¡MARAVILLOSA Semana!!!
Un empleado acude a ver a su jefe.
-Señor director, estimo que mi salario no se corresponde con mis capacidades.
-Comprendo los esfuerzos que hace por estar a la altura de él -suspira el jefe-. Siga esforzándose: tiene que alimentar a su familia.
Vivimos disconformes. Siempre pedimos más, sin damos cuenta de que la vida es un maravilloso regalo... Claro está que podemos equivocarnos y contentarnos con una ilusión, considerando el ego de algún otro -de un pariente, un amigo, un cónyuge, un actor, un político, un gurú- como nuestra esencia absoluta. «Si el otro desaparece, yo muero.» Perdemos de vista que somos un ser único, inscrito para siempre en el punto de memoria formado por el cruce del espacio infinito y el tiempo eterno. Aceptar esto es recuperar la alegría, la energía superior, la solidez del adulto, el enorme potencial de vida que nos sostiene.
Hemos hablado de Cuerpo, Alma y Espíritu. Si representamos al Dios interior con la figura del sol, esa tríada la representaremos con la figura de la luna. Ella, receptividad absoluta, dejando de lado todo deseo de poder, se entrega humilde a reflejar la luz del astro rey. El Yo personal y el Yo superior se entregan al Yo esencial y obedecen su voluntad. «Porque no sois vuestros, sois del Espíritu Santo», dicen los evangelios.
Si negamos la existencia de nuestro tesoro interior, si despreciamos por invisible el diamante perfecto, si no aprendemos a agradecer el pan nuestro de cada día, podemos acabar viviendo como seres emocionalmente inmaduros y con una personalidad desviada. Los senderos negativos que se alejan del justo camino central son numerosos. Extraviados de aquel que nos conduce a la unidad, recorremos más de una vía equivocada... He aquí algunas, que podríamos ir subrayando al reconocemos en ellas:
Decimos no saber o no poder amar y de pronto nos apegamos a personas tan incapaces de hacerlo como nosotros, convirtiéndonos en adictos de esta dolorosa relación... No podemos concebir que el amor sea humano: lo divinizamos, exigiendo perfecciones imposibles... No aceptamos que las relaciones afectivas sean dinámicas, transformables... Lloramos porque el mundo es como es y no como nosotros queremos, es decir: que todo se detenga y que nada ni nadie cambie... No sabemos ni recibir ni dar, vivimos encerrados en un reclamo insatisfecho, imposible de definir, y si nos encontramos con alguien que nos ama, no sabemos cómo mantener esa relación, deseamos que sea instantáneamente perfecta sin reconocer que una pareja equilibrada se consigue sólo después de un arduo trabajo y que, si los sentimientos no se acompañan del desarrollo de una comprensión caritativa de las necesidades del otro, se marchitan... Somos víctimas de nuestras pulsiones, sin creer que podemos conducirlas de la autodestrucción a una vida mejor... No queremos saber nada profundo de nosotros mismos, quiénes somos, cómo funcionamos; ansiamos que se nos divierta, pero superficialmente; tememos todo aquello que nos revele nuestra profunda insatisfacción... Cada vez somos más inestables, incapaces de asumir cualquier responsabilidad... Muchas veces, a pesar de tener el corazón cerrado, por temor a la soledad inventamos sentimientos amorosos que luego nos encarcelan en una relación que nos agobia...
Impotentes e inútiles, no tenemos metas, no tenemos proyectos, no tenemos voluntad, trabajamos en cosas que no nos gustan... Sin fuerzas para enfrentar el combate de la curación, nos aquejan accesos de incontrolable tristeza, sentimos ganas de morir y sobrevivimos con trucos: reprimimos nuestros deseos, ignorándolos... Desplazamos nuestros problemas acusando a otros de causados; y los sublimamos queriendo salvar a todo tipo de víctimas, pero sin ayudamos a nosotros mismos... Nos identificamos con grupos, y en ellos ahogamos nuestra personalidad, sean sectas con sus gurús, religiones con sus premios y castigos, partidos políticos con sus deshonestas promesas o infantiles fanatismos, hacia deportistas o artistas famosos... Lo que al interior le reprimimos, lo proyectamos al exterior; lo que somos no queriéndolo ser, se lo reprochamos a los otros... Disfrazamos los pensamientos negativos exagerando desmesuradamente los positivos: aun sabiéndonos fracasados, nos mostramos como satisfechos; aun sin tener deseo de ello, nos obligamos a mantener relaciones sexuales o a hacer apasionadas declaraciones sobre algo... Nos refugiamos en lo que creemos que es nuestro sentido común, lo explicamos todo a través del intelecto negándonos el acceso al inconsciente: «Los sueños sólo son sueños»,
«En el fondo no es eso lo que yo quería», «Me da lo mismo, no valía la pena», etc. Cada vez nos comportamos más como niños, buscando a alguien que nos ponga límites, que organice nuestra vida... Débiles, despreciamos la debilidad de los otros y vampirizamos la energía de quienes nos ayudan... Necesitamos el reconocimiento social: hemos de sentirnos importantes, cueste lo que cueste; aspiramos a premios, a ropas que nos sienten bien, a que nuestro nombre acabe convirtiéndose en una señal del éxito, pero al mismo tiempo deseamos la soledad, aislarnos, encerrarnos en un limitado territorio mental... Sufrimos por no alcanzar la perfección: nos operamos para cambiar pequeños defectos corporales, creemos que todo cuanto hacemos es un fracaso, que ningún dinero nos basta, que nadie reconoce lo que verdaderamente valemos o que somos inflexibles en el sostenimiento de ciertos valores... Avaricia, rigidez y obstinación son nuestras fieles compañeras, no corremos ningún riesgo por temor a hacer el ridículo o a ser criticados, no realizamos nuestra obra porque sabemos que al final tampoco estaremos satisfechos de ella... Sentimos que nos persiguen, que nos quieren engañar, que todo el mundo es sospechoso y la gente que nos rodea es desleal, que nuestras palabras son utilizadas en nuestra contra: ¡nunca olvidaremos ni perdonaremos el mal que nos hacen, los humillaremos y destruiremos tal como ellos quieren humillarnos y destruirnos!... Nada nos satisface, no soportamos tener amigos íntimos salvo que sean nuestros padres, no nos parece deshonesto mentir, la seguridad de los otros no nos importa, tenemos creencias raras, supersticiones o percepciones poco habituales, escuchamos voces, nuestro propio cuerpo nos agrede... Nadie más que nosotros merece nuestro amor, exageramos nuestras capacidades, esperamos que se reconozca que somos seres superiores, necesitamos triunfar, sólo las personas que han alcanzado nuestro nivel pueden comprendernos, y despreciamos a los demás pero envidiamos lo que logran; ellos, por su parte, tienen celos de nosotros... Totalmente dependientes, no podemos tomar decisiones, no podemos expresar nuestros desacuerdos o críticas, no podemos tener proyectos porque nadie tiene confianza en nuestras virtudes, accedemos a realizar las tareas desagradables, nos han abandonado, somos incapaces de ocuparnos de nosotros mismos, buscamos con desesperación una pareja sospechando que nunca la encontraremos... Hemos perdido la identidad, no sabemos lo que somos, tenemos ganas de rodar cuesta abajo, entregarnos a excesos, automutilarnos, suicidarnos... Nos sentimos seguros cuando cubrimos nuestra piel con tatuajes o nos atravesamos las carnes con adornos metálicos... Nos dejamos inundar por las emociones, nos cuesta controlar nuestros ataques de cólera o nuestra agresividad verbal y corporal, hacemos lo posible por ser el centro de atención, adoptamos tonos de voz, palabras y gestos seductores... Egoístas, tomamos cuando tenemos necesidad y abandonamos cuando nos sentimos saciados...
Debemos añadir a este incompleto menú a aquellos que comercian con el fracaso de los otros. (Un gran porcentaje de la publicidad comercial explota la angustia de los individuos confusos e inconformes.)
Un empresario de boxeo dice:
-Yo siempre triunfo porque hago negocio de la derrota de mis pupilos. Por ejemplo, tengo un boxeador al que noquean tan a menudo que le he hecho llevar el nombre de nuestro patrocinador en la suela de sus zapatillas.
Otro chiste muestra de manera contundente que es posible escapar de las fuerzas negativas haciendo un esfuerzo supremo por encontrar apoyo en lo más profundo de nosotros mismos:
Joe, un viejo luchador, ha soñado siempre con vencer a El Destructor, el campeón supremo, pero su entrenador se ha opuesto a ello una y otra vez. El Destructor conoce una agarrada secreta con la que ha vencido a todos sus contrincantes. Pero Joe insiste tanto que al final le consiguen el ansiado
combate.
La pelea comienza. El Destructor se lanza sobre Joe y le aplica su agarrada secreta. El entrenador cierra los ojos. Escucha un gran rugido seguido por el clamor de la multitud. Abre los ojos para contemplar el desastre... ¡y ve que Joe ha conseguido desprenderse de su atacante y desmayado, ganando el combate!
Al regresar al vestuario, el entrenador pregunta a Joe qué ha hecho para lograr tal milagro. Éste le responde:
-Estaba yo cabeza abajo, con la cintura oprimida entre los brazos de El Destructor, replegado sobre mí mismo, hecho un nudo. Iba a declararme vencido cuando de pronto vi un par de testículos. Supe que era mi única oportunidad para hacer que me soltara, y entonces, como el paquete estaba a la altura de mi boca, le di un tremendo mordisco.
-¡Oh, qué espíritu de lucha! -dice el entrenador-o ¡Te felicito: aunque no sea elegante, en cualquier caso ha sido muy eficaz!
-Sí -responde Joe-, es increíble lo que un hombre logra hacer cuando se muerde sus propias pelotas.
Un maestro zen pregunta: «¿Quién puede quitar el collar a un tigre salvaje?».
La respuesta es: «¡Quien se lo puso!».
Nosotros somos el tigre, nuestros problemas forman un collar mental, podemos vencer al enemigo interno dejando de ponernos límites. Es posible convertir los acontecimientos adversos en oportunidades benéficas.
Roban en una tienda de ropa y los ladrones se llevan todos los vestidos. Al día siguiente, el propietario coloca un cartel en el escaparate que dice: «También los ladrones se visten en nuestra tienda».
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
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