. Un director de circo, durante una función que dan en una pequeña ciudad, ofrece un enorme premio al espectador que sea capaz de hacer aullar a su elefante. Pero nadie cree lograrlo, excepto un enano que baja a la pista y dice muy presumido:
-¡Yo sé cómo hacerlo!
Lo encierran solo con el elefante y al cabo de cinco minutos se oyen berridos espantosos. El
enano cobra su dinero y se va sin dejar su dirección. Tiempo después el circo vuelve a la pequeña ciudad y esta vez el director propone un premio diez veces más alto por una proeza aún más difícil: ¡hacer que el elefante hable delante del público! Por supuesto, nadie se atreve a aceptar el desafío. Entonces, baja el enano a la pista; mira despectivamente a todos y pide que el elefante se arrodille. Luego se acerca a la bestia y le murmura algo al oído. El elefante grita con inmenso pavor:
-¡No, por favor! ¡Nunca más!
El público, entusiasmado, aplaude al enano, excepto el director del circo, que se le acerca
pasmado:
-¿Cómo has podido? ¿Qué le has dicho?
-Bueno -responde muy tranquilo el enano-, sólo le pregunté
«¿Quieres que te vuelva a hacer lo que te hice la última vez?».

En cierta manera, en el primer chiste, quien afirma haber encontrado un elefante en el buzón está diciendo la verdad. Un gran porcentaje de gurús, bajo una aparentemente santa y humilde disposición al intercambio espiritual, ocultan unos monumentales egos. Muchos empresarios, políticos y celebridades, a pesar de declararse, y publicitarse, defensores de causas que protegen a los necesitados, albergan un pestilente elefante en su buzón.

En el segundo chiste, podríamos argüir que el elefante blanco es en realidad el mismo que el del pasado, pero ahora que no necesita nada del explorador muestra su verdadera personalidad. Así es el Ego hediondo: mientras está pidiendo, es dependiente, se hace el humilde, el agradecido, pero muy en el fondo odia a quien le da porque se siente humillado. Cuando llega su momento de poder, abusa, se otorga importancia, se precia de su ingratitud llamándola astucia, considera que la afrenta que le hicieron por darle lo que ahora llama «limosna» debe ser vengada. Las personas que no han desarrollado su Yo superior ni su Yo esencial no son de fiar. En su interior luchan innumerables mezclas de egos tratando de obtener el mando. Al que lo logra, muy pronto otro ego lo destrona. Es así como el elefante blanco de hoy, mañana puede conducirse de forma totalmente diferente. No hay continuidad en sus acciones.

En el tercer chiste asistimos a una misteriosa doma: el enano domina, por medio del terror, al elefante... El pequeño hombre, si se quiere dar una interpretación profunda al cuentecillo, representa la voluntad del Yo superior, al servicio del Yo esencial, actuando con autoridad sobre el Yo personal. Hace algunos años, cuando yo filmaba en India Tusk, sobre la vida de un elefante en cautividad, asistí a una penosa escena. Un paquidermo había destrozado, por accidente o por rabia, un decorado. Su cornaca (domador), un hombre pequeño y muy delgado, con una autoridad cruel que me asqueó, empleando su gancho de acero comenzó a golpear al animal hasta ensangrentado. La bestia, enorme, en lugar de aplastado, se encogía, berreaba, orinaba, defecaba, como un niño. Quise impedir que lo siguiera castigando, pero el oficial encargado del equipo me detuvo. «No intervenga. Ese hombre sabe lo que hace. Se detendrá cuando esté seguro de que el elefante ha comprendido. Si no es así, la próxima vez el animal no destruirá un decorado sino que comenzará a matar gente.» En ese momento sentí mi Yo personal como un elefante indisciplinado y me di cuenta de cuán indulgente había sido: le toleraba sus contradicciones, sus ambiciones desmedidas, sus múltiples temores. Supe que de ahí en adelante, para lograr una perfecta unidad en mis actos, debía comportarme como ese cornaca, rechazando con severa voluntad todo aquello que me alejara de mi verdad esencial.

Pasé varios meses trabajando en el reducto de una manada de paquidermos. Viendo la manera en que los cornacas los domaban, aprendí muchas cosas útiles para educar a mis egos regresivos.

En primer lugar, para poseer un elefante es preciso capturarlo. Sucede lo mismo con el Yo personal: para trabajar sobre él hay que decidirse a cazarlo, porque se comporta como un animal esquivo, se defiende, miente, lucha por no cambiar y, si tratan de domarlo, cree perder su identidad y escapa a todo intento de transformación... Para cautivar a un elefante los hindúes cavan un gran hoyo en el suelo, en seguida colocan hojas de árbol y hembras cerca de la trampa. Atraído por el sexo y el alimento, el elefante salvaje cae dentro de ella.

En el arcano XX (El Juicio) del Tarot, vemos un personaje central emergiendo de una fosa. Para llegar a la Consciencia, antes se ha sumergido en las profundidades de la tierra. Ha entrado en su naturaleza esencial... Si queremos progresar, primero debemos convencer a nuestro Ego intelectual: «¡Basta de ilusiones mentales! ¡Ven!  ¡Fúndete en tu cuerpo, siente tu materia!». Para ello, las enfermedades son una excelente ayuda. Por ejemplo, algunos famosos directores de cine han sido tuertos.
Cuando tenían dos ojos, experimentaban cierta dificultad para concentrarse. Sin cesar, multitud de cosas atraían su mirada. Al perder un ojo, pudieron centrarse en una sola cosa como nunca habían hecho, porque ya no contaban con las facilidades de antes...
Un elefante salvaje posee muchas hembras, devora un árbol completo en un día, pero cuando cae en el hoyo se ve privado de alimentos y de compañía. Para comenzar a domar nuestros egos debemos encerrarnos para meditar, vaciar la mente, el corazón, el sexo y cambiar nuestros hábitos físicos. Es decir, abstinencia sexual, variar las horas de sueño (si antes dormíamos mucho, ahora dormir poco o viceversa), tomar otro tipo de alimentos (si comíamos carne, hacernos vegetarianos; si éramos vegetarianos, empezar a comer carne), vaciar de objetos inútiles el lugar donde vivimos, dejar de leer, de ver televisión o de escuchar música y programas radiofónicos, de hablar por teléfono, de consumir drogas. Como el elefante que ha caído en la trampa, aislarse entre paredes vacías. No debemos decirnos «Haré esto durante tantas horas o tantos días». El elefante ha de permanecer en el hoyo el tiempo que sea necesario.
Cuando el elefante está exhausto, se le saca de la trampa, se le amarra con una gruesa cuerda la pata trasera izquierda a un árbol robusto y se hace lo mismo con la pata delantera derecha: así, amarrado en diagonal entre dos árboles, el elefante se encuentra estirado. La marcha, los paseos, las búsquedas se han detenido. Ya no puede elegir. Esta situación, al despertarle una rabia tremenda, le proporciona nuevas fuerzas. Mueve lo único que puede mover, su trompa, haciéndola girar como una hélice. Si le ponen una rama a su alcance, en lugar de devorarla, la arroja lejos con una violencia impresionante. Si lo dejaran suelto sería capaz de matar a cientos de personas.

Ciertos individuos parecen muy gentiles, pero en el fondo llevan dentro un mar de rabia no expresada. Son cóleras que acarrean desde su infancia, producto de abusos, prohibiciones arbitrarias, ausencias o falta de atención y de cariño. A veces la furia secreta es tan grande que el que la padece engorda, otros adelgazan a veces se les tuerce la columna vertebral, se llenan de eczemas o echan a perder su dentadura: son los mordiscos, gritos, puñetazos o patadas que no se han atrevido a dar... Para domar el Yo personal debemos permitimos, como el elefante atado por las patas a dos árboles, expresar nuestra rabia. Uno de esos árboles es la familia materna; el otro, la familia paterna. La cólera que llevamos dentro comienza cuando aún somos un feto en el vientre de una madre neurótica, y se acentúa al entrar en contacto los dos árboles genealógicos que se han unido cuando nacemos. Esta cólera se nos extiende hasta nuestros propios hermanos, padres, tíos, abuelos o bisabuelos; hasta la sociedad o la historia; incluso más allá aún: hasta la totalidad del universo; hasta Dios, monstruo cruel, vengador, asesino. Cuando el niño sufre, acumula una rabia cósmica... Hay que pararse frente a un muro y gritar, llorar, golpearlo con violencia, insultar a quien nos venga a la mente, vaciamos de tal indignación. Esto nos hará damos cuenta de que encerrábamos en nuestro corazón un elefante loco de furia. Algunos, que no han tratado de domar sus egos, atropellan transeúntes con su automóvil con la excusa de que iban bebidos, o bien, aunque sean profesores de filosofía, estrangulan a su mujer o se suicidan lanzándose por la ventana. Muchos creen estar bien porque se sienten satisfechos. Pero apenas los acosa una penuria, el elefante loco los domina... Las rabias acumuladas, poco a poco, van convirtiéndose en odio a la vida y en autodestrucción.

El elefante amarrado expresa su cólera precisamente porque las cuerdas le impiden actuar. Cuando se emprende la doma del Yo personal, aprendemos a aceptar los sentimientos violentos o negativos sin ninguna vergüenza, para luego poder expresarlos. Lo que es, es. Por ejemplo, podríamos cavar un hoyo en la tierra, tendernos de bruces y vaciar en él, vociferando, nuestros insultos y quejas. Luego, volver a llenar el agujero dejando así, metafóricamente, enterrada nuestra rabia.

Una vez que el elefante, sin comer ni dormir, ha expresado su furia, se entristece. Parece decidido a morir. Ya nada lo ata al mundo, ha perdido sus anteriores motivaciones. Antes podía, sin problemas, pasearse por la selva con total libertad. Ahora es consciente de que esa misma libertad lo ha conducido a su perdición. En realidad, el destino de los elefantes libres en India es ser liquidados por cazadores de marfil. Sólo pueden subsistir en cautividad... Nosotros, los humanos, tampoco somos libres. No podemos ser salvajes. Debemos entregamos a la cautividad social y cultural. No hemos cesado de darnos como razón de vivir nuestro propio rencor... Sabiéndola imposible, por esa libertad ideal nos sacrificarnos, por ella soportamos la vida, por ella sufrimos. Creemos que ese peso doloroso es nuestra identidad. Llevamos en el buzón un elefante hediondo disimulado bajo toda clase de perfumes. Mas cuando expresamos nuestro furor, cuando nos decimos «¡Basta, esta saña no soy yo!», cuando dejamos de beber, de fumar, de drogamos o de ir de
aventura sexual en aventura sexual, nos agobia una completa tristeza. Caemos en lo que llamamos «depresión». Echamos de menos el rencor, el desprecio, la agresión hacia nosotros mismos. Queremos pelear contra algo, la jaula social se nos presenta como libertad y la libertad interior nos parece una trampa.

Atado a los árboles, el elefante insiste en no comer ni beber. Nadie trata de obligarlo a alimentarse. Es una dramática espera. El animal debe elegir: o se deja morir o se decide a vivir aceptando un amo. Si opta por lo segundo, se calma y dócilmente deja que se le acerque un primer hombre, aquel que durante toda su vida será su cornaca. En seguida llegan otros dos más: el cocinero que preparará su comida y el ayudante que lo bañará cada día. 
Un paquidermo, masa imponente, podría ser comparado con el elemento Tierra. 
En cuanto a sus tres amos-sirvientes:
uno trabaja con el Fuego, puesto que prepara bolas de cereal cocido;  el otro trabaja con el Agua (el elefante necesita beber 300 litros diarios, además si se le impide bañarse, muere de tristeza); y el tercero, el cornaca que educa su mente, representa el Aire. Son los cuatro elementos de la Alquimia. A ese cuerpo que ha aceptado la domesticación, se aproximan tres aliados para proponerle un nuevo alimento, una nueva Consciencia y una nueva forma de amar.

Del mismo modo nosotros, para salir de la trampa personal, tenemos que entregarnos a una especie de agonía: «Vivo atado a relaciones inútiles que devoran mi tiempo y mi energía, y que me envilecen, disminuyen, destruyen. Trabajo en lo que no me gusta, he sepultado mis sueños. Debo cortar los nudos, enfrentar mi miedo a la soledad, perder todo lo que está sustituyendo a mi ser esencial, respirar libremente, sin obligarme a desear a quien no deseo. Aceptaré mi cuerpo como un aliado sabio, reaprenderé a sentir, comeré alimentos sanos, me despojaré de los pensamientos negativos, expulsaré de mi mente al Juez implacable, dejaré de ser mi peor enemigo, convertiré mi corazón en un canal que recibe y transmite el amor universal, lucharé contra mis deseos de posesión, siendo uno y todos a la vez, designaré como Maestro a mi Dios interior».

Cuando el elefante acepta a sus tres amos-sirvientes y colabora con la manada de paquidermos trabajadores, se le coloca en la pata trasera derecha una cadena en forma de pulsera. Para él, este anillo se convierte en un símbolo que significa que está prisionero. Mientras lo lleva, jamás intenta escapar. Pero si por cualquier circunstancia se lo quitan o lo pierde, de inmediato huirá hacia el bosque. Tolerando la pulsera, el elefante hace un juramento de fidelidad. Acepta la disciplina.

Así nosotros, comenzada la Gran Obra, aunque pasen los años continuaremos siendo fieles a nuestro trabajo. La primera fase de la disciplina consiste en el abandono de la agresión, rechazando las ideas influidas por el orgullo o el escepticismo, no hiriendo el cuerpo, los sentimientos, la creatividad ni el espíritu de los demás. Con benevolencia hacia los otros y hacia nosotros mismos, evitaremos las imposiciones crueles, reconciliando el rigor con la dulzura, consagrándonos a lo que es benéfico para el mundo. Con alegría, nos contentaremos con lo que realmente es nuestro y con lo que realmente somos. Más valiosa que mil grandes mentiras, se nos hará una ínfima verdad. Dejando de hablar de fracaso, diremos: «Este intento ha fallado, seguiremos intentándolo. No hay problemas, sólo dificultades. Nada me sucederá por debilidad, gobernaré mi vida».


Alejandro Jodorowsky
Cabaret Místico

martes, 21 de noviembre de 2017

Contemplar la verdad desnuda.

Hace algunos años, unas personas que dirigían un campo nudista me propusieron visitarlo para que viese de qué se trataba. Lo visité; naturalmente yo parecía un bicho raro al ser el único que estaba vestido entre tantas personas. Poco a poco se me fueron acercando chicas jóvenes, mujeres, hombres, y lo extraordinario es que cuando uno se encuentra ante tantas personas desnudas, no le produce ninguna impresión. Yo mismo estaba sorprendido. Miraba y me decía:



«¡Verdaderamente, no hay de qué escandalizarse!» Todo parecía muy simple y natural: las personas, su actitud, su expresión. Después nos sentamos y todos me interrogaban sobre distintos temas y escuchaban con gran atención.

Os estaréis preguntando si estoy a favor o en contra del nudismo. No estoy ni a favor ni en contra, sin embargo noté ciertas cosas que no eran correctas. Me habían dicho que los nudistas, al haberse liberado de ciertos complejos, podían encontrar más fácilmente la santidad, el equilibrio, y también la pureza, y me interesaba ver si era cierto. Por desgracia esto no era totalmente cierto.

En primer lugar se aburrían, pues no hacían casi nada; pero sobre todo, al no tener ningún conocimiento iniciático acerca de la naturaleza y poder de los elementos - la tierra, el agua, el aire, la luz - no recibían muchas de sus ventajas. También noté que no se habían liberado de toda clase de deseos y necesidades que el hecho de vivir desnudos les permitía satisfacer. Por consiguiente, la desnudez no los conducía a la pureza.

La pureza es algo más que la capacidad de desnudarse sin sentir vergüenza. Por otra parte, la pureza no se limita al campo de la sexualidad, sino que abarca todas las regiones y campos de la existencia. El hombre comprende cuando introduce la pureza en su intelecto; se vuelve activo y poderoso cuando la introduce en su voluntad; goza de buena salud cuando entra en su cuerpo físico, y se vuelve clarividente cuando entra en su corazón y en su alma. «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios», decía Jesús. Así pues, la pureza limitada a la cuestión sexual no es suficiente.

En estos momentos el nudismo se practica en todo el mundo; se editan revistas y se escriben artículos, pero los conocimientos esenciales sobre este tema son insuficientes. Mientras los seres humanos no posean ciertos conocimientos espirituales, el nudismo no les aportará nada de lo que imaginan; sólo e trata de algunos ensayos que no llegarán muy lejos.

Está bien comulgar con las fuerzas de la naturaleza, con el aire o con el sol, pero en tanto el ser humano no tenga conocimientos más vastos acerca de la naturaleza y de él mismo, todo ello servirá de muy poco. Quizás estén abiertos sus poros físicos, pero los espirituales están taponados, porque en realidad no sabe lo que es exponerse a las corrientes cósmicas. Por consiguiente se beneficia muy poco de todo ello, a pesar de vivir desnudo en plena naturaleza.

No hay nada malo en permanecer desnudo puesto que todo el mundo se desnuda en su casa, se baña, etc... Se admite que uno esté desnudo en su casa, pero delante de los demás está mal visto... ¿Por qué? Como quiera que los seres humanos no tienen suficiente pureza y fuerza para dominarse, se han visto obligados a inventar reglas para protegerse los unos de los otros. Pero, en realidad, no hay nada malo en estar desnudo. Por otra parte, si preguntamos a la naturaleza si está furiosa porque las personas se paseen desnudas por los bosques y por las playas, contestará que le da igual, que si ellos se encuentran cómodos pueden ir desnudos. También añadirá que cuando los envió sobre la tierra no estaban vestidos. Si por alguna razón han decidido vestirse, es su problema, pero que ella los creó desnudos.

El cuerpo de los hombres y de las mujeres posee ciertas antenas etéricas gracias a las cuales pueden comunicarse con la naturaleza y recibir su fuerza y sus mensajes. Pues bien, si pueden exponerse a ella en el bosque o al borde del mar para realizar un trabajo espiritual con la tierra, el aire, el sol y el agua, tienen muchas más posibilidades de emitir corrientes y de captarlas y, por consiguiente, de obtener resultados positivos. Los brujos, y sobre todo las brujas, utilizaron siempre la desnudez en sus prácticas, ya que conocían su gran poder; la literatura ocultista relata numerosos casos en los que las brujas se desnudaban para hacer sus conjuros, sus hechizos, lanzar sus maldiciones... La desnudez atrae tanto al bien como al mal, por esto es peligroso exponerse desnudo si no se es bastante consciente y dueño de sí mismo como para cerrarse a todo lo negativo, tenebroso, y abrirse a lo luminoso.

Realmente los hombres y las mujeres no tienen la misma actitud ante la desnudez. En conjunto las mujeres se exhiben más fácilmente desnudas que los hombres. Estos sienten más bien vergüenza al desvestirse delante de los demás, pero les gusta ver a las mujeres sin ropa y a éstas les gusta exhibirse. La naturaleza los ha hecho de este modo. Desde hace siglos, por más que se intente inculcarles que la desnudez es contraria al pudor y a la pureza, vemos que muchas mujeres aún no han llegado a aceptar esta idea. Aunque obedezcan poniéndose vestidos, en su fuero interno no han admitido esta regla, pues no corresponde a su naturaleza profunda. No es por vicio o desvergüenza que les guste desnudarse, sino que obedecen a su idiosincrasia y no ven en ello ningún mal.

La mujer puede ser reprendida por el uso que hace de su desnudez, pero no por su natural necesidad de mostrarse así. Cuando ha comprobado cuán débiles son los hombres y lo fácilmente que pierden la serenidad ante su cuerpo, la mujer ha pensado que podía aprovecharse de ello, y ahora utiliza su belleza para dominarlos, explotarlos o vengarse de ellos. Hoy en día esto es tan corriente que casi no se encuentran mujeres que ignoren el poder de su encanto físico y no intenten utilizarlo sobre los hombres para manejados a su antojo. De esto sí que son culpables.

Que sean hermosas y tengan encanto está muy bien, nadie se lo puede reprochar, pero en vez de utilizar los poderes que la naturaleza les ha dado para tentar al hombre y hacer que se enfangue en la suciedad, deben aprender a utilizarlos para ennoblecerlo, inspirarlo y unirlo al Cielo.

En los Misterios se menciona que el Iniciado debe llegar a contemplar a Isis sin ningún velo.

Gracias a su pureza y sabiduría, el Iniciado hace caer uno a uno los velos de Isis, la Naturaleza, para poder contemplarla en todas sus manifestaciones, conocerla en todos sus secretos, en toda su belleza. Por este motivo, simbólicamente, idealmente, una mujer desnuda delante de su amado representa a Isis sin velo ante los ojos del Iniciado. Los seres humanos no lo han comprendido, pero durante toda su vida no hacen más que repetir los misterios de la Iniciación, los misterios de Isis. ¿Por qué aparece la novia envuelta en velos y en su noche de bodas se desnuda delante de su amante para ser contemplada? Casi todo el mundo desconoce el profundo significado de estas costumbres, y sólo retienen el aspecto más grosero, inferior y material, en lugar de prepararse para comprender uno de los más grandes misterios de la naturaleza. Por esto surgen después tantas anomalías, porque no se está preparado.

Los recién casados van en viaje de novios: a esto lo llamamos «luna de miel», y se tiene la idea de que es un período en el que hay que revolcarse en los placeres sexuales hasta la náusea. 

¡Qué manera tan triste de vivir el símbolo eterno del Iniciado que se presenta ante su novia, Isis, para celebrar la boda! Por esto no encuentran ni el amor, ni la felicidad, sino todo lo contrario.

Mientras se obstinen en comprender las cosas de manera errónea, ¡que no esperen encontrar lo que buscan! Preguntamos a una madre «¿Dónde está su hija? Ha salido con su marido a pasar su luna de miel en Venecia». Otra vez la expresión «luna de miel». y verdaderamente, ¿qué van a elaborar este par de mentecatos si no poseen ningún conocimiento? Abusarán del placer hasta hastiarse mutuamente. Al estar ciegos, ninguno de los dos verá la verdadera belleza del otro, no percibirán el espíritu ni el alma, ese esplendor que se encierra en su interior; sólo verán la piel, las piernas, la materia, nada más. ¡Pobre humanidad!

El Iniciado, por su parte, no piensa en revolcarse en los placeres, sino que se prepara para su novia, para Isis, y también para una clase de éxtasis que desconocemos. El sabe que la belleza y perfección divinas se reflejan por todas partes en la naturaleza, pero en ninguna otra parte esta belleza y perfección están mejor representadas que en el cuerpo humano. En nuestro entorno, todo está diseminado; los océanos son una parte del cuerpo cósmico, los ríos, las montañas o el cielo también lo son. Sólo el hombre y la mujer reflejan el cuerpo cósmico en su totalidad. Por este motivo, cuando el Iniciado ve a una criatura que refleja mejor que las demás los esplendores del universo, la contempla con placer a fin de unirse a la belleza divina. 

Enseguida se da cuenta de que es una criatura que le habla de las virtudes de Dios, y al contemplarla reencuentra esta belleza divina. Mientras que los hombres y las mujeres ordinarios, en lugar de maravillarse del modo cómo reflejan el cielo los seres queridos, lo que hacen es abalanzarse sobre ellos y los echan a perder. Se parecen a esos caballos que se lanzan al galope a través de un prado lleno de flores: todas quedan destrozadas. Hombres y mujeres se maravillarían mucho más ante este esplendor celestial si estuvieran instruidos en la Ciencia Iniciática, y además sacarían de él inspiración, fuerza, energía y voluntad para continuar con su trabajo.

Y aún añadiría algo muy interesante sobre este tema. Ya sabéis que todos los miembros y órganos del cuerpo humano corresponden a fuerzas que circulan por el cosmos. Los diferentes órganos del cuerpo físico han sido formados en relación a estas fuerzas. Hace varios años os revelé a qué regiones del cosmos estaban vinculados los senos de la mujer, y algunos os sorprendísteis. Todo el mundo piensa que sólo sirven para alimentar al bebé. Está claro que sirvan para esto, pero también puede suceder que tengan otra función que desconocemos. Yo dije que el seno izquierdo está relacionado con las corrientes de la Luna, y el derecho con la Vía Láctea, y que si la mujer fuera consciente de ello le podría ser muy beneficioso para su evolución espiritual. La mayor parte del tiempo ella ignora que está en comunicación con toda la naturaleza y también con los seres humanos. Pero aunque ella ignore esta comunicación etérica, magnética, ésta tiene lugar y sus dos senos dan y reciben algo. 

Poco tiempo después de revelar esto, visité en España un museo en donde vi el cuadro de un pintor casi desconocido que representaba a una mujer desnuda con la luna sobre su seno izquierdo y la Vía Láctea surgiendo de su seno derecho.

Quedé estupefacto al verlo y me sentí feliz porque era la confirmación de una verdad iniciática.

Ciertamente este pintor poseía conocimientos iniciáticos.

El cuerpo del hombre y de la mujer constituyen en sí mismo un resumen del universo. El discípulo tiene que saber cómo contemplarlo, respetarlo, maravillarse ante él y, por encima de todo, tomarlo como un punto de partida para unirse al mundo divino, allá en lo alto, para glorificar al Señor y avanzar por el camino de la evolución. Entonces podrá descubrir todos los secretos de la naturaleza, pues al no tener que sufrir más violaciones y vejaciones por parte de él, Isis se le desvelará, y dirá: «Este ser está atento, me ama, me respeta, me admira, me mostrará a él». La verdad se revelará así, porque Isis es esto: la verdad. Esta se revelará a su espíritu en toda su desnudez, es decir ,tal cual es allá en lo alto, y no aquí abajo, escondida tras los velos, las ilusiones, «maya». Porque la verdad se revela sólo a aquél que sabe comportarse correctamente frente a los misterios del amor.

Contemplar a Isis sin velo es contemplar la verdad. Por esto los Iniciados hablan de conocer la «verdad desnuda», desprovista de sus velos. ¿En qué consisten estos velos? Son siete y corresponden a los siete planos: físico, etérico, astral, mental, causal, búdico y átmico. Cuando se levanta el séptimo velo se contempla a la Madre Divina, la Madre Naturaleza, desnuda, es decir, en su materia más pura, más sutil, completamente fusionada con el espíritu. 

Si durante vuestra vida queréis conocer a alguien, intentad conocedo por él mismo y no sólo por sus vestidos, por sus velos. Para conseguido debéis elevaros hasta la región en donde se encuentra verdaderamente su espíritu, su Yo superior, pues allí es donde lo conoceréis. En tanto os detengáis en uno de los velos de su aspecto exterior, os cansaréis inútilmente, mientras que si encontráis a aquél que está detrás de las apariencias, nunca os sentiréis cansados y descubriréis una fuente de alegría inagotable. Por lo demás, esto es lo que yo hago con vosotros. Si no pensara así, hace tiempo que me habría cansado de vosotros. Habría dicho: «Nada me interesa de ellos.

¡Siempre las mismas caras!» Por suerte no pienso así, y desde hace mucho tiempo os he «desnudado» como hacen los hombres cuando encuentran a una mujer. De todos modos, no me comprendáis mal...

Nunca se ha sabido interpretar esta tendencia que tiene el hombre de querer desnudar a la mujer para contemplarla. La naturaleza le ha dado este instinto para incitarlo a que no se quede estancado en el aspecto externo, sino que vaya más lejos, más arriba, allí donde está realmente desnuda, es decir, en su mayor pureza, esplendor y luz. Allá arriba no hay nada vergonzoso, pues no se contempla su cuerpo físico - sus cabellos, pecho, etc... -, sino su alma, la Divinidad. Los seres humanos no saben interpretar el lenguaje de la Naturaleza: sienten en ellos ciertos instintos, y se entretienen con sus manifestaciones más groseras; por ello capitulan, se vienen abajo y ése es su final.

Cuando os digo que os he desvestido quiero decir que no quiero conoceros sólo en el plano físico, sino que busco en otra parte, en el plano divino, y cuando os miro veo a hijos e hijas de Dios. En ese momento todo resulta fantástico, siento una gran alegría en mí, y entonces la vida fluye. ¿Por qué razón no aprenderíais vosotros a actuar de la misma manera? Naturalmente que la forma es necesaria, pero no puede satisfaceros por mucho tiempo, es sólo un punto de partida. Es como un frasco que únicamente es indispensable para proteger el perfume, esta quintaesencia que es la vida. Tenéis que fijaros en el espíritu que propaga la vida, la luz, que vibra, que crea mundos,.. Si lo hacéis nunca sufriréis decepciones, de lo contrario, tarde o temprano, os sentiréis defraudados.

De momento sólo tenéis una ligera idea de toda la ciencia que encierra la palabra «desnudez».

Estar desnudo es haberse despojado de todas las concepciones erróneas y de cualquier deseo.

Sólo la verdad está desnuda; por consiguiente, para alcanzar la verdadera desnudez hay que liberarse de todo lo que es opaco, grosero e impermeable al mundo divino. Cuando se ha alcanzado esta desnudez, uno puede elevarse muy alto a fin de recibir los mensajes del Cielo, su sabiduría y su amor.

Si las personas no consiguen gran cosa con sus meditaciones, es porque intentan elevarse sin haberse desembarazado antes de sus viejos vestidos sucios y agujereados, simbólicamente hablando. ¿Cómo pueden recibir algo sus antenas actuando de esta forma? Hay que enfrentarse al Cielo completamente desnudos, es decir, despojados de deseos, conjeturas y prejuicios. Así pues, uno se quita sus vestidos y asciende. Cuanto más se desnuda, más asciende... A continuación, cuando desciende de nuevo, se viste otra vez para reemprender su trabajo en la materia. En la Tierra es necesario estar vestido, pero en el Cielo, no; el Cielo sólo ama a los seres «desnudos».

Ahora podéis comprobar la magnífica imagen que nos han dado los Iniciados cuando hablan de la verdad completamente desnuda, de Isis sin velo.


Omraam Mikhaël Aïvanhov
Los secretos del libro de la naturaleza

Magia en el pensamiento (2da parte ~ final)

¡MARAVILLOSA Semana!!!

4. Todo es posible

Para que una cosa se pueda llevar a cabo, los otros deben creer que somos capaces de hacerlo. Si los demás no creen, no lo lograremos. Por eso, debemos trabajar para que los otros comprendan que lo que hacemos es para bien... Si nosotros mismos no creemos en nosotros, al decir que lo que hacemos es «para bien», mentimos. Por muy buenos actores que seamos, puesto que pertenecemos a un Yo esencial colectivo, nadie, en el fondo, nos creerá. Si somos auténticos, si no albergamos dudas, la meta que parecía imposible, con la ayuda de los otros se podrá lograr.

¿Cómo creer? La energía está en todas partes, pero sólo surge donde fijamos la atención. En el colegio nos enseñan a fijar la atención de forma limitada: nos hacen concentrar la mirada para leer o mientras escuchamos, pero nunca en la totalidad de lo que sentimos o en nosotros mismos. Al escoger una acción o un objeto que observar o un lugar, debemos vaciar la mente de cualquier prejuicio o predicción, liberándola del pasado y del futuro, para centramos exclusivamente en el objeto hasta penetrar en su naturaleza profunda, en cierto modo convirtiéndonos en la cosa observada. Toda lucha, todo contacto, en el fondo resulta bien cuando se hace con uno mismo. La separación no existe. Si miramos una silla y pensamos sólo en su peso, nos costará moverla. Si nos fijamos en cómo su respaldo asciende hacia lo alto, se nos hará más fácil levantarla. A medida que desarrollamos la atención, crece el poder. Para ello, debemos tomar consciencia de los volúmenes que nos rodean, de los colores, de los tamaños, de las distancias, de las luces y sombras, de los espacios que quedan entre las cosas, de los sonidos, olores y gustos, de la postura de nuestras manos y pies cuando pensamos, del peso de nuestro cuerpo así como de la sensación global de éste con su piel, músculos, vísceras o huesos, de las ropas que lo cubren, de nuestra respiración y de la de los demás, de las palabras que como ríos transcurren por nuestra mente acompañadas de sentimientos y deseos que emanan de un pasado anquilosado y de un futuro ilusorio inculcados por los padres. La energía interna y
externa se unen en el momento de la atención suprema.

En la inmensa estepa, la nieve comienza a derretirse. La naturaleza renace. Un gusano saca la cabeza de la tierra y mira con avidez a otro que acaba de salir justo a su lado. Siente entonces en su cuerpo el calor de la primavera y se dispone para abalanzarse sobre su congénere cuando éste, de pronto, grita:
-¡Alto! ¡No te equivoques! ¡Soy el extremo de tu cola!

Si estamos atentos a la personalidad de nuestro interlocutor, nos fijamos en lo que en realidad es, no en lo que cree ser o en lo que aparenta. Si profundizamos aún más y nos conectamos con su fuente de vida, con su Dios interior, en el centro de ese espíritu que nos parecía «extranjero» nos encontraremos a nosotros mismos, y podremos comunicarnos de alma a alma.

5. «Ahora» es el momento de poder

El tiempo en que podemos realizar las cosas es ahora. Ni ayer ni mañana. Aquí está la totalidad de nuestro pasado, aquí estamos nosotros por entero, todo nuestro poder está aquí. La materia es energía, y la energía es amor. Un amor que tiene como finalidad la totalidad de la creación universal. Para despertar este amor en nosotros, debemos eliminar toda veleidad de posesión. Se nos da para que demos. Si entendemos que el instante que vivimos es un estallido de amor, si entregamos nuestros latidos al mundo, si aceptamos la realidad del mismo modo que un feto acepta a su madre, tendremos el poder de tomar cualquier decisión. Si, por ejemplo, decimos con todo nuestro ser «¡Ahora mismo dejo de fumar!», esto se produce. Si cuando tenemos un ataque de rabia nos decimos «¡Basta ya!, ¡esto no soy yo, regreso a mi Yo esencial!», nos calmamos al instante o si decidimos «¡Voy a dar lo mejor de mí mismo al mundo!», podremos comenzar a mejorarlo. Un pez que navega en un río aparentemente no tiene ningún poder, pero pertenece a la poderosa corriente. Su destino es el destino del torrente. Cuando el pez comprende esto, abandona toda oposición y se deja arrastrar hasta el océano. El poder consiste en realizar AHORA lo que se debe realizar.

6. Todo está vivo y puede responder

Lo que parece inanimado en realidad vive en un tiempo más lento. Las montañas no están quietas. Se desplazan sobre la corteza terrestre como inmensas olas. El mago se preocupa por los objetos que le rodean, los trata con la misma delicadeza con que trata a un niño. Si somos bruscos o destructivos con las cosas, ellas terminan por dañamos. Si las manejamos con respeto, se convierten en nuestras aliadas. Desde tiempos inmemoriales los sacerdotes han comprendido que las ropas que usan deben corresponderse con el Yo esencial, no para aparentar sino para elevar el Alma y el Espíritu. Se dice que «el hábito no hace al monje» para aludir a individuos mentirosos que se visten para aparentar cualidades que no poseen. Por el contrario, si la persona es sincera y viste ropas que corresponden a su verdadero ideal, se puede decir que «el hábito hace al monje». Hay objetos que actúan en el inconsciente como vampiros por su carácter inútil, por ser elementos de ostentación vanidosa, por haber pertenecido a personas negativas o bien por haber formado parte de acontecimientos nefastos. Algunas personas pierden su energía por dormir en la cama donde murieron sus padres, o llevar en un dedo el anillo de una tía que se suicidó... Hay, al contrario, objetos cargados de energía positiva que, por su materia, forma o historia, despiertan en su dueño fuerzas útiles. Podríamos llamarlos «objetos de poder». Pero el mago nunca olvida que todo poder procede de nuestro interior. Así como debemos desprendemos de los objetos materiales inútiles para que no nos devoren el espacio, el tiempo o nuestro ser, también debemos desprendemos de las ideas locas (<demás», «El mundo es una cárcel y la vida es un sufrimiento», «Todo es para nada», «Tú eres sólo mía/mío», «A falta de ser, es bueno aparentar», etc.). Muchas veces nuestro intelecto absorbe palabras que actúan como maldiciones. Cuando somos niños, los padres nos dicen: «Si no haces lo que te decimos te convertirás en un mendigo, en una puta, etc.». O bien: «No tienes oído musical>, «Nunca serás adulto», «Eres imbécil>, «Como hagas eso, enfermarás», etc. Nuestro inconsciente interpreta estas predicciones como órdenes y, de manera solapada, nos hace obedecerlas.

Deberíamos rastrear las maldiciones que llevamos en la memoria sabiendo que tenemos el poder de anularlas con una bendición. Si nos han dicho «Nunca tendrás éxito en la vida», debemos responder: «Bendigo mi talento creativo, voy a desarrollar todas mis posibilidades y voy a triunfar», «Sé adónde quiero ir y en qué me convertiré», «Seré un hombre con consciencia, porque quiero desarrollarla más allá de la muerte». La vida responde cuando se la ama. La crítica es útil sólo cuando está acompañada del reconocimiento de los valores. En lugar de afirmar «Esto es bueno pero es ajeno», debemos decir «Esto es ajeno pero es bueno» o bien «Esto es ajeno, pero es bueno para el mundo en el que yo participo».

Aumentamos el poder de todo aquello a lo que atribuimos poder. Una antigua fábula hindú nos relata lo siguiente:

A un hombre le han contado que existe un árbol con la milagrosa facultad de hacer realidad todos los deseos del que se guarece bajo su sombra. Este hombre, después de años de encarnizada búsqueda, encuentra ese árbol. 
Se sienta bajo él y piensa en una suculenta cena. 
De inmediato aparecen múltiples y maravillosos manjares. Cuando se cansa de comer, imagina bellas mujeres. 
Aparecen entonces hermosas muchachas que le permiten satisfacer sus deseos. 
Ahíto de los placeres carnales, pide riquezas. 
Aparecen cofres llenos de joyas y monedas de oro. 
El hombre comienza a temblar, temiendo que vengan a robarle sus tesoros. Entonces, aparece una banda de sanguinarios ladrones que le cortan la cabeza y se llevan todo cuanto había acumulado.

Llevamos el infierno y el paraíso dentro de nosotros. El árbol (el mundo) nos dará aquello que proyectemos en él. Empleando positivamente nuestros poderes, no sólo en beneficio propio sino también en el de los otros, venciendo el miedo, aprenderemos a compadecer a las personalidades agresivas y limitadas.

¿Queréis acumular carbones ardientes sobre la cabeza de quien os ha dañado? ¡Perdonadle y hacedle el bien...! Se dirá quizá que semejante perdón es una hipocresía, una refinada venganza. Sin embargo un soberano nunca se venga, porque tiene el derecho y el deber de castigar. Si es sabio, castiga el mal con el bien y opone la dulzura a la violencia. Se apodera de la locura para sanar la locura, haciendo encontrar al enfermo satisfacciones imaginarias en un orden contrario a aquel en el cual se ha perdido. Así, por ejemplo, cura a un ambicioso haciéndole desear las glorias del cielo, remedio místico; cura con un verdadero amor a un libertino, remedio natural; procura éxitos honorables a un vanidoso; muestra su desinterés a los avaros procurándoles un provecho justo por una participación honesta en empresas generosas, etc.

Éliphas Lévi, Dogma y ritual de la alta magia

7. Siempre hay otra forma de hacer algo

Cada vez que el mago hace algo, imagina también otras maneras de hacerlo. Así, enriquece su creatividad.

Una señora de noventa años se rompe una pierna. Después de escayolársela, el médico le dice:
-Si quiere que sane, tendrá que quedarse en su habitación dos meses.
-¡Oh! -dice la anciana-o Entonces, ¿no podré subir ni bajar por la escalera de la casa?
-Evidentemente que no... Sería una locura.
Dos meses más tarde, el doctor regresa para quitarle la escayola. -¡Qué felicidad! -exclama la dama-o ¿Ahora ya puedo bajar y subir por la escalera?
-Siempre que usted lo quiera, pero con la condición de hacerlo con mucho cuidado.
-¡Maravilloso, doctor! ¡Me resultaba muy cansado ya el salir por la ventana y descender por el canal del desagüe!

Alejandro Jodorowsky
Cabaret Místico