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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 16 de diciembre de 2018

FASE SIETE: EL DIOS DE SER PURO. «YO SOY» (8/8 1ra parte de 2) (Respuesta sagrada)

¡MARAVILLOSA Semana!!!
CONOCER A DIOS
El Viaje del Alma hacia el Misterio de los Misterios
Deepak CHOPRA

FASE SIETE:
EL DIOS DE SER PURO. «YO SOY» (8/8 1ra parte de 2)
(Respuesta sagrada)

Hay un Dios que solamente puede percibirse yendo más allá de toda percepción.
Por debajo de nosotros, el río era puro como cristal verde, pero como la carretera de montaña era muy tortuosa yo no miraba el agua a pesar de su belleza por temor a perder de vista nuestra meta, que era una puerta en la ladera del precipicio. Aunque pueda parecer extraño, es lo que nos habían dicho que debíamos buscar, pero ¿qué precipicio? El Ganges corta una garganta rugiente a un par de centenares de kilómetros de su nacimiento en el Himalaya, y había precipicios por todas partes.
«¡Espera, creo que es esto!», gritó alguien desde el asiento trasero. La última curva de la carretera nos había acercado a la cima del cañón. Al asomarnos, pudimos ver sólo un estrecho sendero que llevaba, era cierto, a una puerta en el precipicio. Nos detuvimos en la cuneta y los cinco saltamos del coche, y avanzamos por el sendero para encontrar a quien tuviera la llave. Nos habían dicho que buscáramos a un viejo santón, un asceta barbudo que hacía muchos años que vivía allí. Al final del sendero había una choza desvencijada y dentro encontramos a un monje adolescente que nos dijo que no podríamos ver a su maestro durante algunas horas. ¿Y la llave? Sacudió la cabeza.
Fue en aquel momento en que nos dimos cuenta de que la puerta de la cueva sagrada estaba tan deteriorada que la cerradura se había caído. Entonces ¿podíamos entrar? Se encogió de hombros.
«¿Por qué no?»
La puerta, que estaba abierta y se caía de los goznes, chirrió cuando la abrí. Dentro empezaba un túnel, por el que avanzamos en fila a través de la oscuridad, mientras se iba haciendo cada vez más bajo de techo y más estrecho, como una mina. Recorrimos aproximadamente un centenar de metros antes de que se abriera a una cueva en la que pudimos de nuevo ponernos en pie. No teníamos luces y sólo penetraba un ligero resplandor de luz solar desde el exterior.
El monje adolescente nos había hecho prometer un silencio total al entrar en la cueva, porque allí se había meditado durante varios miles de años, desde que el gran sabio Vasishtha se había detenido brevemente en aquel lugar en tiempos legendarios. Pudimos experimentarlo inmediatamente. Vasishtha había sido el tutor del príncipe Rama, una misión imponente considerando que Rama era un dios.
Y ahí estábamos, no sólo en un lugar sagrado sino en el más santo. Yo tengo la desgracia de dejar pasar la santidad. Muchos santones de la India me han impresionado con poco menos que milagros y he sufrido gran cantidad de iniciaciones místicas, como aquella en que una mujer santa me abrió la mancha sagrada en el vértice del cráneo para permitir que entrara un soplo de aire de la corona, y nunca he sentido nada. Sin embargo, en esta cueva, tuve la sensación de que el mundo estaba desapareciendo. Al cabo de un momento apenas recordaba la carretera tortuosa por encima del Ganges y, después de unos minutos en el suelo de fría piedra con los ojos cerrados, se había desvanecido todo nuestro viaje de vacaciones.
Era un buen lugar para encontrar al Dios de la fase siete, al que se conoce cuando todo lo demás se ha olvidado. Cada persona está unida al mundo por miles de hilos invisibles de actividad mental, tiempo, lugar, identidad y todas las experiencias pasadas. En la oscuridad, empecé a perder más de estos hilos. ¿Podría llegar hasta el punto de olvidarme de mí mismo? Un gurú dijo a sus discípulos:

«Todo lo que se refiere a vosotros es un fragmento. Vuestras mentes acumulan estos fragmentos en cada momento. Cuando pensáis que sabéis alguna cosa, os referís solamente a un residuo del pasado. ¿Puede una mente así conocer el todo? Es evidente que no.»

El Dios de la fase siete es holístico, lo abarca todo. Para conocerlo, tenemos que poseer una mente a la que compararnos. Un día, durante un paseo, el filósofo Jean-Jacques Rousseau fue coceado por un caballo y perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, se encontró en un extraño estado: le parecía que el mundo no tenía límites y que él era una partícula de conciencia flotando en un vasto océano. Este «sentimiento oceánico», frase que también utiliza Freud, era impersonal.
Rousseau se sentía unido a todas las cosas, a la tierra, al cielo y a todos los que se encontraban a su alrededor. Aquel estado en que se sintió en éxtasis y libre duró poco pero, sin embargo, le dejó una fuerte impresión que le obsesionó durante el resto de su vida.
En la cueva de Vasishtha, muchas personas, como yo, han estado buscando el mismo sentimiento durante milenios y esto no implicaba nada que estuviera haciendo conscientemente. Era más que un lapsus de memoria, porque la mente de cada persona es como el despertador automático de un hotel que no para de enviar su mensaje. El mío se revolvía con miles de retazos de memoria relacionados con quién soy yo. Algunos se referían a mi familia o a mi trabajo, otros eran sobre la casa o el coche, los billetes de avión, el equipaje, el depósito de gasolina medio lleno; en resumen, todo el tejido de la vida que, de alguna manera, no se integra en el todo.
Mientras que mi mente se revuelve y bulle con todos estos datos, me confirma que soy real, pero ¿por qué necesito que lo haga? Nadie se hace esta pregunta mientras el mundo está con nosotros; nos fundimos en la escena y aceptamos su realidad. Pero pongamos a alguien en la cueva de Vasishtha y estos retazos de identidad ya no le invadirán, la memoria cesará en su destellante resplandor y entonces empieza la persecución... ¿cuál? Nada. Un vacío sin actividad. Dios.
Encontrar a Dios en una habitación vacía, encontrar al Dios definitivo en una habitación vacía, es la experiencia por la que los milagreros sacrifican todos sus poderes. En lugar del más elevado de los éxtasis, tenemos vaciedad. El Dios de la fase siete es tan intangible que no hay cualidades con la que podamos definirlo, porque no hay nada a lo que aferrarse. En la antigua tradición india, se define este aspecto del espíritu solamente por negación. En la fase siete, Dios es 

Nonato
Inmortal
Inmutable
Inamovible
No manifiesto
Inconmensurable
Invisible
Intangible
Infinito

A este Dios no podemos imaginárnoslo como una gran luz y, por lo tanto, para muchos occidentales podría parecer muerto. Pero esta «falta de vida» no es uno de los aspectos negativos que pueden describirlo, ya que este vacío contiene el potencial para toda la vida y toda la experiencia. La cualidad positiva que puede atribuírsele a Dios en la fase siete es la existencia, el ser puro. Por muy desierto que puede hacerse este vacío, aún existe, y esto es suficiente para dar nacimiento al universo.
El misterio de la fase siete es que la nada puede enmascarar lo infinito. Si hubiéramos pasado directamente a esta fase al principio, no hubiera sido posible probar la realidad de un Dios así, porque tenemos que trepar por la escalera espiritual de peldaño en peldaño. Ahora que ya estamos a una altura suficiente como para divisar todo el paisaje, ya podemos dar un empujón a la escalera y alejarla de nosotros, porque ya no nos hace falta apoyo, ni siquiera el de la mente.
Para que la fase siete sea real, tiene que haber una respuesta correspondiente en el cerebro.
Subjetivamente sabemos que existe, porque en cada generación hay personas que nos hablan de la experiencia de la unidad, en la cual el observador se repliega en lo observado. En casos de autismo, un paciente puede llegar a fundirse tan completamente en el mundo que a veces tiene que aferrarse a un árbol para asegurarse de que existe. El poeta Wordsworth tuvo exactamente esta experiencia de niño, refiriéndose a «manchas de tiempo» durante las cuales tenía una sensación sobrenatural de estar suspendido en la inmortalidad. En aquellos momentos aún existía, pero no como una criatura de tiempo y lugar.
Los investigadores cerebrales han podido captar ataques epilépticos en sus aparatos, que es otra circunstancia en la que los pacientes informan de sentimientos sobrenaturales y pérdida de identidad, pero estos ejemplos no nos explican la respuesta sagrada, tal y como yo la llamaría. Las ondas cerebrales alteradas y los informes subjetivos no capturan la capacidad de la mente para comprender el todo. Objetivamente, este estado va más allá de los milagros en los que la persona no hace nada para afectar la realidad salvo contemplarla, aunque en esta mirada las leyes de la naturaleza cambian más profundamente que en los milagros.
Me permitiré apresurarme a poner un ejemplo. No hace mucho, una investigadora de lo paranormal llamada Marilyn Schlitz quiso verificar si había algo de real en la segunda visión. Schlitz escogió el fenómeno por el cual giramos en redondo para descubrir que somos observados desde detrás, a lo cual llamó «observación disimulada». Para ello tomó a un grupo de sujetos y los observó a través de una cámara de vídeo desde otra habitación. Poniendo en marcha y apagando la cámara pudo verificar si cada persona tenía conciencia de ser observada, aún en el caso de que el observador no estuviera presente físicamente. Para no tener que fiarse de las afirmaciones de los sujetos, utilizó un instrumento similar al detector de mentiras, que medía los más sutiles cambios en la respuesta de la piel a la corriente eléctrica.
El experimento fue un éxito; hasta dos tercios de los sujetos mostraron cambios en la conductividad de la piel mientras eran observados a cierta distancia. Cuando Schlitz anunció el éxito de su experimento, se encontró con que otro investigador que había hecho lo mismo había fracasado miserablemente. Había utilizado exactamente los mismos métodos, pero en su laboratorio casi nadie respondió a la segunda visión, y no pudieron explicar la diferencia entre ser observados y no serlo.
Schlitz quedó muy perpleja, pero aún tuvo la suficiente confianza como para invitar a un segundo investigador a su laboratorio y volver a hacer con él el experimento, escogiendo los sujetos en el último momento para asegurarse de que no podían falsificarse los resultados.
Schlitz obtuvo de nuevo resultados, pero cuando consultó con su colega, resultó que éste no
había obtenido nada. Fue un momento extraordinario. ¿Cómo podían dos personas hacer las mismas pruebas objetivas con resultados tan espectacularmente distintos? La única respuesta viable, desde el punto de vista de Schlitz, radicaba en el investigador mismo y los resultados dependían de quién era el observador. Por lo que yo sé, esto es a lo más a que alguien ha llegado para demostrar que el observado y el observador pueden fundirse en una sola cosa. La fusión radica en el corazón de la respuesta sagrada, porque toda separación termina en la unidad.
Tenemos otras pistas para la realidad de esta respuesta, algunas positivas y otras negativas. Las negativas se centran en el «síndrome de la timidez», según el cual hay fenómenos extraños que no se dejan fotografiar; fenómenos como los fantasmas, doblar llaves o abducciones hechas por extraterrestres son atestiguados por personas que no tienen inconveniente en pasar por el detector de mentiras, pero cuando llega el momento de fotografiar estos fenómenos, no aparecen. Las pistas positivas provienen de experimentos como los clásicos llevados a cabo en el departamento de ingeniería de Princeton en los años setenta. En ellos se pidió a los sujetos que miraran a una máquina que emitía al azar ceros y unos, y a la que se conoce como generador numérico aleatorio. El trabajo de los sujetos consistía en utilizar sus mentes para obligar a la máquina a generar más ceros que unos o viceversa. Durante el experimento nadie tocó la máquina ni cambió el programa.
Los resultados fueron sorprendentes, porque sin utilizar otra cosa que la atención concentrada, la mayoría de las personas podía influir de forma significativa en el resultado. En lugar de arrojar una cantidad exactamente igual de ceros y unos, la máquina se desvió en un cinco por ciento o más de los resultados debidos. La razón por la cual los experimentos de Schlitz van incluso más allá es que ella quería una prueba en interés de que no fuera alterada, pero obtuvo de todos modos resultados desviados, dependiendo de quién hacía el experimento.
La respuesta sagrada es el último peldaño en esta dirección y da apoyo a la noción de que no existe observador separado de la observación. Todas las cosas de nuestro alrededor son el producto de quienes somos. En la fase siete ya no proyectamos a Dios sino que lo proyectamos todo, que es lo mismo que estar en la película, fuera de ella y ser la misma película. En la unidad no se deja conscientemente separación y ya no creamos a Dios a nuestra imagen, ni aún la más tenue imagen de un fantasma sagrado.

¿Quién soy?
El origen.

Una persona que alcanza la fase siete está tan libre de ataduras que si le preguntamos «¿quién eres?» la única respuesta posible es: «Soy.» Ésta es la misma respuesta que Jehová le dio a Moisés en el Éxodo cuando le habló desde la zarza en llamas. Moisés estaba guardando ovejas en la ladera de la montaña cuando se le apareció Dios. Moisés se atemorizó pero también se preocupó porque nadie creería que había hablado con Dios. Si iba a ser un mensajero sagrado, al menos necesitaba el nombre de Dios, pero cuando se lo preguntó, Dios replicó: «Yo soy el que soy.»
Equiparar a Dios con la existencia puede parecer que le resta poder, majestad y conocimiento, pero nuestro modelo cuántico nos dice otra cosa. A nivel virtual no hay ni energía, ni tiempo, ni espació. Sin embargo, este aparente vacío es el origen de cualquier cosa que puede medirse como energía, tiempo y espacio, del mismo modo que una mente en blanco es el origen de todos los pensamientos. Isaac Newton tenía el convencimiento de que el universo era literalmente la mente en blanco de Dios y que todas las estrellas y galaxias eran sus pensamientos.
Si Dios tiene una morada, ésta tiene que estar en el vacío, ya que de otro modo seria limitado; y ¿podemos conocer a una deidad ilimitada? En la fase siete tienen que converger dos cosas imposibles: la persona tiene que ser reducida a un simple punto, una partícula de identidad que cierra la última y minúscula abertura entre ella misma y Dios; pero al mismo tiempo, en el momento en que se cura esta separación, este punto minúsculo tiene que expandirse al infinito. Los místicos describen esto como «el Uno se hace Todo». Para ponerlo en términos científicos, cuando cruzamos a la zona cuántica, el espacio-tiempo se pliega sobre sí mismo y la cosa más insignificante de la existencia se funde con la más grande, con lo que el punto y el infinito son iguales.
Si podemos adoptar una mente escéptica para creer en este estado, cosa que no es fácil, se hace evidente la pregunta «¿y ahora qué?». Parece que el proceso está muriendo porque, por mucho que nos acerquemos a él, debemos abandonar el mundo conocido para obtener la fase siete. El milagrero de la fase seis está ya desapegado, pero aún conserva una alegría interior y las débiles intenciones que le motivan para obrar sus milagros. En la fase siete no hay alegría, ni compasión, ni luz, ni verdad. La apuesta definitiva es el fin de la persecución, porque no apostamos a todo o nada, sino que apostamos a todo y a nada.
El problema que tienen los modelos es que siempre son inadecuados porque seleccionan una porción de la realidad y dejan lo demás aparte. ¿Cómo encontraremos un modelo para el Todo y la Nada? Los chinos lo llaman Tao, que significa la presencia entre bastidores que da vida, forma, propósito y movimiento al mundo. Rumi utiliza la siguiente imagen:

Hay alguien que nos cuida
desde detrás de la cortina.
En verdad no estamos aquí,
es nuestra sombra.

En la fase siete, vamos detrás de la cortina y nos unimos a quienquiera que esté allí. Éste es el origen. El viaje espiritual nos lleva al lugar en que empezamos como alma, un mero punto de consciencia, desnudo y despojado de cualidades. Este origen es el ego; «soy» es cuanto podemos decir para describirlo, tal y como lo hizo Dios. Para imaginarnos qué se siente en la fase siete, vengan conmigo a la cueva de Vasishtha, en la que lo olvidé todo, excepto que era. En este estado de desapego no hay nada a lo que aferrarse como etiqueta o descripción:

• No pensamos en el tiempo. Un Dios de ser puro es nonato e inmortal.
• No tenemos deseos de conseguir nada. Un Dios de ser puro es inmutable.
• El silencio nos envuelve. Un Dios de ser puro es inamovible.
• Nada aflora a la superficie de nuestra mente. Un Dios de ser puro no se manifiesta.
• No podemos encontrarnos a nosotros mismos con los cinco sentidos. Un Dios de ser puro es invisible e intangible.
• Nos parece estar en ninguna parte y en todas partes al mismo tiempo. Un Dios de ser puro es infinito.

El sentido común nos dice que si eliminamos estas cualidades no nos queda nada, y la nada es muy poco útil. Incluso cuando se habla a las personas de abandonar los placeres porque, como dijo Buda, están siempre unidos al dolor, la mayoría de los occidentales los dejan y luego vuelven a optar por ellos. En la fase siete, la argumentación tiene que hacerse de una forma más persuasiva. Ante todo, nadie nos fuerza a alcanzar la realización final. En segundo lugar, no anula nuestra existencia ordinaria, porque seguimos comiendo, bebiendo, andando y expresando deseos. Pero ahora el deseo no pertenece a nadie porque hay restos de quienes éramos... y, por cierto, ¿quiénes éramos?
La respuesta es el karma. Hasta que nos convirtamos en puro ser, nuestra identidad está envuelta en un ciclo de deseos que conducen a acciones y cada acción deja una impresión y las impresiones dan lugar a nuevos deseos. Cuando la patata del anuncio de televisión dice: «¡A que no puedes comer sólo una!», se pone en marcha el mecanismo deseo-acción-impresión.
Este ciclo es la interpretación clásica del karma en el que todos estamos atrapados, por la sencilla razón de que todos deseamos cosas. Y ¿qué hay de malo en ello? Los grandes sabios nos enseñan que no hay nada de malo en el karma excepto que no es real. Si miramos a un perrito que persigue su propia cola, estamos viendo karma puro. El perrito está absorto, pero no va a ninguna parte, porque la cola está siempre fuera de su alcance y si el animal la atrapara entre sus dientes, el dolor que sentiría le haría dejarla de nuevo. El karma significa querer siempre más de aquello que no nos lleva a ninguna parte en primer lugar. En la fase siete, nos damos cuenta de esto y ya no vamos a la caza de fantasmas porque hemos llegado al origen, que es el ser puro.

¿Cómo encajo en esto?
Soy.

Una vez que se ha terminado la aventura de la búsqueda del alma, las cosas se calman. El estado de «soy» renuncia al dolor y al placer, y precisamente porque todo deseo está centrado en dolor y placer, es una sorpresa descubrir que aquello que queríamos era solamente ser. Podemos llevar muchas clases de vidas que valgan la pena, pero ¿vale la pena llevar la vida del «soy»? En la fase siete, incluimos todas las fases previas y, por lo tanto, podemos vivir de la forma que queramos. Por analogía, pensemos en el mundo como en una película en la que se está representado todo y, por lo tanto, todos nos comportamos como si el decorado fuera real.
Si nos despertáramos de repente y nos diéramos cuenta de que nada de lo que hay a nuestro alrededor es real, ¿qué haríamos? Ante todo, algunas cosas sucederían involuntariamente y no podríamos tomarnos en serio los dramas de otras personas. Pequeños problemas y grandes tragedias no serían nada para nosotros, y la Segunda Guerra Mundial también sería completamente irreal. Nuestro desapego podría apartarnos de todo, pero podríamos no decírselo a nadie.
También se desvanecerían las motivaciones, porque en un mundo de sueños no hay nada que conseguir. La pobreza puede ser tan buena como unos cuantos millones en el banco cuando el dinero no importa nada. Los afectos emocionales también desaparecerían porque ninguna personalidad sería real. Una vez considerados todos estos cambios, no nos quedan demasiadas opciones. El final de la ilusión es el final de la experiencia tal y como la conocemos, y ¿qué recibimos a cambio? Solamente realidad, pura y sin adornos.
En la India hay una fábula sobre esto. 

Había una vez un gran devoto de Visnú que oraba día y noche para ver a su dios. Una noche se cumplieron sus deseos y se le apareció Visnú. Cayendo de rodillas, el devoto gritó:
—Haré cualquier cosa por ti, oh, mi Señor, no tienes más que pedirlo.
Visnú replicó:
—¿Podrías traerme agua?
Aunque muy sorprendido por la petición, el devoto corrió al río tan deprisa como le permitían sus piernas. Cuando llegó y se arrodilló para recoger el agua, vio a una mujer bellísima en pie, en una isla que había en mitad del río. El devoto se enamoró locamente de ella al instante, robó una barca y remó hacia donde estaba la mujer. Ésta respondió a sus demandas y se casaron; tuvieron hijos en la casa de la isla y el devoto se hizo rico y envejeció con su negocio de comerciante. Muchos años más tarde, un tifón arrasó la isla y el mercader fue arrastrado por la tormenta. Estuvo casi a punto de ahogarse, pero recobró el conocimiento en el lugar en que una vez había rogado para ver a Dios.
Toda su vida, incluyendo su casa, su esposa, y sus hijos, parecía que nunca hubiera existido.
De repente miró por encima de su hombro y vio a Visnú de pie en toda su gloria radiante.
—Bueno —dijo Visnú—, ¿ya me traes el vaso de agua?

La moraleja de esta historia es que no debemos prestar mucha atención a la película, porque en la fase siete hay un cambio en el equilibrio y empezamos a darnos cuenta de lo inmutable en lugar de ver lo mutable. En el sermón de la montaña, Jesús llamó a esto «almacenar un tesoro en el cielo».
Pero las analogías fallan de nuevo. La fase siete no es un premio o una recompensa por haber escogido las opciones adecuadas, es la realización de aquello que siempre hemos sido. Si alguien nos pregunta «¿quién eres?», cualquier respuesta sería errónea excepto «soy», que significa que todos nosotros, incluso los milagreros, estamos equivocados y somos víctimas de una identidad equivocada.. Hemos pasado el tiempo proyectando versiones de realidad, incluyendo versiones de Dios que son inadecuadas.

¿Cómo encontraré a Dios?
Trascendiendo.

Nos haya costado mucho o poco ir más allá de la ilusión y volver a la realidad, cuando llegamos hacemos un aterrizaje accidentado. De hecho, los pocos yoguis y sabios que han hablado de la entrada en la fase siete nos dicen que su primera sensación fue la de estar totalmente perdidos, sentían que se habían desvanecido la comodidad y la ilusión. Estamos hablando de personas que se han deleitado con éxtasis, milagros, profundas percepciones e intimidad con Dios. Sin embargo, también estas experiencias fueron engañosas y, dejándolo todo atrás, ahora saben, a un nivel muy profundo, que ha ocurrido algo bueno. Han trascendido a una nueva vida y a un nuevo nivel de existencia como si se quitaran una piel vieja, porque la antigua vida simplemente se ha marchitado.
Trascender es ir más allá. En términos espirituales también significa crecer. «Ahora que ya no soy un niño he dejado la cosas de los niños», nos dice san Pablo. Por analogía, incluso el karma puede pasar de la edad y dejarse de lado. Veamos un argumento para esto: dos realidades definitivas esperan nuestra aprobación. Una de ellas es el karma, la realidad de las acciones y los deseos; el karma se desenvuelve en el mundo material, forzándonos a dar siempre vueltas a la misma noria. La otra realidad está ejemplificada por el estado abierto, desapegado y pacífico de la meditación profunda. Pocas personas la aceptan, pero aquellas que lo hacen quedan generalmente apartadas de la sociedad como ascetas.
Sin embargo, es falso que nos veamos a nosotros mismos atrapados entre las dos opciones. La «realidad definitiva» significa la sola y única; el vencedor se come al vencido, por lo que si apostamos nuestro dinero al vencido, hemos cometido un error que nos costará caro. Es probable que. nos demos cuenta de que hemos comprado tinieblas en lugar de sustancia y de que nuestros deseos fueron susurros fantasmales que nos llevaron por caminos equivocados. Tal y como lo formuló un maestro védico: «El mundo del karma es infinito, pero descubriréis que es un infinito aburrido. El otro infinito nunca es aburrido.»
La razón de volver al origen deriva pues del interés en uno mismo. No quiero aburrirme; no quiero llegar al final de la búsqueda y terminar con las manos vacías. Aquí terminan todas las metáforas y las analogías porque, del mismo modo que cuando nos despertamos vemos que el sueño ha sido una ilusión, el Ser puede desenmascarar al karma. Eliminemos lo irreal y, por definición, todo lo que queda tiene forzosamente que ser real. El viaje del alma no es un juego, una búsqueda o una apuesta, sino que sigue un curso predeterminado hacia el momento del despertar.
Durante el camino, hay exiguos momentos de despertar que presagian el acontecimiento final.
Creo que podré ilustrar esto con una historia. Cuando yo tenía diez años, mi familia vivía en el acantonamiento de Shillong, cerca del Himalaya, y mi padre tenía un ayudante llamado Baba Sahib que le limpiaba los zapatos y le lavaba la ropa. Baba era un musulmán muy creyente en todo lo sobrenatural. Siempre que bajaba al dhobi ghat, el lavadero del río, solía batir la ropa cerca de un cementerio, porque estaba seguro de que había fantasmas en el lugar y lo probaba tendiendo la ropa mojada en las lápidas. Si se secaban en menos de media hora, Baba tenía la certeza de que aquella noche se vería un fantasma en el cementerio.
Para demostrármelo, me sacó de la casa a hurtadillas y me contó una historia de una madre y un hijo que eran fantasmas primarios y que habían muerto ambos en trágicas circunstancias. Estuvimos sentados entre las tumbas durante dos horas y a medida que transcurría el tiempo yo iba teniendo más sueño y más miedo, pero cuando ya nos íbamos, Baba me señaló algo a lo lejos.
—¡Mira allí! ¿Ves? —gritó.
Y yo vi dos apariciones pálidas flotando sobre una de las lápidas. Corrí a casa presa de una gran excitación y no le dije nada a nadie. Después de todo un día, guardar el secreto se fue haciendo cada vez más difícil, por lo que se lo conté a la persona de más confianza de la casa, mi abuela.
—¿Crees que me lo he imaginado todo? —le pregunté, con la esperanza de que ella confirmara mis visiones o que se sorprendiera con ellas.
—¿Qué importa? —me dijo, encogiéndose de hombros—. Todo el universo es imaginario y tus fantasmas son tan reales como todo lo demás.
En su origen, el cosmos es igualmente real e irreal. La única forma que tengo de saber algo es a través de las neuronas que centellean en mi cerebro, y aunque ellas pudieran llevarme a un tal grado de fina percepción que fuera capaz de ver todos los fotones brillar dentro de mi córtex, en aquel punto mi córtex también se disolvería en fotones. Por lo tanto, se funden en una sola cosa el observador y la cosa que intenta observar, lo cual es exactamente de la manera en que también termina nuestra búsqueda de Dios.

¿Cuál es la naturaleza, del bien y del mal?
El bien es la unión de todo lo opuesto.
El mal ya no existe.

La sombra del mal está al acecho detrás del bien hasta el último momento, y solamente cuando ha sido totalmente absorbido en la unidad, termina la amenaza del mal de forma definitiva. La historia de Jesús culmina este clímax lacerante en el huerto de Getsemaní, cuando oraba para que fuera apartado de él aquel cáliz. Sabía que los romanos iban a capturarlo y ejecutarlo y la perspectiva hizo surgir un tremendo momento de duda. Se trata de uno de los momentos más dolorosos del Nuevo Testamento y es completamente imaginario.
El mismo texto nos dice que Jesús se había apartado de todos los demás y que sus discípulos se habían dormido; por lo tanto, nadie pudo haber escuchado lo que dijo, especialmente si estaba orando. En mi opinión, esta última tentación le fue atribuida por los autores del Evangelio. Pero ¿por qué? Porque sólo pudieron concebir esta situación por sí mismos, viendo a Cristo a través de un espacio, el mismo espacio que nos impide imaginarnos cuánto miedo, tentación, pecado, mal e imperfección pudo trascender. Sin embargo, esto es lo que sucede en la fase siete.
A las religiones les es muy difícil ser divertidas. En la Edad Media, la gente no encontraba la parte humorística del viaje del alma, porque tenían demasiado presentes la muerte, las enfermedades, las tentaciones de Satán y los infortunios de este valle de lágrimas. La Iglesia subestimaba estos horrores y la única escapatoria que tenía la gente se llevaba a cabo durante las fiestas, cuando se erigía un basto estrado de tablas en el exterior de la catedral, sobre el que se escenificaban milagros y en los que Satán no era tan terrible porque era representado como un bufón. Las mismas personas que temblaban ante la perspectiva del pecado eran entonces testigos de las caídas de culo del demonio. En aquellos momentos, la Iglesia les enseñaba una nueva lección: el mal en sí debe ser redimido. La historia terminará aquí en la tierra cuando Satán sea aceptado de nuevo en el cielo, y entonces el triunfo de Dios será completo.
A nivel personal, no podemos permitirnos reírnos los últimos hasta la fase siete, al menos mientras la mente está ocupada en sus opciones, porque algunas resultarán peores que otras. Todos nosotros tendemos a igualar el dolor con el mal, y en tanto que sensación, el dolor nunca termina, porque es parte de nuestra herencia biológica. La única forma de ir más allá del dolor es trascender, y esto se consigue alcanzando un punto de vista más elevado. En la fase siete, todas las versiones del mundo son contempladas como proyecciones, y una proyección no es nada más que un punto de vista que toma vida. De este modo, el punto de vista más elevado abarcará cualquier cosa que suceda, sin preferencia y sin negación.
Yo mismo he estado confrontado con esta posibilidad en dos ocasiones cuando el mal se plantó a la puerta de mi casa. La primera ocurrió a principios de los años setenta cuando yo me esforzaba por llevar una vida de residente en un sórdido barrio de Boston. Mi esposa había salido dejándome a cargo de nuestra hijita. Era ya tarde cuando la puerta del piso se abrió violentamente y un hombretón enorme y amenazador irrumpió sin decir palabra. Eché una ojeada en todas direcciones y, antes de que yo mismo pudiese darme cuenta de que él empuñaba un bate de béisbol, salté sobre él, se lo arrebaté en un breve forcejeo durante el cual no dijimos ni una palabra y en menos de un segundo le había dejado inconsciente de un golpe de bate en la cabeza. Poco después, mi corazón bombeaba adrenalina desesperadamente, pero en el instante en que actué no era yo mismo; aquella acción no me perteneció.
Naturalmente se formó un gran revuelo y cuando llegó la policía se descubrió rápidamente que aquel hombre era un criminal con un apretado historial de asaltos y presuntos asesinatos. Por mi parte, yo había actuado correctamente, aunque a nivel consciente yo tuviese un serio compromiso con la no violencia.
Pero la historia no termina aquí. Hace dos años, había terminado de dar una conferencia en una ciudad del sur y salí por una puerta trasera a una avenida, porque me parecía que era el camino más corto a mi hotel. Fuera me esperaba una banda de tres jóvenes, uno de los cuales sacó una pistola y la colocó en mi sien. Cuando me pidió el billetero, supe de repente qué tenía que decirle: «Mira, puedo darte el dinero en efectivo, pero no las tarjetas de crédito —le dije con voz calmada, enseñándole el dinero—. Supongo que no querrás matarme por unos cuantos miles de pesetas. Esto sería asesinato y lo llevarías encima durante el resto de tus días. Por lo tanto, baja el arma y vete, ¿de acuerdo?»
Yo mismo me sorprendí de haber pronunciado aquellas palabras. Fue como si yo estuviera fuera de mí mismo mirándome. La mano del chico estaba temblando, los tres muchachos parecían muy indecisos. De repente grité «¡Fuera de aquí!» tan fuerte como pude y los tres salieron corriendo dejando caer la pistola a mis pies.
Tenemos dos escenas en las que el mal está presente, y dos reacciones diferentes, que ofrezco como evidencia de que alguna cosa en nuestro interior ya trasciende las situaciones actuales.
Cuando vemos la actuación de términos opuestos nuestra conciencia interior aprovecha cada momento como original. Pero aún no lo he explicado todo sobre el segundo incidente. En mi negociación, también les prometí a los jóvenes que no diría nada a la policía y realmente nunca lo hice. Un acto de violencia potencial fue contestado con otro de violencia, el otro, con pacifismo. No puedo explicar por qué elegí aquellas opciones, sólo puedo decir que no las elegí. Las acciones se desarrollaron por sí mismas y la justicia se hizo en ambos casos, actuando desde más allá de mi limitado punto de vista. En la fase siete, una persona se da cuenta de que no es cosa nuestra equilibrar las balanzas; si entregamos nuestras elecciones a Dios, somos libres de actuar como nos muevan los impulsos, sabiendo que su origen es la unidad divina.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Reunión Mensual Grupo Avatar Armonía

TE INVITAMOS A QUE MEDITES LA SIGUIENTE PROPUESTA
 Y SI RECONOCES QUE ES TIEMPO DE  OFRECERTE A FORMAR PARTE DEL SERVICIO ACTIVO, 
 TE ESPERAMOS EL:
Segundo Domingo de cada mes de 18,00 a 20,00 HS 
en Laureana Ferrari 820 El Palomar




En ​meditación y servicio trabajamos con técnicas de autosanación, diferentes herramientas que nos ayudan a recorrer el sendero con armonía y felicidad;
realizamos ​el  mantreado de​l Rosario de ARMONIZACION de Madre María, como servicio traer anotados los nombres de las personas de su entorno que soliciten sanación a través de la oración. (En papel blanco liso con tinta verde).


Gracias por participar y construir en comunidad la Nueva Tierra de 5ta dimensión!!!​



Objetivos del Grupo Avatar



Recuerden, el trabajo no es con quien ya se encuentra en estos temas (por decirlo así) sino con gente que no está en estos temas, trabajando con la clave de la INCLUSIÓN. 

Esto llevará tiempo y se necesita colaboración completa y obediencia divina... los objetivos dados anteriormente tal vez no los veamos nosotros o algunos de nosotros, pero se verán, porque alguien tuvo que preparar la tierra y plantar las semillas para que otros disfruten de una buena cosecha de trigo.
​ 
​Actividad libre y gratuita, se aceptan donaciones amorosas!​

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 Gracias por darnos esta oportunidad de crecer en conciencia juntos!!!!

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Taller de NUMEROLOGÍA


La Numerología es una Ciencia Sagrada basada en Números y Letras para representar las Vibraciones. Las vibraciones son formas de energía. Por tal motivo tiene aplicaciones multidimesionales. 


La Numerología se interesa por el valor simbólico de los números que representan un impulso de vida, una vibración, una influencia.

El pilar fundamental de la Numerología es el valor cualitativo del número. Cada número se asocia a una idea arquetípica, que tiene su correspondencia en esta Tierra. Por lo tanto, a través de esos valores y sus combinaciones vamos a poder observar la realidad plasmándola en un alto grado, al igual que hace el arquitecto con sus planos.

La Psicología Esotérica de los Números nos revela su acción en el Universo, el carácter y el origen de esta acción; conocimiento que puede llevar a su poseedor al efectivo manejo de la tan poco conocida Potencia que hay encerrada en los números.

El Número es un lenguaje; es aquél adecuado a lo que la filosofía denomina Ciencia del Ser.


La Numerología estudia el significado de las vibraciones que representa cada número, más allá de su connotación matemática, tomando el valor asignado a cada letra del alfabeto, permite conocer, la personalidad, el deseo del Alma, las ambiciones, los talentos que poseemos, las oportunidades, los desafíos, las situaciones kármicas que tenemos que resolver.


De nuestra fecha de nacimiento deriva la lección de vida,  nuestra Misión o Destino que representa la lección de vida,  indica nuestra vocación, la lección a superar y el Don Cósmico que se nos concede para cumplir nuestro destino.


Taller de 8 clases de 2 hs 
Sábados de 17.00 a 19.00 hs.
Comienza 05 de Enero de 2019

domingo, 9 de diciembre de 2018

FASE SEIS: EL DIOS DE LOS MILAGROS (7/8) (Respuesta visionaria)

¡MARAVILLOSA Semana!!!
CONOCER A DIOS
El Viaje del Alma hacia el Misterio de los Misterios
Deepak CHOPRA


FASE SEIS:
EL DIOS DE LOS MILAGROS (7/8)
(Respuesta visionaria)

El Dios Creador nos dio acceso a todo el cosmos, en el que también se encuentran lugares oscuros y compartimientos secretos. Para aceptar esta generosidad, una persona debe también perder el miedo a sus propios lugares oscuros, cosa que raramente sucede. ¿Quién puede verse a sí mismo como un hijo de la luz? Una vez leí lo siguiente en un libro de inspiración: «Estamos en un universo creacional y nuestra capacidad de participar en él se limita únicamente a cuanto de él podemos apreciar.» Al leer estas palabras se me ocurrió que los más grandes santos y maestros del mundo podrían estar simplemente pasándolo bien, ya que tienen la capacidad de vivir en la luz, mientras que los demás no podemos.
Cuesta imaginar que somos ciudadanos del universo, completamente, y sin obstáculo ni limitación alguna. La Iglesia católica reconoce docenas de santos que levitaban, podían estar en dos lugares al mismo tiempo, emitían luz por sus cuerpos cuando oraban y hacían curaciones. Así, por ejemplo, en los años cincuenta unos feligreses de Los Ángeles aseguraron que habían visto a su párroco elevarse del suelo cuando se concentraba en la pasión de los sermones.
A pesar de todos sus milagros o quizá precisamente a causa de ellos, pensamos que los santos no se divierten, no tienen relaciones amorosas, ni impulsos sexuales, y es imposible imaginarnos un santo con dinero y un buen coche. Sin los accesorios adecuados, ropas blancas, sandalias y un halo de virtud, no concebimos al iluminado.
En la fase seis, se comprueban todas estas suposiciones y son posibles los milagros de verdad.
Aceptamos la invitación de Dios de transformar la existencia material, y en ello encontramos un goce extático. Por ejemplo, una de las almas santas más encantadoras de los tiempos recientes fue una monja de finales de la era victoriana llamada hermana María de Jesús Crucificado, que vivió con las carmelitas cerca de Belén; era una mujer árabe nacida en el seno de una familia pobre de la región con el nombre de Mariam Baouardy y que antes de hacer sus votos había trabajado como asistenta doméstica.
Al entrar en el convento en 1874, las otras monjas descubrieron que su novicia tenía el alarmante hábito de elevarse a las copas de los árboles y de saltar de rama en rama como un pájaro. Algunas de las ramas en las que se posaba no tenían fuerza ni para sostener un pajarillo. Estas proezas alarmaban a Mariam que no tenía forma de predecir o de controlar sus éxtasis, y en una ocasión al menos (de un total de ocho que se observaron) Mariam pidió tímidamente a sus compañeras que se volvieran y no la miraran.
En su estado extático, la «pequeña», como se conocía a Mariam, cantaba constantemente plegarias a Dios. La madre priora, en lugar; de caer de rodillas respetuosamente, ordenó a Mariam que volviera a la tierra inmediatamente.
En el momento en que oyó la palabra «obediencia», la extasiada descendió «con una faz radiante» y perfectamente modesta, y se detuvo en algunas ramas para cantar «¡Amor!»...
—¿Por qué se eleva usted de esta manera? —le preguntó la madre priora.
—El Cordero [Cristo] me transporta en sus manos —respondió Mariam—. Si obedezco rápidamente, el árbol se hace así —dijo colocando una mano cerca del suelo.
Estoy seguro de que en algún remoto lugar del planeta alguien, cuyo nombre nos es totalmente desconocido, está levitando. El hecho de que los escépticos nieguen la existencia de milagros no importa en absoluto, puesto que la existencia de milagros nos anuncia al Dios de la fase seis, que tiene las siguientes cualidades:

Transformador
Místico
Iluminado
Está más allá de las causas
Existe
Cura
Mágico
Alquimista

Las palabras sólo pueden darnos una vaga idea del ser del que estamos hablando. Un Dios de milagros está inmerso tan profundamente en el mundo cuántico que incluso aquellos que han pasado años de su vida en la plegaria y la meditación puede que no hayan detectado huellas de él. El mundo material está organizado para funcionar sin su presencia, lo cual hace que el Dios de los milagros sea profundamente místico incluso desde el punto de vista religioso. ¿Estaba Jesús exagerando cuando hizo su afirmación más espectacular acerca de los poderes que Dios puede conceder?
Yo os digo que si vuestra fe fuera solamente del tamaño de un grano de mostaza, diríais a esta montaña: «Muévete de aquí para allá», y la montaña se movería; nada os sería imposible.
Esta promesa tiene una explicación. Consideremos la descripción de la creación que se hace en el más místico de los Evangelios que es el de San Juan: «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.» En otras partes de la Biblia, un escritor que quería referirse a la sabiduría divina, la llamó el Verbo, pero San Juan dice «el Verbo es Dios». Es evidente que no hay ninguna palabra ordinaria implicada, y que quiere decir algo así como: antes de que hubiera tiempo y  espacio, afuera en el cosmos sólo había una tenue vibración y en esta vibración estaba contenido todo, todos los universos, todos los acontecimientos, todo el tiempo y todo el espacio. Esta vibración primordial estaba con Dios y, por lo que podemos profundizar, es Dios. La inteligencia divina estaba comprimida en este «Verbo» y cuando al universo le llegó la hora de nacer, el «Verbo» se transformó a sí mismo en energía y en materia.
En la fase seis, una persona vuelve al mundo, en toda su fuerza primordial, para descubrir los orígenes. Detrás de todas las cosas hay una vibración, no en el sentido de una onda sonora o de energía, porque estas ondas son materiales, sino que es la «madre de las vibraciones» al nivel virtual que lo incluye todo.
En la India, el sonido de la madre divina tomó el nombre de om, y se cree que meditar con este sonido desvelará todos los secretos de la madre. Posiblemente om sea la palabra a la cual se refiere San Juan, cosa que nadie que no haya llegado a la fase seis podrá saber con certeza, pero podemos imaginárnoslo porque los más grandes hacedores de milagros tienen discípulos y en todas las épocas, los discípulos dicen lo mismo del maestro sagrado:

• Estar en su presencia es suficiente como para cambiarnos la vida. El Dios de los milagros es transformador.
• El maestro desprende un aura sagrada que la mente no puede comprender. El Dios de los
milagros es místico.
• Un maestro sagrado da muestras de altos estados de conciencia. El Dios de los milagros es iluminado.
• Las acciones del maestro se rigen por un razonamiento secreto que algunas veces no tiene sentido para sus seguidores. El Dios de los milagros está más allá de las causas.
• El maestro purifica a otras personas de sus imperfecciones y es capaz de curar enfermedades. El Dios de los milagros cura.
• El maestro puede obrar maravillas que desafían toda explicación. El Dios de los milagros es mágico.
• El maestro puede interesarse en la ciencia esotérica. El Dios de los milagros es alquimista.

Sin embargo, estas cualidades no nos dicen nada del trabajo interior de la mente de un santo.
¿Qué mecanismo cerebral, si es que existe, nos da una visión de Dios y hace que los milagros sean posibles? Todo lo que tenemos son pistas aisladas. Algunos investigadores han especulado sobre el hecho de que los dos hemisferios del cerebro se equilibran completamente en las fases más elevadas de la consciencia. Una tradición yóguica sostiene que también la respiración llega a equilibrarse y, en lugar de dar preferencia a una de las fosas nasales, la persona siente que de ambas fluye un suave flujo rítmico de respiración. Otra especulación sostiene que el cerebro se hace más «coherente», en el sentido de que los modelos de ondas que normalmente están en desorden y desconectadas se sincronizan, del mismo modo que el batir sincronizado de millones de células del corazón durante el ritmo normal cardíaco, pero esta coherencia ha sido raramente detectada y aún se debate sobre ella.
Por lo tanto, lo que nos queda es una esquiva función cerebral que yo llamaré la respuesta visionaria, que está marcada por la capacidad de cambiar los estados de energía fuera del cuerpo, siendo la causa de que se transformen los objetos y los acontecimientos. Aunque todo esto pueda sonar muy vago, para alguien que esté en la fase seis, los milagros son tan fáciles como cualquier otro proceso mental, y ningún investigador del cerebro ha podido llegar muy lejos en la tarea de describir el cambio necesario que debe conseguirse para hacer un milagro.
Una vez que hemos admitido la existencia de la respuesta visionaria, es fascinante aprender lo importantes que son los símbolos y las imágenes. Por ejemplo, curar no es nunca lo mismo en las distintas culturas. En nuestra cultura, el corazón humano es visto como una máquina de relojería que sufre un desgaste con el tiempo y que arreglamos por medio de reparaciones mecánicas del mismo modo que lo haríamos con un reloj usado. O sea que, cuando descubrimos que los viudos sufren de una alta incidencia de muertes repentinas debido a ataques cardíacos, no acabamos de encajar el hecho de que la tristeza puede matar, porque no hay muchas máquinas que mueran de tristeza.
En algunas regiones del Amazonas, se considera que el cuerpo es una extensión de la jungla. En este entorno, las hormigas son portadoras de toxinas, venenos, alimentos en putrefacción, etc. Según nos explica un antropólogo, un aldeano fue en una ocasión a ver al curandero local con un absceso inflamado en la mandíbula debido a un diente infectado. El curandero ató un cordel alrededor del diente e inmediatamente, una fila de grandes hormigas salió de la boca del aldeano pasando por el cordel. Se llevaron las toxinas y el aldeano se recuperó sin tener que perder el diente.
Dejando aparte los símbolos, ¿de qué forma se efectuó la curación? Recordemos también a los cirujanos psíquicos de las Filipinas, que parece que penetran con las manos en el cuerpo de los pacientes y extraen todo tipo de tejidos sangrantes, ninguno de los cuales es de los que se encuentran dentro del cuerpo durante la autopsia. En muchos casos, los pacientes informan de que han sentido realmente los dedos del cirujano y se habla de curaciones espectaculares.
En términos cuánticos podemos ofrecer una explicación de lo que hacen los curanderos en los alrededores de lo milagroso. El curandero no utiliza la hipnosis, pero al mismo tiempo tampoco opera en el plano físico. Por lo que sabemos de nuestro modelo cuántico, cualquier objeto puede ser reducido a bloques de energía. Sin embargo, hasta ahora, nuestra consciencia no podía cambiar estos modelos invisibles de fotones excepto de una forma muy limitada. Podemos imaginarnos un cuerpo saludable, por ejemplo, pero esta imagen no evita que podamos caer enfermos. De hecho, el curandero convierte una imagen mental en una realidad física, que es lo que hacen todos los milagreros. A nivel cuántico «vemos» un nuevo resultado, y es de esta visión que emerge el nuevo resultado.
De esto se desprende una lucha de poderes, y el curandero tiene que ser más poderoso que su paciente para hacer todo tipo de cambio permanente en su condición, porque lo que está alterando son los modelos de energía que han sido distorsionados y han causado la enfermedad. Un diente infectado o una retina desprendida no son más que un bloque de fotones, una imagen deformada hecha de luz.
La cuestión clave no es si el curandero es real o falso, sino la fuerza que tiene en su subconsciente ya que él sólo es el que hace que el paciente entre en la realidad alterada con él, junto con los observadores que se encuentran presentes. Debo enfatizar el «que se encuentran presentes» porque esto es un efecto de campo y, del mismo modo que Un imán puede atraer el hierro sólo a una cierta distancia, el milagrero tiene sólo un determinado alcance de capacidad. Se ha llegado incluso a decir que si hay demasiadas personas en la habitación, el fenómeno no se produce.
El conglomerado de conciencias que forman todos ellos es demasiado grande para manejarlo, como una viga de hierro es demasiado grande para que un pequeño imán la mueva.
Cuando la Virgen María se apareció en Fátíma, en Portugal, en 1917, una inmensa multitud que se estimó en setenta mil personas se reunió para presenciar la aparición que había sido prometida a los tres pastorcitos del pueblo. Aquellos que estaban más cerca de los niños contaron que el sol giró como un remolino en el cielo y se precipitó hacia la tierra en medio de una luz irisada, mientras que otros que estaban más lejos vieron solamente una luz brillante y los que estaban a mayor distancia no vieron nada de esto. En cuanto a los niños, cayeron de rodillas y hablaron con la Virgen María.
Cuando el milagro ha terminado, los observadores abandonan la esfera de influencia del milagrero, el efecto campo ya no funciona y todo el mundo recupera su estado normal de conciencia en una transición que puede ser brusca y en la que algunas personas incluso se debilitan o se sienten turbadas. El mundo milagroso se desvanece y aparece un sentido de imprecisión sobre lo que acaba de suceder. En la vida ordinaria, los acontecimientos siguen siendo desconcertantes y de ahí el escepticismo existente sobre apariciones sagradas, cirujanos psíquicos y curanderos de la jungla.
Pero la respuesta visionaria describe otro nivel de conciencia en el que los modelos de energía se mueven con cada uno de los pensamientos. El hecho de que estos cambios alteren el mundo exterior es sorprendente para nosotros pero es natural para las personas que están en la fase seis.

¿Quién soy?
Conciencia iluminada.

Hemos llegado muy lejos con la pregunta «¿quién soy?». Si empezamos por el cuerpo físico de la fase uno y nos vamos moviendo firmemente hacia planos menos físicos, no llegamos a otra cosa que no sea la conciencia. «Yo» no soy ni siquiera la mente, sólo la luz. Mi identidad flota en una niebla cuántica mientras los fotones parpadean dentro y fuera de la existencia. Mientras observo estos modelos cambiantes que vienen y van, no me siento apegado a ninguno de ellos; incluso no me preocupa el hecho de no tener una vivienda permanente, porque es suficiente estar bañado de luz.
De los millones de formas con que podríamos definir la iluminación, hay una buena que es identificarse con la luz. Los milagreros hacen algo más que tener acceso a modelos de energía.
Como dicen los Vedas: «No es que aprendamos el conocimiento, es que nos convertimos en conocimiento.» Jesús hablaba en parábolas pero podía muy bien haber hablado literalmente cuando declaró a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo.»
Es imposible saber cuántos seres humanos se han vuelto milagreros. Según el judaismo místico, treinta y seis almas puras, conocidas como los Lamed Vov, hacen que el mundo siga vivo. Algunas sectas de la India reducen este número a siete maestros iluminados cada vez. Sin embargo, también nos dice el Antiguo Testamento que Dios hubiera salvado Sodoma y Gomorra si hubiera podido encontrar cincuenta justos, pero que redujo finalmente el número a uno solo, Lot, cuya esposa fue convertida en estatua de sal y las ciudades fueron destruidas. Por implicación, si aspiramos a unirnos a alguno de estos grupos, nuestras posibilidades son ínfimas, pero ¿es posible resistirse a ser iluminados?
La inmensa mayoría de personas ha dicho que no con sus acciones o con sus palabras, pero debemos resaltar que el poder de hacer milagros es accesible antes de la santidad. Cuando vemos una imagen en el cerebro estamos desplazando la realidad, y una imagen mental es apenas perceptible y se desvanece pronto, pero no importa. La operación decisiva que hay detrás del milagro es que la podemos efectuar, porque la diferencia entre nosotros y el milagrero es que nosotros no creamos un campo de fuerza suficientemente fuerte como para hacer que nuestra imagen mental se proyecte al mundo exterior.
Incluso así, si llegamos al campo de fuerza de un alma más grande, nuestra realidad puede desplazarse rápidamente. Hace tiempo me contaron un interesante caso de un médico occidental que hizo un viaje a lo más profundo de la selva tropical colombiana. Un día, mientras trepaba por una pared rocosa muy resbaladiza al lado de una cascada, perdió pie y tuvo una grave caída. Se lesionó la espalda y ya no pudo andar, en un momento en que la expedición estaba a doscientos kilómetros de la ciudad más cercana y no contaba ni con teléfono ni electricidad.
Durante varios días descansó en un pequeño poblado, con la esperanza de que el dolor disminuyera lo suficiente como para arreglárselas por sí mismo, pero en lugar de ello, empeoró, porque el tejido afectado se iba inflamando aún más. En su desesperación, permitió Finalmente ponerse en manos de un chamán. Cuando éste llegó, empezó a ponerse en trance, a tomar hierbas alucinógenas y a cantar durante varias horas. En medio del ritual, el doctor se encontró dormitando y se sintió arrastrado. Cuando se despertó, el chamán se había ido y el dolor de espalda había remitido. Para su sorpresa, pudo levantarse y andar como si nada le hubiese ocurrido.
«No tengo ni idea de qué es lo que ocurrió —contaba posteriormente—, pero se me ocurre una cosa, y es que había llegado a un punto de total desesperación antes de permitir que llamaran al curandero, en el que yo no creía pero, al menos, tampoco dejaba de creer.»
En mi opinión, este médico cerró el circuito entre el curandero y él mismo de una forma significativa al permitir sin oponer resistencia que el chamán fuera hacia la luz. Algunos curanderos creyentes empiezan por imponer las manos y preguntar «¿Crees que Dios puede curarte?». Visto desde una perspectiva más amplia, nadie tiene el poder de mantener a Dios totalmente apartado y sólo podemos cerrar o abrir nuestra aceptación de la luz, cosa que ayuda a crear un proceso que va a favorecer poco a poco nuestra disponibilidad a estar abiertos. Sin importar cuánta documentación se ofrece para apoyar los milagros, muchas personas aún dirán: «Pero ¿tú has visto alguno personalmente? » Pues, de hecho, yo he tenido uno lo suficientemente cerca. Tengo un primo que es veterano de la guerra de Cachemira y que hace unos años fue atacado por un virulento acceso de hepatitis C. Como somos una familia de médicos, recibió todo tipo de tratamientos, entre los que se encontraba el interferón, pero no servían de nada, porque su número de plaquetas descendía de forma alarmante y se elevaba el número de virus de la hepatitis.
Hace unos cuantos meses, fue a ver a un sanador energético en la India que pasó las manos por el hígado de mi primo para extraer la entidad que causaba la enfermedad. En poco tiempo, el número de plaquetas volvió a la normalidad y el número de virus remitió y no quedaron síntomas de la enfermedad. Para mí, todo esto es un milagro del que podemos extraer una enseñanza. Podemos tomar a muchas personas de nuestra sociedad y enseñarles con éxito el arte del «toque sanador», que precisa que el práctico pase sus manos unos cuantos centímetros por encima de la piel del paciente para así sentir dónde están los núcleos calientes de energía, que se detectan como una parcela de calor sobre esa región. Entonces, el práctico aparta este exceso de energía para disiparlo y en muchos casos se alcanza la curación, normalmente en forma de una recuperación más rápida que con los tratamientos convencionales.
¿Existen realmente estas parcelas de calor sobre las zonas enfermas del cuerpo? De ser así,
¿por qué tendría que tener una diferencia significativa en la curación del paciente? La respuesta depende del hecho de que la base de la curación no es material sino cuántica, porque las cosas son reales en el mundo cuántico si hacemos que sean reales y esto lo conseguimos manipulando la luz.
Con mucho cuidado y paciencia, cualquiera de nosotros puede aprender a hacerlo, porque la curación por imposición de manos no es más que una de las maneras de curar. Si formáramos una escuela para enseñar a enfermeras el modo de extraer hormigas de la jungla de la boca de una persona enferma, algunas de las alumnas estarían decididamente capacitadas para hacerlo. Del mismo modo, cualquier milagro puede estar a nuestro alcance, sólo con que empecemos a alterar nuestra concepción de quiénes somos y de qué modo trabajan nuestras mentes.

¿Cómo encajo en esto?
Con amor.

Cuando un milagrero se da cuenta de que está bañado en luz, siente un intenso amor, porque está absorbiendo las cualidades espirituales que contiene la luz. Cuando Jesús dijo «Yo soy la luz», lo que quería decir era: «Estoy totalmente dentro del campo de fuerza de Dios.» En la India, personas de cualquier nivel aspiran a ponerse dentro del campo de fuerza de un santo, al que se llama darshan, una palabra sánscrita que significa estar a la vista de alguien. Hace unos años fui a buscar darshan a casa de una mujer santa de las afueras de Bombay conocida por sus seguidores simplemente como Madre.
La casa —una simple choza de ladrillo en un pueblecito— era minúscula. Fui llevado a su presencia en una sala aún más pequeña donde ella esperaba sentada en un sofá al lado de la ventana. Su ayudante, una anciana, me indicó silenciosamente una silla. La Madre, vestida con un sari dorado y con unos ojos grandes y expresivos, parecía tener algo más de treinta años. Nos sentamos en silencio. La cálida llovizna que caía en la calle se transformó en una tormenta tropical y era el único ruido que se oía. Al cabo de un rato, empecé a notar un maravilloso sentimiento de dulzura en la habitación que dejó mi mente completamente en paz. Cerré los ojos pero era consciente de que la Madre me estaba mirando. Al cabo de media hora, la ayudante me preguntó en voz baja si deseaba formular alguna pregunta. «Con toda libertad —dijo—. Después de todo, estás hablando con Dios. Sea lo que sea lo que le pidas, él se ocupará de ello.»
No me sorprendí en absoluto, porque en la India, cuando una persona alcanza un estado de consciencia que está en completa intimidad con Dios, los demás se refieren a ella de esta forma, pero no tenía ninguna pregunta que hacer. Pude sentir sin la menor duda que aquella joven creaba por sí misma una atmósfera de ternura y amor, y ofrecía una tranquilidad tal que en aquel momento se podía creer en una «energía madre» inherente al universo.
En la fase seis, todos los dioses y diosas son aspectos de uno mismo expresados en estados de buena energía. No me declaro devoto cuando digo que la Madre era capaz de hacer sentir estas energías, sino que la única sorpresa es que pudiera hacerlo por un extraño, ya que todos sentimos esta energía madre alrededor de nuestras propias madres cuando somos niños. En la India es bien sabido que el darshan no es el mismo con cada santo. Algunos de ellos tienen una presencia que es casi como un trance; otros crean un sabor a miel o fragancia de flores. Los «juncos de darshan» que pasan horas en presencia de personas santas pueden recitar qué shakti, o poder, se siente en presencia de un santo determinado, y se cree que los visitantes pueden absorber estos sabores de Dios como si fueran esponjas.
El momento más emocionante con la Madre fue cuando me despedí. Su ayudante me mostró la puerta y me despidió con una observación en mal inglés. «Ahora ya no tienes problemas —dijo alegremente—. ¡Dios pagará tus deudas!»
Nadie puede pretender que la fase seis sola revele el amor de Dios, pero la analogía con el magnetismo encaja perfectamente. La aguja de una brújula, expuesta al débil campo magnético terrestre, se encara temblorosa hacia el norte de forma infalible, pero si agitamos la brújula, la aguja oscila. Sin embargo, si la acercamos a un campo electromagnético potente, la aguja quedará fija sin oscilar.
Del mismo modo, todos estamos en el campo de fuerza del amor, pero en las primeras fases del crecimiento espiritual, su poder es débil y podemos ser arrojados en otras direcciones. En esto influyen emociones en conflicto, pero lo que es más importante, se nos bloquea nuestra percepción del amor, y una persona no se da cuenta de que la fuerza de Dios es inmensamente poderosa hasta después de años de limpiar los bloqueos internos de represión, dudas, emociones negativas y antiguos condicionantes. Cuando esto sucede, nada podrá apartar nuestras mentes del amor como emoción personal que se transmuta en energía cósmica. Rumi lo describe de una forma magnífica:

Oh Dios,
¡he descubierto el amor!
¡Qué maravilloso, qué bueno, que bello es!...
Ofrezco mi saludo
al espíritu de pasión que hizo nacer y excitar todo el universo
y todo lo que contiene.

Rumi cree que cada átomo de la creación baila de pasión por Dios, tal y como sucede en la conciencia de la fase seis. Hay que dar un salto cuántico con la conciencia para amar a Dios constantemente, y sin embargo, cuando finalmente damos el salto, no hay realmente Dios alguno que amar como objeto separado, ya que la fusión del adorador y de lo adorado es casi completa, pero es suficiente para animarlo todo en la creación. Como dice Rumi: «Esto es el amor que hace vivir nuestro cuerpo.»

¿Cómo encontraré a Dios?
Con la gracia.

En la fase seis, ya no es necesario buscar a Dios, del mismo modo que no tenemos que buscar la gravedad, porque Dios está presente y es constante en todo momento. En algunas ocasiones lo sentimos en nuestro éxtasis, pero a menudo podemos sentir dolor, angustia y confusión. Esta mezcla de sentimientos nos recuerda que hay dos entidades que entran en conjunción, una es el espíritu y la otra es el cuerpo. El cuerpo puede percibir el espíritu solamente a través del sistema nervioso y, a medida que va aumentando la intensidad de Dios, el sistema nervioso se siente sobrecogido por él y no tenemos otra opción más que adaptarnos, aunque estas adaptaciones nos causen sensaciones de intenso quemazón, temblores, desmayos y palidez, junto con miedo y estados semipsícóticos. Aún es bastante común intentar buscar «explicaciones» médicas a las visiones de los santos dándoles el nombre de ataques epilépticos, por ejemplo, y a la luz cegadora de las visiones sagradas como un efecto lateral de graves cefaleas. Pero ¿cómo sabemos que esto no es verdad?
Una refutación muy evidente es que las cefaleas y la epilepsia ni producen inspiración, ni nos aportan sabiduría y percepción, mientras que los santos son ejemplos de la gracia en acción. No puedo dejar de pensar en el místico polaco, el padre Maximilian Kolbe, una figura santa que murió bajo el régimen nazi en Auschwitz. Aunque estaba totalmente demacrado y sufría de tuberculosis desde hacía mucho tiempo, Kolbe entregaba la mayor parte de su ya magra ración a otros prisioneros. En una ocasión, estaba totalmente muerto de sed y un médico también prisionero en el campo le ofreció una taza de té de contrabando, pero él la rehusó, porque otros reclusos no tenían nada que beber. El padre Maximilian sufrió constantes palizas y tortura. Al final, presenció cómo condenaban a otro recluso a morir de hambre en una cripta subterránea y Kolbe se presentó voluntario para ponerse en el lugar del otro preso. Cuando unos días más tarde se abrió la cripta, todos habían muerto excepto él, que fue entonces ejecutado con una inyección letal.
Ante sus propios ojos, Kolbe no era un mártir, pero algunos de sus camaradas prisioneros e incluso algunos nazis dieron testimonio de primera mano del estado de gracia en que estaba. Un judío superviviente testificó bajo juramento que el padre Maximilian emanaba luz cuando oraba por la noche y este informe fue secundado por otros varios en los años anteriores al arresto del sacerdote.
Su conducta fue siempre sencilla y humilde y cuando le preguntaban cómo podía soportar con tanta entereza el tratamiento que recibía de los nazis, él sólo decía que se debe responder al mal con amor.
Hay pocas historias de santos que sean tan conmovedoras como ésta, que nos deja el sentimiento de que la gracia es sobrehumana, y en cierto sentido lo es, ya que la presencia de Dios vence las más adversas condiciones de dolor y de sufrimiento. Sin embargo, en otro sentido, la gracia nos ofrece apoyo constante en nuestra vida diaria y no podemos decir en modo alguno, mientras trabajamos en cada una de las fases de crecimiento interior, si estamos de hecho haciendo alguna cosa por voluntad propia. Una vez le preguntaron a un maestro hindú si «cuando nos afanamos por alcanzar estados más elevados de conciencia, somos nosotros los que estamos haciendo realmente algo o simplemente nos ocurre». «Podríamos verlo de las dos maneras — replicó—. Nosotros hacemos nuestra parte, pero la motivación real viene del exterior de nosotros, aunque si queremos ser estrictamente exactos, de hecho todo nos está sucediendo.»
Si en la fase seis Dios es como un campo de fuerza, la gracia es la atracción magnética y se adapta a cada persona. Hemos formulado nuestras opciones, algunas de las cuales son buenas y otras son malas para nosotros, y luego la gracia adapta los resultados. Para expresarlo de otra forma, cada uno de nosotros hace cosas que tienen consecuencias inesperadas y, como nuestra previsión es limitada, nuestras acciones están siempre sujetas a la ceguera de lo que va a suceder luego.
La palabra karma significa al mismo tiempo la acción y el resultado impredecible. Cinco personas pueden amasar una fortuna, aunque para cada una de ellas el dinero crea consecuencias diferentes, que van de la miseria a la conformidad.  mismo es válido para cualquier acción. ¿Por qué el karma no es mecánico? ¿Por qué la acción A no siempre conduce al resultado B? La ley del karma se compara a menudo con una simple relación causa-efecto, utilizando la analogía de las bolas de billar cuando las golpeamos con el taco. Los ángulos y los rebotes de las bolas de billar son muy complejas, pero un jugador hábil puede calcular su tiro por adelantado con extremada exactitud, lo cual le permite predecir el camino que seguirá cada bola una vez que haya escapado de su control.
Si el karma fuera mecánico, sucedería lo mismo con nuestras acciones: las planificaríamos, las dejaríamos ir y estaríamos seguros de los resultados. Teóricamente, nada nos lo impide aunque en realidad estamos bloqueados por la absoluta complejidad de todo lo que tenemos que calcular. Cada uno de nosotros lleva a cabo millones de acciones cada día porque, para hablar estrictamente, cada pensamiento es un karma, así como cada respiración, cada bocado de comida, etc., por lo que el juego de billar tiene en este caso un número casi infinito de bolas. Pero es aquí donde entra en juego algo insondable: la gracia.
Dios, con su suprema inteligencia, no tiene problemas en calcular un número infinito de bolas de billar o un número infinito de karmas, y la operación mecánica podría también ser llevada a cabo por un superordenador. Sin embargo, Dios también ama a sus criaturas y desea estar unido a ellas tan íntimamente como sea posible, por lo que introduce en su cálculo la siguiente instrucción especial:

Dejemos que todas las acciones de una persona reboten y choquen entre ellas de todas las formas posibles, pero dejémosles entrever que el espíritu está vigilante.

Cuando tenemos la sensación de que hemos sido tocados por la gracia, ésta es nuestra pista de que Dios existe y se preocupa de lo que nos sucede. Conozco a un hombre de mediana edad que actualmente es propietario de su propia empresa de ordenadores que descubrió su capacidad empresarial a la edad de veinte años; desgraciadamente, en aquella época esta capacidad la expresó dedicándose al contrabando de drogas en el Caribe utilizando una avioneta ligera.
«Sólo había hecho un viaje antes de ser detenido por los oficiales de aduanas, y si no me arrestaron fue porque ya no tenía carga a bordo, y ellos no descubrieron nunca el porqué. Es una historia sorprendente —me contó—. Volaba por las Bahamas cuando encontramos una densa capa de nubes. Descendí para evitarla, pero la niebla llegaba a nivel del suelo. De alguna forma u otra, durante todas estas maniobras, mi socio y yo nos extraviamos, perdimos mucho tiempo intentando encontrar el curso y estábamos cada vez más preocupados porque el Caribe es un océano enorme y con muy pocos lugares donde aterrizar. Pronto empezamos a andar escasos de combustible y nos entró el pánico. Mi socio empezó a gritar y, en un intento de aligerar el avión, arrojamos al mar los bidones de combustible extra, luego la carga y, finalmente, nuestro equipaje. Pero la niebla no se disipaba y puedo asegurar que mi copiloto estaba helado de miedo, convencido de que íbamos a morir. Pero en aquel momento tuve la certeza sobrenatural de que no moriríamos. Miré a mi izquierda en el momento en que se abría un agujero en la niebla, por el que pude ver debajo de mi ala una isla minúscula en la que había una pequeña y descuidada pista de aterrizaje. Hice descender el avión a través de las nubes, que habían vuelto a cerrarse de nuevo, y aterrizamos. Al cabo de media hora teníamos encima a cinco oficiales de aduanas. Durante todo el tiempo que duró el interrogatorio oí una voz interior que me decía que se me había salvado la vida por una razón. En el sentido convencional no me volví religioso, pero fue algo de lo que nunca dudé.»
Tanto si se mueve a nivel de un santo como de un criminal, la gracia es el ingrediente que salva al karma de ser inhumanamente mecánico, y está conectada con el libre albedrío. Una bola de billar tiene que seguir la trayectoria que se le ha asignado, y un ladrón que comete un robo un centenar de veces parecería como si estuviese metido en una trayectoria. Pero incluso si el karma está determinado, en cualquier momento tiene la oportunidad de detenerse y rectificar en su camino. La gracia puede tomar la forma de un simple pensamiento —«Quizá debería dejarlo»— o puede ser una transformación sobrecogedora como la experimentada por san Pablo en el camino de Damasco cuando la luz divina lo cegó y lo desmontó del caballo. En cualquiera de los casos, el impulso de moverse hacia el espíritu es el resultado de la gracia.

¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal?
El bien es una fuerza cósmica.
El mal es otro aspecto de la misma fuerza.

Es tan difícil ser bueno que a veces tenemos que abandonar. Ésta es la realización que nos llega en la fase seis, porque, al principio, ser bueno parece fácil, cuando se trata sólo de obedecer unas normas y evitar problemas, pero se hace más difícil cuando interviene la conciencia, porque nuestra conciencia está reñida con los deseos. Ésta es la fase, familiar para todos los niños de tres años, en que una voz interior susurra «¡Hazlo!», mientras otra dice «No, no lo hagas». En la cristiandad, esta lucha está predestinada a terminar con la victoria del bien, porque Dios es más poderoso que Satán, pero en el hinduismo las fuerzas de la luz y de las tinieblas combaten eternamente y el equilibrio de poder se alarga en ciclos que duran miles de años.
Si el hinduismo tiene razón, no tiene objeto el intentar resistir al mal, porque los demonios,
llamados asuras en sánscrito, nunca abandonan la lucha. De hecho, no pueden hacerlo porque están integrados en la estructura de la naturaleza, en la que la muerte y la decadencia son inevitables. Tal y como lo ven los sabios hindúes, el universo depende tanto de la muerte como de la vida. «Las personas temen morir sin reflexionar sobre ello —dijo en una ocasión un sabio—. Si pudiéramos hacer realidad la fantasía de vivir eternamente estaríamos condenados a la eterna senilidad.» El universo debe contener un mecanismo de renovación, por ello el cuerpo se va deteriorando con el paso del tiempo, e incluso las estrellas agotan su reserva de energía porque la muerte es la ruta de escape que se ha previsto.
En la fase seis las personas ya son lo suficientemente visionarias como para verlo porque aún retienen una concepción de Dios, que es la fuerza de evolución que está detrás del nacimiento, el crecimiento, el amor, la verdad y la belleza. También retienen una concepción del mal que es la fuerza que se opone a la evolución, podemos llamarla entropía, que conduce a la descomposición, la disolución, la inercia y el «pecado» en el sentido de cualquier acción que no ayuda a la evolución de la persona. Sin embargo, para el visionario, son dos lados de la misma fuerza, que Dios creó porque ambas son necesarias; Dios está en el mal del mismo modo que está en el bien.
Deberíamos recalcar que este punto de vista no es ético, aunque podemos discutirlo diciendo:
«Mira esta atrocidad y aquel horror. No me digas que Dios está ahí.» Cada fase de crecimiento interior es una interpretación y todas las interpretaciones son válidas. Si vemos víctimas de crímenes y de injusticias que parten el corazón, para nosotros son cosas reales, pero puede que el santo, incluso si siente compasión por estas personas, no vea víctimas. Me resisto a profundizar más en esto porque la tentación de hacer victimismo es muy poderosa y decir a la víctima y a aquel que la maltrata que están del mismo lado es exceder los límites; preguntemos, si no, a los terapeutas que trabajan con mujeres maltratadas.
Sin embargo, pienso que no hay ninguna duda de que el santo ve al pecador dentro de sí mismo, del mismo modo que el santo acepta el mal con la misma calma que cualquier otra cosa. Testigos oculares han asegurado que, cuando los nazis administraron la inyección letal al padre Maximilian, éste hizo acopio de sus últimas fuerzas para tender el brazo voluntariamente a la aguja. Durante los terribles días en que estuvo encerrado en la cripta con otros prisioneros, los guardas del campo de concentración estaban asombrados por la atmósfera de paz creada alrededor del monje franciscano.
Esta historia no mitiga el mal que hizo el nazismo, que debe ser contabilizado a su propio nivel, pero el cuidado del alma es cosa aparte, y en algunos momentos las danzas del bien y del mal se funden en una sola cosa.

¿Cuál es mi reto en la vida?
Obtener la liberación.

Cuando surge la fase seis, cambia el objeto de la vida. En lugar de esforzarse por alcanzar la bondad y la virtud, la persona tiende a huir de las ataduras. Y al decir huir, no me refiero al hecho de morir e ir al cielo, aunque esta interpretación es válida para aquellos que la sustentan, sino que la huida real en la fase seis es kármica. El karma es infinito y evoluciona constantemente, porque causa y efecto no terminan nunca y la confusión es tan sobrecogedora que no podremos jamás resolver ni una parte de nuestro karma personal. Pero el campo de fuerza de Dios, tal y como lo hemos venido llamando, ejerce una atracción para poner el alma fuera del alcance del karma, por lo que causa y efecto no serán destruidos. Incluso los santos más iluminados tienen un cuerpo físico sujeto a la decadencia y a la muerte, comen, beben y duermen. Sin embargo, toda esta energía se utiliza de formas diferentes.
Un maestro indio dijo a sus discípulos: «Si estuvierais constantemente dirigiendo todo pensamiento y toda acción a Dios, aún estaríais tan lejos de la iluminación como alguien que estuviese constantemente dedicado al mal.» Esta afirmación es muy sorprendente, porque todos nosotros aún identificamos el bien con Dios, la fuerza de la bondad aún es kármica. Los hechos de Dios tienen su propia recompensa, del mismo modo que la tienen las malas acciones, pero ¿qué sucedería si no deseásemos recompensa alguna y sólo quisiéramos ser libres? A este estado, los budistas lo llaman nirvana, que se presta a malentendidos cuando se traduce como «olvido».
El nirvana es la liberación de las influencias kármicas, el final de la danza de los opuestos. La respuesta visionaria nos permite ver que el hecho de desear A o B siempre va a conducirnos a lo contrario. Si he nacido en la abundancia, el primer sentimiento es de contento porque puedo satisfacer cualquier deseo, pero a la larga llega el aburrimiento, no tendré descanso y en muchos casos deberé soportar la carga de las pesadas responsabilidades de gestionar mi riqueza, y me revuelvo en la cama, preocupado por todo este cúmulo de cosas molestas, hasta que empiezo a  pensar lo bueno que tiene que ser el ser pobre, porque entonces no tendría nada que perder y estaría libre de obligaciones sociales y de caridades.
Según el budismo, tarde o temprano mi mente deseará lo contrario de lo que tengo, porque el péndulo kármico va oscilando hasta que llega a la extrema pobreza para volver luego a llevarme de nuevo a la riqueza. Como solamente Dios está liberado de la relación causa-efecto, desear el nirvana significa que deseamos alcanzar la realización divina. En las primeras fases del crecimiento esta ambición sería imposible y la mayoría de las religiones condenan la blasfemia, pero el nirvana no es moral. Dios y el mal ya no cuentan, una vez que los hemos visto como las dos caras de la misma dualidad. Para poder mantener las sociedades unidas, las religiones han impuesto la obligación de respetar el bien y aborrecer el mal, y de ahí la paradoja de que la persona que desea ser liberada actúa contra Dios. Muchos devotos cristianos se sienten completamente desconcertados por la espiritualidad occidental porque no pueden resolver esta paradoja: ¿cómo puede Dios desear que seamos buenos y sin embargo querer que vayamos más allá del bien?
La respuesta se encuentra completamente en la conciencia. Los santos de cada cultura han sido ejemplos de bondad, y sus virtudes han brillado, pero el Bhagavad-Gita nos informa de que no hay signos externos de iluminación, lo que significa que los santos no tienen que obedecer las normas convencionales de comportamiento. En la India existe el «camino de la izquierda» hacia Dios. En este camino, el devoto evita la virtud y el bien convencionales, se sustituye la abstinencia sexual por la indulgencia sexual, normalmente de forma muy ritualizada, y se puede llegar a abandonar una vivienda confortable para vivir en una tumba. Algunos devotos tántricos llegan hasta el extremo de dormir con cadáveres y comer los alimentos más repulsivos y corruptos. En otros casos, el camino de la izquierda no es tan extremo, pero siempre es diferente de la observancia religiosa ortodoxa.
El camino de la izquierda podría parecer el lado oscuro de la espiritualidad, totalmente engañoso debido a su barbarie y locura; ciertamente, algunos misioneros cristianos que estuvieron en la India no tuvieron problemas en captar esta interpretación, pero se estremecieron al ver a Kali con su collar de calaveras y con la sangre manando de sus colmillos. ¿Qué clase de madre era? Pero el camino de la izquierda cuenta con miles de años de antigüedad y tiene sus orígenes en textos sagrados que contienen tanta sabiduría como cualquier otro en el mundo. Afirman que Dios no puede ser confinado en modo alguno. Su gracia infinita abarca la muerte y la decadencia, y se encuentra en el cadáver y
en el recién nacido. Para algunas personas, muy pocas, no es suficiente ver esta verdad, sino que desean percibirla, y Dios no se lo niega. En Occidente, no debe ponerse en duda nuestra repulsa por el camino de la izquierda, porque las culturas siguen cada una su camino. Me pregunto, sin embargo, qué es lo que pasó por la mente de Sócrates cuando bebió la copa de cicuta; es posible que, como deseaba morir para no escapar a la sentencia del tribunal, el veneno fuera agradable para él. Y el padre Maximilian pudo haber experimentado un éxtasis cuando la aguja fatal le penetró en el brazo.
En la fase seis, la alquimia de convertir el mal en una bendición es un misterio que se ha resuelto anhelando la liberación.

¿Cuál es mi mayor fuerza?
La santidad.
¿Cuál es mi mayor obstáculo?
El falso idealismo.

Los escépticos señalan que cuanto más necesitamos un milagro más aumenta nuestra credibilidad, y como necesitamos milagros para probar que un santo es real, al menos en el catolicismo, hay una tentación tremenda a hacerlos. En la fase seis, queda poco espacio para cualquier tipo de pecado, pero en la ínfima hendidura que queda, cualquier persona podría perder la distinción entre la santidad y el falso idealismo. Pongamos un ejemplo.
En 1531, un indio nativo de México caminaba hacia la colonia de los conquistadores españoles cerca de la actual Ciudad de México, cuando una bellísima señora se le apareció en lo alto de una colina para darle un mensaje y ofrecerle luego su bendición. Atemorizado, el indio, cuyo nombre nos ha llegado hasta nosotros como Juan Diego, hizo lo que la señora le había ordenado; pero cuando refirió su visión, el obispo se mostró escéptico. Fue entonces cuando sucedió uno de los milagros cristianos más delicados. Cuando Juan Diego abrió su tosca capa cayeron unas bellísimas rosas rojas. En aquel momento, él y el sorprendido obispo vieron que en el interior de la capa había aparecido una pintura de la Virgen Madre, que hoy en día está expuesta en una magnífica basílica en
Hidalgo, a las afueras de la Ciudad de México, en el lugar donde ocurrió el milagro de Guadalupe.
Igual que sucedió con el Santo Sudario de Turín, los escépticos quisieron también hacer pruebas de laboratorio con esta imagen para verificar si había sido pintada por manos humanas, porque era evidente que esta aparición de la Virgen habría sido muy conveniente para los intereses españoles, que ponían gran celo en convertir a los indios. (Hay que decir que el milagro tuvo como resultado conversiones en masa.) Visto desde este punto de vista, podríamos decir que cualquier acontecimiento que hubiera contribuido a terminar con la carnicería de los nativos americanos fue como un milagro, aunque la distinción entre santidad y falso idealismo se encuentre perdida en algún lugar de la historia.
La santidad es lo que hace que un milagro sea milagroso, y que necesite algo más que el simple desafío a las leyes de la naturaleza. Los ilusionistas pueden hacer algo similar cuando arrojan sus cuchillos con los ojos vendados o cortan a una mujer en dos con la ayuda de una sierra, porque mientras no conocemos el secreto, la ilusión es un milagro. En esta sección del libro he especulado sobre el modo en que se producen los milagros, pero el secreto más profundo es por qué son santos.
El santo no es un mago y hace algo más que transmutar el plomo en oro, transforma la materia del alma, con una actitud llena de sencillez y pureza. La primera americana canonizada fue Francesca Cabrini. Cuando era todavía una pobre monja en Italia, la madre Cabrini estaba rezando cuando otra hermana entró en su habitación sin llamar a la puerta.
Con gran sorpresa, vio que la habitación estaba llena de una suave claridad y se quedó sin poder articular palabra, pero la madre Cabrini le dijo bruscamente: «Esto no es nada. Ignórelo y siga con lo que estaba haciendo.» A partir de aquel día, la santa tomó medidas para asegurarse la intimidad y la única pista para los que estaban fuera era una tenue luz que a veces podía verse por debajo de la puerta. La señal distintiva del verdadero milagrero es que se siente a gusto con el poder de Dios y el de la santidad, por una desinteresada inocencia. Yo querría pensar que, incluso en el caso de que la imagen de la Virgen de Guadalupe es una falsificación, al menos las rosas fueron reales. Intentar ser santo no es inocente, aunque podría ser bien intencionado; pero en la fase seis no hay lugar para el idealismo, sólo importan las cosas reales. Durante los más de sesenta años de vida docente, J. Krishnamurti resaltaba algo muy interesante sobre la felicidad: «Si os sentís muy felices no tenéis que hablar de ello, porque la felicidad existe en sí misma y no necesita palabras, ni tampoco que penséis en ella. En el mismo instante en que empezáis a decir "soy feliz", ya se ha perdido la inocencia. Sin embargo, habéis creado un pequeño espacio entre vosotros y el sentimiento auténtico; por lo tanto, no penséis que cuando habláis de Dios estáis cerca de él, porque vuestras palabras han creado el espacio que debéis cruzar para acercaros a él, y nunca lo cruzaréis con la mente.»
El idealismo ha nacido en la mente. En la fase seis, el santo puede cantar a Dios e incluso hablar de él, pero la relación sagrada es tan privada que nada puede irrumpir en ella.

¿Cuál es mi gran tentación?
El martirio.

¿Sienten los santos tentaciones de convertirse en mártires? Cuenta la historia que en el siglo III hubo una epidemia de martirios en el Imperio romano. En aquella época, el cristianismo no era reconocido como una religión oficial sino que era visto como un culto que podría ser perseguido según la ley. Curiosamente, no era la adoración de Jesús lo que infringía las leyes de los tribunales, sino el hecho de que el cristianismo era demasiado nuevo como para ser legal. Aquellos que no sacrificaban al emperador como a un dios eran sentenciados a muerte, y los cristianos ofrecieron sus vidas en la arena como prueba de su fe.
La tradición sostiene que los mártires fueron legión y que desempeñaron un papel importante en la conversión del mundo pagano. Los espectadores no daban crédito a sus ojos al ver cómo los cristianos sonreían y cantaban himnos mientras los leones los despedazaban. Estos espectáculos socavaron su confianza en los antiguos dioses y prepararon el camino para la victoria final de la nueva religión en el año 313, cuando fue declarada la fe oficial del Imperio. Pero la tradición se desvía de los hechos reales en dos aspectos. El primero es que el número de mártires fue probablemente mucho menor que el que se había creído, porque la mayoría de los cristianos escaparon voluntariamente al sacrificio al emperador con estratagemas tales como enviar a un sirviente al sacrificio en su lugar. El segundo es que un amplio sector no creía en el martirio. Los llamados agnósticos sostenían que Dios existía enteramente dentro de sí mismo, y el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo eran solamente aspectos de la conciencia. Por tanto, la santidad estaba en todas partes y en cada persona, por lo que el emperador podría ser tan divino como cualquier otro.
Debido a ésta y a otras herejías, los agnósticos fueron despreciados y perseguidos tan pronto como los obispos cristianos llegaron al poder. Al eliminarlos, la Iglesia primitiva instauró el martirio como uno de los más altos caminos hacia Dios, y morir por la fe fue exaltado como la imitación de Cristo. También tiene que haberse establecido un modelo simbólico en su lugar, ya que encontramos a almas tan apacibles como san Francisco de Asís pasando por la terrible angustia de los estigmas, que es el fenómeno por el cual alguien sufre personalmente la crucifixión sangrando por las palmas de las manos y por los pies, tal y como lo hizo Cristo en la cruz.
No estoy en modo alguno denigrando el martirio, solamente estoy resaltando que la fase seis no es ni mucho menos el final del viaje. Mientras el sufrimiento resista a cualquier tentación hay una insinuación para el pecado, y esto hace surgir las últimas y mínimas separaciones entre Dios y el devoto, porque el ego retiene suficiente poder como para decir que «yo» estoy probando mi santidad a Dios. En la próxima fase no quedará nada por demostrar y, por lo tanto, no habrá ninguna clase de «yo». Llegar a este punto es la última lucha del santo aunque, visto desde el exterior, no podemos imaginarnos cómo debe ser. La maravilla de obrar milagros debería ya aportar suficiente felicidad, pero tener a Dios en nuestro interior tiene que ser el mayor de los gozos. Sin embargo, no lo es y nos queda aún una distancia por recorrer, que no es mayor que un cabello, pero, en esta ínfima distancia, se creará todo un mundo.