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miércoles, 28 de febrero de 2018

6 ~ Ahondar en nuestra conexión con los demás (2/2)

Segunda parte 
Compasión y calidez humanas


6 ~ Ahondar en nuestra conexión con los demás

Examen de la base fundamental de una relación


Mis conversaciones con el Dalai Lama en Arizona se habían ini­ciado con un análisis de las fuentes de la felicidad. A pesar de que él había elegido vivir como un monje, se ha demostrado que el matri­monio puede traer la felicidad, al aportar estrechos vínculos que pro­porcionan satisfacción. Entre estadounidenses y europeos se han lle­vado a cabo muchos estudios que demuestran que en general la gente casada es más feliz y se siente más satisfecha con la vida que las personas solteras o viudas, por no hablar de los divorciados o separados. Una encuesta descubrió que seis de cada diez estadounidenses que califican su matrimonio de «muy feliz» también consideran su vida, en conjunto, como «muy feliz». Al analizar el tema de las relacio­nes humanas, me pareció importante sacar a relucir esa fuente de felicidad.
Minutos antes de una de las entrevistas programadas con el Dalai Lama, me encontraba sentado con un amigo en el patio exterior del hotel, en Tucson, tomando un refresco. Tras mencionar el tema del idi­lio amoroso y el matrimonio, que deseaba plantear en mi entrevista, mi amigo y yo no tardamos en lamentarnos de ser solteros. Mientras hablábamos, una pareja joven, de aspecto saludable, de vacaciones y quizá golfistas, se sentaron a una mesa, cerca de nosotros. Ofrecían el aspecto de un matrimonio de tipo medio; no en luna de miel, pero jó­venes y sin duda enamorados. «Tiene que ser agradable», pensé.
Apenas se hubieron sentado empezaron a discutir.
-¡Te dije que llegaríamos tarde! -acusó con acidez la mujer, con una voz sorprendentemente ronca, fruto sin duda de años de tabaco y alcohol-. Ahora apenas si tendremos tiempo para estar un momen­to sentados. ¡Ni siquiera puedo disfrutar de la comida!
-Si no hubieras tardado tanto tiempo en prepararte... -replicó el hombre, can tono más sereno, pero cargado de hostilidad.
-Ya estaba preparada hace media hora -refutó ella-. Pero tú tenías que terminar de leer el periódico...
Y continuaron de ese modo. La discusión no acababa. Tal como dijo Eurípides: «Cásate; es posible que salga bien. Pero cuando un matrimonio fracasa, se vive un verdadero infierno en el hogar.
Aquella discusión, cuya acritud aumentó rápidamente, terminó con nuestros lamentos de solteros. Mi amigo alzó los ojos y citó una frase de Seinfeld:
-«¡Oh, sí! ¡Deseo casarme muy pronto!»
Apenas unos momentos antes tenía la intención de conocer la opi­nión del Dalai Lama sobre las alegrías y virtudes del idilio amoroso y el matrimonio. En lugar de eso, en cuanto entré en la suite de su hotel y casi antes de sentarme, pregunté:
-¿Por qué surgen conflictos con tanta frecuencia en los matri­monios?
-Cuando se trata de conflictos, las cosas pueden ser bastante com­plejas -explicó el Dalai Lama-. Hay muchos factores implicados. Así que cuando tratamos de comprender los problemas de relación, es preciso reflexionar primero sobre la naturaleza fundamental y la base de esa relación.
»Así que, antes que nada, hay que reconocer que existen diferen­tes clases de relación y examinar esas diferencias. Por ejemplo, dejan­do de lado por el momento el tema del matrimonio y centrándonos en las amistades corrientes, observamos que hay diferentes clases de amis­tad. Algunas se basan en la riqueza, el poder o la posición. En esos casos, la amistad continúa mientras tengas poder, riqueza o posición. En cuanto desaparecen, la amistad se desvanece. Por otro lado, hay una amistad basada no en consideraciones de riqueza, poder y posi­ción, sino más bien en el verdadero sentimiento humano, en un senti­miento de proximidad, en el que existe la sensación de compartir, de estar conectado. Ésa es la amistad que yo llamaría genuina, porque no la mediatiza la riqueza, la posición o el poder. Lo fundamental para una amistad genuina es un sentimiento de afecto. Si falta, no se pue­de mantener una verdadera amistad. Lo hemos mencionado antes y es bastante evidente, pero si se tienen problemas de relación a me­nudo resulta muy útil retroceder un poco y reflexionar sobre la base de ella.
»Del mismo modo, si alguien tiene problemas con su cónyuge, quizá sea útil examinar la base de la relación. A menudo, por ejemplo, hay relaciones cimentadas por una atracción sexual inmediata. Cuan­do una pareja acaba de conocerse es posible que se sientan locamen­te enamorados y muy felices. -Se echó a reír-. Pero cualquier decisión tomada en ese momento sería muy inestable. Del mismo modo que uno puede enloquecer a causa de una cólera u odio muy intensos, también es posible que un individuo enloquezca impulsado por la in­tensidad de la pasión o el placer. Incluso situaciones en las que el indi­viduo piensa: "Bueno, mi novio o mi novia no es en realidad una bue­na persona, pero a pesar de todo me sigue atrayendo". Así pues, una relación basada en esa atracción inicial es muy poco fiable, muy ines­table, porque se apoya en algo pasajero. Ese sentimiento dura muy poco, desaparecerá al cabo de poco tiempo. -Hizo chascar los de­dos-. En consecuencia, no debería sorprender a nadie que la relación empezara a tener problemas, y todo matrimonio basado en ella tuvie­ra conflictos... Pero ¿usted qué piensa?
-Sí, estoy de acuerdo con usted en eso -admití-. Parece ser-que en toda relación, incluso en las más ardientes, la pasión termina por en­friarse. Algunas investigaciones han demostrado que quienes consi­deran la pasión y el romanticismo esenciales para su relación, suelen desilusionarse y divorciarse. Ellen Berscheid, psicóloga social de la Universidad de Minnesota, lo estudió y llegó a la conclusión de que la incapacidad para percatarse de la limitada vida media del amor apa­sionado puede acabar con una relación. Ella y sus colegas creen que el aumento de los índices de divorcio durante los últimos veinte años se halla en parte relacionado con la creciente importancia que concede la gente a experiencias emocionales intensas en sus vidas, como es el caso del amor romántico. Porque es difícil mantener esas experiencias durante mucho tiempo...
-Eso parece muy cierto -asintió-. Al abordar esos problemas, se da uno cuenta de la tremenda importancia que tienen el examen y la comprensión de la naturaleza fundamental de las relaciones. »Ahora bien, aunque muchas relaciones se basan en la atracción sexual inmediata, en otras la persona juzga con serenidad que desde el punto de vista físico el otro no es demasiado atractivo, pero es una persona buena y amable. Una relación como ésta es mucho más duradera, porque genera una verdadera comunicación entre los dos...
El Dalai Lama se detuvo un momento, como si meditara, antes de añadir:.
-Conviene dejar claro que también se puede tener una relación buena y saludable que incluya la atracción sexual. Parece ser, por tan­to, que existen dos clases de relación basadas en la atracción sexual. Una de ellas obedece al puro deseo sexual. En ese caso, la motivación o el impulso que hay tras el vínculo es realmente la satisfacción tem­poral, la gratificación inmediata. Los individuos se relacionan entre si no tanto como personas, sino más bien como objetos. Ese vínculo no es muy sano, porque sin ningún componente de respeto mutuo termi­na por convertirse casi en prostitución, como una casa construida so­bre cimientos de hielo: el edificio se desploma en cuanto se funde el hielo.
»No obstante, hay relaciones en que la atracción sexual, si bien es poderosa, no es fundamental. Existe un aprecio de valores relaciona­dos con la cordialidad. Estas relaciones son, por lo general, más du­raderas y fiables. y para establecer una relación semejante es preciso dedicar tiempo suficiente a conocer las características del otro.
»En consecuencia, cuando mis amigos me preguntan sobre el matrimonio, suelo preguntarles desde cuándo conocen a su pareja. Si me contestan que desde hace sólo unos meses, suelo decirles: "Oh, eso es demasiado poco". Si me hablan de unos años, ya me parece mejor porque sé que entonces no sólo conocen el aspecto físico del otro, sino también su naturaleza más profunda...




-Eso me recuerda la afirmación de Mark Twain: «Ningún hom­bre o mujer sabe realmente qué es el amor perfecto hasta que no lleva casado un cuarto de siglo».
El Dalai Lama asintió con un gesto y continuó:
-Sí... Creo que muchos problemas aparecen sencillamente porque las personas no se conceden tiempo suficiente para conocerse unas a otras. En cualquier caso, creo que si alguien trata de construir una re­lación verdaderamente satisfactoria, la mejor forma de conseguirlo es conociendo la naturaleza profunda del otro, y relacionándose con él  en ese nivel, en lugar de hacerlo simplemente a través de las características superficiales. Y en esas relaciones también juega un papel la verdadera compasión.
»He oído decir a muchas personas que su matrimonio tiene un sen­tido más profundo que la simple relación sexual, que el matrimonio implica a dos personas que tratan de enlazar sus vidas, compartir sus vicisitudes y la intimidad. Si esa afirmación es honesta, la relación es sana. Toda relación sana implica responsabilidad y compromiso. Cla­ro que el contacto físico, la relación sexual de la pareja, puede tener un efecto calmante sobre la mente. Pero, después de todo, desde el punto de vista biológico, el propósito principal de la relación sexual es la reproducción. Y para realizado con éxito, hay que tener una ac­titud de compromiso hacia la descendencia, para que ésta pueda so­brevivir y desarrollarse. Por eso es tan importante potenciar la capa­cidad para la responsabilidad y el compromiso. Sin ella, la relación únicamente ofrece una satisfacción temporal. Es simple diversión. Se echó a reír, con una risa que parecía maravillada por el com­portamiento humano.

Relaciones basadas en el romanticismo 


Me resultaba extraño estar hablando de sexo y matrimonio con un hombre de más de sesenta años y célibe. No parecía reacio a hablar de estos temas, aunque sí pude observar un cierto distanciamiento en sus comentarios.
Esa misma noche, algo más tarde, al pensar en nuestra conversa­ción, se me ocurrió que aún quedaba un componente importante de las relaciones del que no habíamos hablado, y sentía curiosidad por saber cuál era su postura. Se lo planteé al día siguiente.
-Ayer hablamos de las relaciones y de la importancia de basar una relación íntima o matrimonial en algo más que en el sexo -em­pecé a decir-. Pero, en la cultura occidental, lo que se considera muy deseable no es únicamente el acto sexual físico, sino el clima de ro­manticismo, estar profundamente enamorado del otro. En las pelícu­las, la literatura y la cultura popular encontramos una exaltación de este amor romántico. ¿Cuál es su punto de vista?
El Dalai Lama me contestó sin vacilación.
-Creo que, dejando aparte hasta qué punto la búsqueda continua del amor romántico puede afectar a nuestro desarrollo espiritual más profundo, incluso desde la perspectiva de un estilo de vida convencio­nal habría que considerar la idealización de ese amor romántico como un caso extremo. A diferencia de las relaciones en que hay atención ha­cia el otro y afecto genuino, no puede verse como algo positivo -afir­mó con decisión-. Se trata de algo basado en la fantasía, inalcanza­ble; por lo tanto, puede ser una fuente de frustración. Así pues, no debería ser considerado como algo positivo.
El tono taxativo del Dalai Lama parecía indicar que no tenía nada más que decir al respecto. A la vista del tremendo énfasis que pone nuestra sociedad en el romanticismo, tuve la impresión de que él de­sechaba demasiado a la ligera su atractivo. Dada la educación monás­tica del Dalai Lama, imaginé que no lo comprendía y que preguntar­le sobre temas relacionados con el amor romántico era como pedirle que acudiera al aparcamiento para echarle un vistazo a mi coche por un problema que tenía con la transmisión. Ligeramente decepcionado, me apresuré a consultar mis notas y me dispuse a plantear otros temas.

¿Qué hace que el amor romántico sea tan atractivo? Al examinar esta cuestión se descubre que eros, el amor romántico, sexual, apasio­nado, el éxtasis definitivo, es un potente cóctel de ingredientes cultu­rales, biológicos y psicológicos. En la cultura occidental, la idea ha florecido durante los últimos doscientos años bajo la influencia del romanticismo, un movimiento que ha contribuido mucho a configu­rar nuestra percepción del mundo y que surgió como un rechazo del período anterior, la Ilustración, con su énfasis en la razón humana.
El nuevo movimiento exaltaba la intuición, la emoción, el sentimiento, la pasión. Subrayaba la importancia del mundo sensorial, de la expe­riencia subjetiva del individuo, y tendía hacia el mundo de la imagi­nación, de la fantasía, de la búsqueda de un ámbito que no existe, de un pasado idealizado o de un futuro utópico. Esta idea ha ejercido una profunda influencia no sólo en el arte y la literatura, sino también en la política y en todos los aspectos de la cultura occidental moderna. El impulso romántico persigue el enamoramiento. En nosotros fun­cionan poderosas fuerzas que nos llevan a buscar este sentimiento; aquí no se trata simplemente de la glorificación del amor romántico, que hemos recogido de nuestra cultura. Muchos investigadores creen que estas fuerzas se hallan en nuestros genes. El enamoramiento, in­variablemente mezclado con la atracción sexual, quizá sea un com­ponente genéticamente determinado del instinto de apareamiento. Desde una perspectiva evolutiva, la tarea principal del organismo es la de sobrevivir, reproducirse y asegurar la supervivencia de la espe­cie. Redunda por tanto en interés de las especies el que estemos pro­gramados para enamorarnos; eso aumenta, ciertamente, las probabi­lidades de apareamiento y reproducción. Disponemos por lo tanto de mecanismos innatos que nos ayudan a que eso suceda; así, en res­puesta a ciertos estímulos, nuestros cerebros fabrican y bombean sus­tancias químicas capaces de crear una sensación eufórica, el «entu­siasmo» asociado con el enamoramiento que a veces nos abruma y bloquea otros sentimientos.
Las fuerzas psicológicas que nos impulsan a buscar el enamora­miento son tan compulsivas como las fuerzas biológicas. En el Sim­posium de Platón, Sócrates cuenta la historia del mito de Aristófanes sobre el origen del amor sexual. Según este mito, los habitantes origi­nales de la Tierra eran criaturas de tronco esférico, cuatro manos y Cuatro pies. Estos seres asexuados y autosuficientes eran muy arro­gantes y atacaron repetidamente a los dioses. Para castigarlos, Zeus los dividió con sus rayos. Cada criatura quedó entonces convertida en dos, y las mitades anhelaban volver a unirse.
Eros, el impulso hacia el amor apasionado y romántico, puede ver­se como este antiguo deseo de fusión con la otra mitad. Parece ser una necesidad humana, universal e inconsciente; fundirse con el otro, derribar las fronteras, llegar a ser uno solo con el ser querido. Los psi­cólogos llaman a esto el hundimiento de las fronteras del ego. Algunos creen que este proceso tiene sus raíces en nuestras primeras experien­cias, las que tenemos en un estado primigenio en el que el niño se fun­de por completo con el progenitor o con la persona que lo cuida.
Las pruebas sugieren que los recién nacidos no distinguen entre sí y el resto del universo. No poseen sentido de la identidad personal o, al menos, su identidad incluye a la madre, a otras personas y a todos los objetos de su entorno. No saben dónde terminan ellos mismos y empieza lo «otro». Les falta lo que se conoce como permanencia del objeto: los objetos no tienen existencia independiente; si los niños no interactúan con un objeto, éste no existe. Si, por ejemplo, un niño sos­tiene un sonajero en la mano, lo reconoce como parte de sí mismo, pero en cuanto se lo quitan y lo esconden a su vista, el sonajero deja de existir.
En el momento de nacer, el cerebro todavía no está plenamente «conectado». A medida que el bebé crece y el cerebro madura, su in­teracción con el mundo que le rodea se hace más compleja y el peque­ño va adquiriendo gradualmente sentido de la identidad personal, del «yo», en contraposición con el «otro». Al mismo tiempo, se desarro­lla una sensación de aislamiento y una conciencia de las propias limi­taciones. Naturalmente, la formación de la identidad continúa durante la infancia y la adolescencia, a medida que el individuo entra en con­tacto con el mundo. Somos el resultado del desarrollo de representa­ciones internas, formadas en buena parte por reflejos de las primeras interacciones con las personas importantes de nuestra historia perso­nal y por reflejos del papel que tenemos en el conjunto de la socie­dad. Poco a poco, la identidad personal y la estructura intrapsíquica se hacen más complejas.
Pero es muy probable que una parte de nosotros siga tratando de regresar a un estado anterior, un estado bienaventurado en el que no existía sentimiento de aislamiento o separación. Muchos psicólogos contemporáneos creen que la primera experiencia de «unicidad» queda incorporada a nuestra mente subconsciente Y en la edad adulta im­pregna nuestro inconsciente Y nuestras fantasías íntimas. "Están con­vencidos de que la fusión con la persona amada cuando se está ena­morado es como un eco de la que hubo con la madre en la infancia. Recrea esa sensación mágica, un sentimiento de omnipotencia, como si todo fuera posible y resulta muy difícil soslayar un sentimiento se­mejante.
No es nada extraño, por tanto, que la búsqueda del amor román­tico sea algo tan poderoso. ¿Cuál es entonces el problema y por qué el Dalai Lama afirma sin vacilar que la búsqueda del romanticismo es algo negativo?
Reflexioné sobre el problema de basar una relación en el amor ro­mántico, de refugiamos en el romanticismo como una fuente de feli­cidad. Pensé entonces en David, un antiguo paciente mío. David, un arquitecto paisajista de treinta y cuatro años, se presentó en mi con­sulta con los síntomas típicos de una grave depresión. Dijo que su de­presión podía haber sido desencadenada por algunas tensiones, rela­cionadas con el trabajo, pero que «en realidad, parecía haber surgido de la nada». Analizamos la opción de administrar un psicofármaco, que él aceptó. La medicación fue muy efectiva y los síntomas agudos desaparecieron al cabo de tres semanas, de modo que él pudo regresar a su vida normal. Al explorar su historial, sin embargo, no tardé en darme cuenta de que, además de la depresión aguda, también sufría de distimia, una insidiosa depresión crónica de baja intensidad, presente desde hacía muchos años. Una vez que se hubo recuperado de la de­presión aguda, empezamos a explorar su historia personal, dando por supuesto que nos ayudaría a comprender cómo se habría producido la distimia.
Después de unas cuantas sesiones, un día David llegó a la consulta jubiloso.
-¡Me siento maravillosamente bien! -declaró-. ¡No me había sentido tan bien desde hacía años! Mi reacción ante esa noticia fue preguntarme si no había entrado en una fase de perturbación. Pero no se trataba de eso. -¡Estoy enamorado! -me dijo-. La conocí la semana pasada en una subasta. Es la mujer más hermosa que he visto jamás. Esta se­mana hemos salido juntos casi todas las noches, y tengo la impresión de que somos compañeros de toda la vida, nacidos el uno para el otro. ¡Simplemente, no me lo puedo creer! No había salido con nadie des­de hacía dos o tres años y empezaba a creer que ya no podría hacerlo cuando, de pronto, aparece ella.
David se pasó la mayor parte de la sesión catalogando las nota­bles virtudes de su nueva amiga.
-Creo que estamos hechos el uno para el otro en todos los senti­dos. No se trata únicamente de una cuestión sexual; nos interesamos por las mismas cosas y hasta nos asusta damos cuenta de que pensa­mos lo mismo. Naturalmente, soy realista y me doy cuenta de que na­die es perfecto... Como por ejemplo la otra noche, en que me sentí un tanto molesto porque pensé que flirteaba con unos hombres en el club donde estábamos..., pero los dos habíamos bebido demasiado y ella no hacía sino divertirse. Más tarde hablamos de ello y lo aclaramos. David regresó a la semana siguiente para anunciarme que había decidido dejar la terapia.
-Todo está funcionando maravillosamente bien en mi vida. Sen­cillamente, no veo de qué podemos hablar en la terapia -me expli­có-. Mi depresión ha desaparecido. Duermo como un bebé. He recuperado mi ritmo de trabajo y mantengo una magnífica relación que no hace sino mejorar cada vez más. Creo que nuestras sesiones me han ayudado, pero en estos momentos no veo razón alguna para se­guir gastando dinero en ellas.
Le dije que me alegraba de que todo le fuera tan bien, pero le re­cordé algunos de los conflictos que habíamos empezado a identificar y que podrían haberlo conducido a su distimia. Por mi mente pasaron todos los términos psiquiátricos habituales, como «resistencia» y «de­fensas». David, sin embargo, no se dejó convencer.
-Bueno, quizá algún día examine esas cosas -me dijo-, pero creo que todo lo ocurrido ha tenido mucho que ver con la soledad, con la sensación de que me faltaba alguien, una persona especial con la que compartir mis cosas, y ahora ya la he encontrado.
Se mostró inflexible en cuanto a dar por terminada la terapia ese mismo día. Tomamos medidas para que su médico de cabecera man­tuviera un seguimiento del régimen de medicación, dedicamos la se­sión a una revisión y terminé asegurándole que podía venir a verme siempre que lo deseara.
Varios meses más tarde, David regresó a la consulta.
-Lo he pasado muy mal -dijo con tono abatido-. La última vez que le vi las cosas funcionaban magníficamente. Creí haber encontra­do realmente a la pareja ideal. Le planteé incluso el matrimonio. Pero cuanto más cerca quería estar de ella, tanto más se alejaba de mí. fi­nalmente, rompió conmigo, y durante un par de semanas volví a es­tar realmente deprimido. Empecé incluso a llamarla sin decir nada, sólo para escuchar su voz, y a acercarme a su lugar de trabajo sólo para ver si su coche estaba allí. Después de aproximadamente un mes sentí náuseas ante lo que estaba haciendo; me parecía ridículo. Enton­ces, al menos, la depresión mejoró un poco. Ahora como y duermo bien, me va bien en el trabajo y tengo mucha energía, pero sigo con la sensación de que me falta algo. Es como si hubiera retrocedido, me siento exactamente como me he sentido durante tantos años...
Reanudamos la terapia.

Parece claro que, como fuente de felicidad, el amor romántico deja mucho que desear. Y quizá el Dalai Lama no andaba tan descamina­do al rechazar el amor romántico como base para una relación y al describirlo como una simple «fantasía... inalcanzable», algo que no merecía nuestros esfuerzos. Considerándolo más atentamente, tal vez él hacía una descripción objetiva de la naturaleza del amor románti­co y no, como yo creía, un juicio negativo, promovido por sus muchos años de formación monacal. Hasta los diccionarios, que ofrecen nu­merosas definiciones de «idilio» y «romántico», emplean profusamen­te expresiones como «historia ficticia», «exageración», «falsedad», «fantasioso o imaginativo», «no práctico», «sin base en los hechos», «característico o preocupado por el acto amoroso o el cortejo ideali­zado», «obsesionado por hechos amatorios idealizados», etcétera. Es evidente que en algún momento de la civilización occidental se ha producido un cambio. El concepto antiguo de eros, Con su compo­nente de fusión con el otro, ha adquirido un nuevo significado. El idi­lio romántico adopta así una cualidad artificial, con matices de fraude y engaño, lo que indujo a Oscar Wilde a observar crudamente: «Cuan­do uno está enamorado, empieza siempre por engañarse a sí mismo y acaba siempre engañando a los demás. Eso es lo que el mundo consi­dera un idilio romántico».

Antes exploramos el papel de la proximidad y la intimidad en la fe­licidad humana. No cabe la menor duda de que es importante. Pero si buscamos una satisfacción duradera en una relación, el fundamento de la misma tiene que ser sólido. Por esa razón el Dalai Lama nos ani­ma a examinar la base de nuestros vínculos. La atracción sexual, e in­cluso la intensa sensación de enamoramiento, pueden tener un papel en la creación del vínculo inicial entre dos personas, pero lo mismo que sucede con el pegamento, este factor tiene que mezclarse con otros ingredientes para formar una unión duradera. Al tratar de iden­tificarlos, nos volvemos una vez más hacia lo que aconseja el Dalai Lama para construir una relación sólida: afecto, compasión y respeto mutuo. Esas cualidades nos permiten alcanzar una vinculación más profunda y significativa, no sólo con nuestro amante o cónyuge, sino también con amigos, conocidos e incluso personas totalmente extra­ñas; es decir, virtualmente con todos los seres humanos. Nos abre po­sibilidades y oportunidades ilimitadas para la conexión.


Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares

martes, 27 de febrero de 2018

Plenilunio de Piscis

JUEVES 01 DE MARZO DE 19.00 A 20.00 HS.

En el momento de cada luna llena, se establece un Puente de contacto y comunicación entre la humanidad y los centros superiores. Esta línea de comunicación se extiende incluso desde los centros planetarios hasta el Señor Solar, construyendo así, un canal único entre la humanidad y el Origen de la vida. Esta oportunidad para el contacto es un momento de regeneración, un momento en que se puede tomar contacto con la visión nueva y mayor, cargar todo el ser y dar directamente pasos por el sendero de la evolución y el servicio.
Cada día revela una nueva combinación de energías. Pero para un observador superficial, un día parece igual a otro; no ve la diferencia entre una Luna nueva y una Luna llena, o entre una Luna llena y la siguiente. Si queremos entender las cambiantes cualidades del Tiempo necesitamos comprender sus principios y sus interrelaciones, representados por los signos solares, las constelaciones, como así también por los planetas. Para tratar de percibir las prevalecientes cualidades del tiempo, para alinearnos y actuar en concordancia, debemos lograr un conocimiento cada vez más detallado de los procesos sutiles y de los ritmos. “Debe hacerse algo más que escuchar cortésmente estas verdades; deben aplicarse como realidades”.
En cada Luna Llena se intensifica la capacidad de las Presencias YO SOY de cada uno y de la Humanidad para servir como la Puerta Abierta para el Concepto Inmaculado de las Plantillas para la Nueva Tierra que están siendo ancladas en nombre de TODA Vida en evolución sobre esta dulce Tierra. Influjo de Rayos Gamma desde el Núcleo Galáctico del Universo bañan la Tierra con las frecuencias de la Luz Cristalina Solar de 5ta dimensión… mucho más allá de lo que la Humanidad o la Tierra hayan experimentado antes. Este Tiempo Divino eleva la conciencia de las masas de la Humanidad y re-calibra nuestro ADN en formas que van realmente más allá de la comprensión de nuestras mentes finitas.

El Plenilunio de Piscis

Llegamos a la fase final del Año Astrológico (y Astronómico).  Es hora de mirar lo que está incompleto dentro de uno mismo y de la vida, de sentarse y observar realmente lo que todavía está sin terminar en el plano físico, emocional, mental y/o espiritua.  Entonces: ¡Completa lo que está incompleto  o sin terminar!  Resuelve todo antes del equinoccio de Marzo-Aries. Y dí:Consumado es!
"Percibe el comienzo en el final y el final en el comienzo", es el mensaje de Piscis.  El Ser es la base para el comienzo, el crecimiento y el final.  Piscis está relacionado con el camino hacia la conciencia universal.  Piscis rige los pies en la persona promedio, pero en el individuo en el sendero, rige la construcción del puente interno superior.  Establece una conexión en la cabeza que permite asi la entrada de la luz.  El puente superior es una conexión con los Círculos Superiores.  A consecuencia del espectro de sus energías se le llama también Puente Arco Iris.  A través de este puente la luz de lo Divino entra en la mente humana.
Los dos peces del signo indican los interminables comienzos y conclusiones;  indican la creación como resultado de dos fuerzas opuestas: una que conduce al espíritu y la otra que conduce a la materia.  Todo comienzo tiene su conclusión y toda conclusión tiene su comienzo.  La conclusión está escondida en el comienzo y el comienzo está escondido en la conclusión.  El movimiento cíclico es eterno.  Esto se puede experimentar cuando uno está más allá de los movimientos cíclicos.  A esto se le llama vivir en la Conciencia de Síntesis.  Esto le permite a uno vivir en el estado de Síntesis y hacer transacciones de Luz en términos de alegría.
"Discrimina entre lo que necesitas hacer y lo que tienes que hacer.  Otorga una cooperación mental a lo que tienes que hacer.  No permitas que la dicha, la comodidad y los sucesos sean los factores decisivos mientras haces lo que tienes que hacer" Lord Krishna.
Piscis representa la Síntesis.  Júpiter en Piscis otorga esa Síntesis.  Desde el punto de vista de la Síntesis del Trasfondo, el gran ritual de la Creación es experimentado como la representación más intrincada.  El Uno que actúa como muchos es comprendido y se le sonríe.  Piscis representa la caída y la elevación del telón entre dos actos de la representación.  Aquellos que son testigos de la representación saben que el telón cae sólo para volver a alzarse en el acto siguiente.  Tal es la infinitud del universo.

La nota clave del discípulo dice:  "Abandono el hogar del Padre y al regresar, salvo" .  Piscis es el signo del Servicio.  Tal como lo indicara El Maestro Djwhal Khul: "El verdadero servicio es la emanación espontánea de un corazón amoroso y de una mente inteligente, el resultado de hallarse en un lugar correspondiente y permanecer en él; el producto de la inevitable afluencia de la fuerza espiritual y no de la intensa actividad en el plano físico, es el efecto del hombre cuando expresa lo que en realidad es, un divino Hijo de Dios, y no el efecto estudiado de sus palabras o actos"
Mantram
Que el Poder de la Vida Una
afluya a través del grupo de todos los verdaderos servidores.
Que el Amor del Alma Una
caracterice la vida de todos los que tratan de ayudar a los Grandes Seres.
Que cumpla mi parte en el Trabajo Uno
mediante el olvido de mí mismo, la inofensividad y la correcta palabra.

6 ~ Ahondar en nuestra conexión con los demás (1/2)

Segunda parte 
Compasión y calidez humanas

6 ~ Ahondar en nuestra conexión con los demás

­UNA TARDE, después de su conferencia llegué a la suite del hotel del Dalai Lama para nuestra cita diaria con unos minutos de an­telación. Un ayudante me hizo salir discretamente al pasillo y me dijo que Su Santidad tenía una audiencia privada. Permanecí en ese lugar con el que ya estaba familiarizado, frente a la puerta de la suite, y uti­licé el tiempo de que disponía para revisar mis notas para nuestra se­sión, al tiempo que trataba de evitar la mirada recelosa de un guardia de seguridad, la misma mirada con la que los empleados de las tien­das observan a los estudiantes de escuela superior que merodean al­rededor de las estanterías de las revistas.
Pocos momentos más tarde se abrió la puerta y salió una pareja muy bien vestida, de mediana edad. Me pareció reconocerlos. Recor­dé entonces que había sido brevemente presentado a ellos unos días antes. Me habían dicho que la mujer era una conocida heredera y el marido un abogado de Manhattan, extremadamente rico y poderoso. Sólo habíamos intercambiado unas pocas palabras, pero ambos me impresionaron por su increíble arrogancia. Ahora, al verlos salir de la suite del Dalai Lama, observé un cambio asombroso en los dos. Ha­bían desaparecido por completo las expresiones de suficiencia y la actitud arrogante, sustituidas por expresiones de ternura y emoción. Pa­recían dos niños. Las lágrimas corrían por las mejillas de ambos. Aun­que el efecto que ejerce el Dalai Lama no siempre es tan espectacular, he observado que la gente responde invariablemente con algún cam­bio emocional. Me había maravillado desde hacía tiempo su capaci­dad para forjar vínculos y establecer un intercambio emocional pro­fundo y significativo.

Establecer empatía

Aunque durante nuestras conversaciones en Arizona habíamos hablado de la importancia de la cordialidad y la compasión huma­nas, no fue hasta unos meses más tarde, en su hogar de Dharamsala, cuando tuve la oportunidad de explorar más detalladamente con él el tema de las relaciones humanas. Para entonces, ansiaba descubrir los principios de sus interacciones con los demás susceptibles de ser aplicados a mejorar cualquier relación, ya fuese con extraños o con familiares, amigos y amantes. Ávido por empezar, abordé el tema de inmediato.
-y ahora, sobre las relaciones humanas..., ¿cuál diría que es el método o la técnica más efectiva para conectar con los demás de una forma significativa y reducir los conflictos?
Me miró fijamente por un momento. No fue una mirada de eno­jo, pero hizo que me sintiera como si acabara de pedirle que me diera la composición química del polvo lunar.
Tras una breve pausa, respondió:
-Bueno, el trato con los demás es un tema muy complejo. No hay manera de encontrar una fórmula con la que se puedan solucio­nar todos los problemas. Es un poco como cocinar. Si se prepara una comida deliciosa, el proceso pasa por diversas fases. Quizá haya que hervir las verduras por separado, para luego sofreírlas y cocinarlas de forma especial, mezclándolas con especias, y así sucesivamente; el resultado final es un producto delicioso. Lo mismo sucede en las re­laciones; existen muchos factores. No se puede decir: «Este es el método» o «Ésta es la técnica».
No era exactamente la clase de respuesta que yo buscaba. Pensé que se mostraba evasivo y tuve la impresión de que, seguramente, tendría algo más concreto que ofrecerme, así que seguí presionándolo.
-Bueno si no hay un método único para mejorar nuestras rela­ciones, ¿hay quizá algunas normas generales que puedan ser útiles.
El Dalai Lama pensó un momento antes de contestar.,
-Sí. Antes hablamos de la importancia de acercarse a los demás con actitud compasiva. Eso es crucial. Claro que no es suficiente con decirle a alguien: «Es muy importante ser compasivo; hay que tener más amor». Una receta tan sencilla no sería provechosa. Pero un me­dio efectivo para inducir a ser más cálido y compasivo consiste ,en razonar acerca del valor y los beneficios prácticos de la compasión, así como hacer reflexionar a las personas sobre sus sentimientos cuando los otros son amables con ellas. Eso en cierto modo los prepara, de tal ma­nera que se producirá más de un efecto a medida que sigan realizan­do esfuerzos por ser más compasivos.
»Al considerar los diversos medios para desarrollar mas compa­sión, creo que la empatía es un factor importante. La capacidad para apreciar el sufrimiento del otro. Tradicionalmente una, de las técnicas budistas para acrecentar la compasión consiste en imaginar una situación en la que sufre un ser sensible, por ejemplo una oveja a punto de ser sacrificada y luego tratar de imaginar el sufrimiento de esa oveja. El Dalai Lama se detuvo un momento para reflexionar, mientras pasaba entre los dedos con expresión ausente las cuentas de una espe­cie de rosario.
-Pienso -siguió diciendo- que si tratáramos con alguien que se mostrara muy frío e indiferente, esta técnica de visualización no se­ría muy efectiva. Sería como si se lo pidiera al carnicero dispuesto a sacrificar una oveja; está tan endurecido, tan acostumbrado ,que eso no haría mella en él. Así que sería muy difícil explicar esa técnica y utilizarla con algunos occidentales acostumbrados a cazar y pescar por simple diversión, como una forma de distracción...
-En ese caso -le sugerí-, quizá no sea una técnica efectiva pedir­le a un cazador que se imagine el sufrimiento de su presa, pero se pue­den despertar sus sentimientos pidiéndole que se imagine a su perro de caza favorito atrapado en una trampa y gañendo de dolor.
-Sí, exactamente -asintió el Dalai Lama-. Creo que se podría ajustar esa técnica a las circunstancias. Por ejemplo, es posible que la persona en cuestión no experimente fuerte empatía con los animales, pero puede sentirla con un miembro de su familia o un amigo. En tal caso, podría visualizar una situación en que la persona querida sufrie­ra o pasara por una situación trágica para luego imaginar cómo res­pondería. Así que se puede intentar acrecentar la compasión tratando de establecer empatía con el sentimiento o la experiencia de otro.
»Creo que la empatía es importante, no sólo como medio para au­mentar la compasión, sino que en términos generales, al tratar con los demás cuando están en dificultades, resulta extremadamente útil para situarse en el lugar del otro y ver cómo reaccionaría uno ante la situa­ción. Aunque no se tengan experiencias comunes con la otra persona o su estilo de vida sea muy diferente, siempre puede intentarse con la imaginación. Quizá haya que ser algo creativo. Esta técnica supone la capacidad para suspender temporalmente el propio punto de vista y buscar la perspectiva de la otra persona, imaginar cuál sería la si­tuación si uno estuviera en su lugar, y cómo la afrontaría. Eso ayuda a desarrollar una conciencia de los sentimientos del otro y a respetar dichos sentimientos, algo importante para reducir los conflictos y problemas con los demás.

Esa tarde nuestra entrevista fue breve. Se me había incluido con di­ficultad y en el último momento en la poblada agenda del Dalai Lama y mantuvimos la conversación a últimas horas del día, como había su­cedido en varias ocasiones. Fuera, el sol empezaba a ponerse, llenan­do la estancia de una luz crepuscular agridulce, convirtiendo el ama­rillo pálido de las paredes en un ámbar más profundo y sembrando de ricos matices dorados las imágenes budistas. El ayudante del Dalai Lama entró silenciosamente en la estancia, indicando el final de nues­tra sesión. Enfrascado en la conversación, pregunté:
-Sé que tenemos que terminar, pero ¿tiene otros consejos para ayudar a crear empatía con los demás?.
Haciéndose eco de las palabras que habia pronunciado muchos meses antes en Arizona, contestó con una afable simplicidad: -Siempre me acerco a los demás en el terreno básico que nos es común. Todos tenemos una estructura física, una mente, emociones. Todos hemos nacido del mismo modo y todos moriremos. Todos de­seamos alcanzar la felicidad y no sufrir. Al mirar a los demás desde esa perspectiva, en lugar de percibir diferencias secundarias, como el he­cho de que yo sea tibetano y tenga una religión y unos antecedentes culturales diferentes, experimento la sensación de hallarme ante al­guien que es exactamente igual que yo. Creo que relacionarse con una persona en ese nivel facilita el intercambio y la comunicación.
Y tras decir esto se levantó, sonrió, me estrechó la mano y se retiró. A la mañana siguiente continuamos nuestra discusión en el hogar del Dalai Lama.
-En Arizona hablamos mucho sobre la importancia de la compa­sión en las relaciones humanas y ayer abordamos el papel de la em­patía para mejorar nuestra capacidad para relacionamos...
-Sí -dijo el Dalai Lama.
-Además de eso, ¿puede sugerir algún método o técnica adicional?
-Bueno, como ya le comenté ayer, no hay una o dos técnicas sen­cillas capaces de resolver todos los problemas. Sin embargo, creo que hay algunas cosas que pueden ayudar. En primer lugar, es útil conocer y valorar los antecedentes de la persona con la que estamos tra­tando. Mantener una actitud mental abierta y honrada también nos ayuda. Esperé, pero él no añadió nada más.
. -¿Puede sugerir algún otro método para mejorar nuestras relaciones?
El Dalai Lama pensó un momento. -No -contestó, echándose a reír. Consideré que esos consejos eran demasiado simplistas. Sin em­bargo, y puesto que eso parecía ser todo lo que él tenía que decir por el momento, abordamos otros temas.

Aquella tarde fui invitado a cenar en casa de unos amigos tibeta­nos en Dharamsala. Organizaron una velada muy animada. La comi­da fue excelente, con un deslumbrante despliegue de platos especiales cuya estrella fue el Mo Mas tibetano, a base de sabrosas albóndigas de carne. A medida que transcurría la cena, se animó la conversación. Los invitados no tardaron en contar historias subidas de tono sobre las situaciones embarazosas en que se habían visto durante una bo­rrachera. Entre los invitados se encontraba una conocida pareja ale­mana, ella arquitecta y él autor de una docena de libros.
Como estaba interesado en sus libros me acerqué al escritor y en­tablé conversación con él. Sus respuestas eran breves y superficiales; su actitud, abrupta y distante. Convencido de que era un hosco esnob me resultó inmediatamente antipático. Me consolé pensando que al menos habia intentando conectar con él y entablé conversación con otros invitados más amistosos.
Al día siguiente estaba con un amigo en un café del pueblo y, mien­tras tomábamos el té, le conté lo ocurrido la noche anterior. -Realmente, disfruté con todos, excepto con Rolf, ese escritor... Parecía tan arrogante y..., bueno, poco amistoso.
, -Lo conozco, desde hace varios años -dijo mi amigo-, y sé que esa es la impresión que causa, pero sólo porque al principio es un poco tímido y reservado. En realidad, es una persona maravillosa si se le llega a conocer un poco... -Yo no me dejaba convencer y mi ami­go siguió diciendo-; A pesar de ser un escritor de éxito, ha tenido en su vida más dificultades de las que se merecía. Su familia sufrió tre­mendamente a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mun­dial. Rolf tiene dos hijos, a los que está muy entregado, que han naci­do con un extraño trastorno genético que los discapacita física y mentalmente. En lugar de amargarse por ello o pasarse el resto de la vida representando el papel de mártir, afrontó sus problemas con ab­negación y dedicó muchos años a trabajar como voluntario en favor de los discapacitados. Realmente, es una persona muy especial.
Volví a encontrarme con Rolf y su esposa al final de esa semana, en el pequeño aeródromo. Teníamos previsto tomar el mismo vuelo a Delhi, pero fue cancelado. El siguiente saldría al cabo de unos días, así que decidimos compartir un taxi hasta la capital, un horrible trayec­to de diez horas. La información de mi amigo había cambiado mis sentimientos hacia Rolf y durante el largo trayecto me sentí más re­ceptivo. Como consecuencia de ello, hice un esfuerzo por mantener una conversación. Inicialmente, su actitud fue la misma. Pero pron­to descubrí que, tal como me había comentado mi amigo, su distan­ciamiento se debía más a la timidez que al esnobismo. Mientras tra­queteábamos por la sofocante y polvorienta campiña del norte de la India y nos enfrascábamos cada vez más profundamente en la conversación, demostró ser una persona cálida y un excelente compañe­ro de viaje.
Al llegar a Delhi ya estaba convencido de que el consejo del Dalai Lama de «conocer los antecedentes» de las personas no era tan su­perficial como me había parecido en un principio. Sí, quizá fuera simple, pero no simplista. En ocasiones, el medio más efectivo para intensificar la comunicación es precisamente el que tendemos a con­siderar como ingenuo.
Días más tarde me encontraba todavía en Delhi, esperando el via­je que me llevaría a casa. El cambio respecto de la tranquilidad que se respiraba en Dharamsala era exasperante y me sentía de muy mal humor. Además del apabullante calor, la contaminación y las multitu­des, las aceras estaban atestadas de toda clase de depredadores urba­nos dedicados a la estafa callejera. Caminar por las abrasadoras calles de Delhi como un occidental, un extranjero, un objetivo, abordado sin tregua por los pedigüeños, era como si tuviera tatuada en la fren­te la palabra «Imbécil». Era desmoralizador.
Esa misma mañana fui víctima de una estratagema habitual a car­go de dos hombres. Uno de ellos me salpicó con pintura roja los zapa­tos en un momento en que yo estaba distraído. Un poco más adelan­te, su compinche, con aspecto de inocente limpiabotas me señaló la pintura y se ofreció para limpiarme los zapatos al precio habitual. Efectivamente, me limpió hábilmente los zapatos en pocos minutos. Una vez que hubo terminado, me pidió una suma enorme, equivalente a dos meses de salario para muchos de los habitantes de Delhi. Cuan­do protesté, afirmó que ése era el precio que habíamos convenido. Protesté de nuevo, y el muchacho se puso a gritar, atrayendo la aten­ción de la multitud, que me negaba a pagarle sus servicios. Ese mismo día, algo más tarde, supe que esta añagaza se empleaba a diario con los turistas desprevenidos.
Por la tarde almorcé con una colega en mi hotel. Lo sucedido esa mañana había quedado rápidamente olvidado y ella me preguntó por mis recientes entrevistas con el Dalai Lama. Nos enfrascamos en una conversación sobre las ideas de éste acerca de la empatía y la importancia de adoptar la perspectiva de la otra persona. Después de almor­zar tomamos un taxi y fuimos a visitar a unos amigos comunes. Cuan­do el taxi se ponía en marcha, pensé de nuevo en el limpiabotas y, mientras esas negras imágenes cruzaban por mi mente, se me ocurrió echar un vistazo al taxímetro.
-¡Pare! -grité de pronto.
. Mi amiga se sobresaltó. El taxista me miró burlonamente por el espejo retrovisor, pero siguió conduciendo. -¡Deténgase! -le exigí, con voz ahora temblorosa, con un atisbo de histeria. Mi amiga parecía conmocionada. El taxi se detuvo. Seña­lé furioso el taxímetro, blandiendo el dedo en el aire-. ¡No puso el taxímetro a cero! ¡Había más de veinte rupias cuando iniciamos la ca­rrera!
-Lo siento, señor -dijo el hombre con indiferencia, lo que me enfureció aún más-. Se me olvidó. Lo volveré a poner en marcha... -¡Usted no va a poner en marcha nada! -exploté-. Estoy harto de que hinchen los precios, me lleven en círculo o hagan todo lo que puedan por robar a la gente... ¡Estoy... harto!
Yo balbuceaba como un mojigato escandalizado, y mi amiga parecía consternada. El taxista se limitó a mirarme con la misma expre­sión desafiante de las vacas sagradas que recorren las ajetreadas ca­lles de Delhi y se detienen donde les place, con la sediciosa intención de detener el tráfico, como si yo fuera un quisquilloso incorregible. Arrojé unas pocas rupias sobre el asiento delantero y sin decir una palabra mi amiga y yo nos apeamos.
Pocos minutos más tarde paramos otro taxi y reanudamos el ca­mino. Pero no podía dejar el tema. Mientras recorríamos las calles de Delhi, no paraba de quejarme de que allí «todo el mundo» se dedica­ba a engañar a los turistas y de que no éramos para ellos más que presas. Mi colega me escuchaba en silencio mientras yo despotricaba y desvariaba.
-Bueno -dijo ella finalmente-, veinte rupias no suponen más que un cuarto de dólar. ¿Por qué enfadarse tanto? -¡Pero los principios son los que cuentan! -exclamé con piado­sa indignación-. No comprendo cómo puedes seguir tan tranquila cuando esto ocurre continuamente. ¿No te molesta? -Bueno -me contestó pausadamente-, me molestó por un momento, pero luego pensé en lo que hablamos durante el almuerzo, lo que dijo el Dalai Lama acerca de ver las cosas desde la perspectiva del otro. Mientras tú te enojabas, intentaba ver qué tenía yo en común con el taxista. Ambos deseamos buenos alimentos, dormir bien, sen­tirnos a gusto, ser queridos. Entonces, intenté imaginarme como ta­xista: todo el día en un taxi sofocante, sin aire acondicionado, sintiéndome colérica e irritada por los extranjeros ricos..., así que no se me ocurre nada mejor para que las cosas sean algo más «justas», para ser un poco más feliz, que sacarles un poco de dinero. La cuestión es que, a pesar de que consigo obtener unas pocas rupias de algún que otro turista inocente, no lo considero como una forma muy satisfactoria de llevar una vida mejor... En cualquier caso, Cuanto más me imagi­naba como taxista, menos enfadada me sentía con él. Su vida me parecía sencillamente triste... No es que esté de acuerdo con su compor­tamiento e hicimos bien al bajarnos del taxi, pero no pude enfadarme con él tanto como para odiarle.
Guardé silencio. En realidad, me sentía asombrado ante lo poco que yo había absorbido del Dalai Lama. Para entonces ya había em­pezado a apreciar el valor de «comprender al otro» y sus ejemplos acerca de cómo poner en práctica los principios. Pensé de nuevo en nuestras conversaciones, iniciadas en Arizona y continuadas ahora en la India, y me di cuenta de que, ya desde el principio, habían ad­quirido un tono clínico, como si yo le hiciera preguntas sobre anato­mía humana sólo que, en este caso, era la anatomía de la mente y el espíritu humanos. Hasta ese momento, sin embargo, no se me había ocurrido aplicar plenamente sus ideas a mi propia vida; siempre ha­bía tenido la vaga intención de tratar de ponerlas en práctica en el fu­turo, cuando dispusiera de más tiempo.

Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares


lunes, 26 de febrero de 2018

5 ~ Un nuevo modelo de relación íntima

Segunda parte 
Compasión y calidez humanas

5 ~ Un nuevo modelo de relación íntima

Soledad y conexión


Entré en la suite del hotel donde se alojaba el Dalai Lama y él me invitó a sentarme. Mientras se servía el té, se quitó un par de zapatos Rockports de color caramelo claro y se instaló cómodamente en un sillón.
-¿ y bien? -preguntó con su tono indiferente, pero con una in­flexión que indicaba su disposición a abordar cualquier tema.
Me sonrió y se mantuvo en silencio.
Unos momentos antes, mientras estaba sentado en el vestíbulo del hotel, esperando que llegara la hora de nuestra reunión, yo había to­mado sin demasiado interés un ejemplar de un periódico alternativo local que estaba abierto en la sección de anuncios personales. Pasé rá­pidamente la mirada sobre los anuncios densamente agrupados, don­de predominaban, página tras página, los de gente que buscaba con desesperación relacionarse con otro ser humano. Sin dejar de pensar en aquellos anuncios, me senté para empezar la sesión con el Dalai Lama; de repente decidí dejar de lado la lista de preguntas preparadas que llevaba y le pregunté:
-¿Se siente solo alguna vez? -No -se limitó a contestar. No estaba preparado para esta respuesta. Imaginé que diría más o menos: «Desde luego... De vez en cuando, todo el mundo se siente algo solo». Y luego yo le preguntaría cómo afrontaba la soledad. Yo no esperaba que alguien me contestara que nunca se sentía solo.
-¿No? -le pregunté de nuevo, incrédulo.
-No.
-¿A qué lo atribuye?
Se quedó un momento pensativo antes de contestar. -Creo que una de las razones es que suelo mirar a todo ser hu­mano desde un ángulo positivo, intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente una sensación de afinidad, una es­pecie de conexión.
»Quizá se deba a que existe por mi parte menos recelo, menos te­mor a que si actúo de determinada manera quizá la persona me pier­da el respeto o piense que soy un extraño. Como ese temor no existe provoco una especie de apertura. Creo que ése es el factor principal. Mientras me esforzaba por captar el alcance de lo que decía, pregunté:
-Pero ¿cómo se llega a esa actitud, a no temer ser juzgado por los demás, a despertar su antipatía? ¿Existen métodos específicos al alcan­ce de una persona corriente para desarrollar esa cualidad?
-Primero hay que darse cuenta de la utilidad de la compasión -me contestó con un tono de profunda convicción-. Ese es el fac­tor clave. Una vez que se ha aceptado que la compasión no es algo in­fantil o sentimental, una vez que has comprendido su valor más pro­fundo, desarrollas inmediatamente el deseo de cultivarla.
» y en cuanto estimulas la actitud compasiva en tu mente, en cuan­to se hace activa, tu actitud hacia los demás cambia automáticamen­te. Si te acercas a los demás con disposición compasiva, reducirás tus temores, lo que te permitirá una mayor apertura. Creas un ambiente positivo y amistoso. Con esa actitud abres la posibilidad de recibir afecto o de obtener una respuesta positiva de la otra persona. Y, aun­que el otro no se muestre afable o no responda de una forma positi­va, al menos te habrás aproximado a él con una actitud abierta, que te proporciona flexibilidad y libertad para cambiar tu enfoque cuan­do sea necesario. Esa clase de apertura facilita al menos la posibilidad de tener una conversación significativa con el otro. Pero sin esa acti­tud de compasión, si estás cerrado, irritado o indiferente, te sentirás incómodo aunque seas abordado por tu mejor amigo.
»Creo que en muchos casos la gente espera que sean los otros quie­nes actúen primero de forma positiva, en lugar de tomar la iniciativa de crear esa posibilidad. Tengo la impresión de que eso es un error, que provoca problemas y que puede actuar como una barrera que úni­camente sirve para promover el aislamiento. Así pues, si deseas supe­rar ese sentimiento, creo que la actitud que se adopte establece una di­ferencia tremenda. Y la mejor forma es acercarse a los demás con el pensamiento de la compasión en la propia mente.
Mi sorpresa ante la afirmación del Dalai Lama de que nunca se sentía solo era proporcional a mi convicción de la omnipresencia de la soledad en nuestra sociedad, que no nacía simplemente de mi pro­pia sensación de soledad, o del omnipresente paso por ella que reve­laba mi práctica psiquiátrica. Durante los últimos veinte años, los psicólogos han empezado a estudiar la soledad de una forma científi­ca y han realizado numerosas investigaciones. Uno de los descubri­mientos más notables es que casi todas las personas manifiestan ha­ber padecido en algún momento soledad. En una amplia encuesta realizada en Estados Unidos, una cuarta parte de los adultos dije­ron que se habían sentido muy solos al menos una vez durante las dos semanas anteriores. Aunque a menudo pensamos en la soledad crónica como un padecimiento particularmente difundido solamente entre los ancianos, aislados en viviendas vacías o en los patios trase­ros de las residencias, la investigación revela que los adolescentes y los adultos jóvenes se sienten solos con la misma frecuencia que los ancianos.
Debido al aumento de la soledad, los investigadores han empeza­do a examinar las complejas variables que pueden contribuir a fomen­tarla. Así han descubierto, por ejemplo, que los individuos solitarios tienen problemas para abrirse hacia los demás, dificultades para co­municarse y para escuchar y les faltan ciertas habilidades sociales como saber mantener una conversación (cuándo asentir con un gesto, cómo responder apropiadamente o cuándo callarse). Esta investiga­ción sugiere que una estrategia para superar la soledad sería la de tra­bajar en la mejora de estas habilidades sociales. La estrategia del Da­lai Lama, sin embargo, parecía soslayar la cuestión de las habilidades sociales o de los comportamientos externos, para dirigirse directa­mente al corazón, al valor de la compasión y el cultivo de la misma. A pesar de mi sorpresa inicial, mientras le oía hablar tuve el firme convencimiento de que, efectivamente, nunca se sentía solo. Había pruebas que apoyaban su afirmación. Yo mismo había sido testigo con frecuencia de su primera interacción con alguien totalmente extraño para él, y el resultado era invariablemente positivo. Empezó a quedar claro que estas interacciones positivas no eran accidentales o simple­mente el resultado de una personalidad afable. Percibí que había dedica­do mucho tiempo a pensar en la importancia de la compasión, a cul­tivarla cuidadosamente y a utilizarla para preparar el terreno de su experiencia cotidiana, haciéndolo fértil para las interacciones positi­vas con las demás personas, un método que puede utilizar cualquiera que sufra de soledad.

Dependencia de los demás frente a independencia


-La semilla de la perfección está presente en el interior de todos los seres. No obstante, se necesita compasión para activarla. El Dalai Lama introdujo con estas palabras el tema de la compasión ante un público silencioso, compuesto por unas mil quinientas per­sonas, buena parte de las cuales estaban consagradas al estudio del bu­dismo. A continuación empezó a hablar de la doctrina budista del campo de mérito.
En el sentido budista, el mérito son las huellas positivas en la men­te, o «continuum mental», como resultado de acciones positivas. El Dalai Lama explicó que un campo de mérito es una fuente de la que se puede extraer mérito. Según la teoría budista, son los méritos acumu­lados los que determinan las condiciones de los renacimientos futuros. La doctrina budista especifica dos campos de mérito: el de los budas y el de otros seres sensibles. Una forma de acumular mérito consiste en generar respeto, fe y confianza en los budas, en los seres ilumina­dos. La otra supone practicar la amabilidad, la generosidad, la tole­rancia, y evitar acciones negativas, como matar, robar y mentir. Esta forma exige interacción con los demás, en lugar de interacción con los budas. Por eso, señaló el Dalai Lama, los otros pueden sernos de gran ayuda para acumular mérito.
La descripción que hace el Dalai Lama de otras personas como un campo de mérito posee una hermosa calidad lírica, producto de una gran imaginación. Su lúcido razonamiento y su poder de convicción se combinaron para que la charla de aquella tarde sobrecogiera a los concurrentes. Al mirar alrededor pude darme cuenta de que muchos estaban visiblemente conmovidos. Yo mismo me sentía cautivado. Como resultado de nuestras conversaciones anteriores sobre la im­portancia de la compasión, me sentía todavía fuertemente influido por años de formación y práctica científicas, que me hacían conside­rar toda conversación sobre el tema como demasiado sentimental. Mientras él hablaba, mi mente empezó a distraerse. Miré furtivamen­te alrededor, en busca de rostros famosos, interesantes o familiares. Puesto que había comido demasiado antes de la charla, empecé a sen­tir sueño. Mi conciencia captaba a medias lo que el Dalai Lama decía y, en un momento determinado, mi mente sintonizó de nuevo con la realidad y le oí decir: 
- ... el otro día hablé sobre los factores necesarios para disfrutar de una vida feliz y gozosa, como la buena salud, los bienes materia­les, los amigos, etcétera. Y todos ellos dependen de nuestros seme­jantes. Para mantener una buena salud se necesitan los medicamen­tos fabricados por otros y servicios de atención sanitaria ofrecidos por otros. Si examinan todas las cosas que les proporcionan bienes­tar, descubrirán que no existe ningún objeto que no tenga conexión con otras personas. Si lo piensan cuidadosamente, verán que en la fa­bricación de esos objetos intervienen muchas personas, ya sea direc­ta o indirectamente. No hace falta decir que cuando hablamos de buenos amigos y compañeros como otro factor necesario para llevar una vida feliz, hablamos de interacción con otros seres sensibles, con otros seres humanos.
»Como pueden ver, todos esos factores se hallan inextricablemen­te unidos con los esfuerzos y la cooperación de otras personas. Los otros seres son indispensables. Así que, a pesar de que el proceso de relacionarse con los demás suponga a veces momentos difíciles, dis­putas, debemos intentar mantener una actitud de amistad y cordialidad, de modo que la interacción con ellos nos proporcione una vida feliz.
Mientras él hablaba, experimenté una resistencia instintiva. A pe­sar de que siempre he valorado y disfrutado de mis amigos y mi fami­lia, siempre me he considerado una persona independiente. De hecho, me enorgullezco de esta cualidad. Secretamente, tiendo a considerar con cierto desprecio a las personas dependientes, lo que no deja de ser una señal de debilidad.

Aquella tarde sin embargo, mientras escuchaba al Dalai Lama, ocurrió algo. Puesto que «nuestra dependencia de los demás» no era precisamente mi tema favorito, mi mente empezó a distraerse de nue­vo y me quité con actitud ausente un hilo suelto de la manga de la ca­misa. Sintonicé por un momento con la charla, le escuché hablar so­bre las numerosas personas que participan en la creación de todas nuestras posesiones materiales. Al escuchar sus palabras, empecé a pensar en las muchas personas implicadas en la confección de mi ca­misa. Me imaginé al campesino que cultivó el algodón.
A continua­ción a la persona que le vendió el tractor para arar el campo. Luego, a los cientos o incluso miles de personas que participaron en la fabri­cación de ese tractor, incluidas aquellas que extrajeron el mineral para elaborar el metal que se había utilizado. Y los diseñadores del tractor. Luego, naturalmente, las personas que procesaron el algodón, las que tejieron la tela, las que cortaron, tiñeron y cosieron esa tela. Los mo­zos y conductores de camión que transportaron la camisa hasta la tienda y la dependienta que me vendió la camisa. Se me ocurrió pen­sar que prácticamente todos los aspectos de mi vida eran el resultado de los esfuerzos de los demás. Mi preciosa independencia no era más que una ilusión, una fantasía. Al darme cuenta de ello, me sentí abru­mado por un profundo sentido de interconexión e interdependencia con todos los seres humanos. Experimenté algo parecido a un resque­brajamiento. No sé muy bien qué fue. Pero en aquel momento hubie­ra deseado echarme a llorar.

Relaciones íntimas


Nuestra necesidad de los demás es paradójica. Al mismo tiempo que en nuestra cultura exaltamos la más feroz independencia, tam­bién anhelamos la intimidad y la conexión con una persona especial y querida. Centramos toda nuestra energía en encontrar a esa perso­na que pueda curar nuestra soledad y que, sin embargo, intensifique nuestra ilusión de seguir siendo independientes. Aunque resulta difícil alcanzar esa conexión con una persona, descubrí que el Dalai Lama mantiene relaciones con tantas personas como le es posible y que eso es lo que nos recomienda a todos. De hecho, su objetivo es conectar­se con todos.
Una tarde, al reunirme con él en la suite de su hotel en Arizona, empecé diciéndole:
-En su charla de ayer por la tarde habló de la importancia dé los demás, describiéndolos como un campo de mérito. Pero hay realmen­te tantas formas diferentes de relacionamos con los demás...
-Eso es muy cierto -dijo el Dalai Lama.
-Existe, por ejemplo, una clase de relación que es muy valorada en Occidente -observé-. Me refiero a la que se caracteriza por una profunda intimidad entre dos personas, compartiendo los sentimien­tos más profundos. La gente cree que si no se mantiene una relación semejante es como si algo faltara en sus vidas... De hecho, la psicote­rapia occidental trata de ayudar a menudo a las personas a que desa­rrollen ese tipo de relación íntima...
-Sí, creo que esa intimidad puede verse como algo positivo -asin­tió el Dalai Lama-. Si alguien se ve privado de esa clase de intimidad, puede sufrir trastornos.
-Me preguntaba entonces... -seguí diciendo-. Mientras estaba en el Tíbet usted no sólo fue considerado un rey, sino también una di­vinidad. Supongo que la gente le respetaba e incluso se sentía un poco nerviosa o asustada en su presencia. ¿No creaba eso una distancia emocional con los demás, una sensación de aislamiento? El hecho de estar separado de su familia, de haber sido educado Como monje des­de una tierna edad y de no haberse casado nunca..., ¿no contribuye­ron todas estas cosas a crear una sensación de aislamiento? ¿Ha teni­do alguna vez la sensación de haberse perdido la experiencia de una profunda intimidad personal con los demás, o con una persona espe­cial, como una esposa?
-No -me contestó sin vacilación-. Nunca he experimentado falta de intimidad. Mi padre falleció hace muchos años, pero me sen­tí muy cerca de mi madre, de mis maestros, tutores y otras personas. y con muchos de ellos pude compartir mis sentimientos, temores y preocupaciones más profundas. Cuando estaba en el Tíbet, en las ce­remonias de Estado y en los actos públicos se observaba una cierta formalidad, un cierto protocolo, pero eso no siempre era así. En otras ocasiones, por ejemplo, solía pasar bastante tiempo en la cocina y estuve cerca de algunas personas que trabajaban allí, y bromeábamos, cuchicheábamos y compartíamos cosas de un modo bastante relaja­do, sin formalidad o distancia.
»Así que ni en el Tíbet ni fuera de él, cuando me he convertido en un refugiado, me han faltado personas con las que compartir cosas. Creo que buena parte de esto tiene que ver con mi naturaleza. Me re­sulta fácil compartir. ¡Simplemente, no sé guardar secretos! -Se echó a reír-. Claro que eso puede ser a veces un rasgo negativo, como por ejemplo si después de una discusión en el Kashag':- acerca de asuntos confidenciales, yo hablara abiertamente sobre ellos. Pero ser abierto y compartir cosas puede ser muy útil. Debido precisamente a esta ca­racterística de mi naturaleza, puedo hacer amigos con facilidad; no se trata únicamente de conocer a alguien y mantener una conversación superficial, sino de compartir realmente mis más profundos proble­mas y sufrimientos. Sucede lo mismo cuando recibo buenas noticias; las comento inmediatamente con los demás. De ese modo, experi­mento un sentimiento de intimidad y conexión con mis amigos. Cla­ro que en general me resulta fácil establecer una conexión porque mis interlocutores se sienten muy felices de compartir el sufrimiento o el gozo con el Dalai Lama, con" Su Santidad el Dalai Lama" . -Se echó a reír de nuevo-. En cualquier caso, disfruto de esa intimidad. En el pasado, por ejemplo, si me sentía decepcionado por la política del go­bierno tibetano, o si estaba preocupado por otros problemas, incluso por la amenaza de una invasión china, me retiraba a mis habitaciones y compartía mis sentimientos con la persona que barría el suelo. Desde cierto punto de vista, a algunos les puede parecer bastante estúpido que el Dalai Lama, jefe del estado tibetano, enfrentado con problemas de rango nacional e internacional, quiera compartir sus preocupacio­nes con un barrendero. -Se echó a reír de nuevo-. Pero personal­mente me parece que es muy útil, porque la otra persona participa y entonces podemos afrontar juntos el problema.

Expandir nuestra definición de intimidad


Prácticamente todos los investigadores de las relaciones humanas están de acuerdo en que la relación íntima es fundamental para nues­tra existencia. El muy influyente psicoanalista británico John Bowlby es­cribió que «las vinculaciones íntimas con otros seres humanos son el centro alrededor del cual gira la vida de una persona... Estas vincula­ciones fortalecen a las personas y favorecen el disfrute de la vida. So­bre esto la Ciencia actual y la sabiduría tradicional están de acuerdo». Está claro que la intimidad promueve tanto el bienestar físico como el  psicológico. Al observar los beneficios de las relaciones íntimas, los investigadores médicos han descubierto que las personas que tienen amigos íntimos, a los que pueden dirigirse para buscar seguridad, em­patía, afecto, son las que más probabilidades tienen de sobrevivir a desafíos, como ataques al corazón y operaciones quirúrgicas, y las menos propensas a padecer enfermedades como cáncer e infecciones respiratorias. Un estudio de más de mil pacientes cardíacos del Cen­tro Medico  de la Universidad de Duke descubrió que entre aquellos que no tenían cónyuge o confidente íntimo, se verificaba un índice de mortalidad, en los cinco años posteriores al diagnóstico de enfer­medad cardiaca, tres veces mayor que el registrado entre aquellos que estaban casados o tenían un amigo íntimo. Otro estudio efectuado so­bre miles de residentes del condado de Alameda, en California a lo lar­go de un período de nueve años, demostró que quienes contaban con mayor apoyo social y relaciones íntimas tenían índices más bajos de mortalidad y de cáncer. Y un estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nebraska, sobre ancianos estableció que a quienes mantenían una relación íntima les funcionaba mejor el sistema inmunológico y tenían niveles de colesterol más bajos. Durante el trans­curso de los últimos años se han realizado por lo menos media docena de grandes investigaciones, dirigidas por grupos científicos diferentes, que examinaron la relación entre intimidad y salud. Después de entrevistar a miles de personas, todos los investigadores parecen haber llegado a la misma conclusión: las relaciones íntimas benefician la salud.
La intimidad es igualmente importante para mantener una buena salud emocional. El psicoanalista y filósofo social Erich Fromm afir­mó que el temor básico de la humanidad es verse separado de otros seres humanos. Estaba convencido de que la experiencia de la separa­ción, si se producía por primera vez en la infancia, constituía la fuen­te de toda ansiedad. John Bowlby se mostró de acuerdo y citó una bue­na cantidad de pruebas experimentales en apoyo de la idea de que la separación de las personas que nos cuidan, habitualmente la madre o el padre, durante la última parte del primer año de vida, crea inevita­blemente temor y tristeza en los bebés. En su opinión, la pérdida de relación interpersonal se encuentra en las raíces mismas de las expe­riencias humanas de temor, tristeza y pena.
Así pues, dada la importancia vital de la intimidad, ¿cómo nos las arreglamos para alcanzarla en nuestra vida? Siguiendo el enfoque del Dalai Lama, expuesto en la sección anterior, parecería razonable em­pezar por el estudio de la intimidad, buscando una definición fun­cional y un modelo. Pero al buscar la respuesta en la ciencia, nos encontramos con que todos los investigadores están de acuerdo en la importancia de la intimidad, y que ahí termina la coincidencia. Quizá el resultado más notable de una revisión incluso rápida de los diversos estudios sobre el tema sea comprobar que existe una amplia diver­sidad de opiniones y teorías sobre qué es exactamente la intimidad. En un extremo del espectro está Desmond Morris, que escribe des­de la perspectiva de un zoólogo con formación en etología. En su li­bro Comportamiento íntimo, Morris define así la relación íntima: «Intimar significa acercarse... La intimidad se produce cuando dos personas entran en contacto físico». Tras definir la intimidad en térmi­nos de puro contacto físico, pasa a explorar las innumerables formas de contacto físico entre los seres humanos, desde una simple palmada en la espalda hasta el abrazo sexual. Considera el tacto, desde un es­trecho abrazo hasta modos indirectos de contacto físico, como la manicura, una forma de confortar a otros. Llega a decir incluso que los contactos físicos que mantenemos con los objetos de nuestro entorno, desde los cigarrillos hasta las joyas o las camas de agua, actúan como sustitutos de la intimidad.
La mayoría de los investigadores, sin embargo, no son tan concre­tos en sus definiciones de la intimidad y están de acuerdo en que es algo más que simple cercanía física. Al considerar la raíz de la palabra intimidad, que procede del latín intima, que significa «interior» o «muy interior», admiten a menudo una definición más amplia, como la del doctor Dan McAdams, autor de varios libros sobre el tema: «El deseo de intimidad es el deseo de compartir con otro lo más profundo de sí». Pero las definiciones no se detienen aquí. En el extremo opuesto al de Desmond Morris está el equipo de psiquiatras formado por Thomas Patrick Malone y su hijo Patrick Thomas Malone. En su libro El arte de la intimidad, la definen como «la experiencia de la conectividad». Su estudio se inicia con un meticuloso examen de nuestra «conectivi­dad» con los demás, a pesar de lo cual no se limitan a las relaciones humanas. Su definición es tan amplia que incluye nuestra relación con los objetos inanimados, como árboles, estrellas e incluso el espacio. Los conceptos de intimidad ideal también varían a lo largo y an­cho del mundo y de la historia. La noción romántica de esa «única persona especial» con la que mantenemos una apasionada relación íntima es un producto de nuestro tiempo y cultura. Pero este modelo de intimidad no es universal. Los japoneses, por ejemplo, parecen en­contrar la intimidad en la amistad, mientras que los estadounidenses la buscan en apasionadas relaciones románticas. Al observar esto, al­gunos investigadores han sugerido que los asiáticos, que tienden a centrarse menos en sentimientos personales y se preocupan más por los aspectos prácticos de las relaciones sociales, parecen menos vul­nerables a la desilusión que implica el desmoronamiento de las relaciones.
Los conceptos de intimidad también han cambiado espectacular­mente con el transcurso del tiempo. En la América colonial, por ejem­plo, el grado de intimidad y proximidad física era generalmente ma­yor que el actual, ya que la familia y hasta los extraños compartían es­pacios exiguos, dormían juntos en una misma habitación y utilizaban una misma estancia para bañarse, comer y dormir. Y, sin embargo, la comunicación habitual entre los cónyuges era bastante formal para las normas hoy vigentes, no muy diferente al modo en que las perso­nas conocidas y los vecinos se hablan unos a otros. Apenas un siglo más tarde, el amor y el matrimonio habían experimentado un inten­so proceso de romantización y la exposición de la interioridad era el ingrediente de cualquier relación amorosa.
Las ideas sobre el comportamiento privado e íntimo también han cambiado con el transcurso del tiempo. En la Alemania del siglo XVI, por ejemplo, se esperaba que la pareja de recién casados consumara su matrimonio en una cama rodeada de testigos.
También ha cambiado la forma de expresar las emociones. En la Edad Media se consideraba normal expresar públicamente, con gran intensidad y de forma muy directa, una amplia gama de sentimientos, como alegría, cólera, temor, piedad y hasta el placer de torturar y ma­tar a los enemigos. Los extremos de risa histérica, llanto apasionado y cólera violenta se expresaban con una intensidad que no se acepta­ría en nuestra sociedad. Pero con la frecuente expresión pública de los sentimientos, en esa sociedad no tenía relevancia el concepto de inti­midad emocional; si uno manifiesta abierta e indiscriminadamente toda clase de emociones, queda poco para expresar en los contactos privados.
Está claro, por lo tanto, que las ideas sobre la intimidad no son universales. Cambian con el transcurso del tiempo, vinculadas a con­dicionamientos económicos, sociales y culturales, y además, en un mismo estadio histórico, por los comportamientos y las definiciones. Entonces ¿qué significa esto en nuestra búsqueda del concepto de in­timidad? Creo que la respuesta es evidente..
Hay una increíble diversidad de vidas humanas, infinitos modos de experimentar la intimidad. Esta toma de conciencia, por sí sola, nos ofrece una gran oportunidad. Significa que disponemos de vastos re­cursos de intimidad. La intimidad nos rodea por todas partes. .
Muchos de nosotros nos sentimos oprimidos por la sensación de que algo falta en nuestras vidas, y sufrimos a causa de la ausencia de una relación íntima. Esto es particularmente cierto cuando pasamos por los inevitables períodos en los que no tenemos una relación sentimen­tal, o cuando la pasión se ha desvanecido. En nuestra cultura se ha di­fundido la creencia de que la intimidad se alcanza mejor con una rela­ción romántica y apasionada, al lado de esa persona que singularizamos entre todas las demás. Éste puede ser un punto de vista muy limitador, que nos aleja de otras fuentes potenciales de intimidad y causa mucha desdicha e infelicidad cuando ese alguien especial no está presente. Pero tenemos a nuestro alcance los medios para evitarlo; sólo te­nemos que expandir valerosamente nuestro concepto de intimidad para incluir a todas las personas que nos rodean. Al ampliar nuestra definición de intimidad, descubrimos muchas formas nuevas e igual­mente satisfactorias de conectarnos con los demás. Eso nos conduce de nuevo a mi discusión sobre la soledad con el Dalai Lama, que se inició gracias a la sección de anuncios personales de un periódico. La situación me extrañó. Cuando aquellas personas redactaban sus anun­cios, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas para intro­ducir pasión en sus vidas y desterrar la soledad, ¿cuántas de ellas es­taban ya rodeadas de amigos, familiares o conocidos, con vínculos que podían cultivarse fácilmente hasta convertirlos en relaciones ínti­mas, genuinas y profundamente satisfactorias? Yo diría que muchas. Si lo que buscamos en la vida es la felicidad, y la relación es un ingre­diente importante de una vida más feliz, está claro que tiene sentido orientarnos con arreglo a un modelo que incluya tantas formas de co­nexión con los demás como sea posible. El modelo del Dalai Lama se basa en la voluntad de abrirnos a todos nuestros semejantes, a la fa­milia, los amigos y hasta los extraños, creando así vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común humanidad.
Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares