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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

lunes, 4 de junio de 2012

Usted no está solo.

En cada hombre se encuentra el Espíritu de Dios, 
la fuente de fuerza de la luz y de la salvación. 
A Dios en nosotros Le es posible todo, 
siempre que nosotros nos abramos 
a la fuente de la fuerza, 
DIOS.


DIOS es amor incambiable, fuerza, armonía y sanación: No importa cómo estén las cosas en este mundo y cómo nos comportemos nosotros los hombres ante el campo de fuerza DIOS – Dios es eternamente el mismo. En base a nuestro libre albedrío, cada uno de nosotros determina si incrementa o disminuye en sí la eterna fuerza de vida y sanación y deja que sea activa, o si él se aparta de DIOS.

Cuanto más a menudo nos abramos para el fluir del gran amor, de la fuerza de Dios, tanto más se reducirán la debilidades, los sufrimientos, las enfermedades.

El que sólo se ocupa de sí mismo, de sus miedos, sus preocupaciones, penas, enfermedades y cosas similares, pocas veces se hará consciente de cuán grande es la fuerza que se encuentra en él, una fuerza que le dice a cada momento a través de la consciencia: cambia y reconoce que tú eres un habitante del Reino de Dios, que debería vivir las leyes de la sanación, para así ser feliz y sano o para sanar.

El pensar positivamente es un pensar consciente en Dios de acuerdo con los Diez Mandamientos de Dios y el Sermón de la Montaña de Jesús. De ello resulta la activación de la fe y una vida di-námica en la fe, que es la orientación a la gran y poderosa fuente de fuerza, DIOS, en nosotros.

Nosotros los seres humanos somos responsables de nuestro comportamiento, pues somos hijos libres de un Padre eterno.

La fuente eterna de salvación, Dios, es amor y armonía infinitos. La fuerza de salvación del amor y la armonía sólo podemos hacer que fluya cuando cambiamos nuestros contenidos de vida, nuestro mundo personal, que está compuesto de nuestras formas de comportamiento, esto es, dándoles una orientación positiva y estableciendo y manteniendo la paz con nuestro prójimo.

Lo bueno es Dios, y Dios es la vida, el campo de fuerza que puede restablecer el orden en nues-tro cuerpo, de forma que las ondas de sanación, las fuerzas de vida inunden al alma y consigan sanar al cuerpo.

Nos deberíamos hacer conscientes de que lo negativo nos pone enfermos y que lo positivo sana.

La salud es algo que Dios quiere. La enfermedad es el resultado de una forma errónea de pensar y de comportarse. Por lo tanto, la enfermedad es la interrupción de la comunicación entre el campo de energía divino en el alma y en cada célula del hombre.

Cada actitud negativa debilita. Paraliza de forma progresiva nuestras funciones corporales y con el tiempo hace que enfermemos. Un pensar positivo y lleno de luz despierta fuerzas y contribu-ye a que permanezcamos sanos o nos volvamos sanos.

No existe ninguna enfermedad que no provenga del alma. Lo que viene del exterior a la larga no puede arraigarse si no se encuentra en el alma algo correspondiente que lo active, y que en-tonces se arraiga en el cuerpo en forma de malestar, sufrimiento, enfermedad y muchas cosas más.

La superación de estos obstáculos tiene lugar únicamente cuando nos hacemos conscientes de la enseñanza de Jesús, que dice: Reconoce tus comportamientos erróneos, arrepiéntete de ellos y purifícalos, y no hagas más cosas similares o parecidas. Jesús expresó también la disolución de las culpa de otra forma, cuando dijo: Tu fe te ha ayudado; ve y a partir de ahora no peques más. Con ello Él se refería a la fe activa: deberíamos colaborar en este proceso reconociendo nuestros comportamientos erróneos, arrepintiéndonos de ellos y no haciéndolos más. Pues no han sido ni son otros los que nos han transmitido una culpa, sino que lo somos nosotros mismos. Y depende de nuestra propia decisión el que nos separemos de nuevo de esas cargas.

Jesús nos enseñó el amor a los enemigos: Ama a tus enemigos; haz el bien a los que te odian. El que ha captado en profundidad esta frase de Jesús, comprenderá también por qué este mundo está así como está; comprenderá que la enfermedad, el sufrimiento, las plagas, catástrofes ambientales, guerras y muchas cosas más, no pueden venir de Dios, ni tampoco son cosas arbitrarias, sino que provienen únicamente de los hombres. Una sanación completa sólo puede tener lugar cuando nos hacemos conscientes de nuestros comportamientos erróneos, -también de nuestra parte de culpa en los acontecimientos mundiales– y empezamos de nuevo a establecer la paz con nuestros semejantes, también con el torturado mundo animal, con el reino vegetal y mineral, de forma que reconocemos nuestras actitudes en contra de ellos, nos arrepentimos de ellas, las purificamos con la ayuda del Cristo de Dios y no las volvemos a cometer más.

Jesús, el Cristo, nos ha mandado a los cristianos que superemos con Su fuerza las discrepancias anímicas, las desarmonías, los comportamientos erróneos, también denominados pecados. Cuando ya no cometemos cosas similares o parecidas, las discrepancias en el alma y en el cuerpo se transforman en armonía. La armonía en el alma y en el cuerpo puede hacer que los sufrimientos y las enfermedades se reduzcan o desaparezcan completamente.

Lo que el hombre siembre, eso cosechará. Como consecuencia sólo podemos cosechar aquello que nosotros hemos sembrado, y no aquello que otros han sembrado y siguen sembrando, así como otros no pueden cosechar aquello que nosotros hemos sembrado o seguimos sembrando.

Por esta razón ... cada momento: aquello que nos toca, somos nosotros mismos. Pues lo que viene y nos viene, lo hemos invitado nosotros mismos a través del principio «emitir y recibir» o «igual atrae a igual».

El amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos significa no desearle nada malo; no poner ante él ninguna expectativa; no exigir de él nada que nosotros mismos podamos hacer; no menosvalorarlo; no envidiarle nada; no odiarlo; no estar en enemistad con él; no aprovecharse de él; no enfrentarse belicosamente ni dar falso testimonio contra él.

La correcta creencia en Dios es siempre la fe activa, el cumplimiento paso a paso de los Diez Mandamientos y del Sermón de la Montaña. La fe pasiva, a la que no le siguen actos legítimos, es decir divinos, es al mismo tiempo una fe muerta que no nos despierta a la vida, pues vida es acción, también la vida en el Espíritu de Dios.

Dios quiere irradiar amor y fuerza a través nuestro a nuestros semejantes. El que desee ver cumplidas sus oraciones, debería también vivir de acuerdo con lo que expresa en ellas.

Nosotros los hombres tenemos la costumbre de subestimar a otros... Sin embargo, el que desvalora a otros, se pone por encima de sus semejantes, y con ello por encima de Dios, puesto que Dios no desvalora ni juzga a sus hijos humanos. También con el echar la culpa a otros quere-mos demostrar en última instancia que somos mejores, eventualmente incluso inmaculados. El que se ha creado una aureola de comportamiento de este tipo está luego obligado a mantenerla a través de la autoconfirmación. De ello resultan insatisfacción, desarmonía, estrés de tener que rendir siempre y la presión de tener constantemente que representar un papel, esto es, tener que presentarse ante otros y demostrar algo. La consecuencia de ello es que su sistema nervioso está constantemente bajo alta tensión.

No existen las casualidades, tampoco en aquello con lo que o con quienes tengamos que ver en esta vida terrenal.

No son nuestros semejantes los que tienen la culpa de nuestro sufrimiento, sino que somos no-sotros mismos los culpables, pues... enfermedades, necesidades, golpes del destino y cosas similares no vienen de Dios ni tampoco de «otros», sino que vienen de nosotros mismos, pues nosotros mismos hemos grabado lo que nos lleva a ello. Nos hemos alejado del océano de la vida y nos hemos dirigido a tierra firme, seca.

Para conseguir la luz de la sanación en el alma y el volverse sano del cuerpo, se nos ha recomendado no cometer más las actitudes erróneas que hemos reconocido, los pecados... Éste es el camino en el que todos los componentes celulares y las funciones del organismo pueden recibir las corrientes de la sanación, que ponen en acción de forma reforzada las fuerzas autocurativas del cuerpo, para poder realizar así la sanación completa, la purificación del alma y la sanación del cuerpo.

Al espíritu de Dios todo le es posible, si nosotros solamente queremos. Los medicamentos pueden ayudar a quitar obstáculos del camino, a aliviar dolores, de forma que a las fuerzas vitales, al espíritu de Dios, les sea más fácil trabajar en el alma y en el cuerpo. El verdadero proceso de sanación es la sanación completa a través del Espíritu eterno.

Tengamos presente que la luz de Dios es más fuerte que las tinieblas. Lo bueno siempre vencerá a lo malo, a lo humano inferior. Depende de nosotros el que le demos la posibilidad a lo bueno, orientándonos hacia la luz, Dios en Cristo, nuestro Redentor, el único bueno.

De forma similar, así como un comportamiento contrario a la ley divina causa el efecto corres-pondiente, lo positivo actúa todavía de forma más fuerte. Resplandece en el alma e irradia al cuerpo a través del alma.

Si nos hemos investigado y hemos reconocido lo que desde el subconsciente llamaba a la puerta del consciente y nos incitó a un ritmo corporal intranquilo, si hemos superado esas causas, se producirá el progresivo renovamiento desde el interior. Esto significa que no tendremos que pa-decer o sobrellevar más de una enfermedad o sufrimiento.

Está escrito que al que da un paso sincero hacia Cristo, un paso de corazón, Cristo da varios pasos hacia él. Ya sea en pensamientos, palabras o actuaciónes –todo, lo que es verdaderamente posi-tivo, es consciente de Dios; corresponde en sus contenidos a los Diez Mandamientos y al Sermón de la Montaña de Jesús. Si nos basamos en Dios, confiando en Él, y afirmamos cada vez más lo bueno, como por ejemplo, la salud, la paz, la unidad y la fortaleza, pondremos así nuestra forma de comportarnos en consonancia con la voluntad de Dios.

El que observa más de cerca la palabra «incurable», es decir, sintiendo lo que realmente expresa, seguramente sentirá que esta palabra limita la esperanza. Si se elimina la esperanza, no puede haber haber ningún desarrollo. El que se ata a la palabra «incurable» verá desvanecerse en él la esperanza, la fe y la confianza; en pensamientos dirigirá cada vez más su atención a su cuadro clínico y a la desesperación, con lo que el miedo aumentará, creando con ello la posibilidad de que la enfermedad progrese. Con este y con otros comportamientos similares más de uno se ha imaginado ya una muerte prematura.

Con miedo y desesperación una persona disminuye sus energías anímicas y corporales. Por el contrario, confianza y esperanza producen un despertar de las fuerzas de la vida.

Aquel que en la consciencia de la filiación de Dios se propone diariamente la purificación del templo, la purificación de su alma y de su organismo, refinará su carácter, ya que su modo de pensar y comportarse está en consonancia con la voluntad de Dios. Éste es el camino hacia la sanación completa y hacia el ser feliz.

Si lo desea, afirme diariamente su filiación divina: el que usted es un hijo del Padre eterno y que Él siempre está presente para usted con todo Su amor y la fuerza de la sanación. No sólo lo diga o lo piense, sino que intente hacer esto realidad, cambiando su actitud demasiado humana para así también aprender a comprender mejor a sus semejantes, que en el Espíritu de su y nuestro Padre eterno, son nuestros hermanos y hermanas. Deje de aniquilar a su hermano, a su hermana en pensamientos, con palabras o quizás con formas de actuar.

No siempre es fácil transformar lo que se ha alimentado durante muchos años, los miedos, las dudas, las preocupaciones, en una entrega llena de confianza consciente y plena de fe al Espíritu de la vida, a la fuerza sanadora que vive en nosotros. Para poder salir de este círculo de la negación de lo bueno, de la fuerza ayudadora y sanadora, es de gran ayuda el rezar con frecuencia durante el día a Cristo en nosotros, y al mismo tiempo rezar dirigiéndonos al interior de nuestra alma y de nuestro cuerpo, pues nuestro cuerpo es la iglesia, el templo de Dios, ya que Dios, la vida y la sanación, vive en nosotros. Si cumplimos paso a paso en la vida diaria nuestras propias oraciones, haciendo lo que rezamos, purificaremos nuestra iglesia, el templo de Dios, y reconstituiremos de esta forma el orden en nosotros mismos. El que se propone la purificación del templo con la ayuda del Cristo de Dios, alcanza fortaleza de fe, confianza y cercanía de Dios. Esta consciencia es al mismo tiempo la seguridad interna.

La inversión del mandamiento del Sermón de la Montaña de Jesús, lo que esperas que te hagan a ti, hazlo tú primero a los demás, se podría decir con las palabras siguientes: No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.... Si la cristiandad hubiera pensado y actuado de esta forma, en el sentido del amor a Dios y al prójimo, tal como Jesús nos enseñó, entonces habría un solo pueblo de la libertad y de la paz y del bienestar para todos.



http://www.universelles-leben.org/cms/es/quienes-somos/el-mensaje-de-la-verdad/ayuda-para-quienes-estan-enfermos-y-sufren.html

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