¡MARAVILLOSA Semana!!!
Conflictos corporales: La lucha por existir.
«Como mis padres no me dieron la atención suficiente ni me valoraron, no he podido for-marme un Yo. No tengo valentía ni fuerza. No sé quién ni cómo soy. Me siento vacío. No encuentro sentido a la vida. No puedo darle nada al mundo. No valgo nada.» En este estado, buscaremos en el otro todo lo que creemos no ser. «Valgo menos que una mierda, me entregaré totalmente a ti porque no soy digno de pretender aprobarme a mí mismo. Eres lo único que existe en mi mundo. Mi felicidad está en tus manos.» Alguien así es una trampa viviente, un adulto deshabitado que, con las ansias del bebé que necesita succionar el seno de la madre, espera que su pareja le diga «iTú existes!».
Este ser que se siente vacío se encontrará con otro que también se sienta vacío. Si el primero es pasivo, el segundo es activo: «¡Me entrego a ti! ¡Tú serás mi Yo!» y «¡Acepto! ¡Confirmado gracias a ti, colmaré mi vacío sintiendo que soy alguien; me transformaré en tu ídolo!».
Luego, deciden vivir juntos. Al comienzo uno adora y el otro se deja adorar. Gradualmente, con mucho disimulo, el esclavo humilde irá manipulando al orgulloso hasta acabar dirigiéndolo completamente. Y un día, habiendo adquirido la fuerza necesaria, demolerá el pedestal del ídolo para haced caer de bruces ante sus pies.
Uno ha interpretado el rol de niño; el otro, el de adulto: «¡Te admiro porque eres mi Yo!»
«¡Soy tu Yo porque me admiras!».
En un gran hotel, todos los días suena el teléfono hacia las doce en punto. Siempre, el mismo recepcionista descuelga y oye: -¿Qué hora es, por favor?
-Es exactamente mediodía, menos un minuto.
El interlocutor cuelga apenas ha obtenido la información.
Al cabo de seis meses, la persona que responde pregunta: -¿Pero por qué me llama usted todos los días?
-Soy el obrero que hace funcionar la sirena de la fábrica que está frente a su hotel. Como debo hacerla sonar a mediodía, le pregunto a usted la hora exacta.
Y el recepcionista del hotel le responde:
-¡Pero esto es absurdo! ¡Nosotros regulamos nuestro reloj de acuerdo con la sirena de su fábrica!
Cada uno se basa en el otro, y ninguno de los dos tiene hora exacta. En este tipo de pareja, el que domina se da cuenta con angustia de que su Yo depende de la admiración de otro. Y el que es dominado, con el mismo tipo de angustia, ansía tener un Yo personal y, decapitando (metafóricamente) su ídolo, creerá haber encontrado su superioridad. «Ahora y soy tú y tú eres yo. Y por eso, porque te desprecio, te abandono. Encontraré a otro que merezca mi admiración.»
2. Conflictos libidinales: la lucha por la identidad sexual .
La mujer siente un gran deseo de conquistar la masculinidad. El hombre, de manifestar su feminidad. Ella forma un pareja para simular una feminidad que no conoce, porque ha tenido una madre viril. Él forma una pareja para simular una virilidad que no conoce, porque ha tenido un padre débil o ausente o muerto prematuramente, lo cual le impide incorporarlo dentro. Ha sido educado por la madre, o la abuela, o por una hermana o una tía.
Por ejemplo, una mujer fuerte y grande -que detesta la masculinidad de su madre y no quiere ser como ella- se hace pasar por una hembra frágil y débil ayudándose de ropas, peinados y actitudes infantiles. Forma pareja con un hombre inseguro, castrado espiritualmente por su madre, que se hace pasar por un macho fuerte y posesivo. Cuando pasa el tiempo, se quitan las máscaras y la mujer comienza a actuar como hombre y el hombre como mujer.
Al comienzo se decían: «Quiero alentarte en tu rol de hombre y resignarme a la actitud femenina pasiva, puesto que es una característica de las mujeres» o «En nuestra relación quiero afirmarme como hombre para dejar de ser el niño de mi mamá» .
Más tarde, cuando ella comienza a llegar tarde, a hacer lo que le viene en gana, a imponerse y él se encierra en su pasividad, pueden decirse: «Si soy infiel es porque tú eres celoso» o «Si soy celoso es porque tú eres infiel».
De cuando en cuando estallan conflictos y las posiciones se invierten. Después de muchas crisis, cuando se establece una tregua, pueden decirse, creyendo que han solucionado el problema: «Soy hombre gracias a ti, mujer. Tú me confirmas en mi virilidad» o «Te confirmo en tu virilidad, porque eres un hombre gracias a mí».
Esto no dura siempre. La mujer, progresivamente se va volviendo frígida y el hombre cada vez tiene más dificultades para conseguir una erección. Ambos han perdido el deseo. Para funcionar bien, ella necesita perderle el respeto; pero él, si le pierden el respeto, se obstina en su impotencia.
Dos flores se declaran su amor:
-¡Oh, te amo! -dice la primera-o
¡Si supieras cómo te amol
y la otra responde, temblando:
-¡Y yo me muero de deseo por ti...!
¿Qué te parece si llamamos a una abeja?
Puede, aparentemente, solucio-nar el atolladero la entra en escena de un tercer personaje, bien un hijo de ambos, bien un amante. En el primer caso, como el niño nació en medio de profundos conflictos, presenta todo tipo de problemas. Los padres dejan de lado sus disputas y se preocupan por lo que le sucede al niño (en realidad, lo que ellos le hayan hecho). Eso los mantiene unidos durante un tiempo. Sin embargo... de ninguna manera un pequeño puede ser la solución al problema de los adultos. En el caso de los amantes: cuando es hombre quien parte, no tarda en regresar porque echa de menos la fuerza de su mujer y, en el momento en que ella abre los brazos para perdonarlo, se convence de que es amado y de que lo van a proteger... Si es ella quien parte, acaba en conflicto competitivo con la virilidad del amante y, entonces, regresa deseosa de encontrar la dulzura de su marido. Igualmente, cuando éste, dócil, la perdona llorando, se convence de que es amada y de que la van a obedecer...
Ambos han buscado una confirmación, pero si no desarrollan su nivel de consciencia continuarán dudando hasta la muerte.
3. Conflictos emocionales: la lucha por la satisfacción
En este nivel creemos que, si no hay fusión, no hay amor «Quiero ser tú y que tú seas yo. Quiero que los dos nos convirtamos en un so]o ser».
Un terrón de azúcar, locamente enamorado de una pequeña cuchara, le pregunta ansioso:
-¿Dónde podríamos vemos?
y la cucharilla le responde con cinismo:
-En un café...
Nuestra madre no nos ha dado el pecho el tiempo suficiente. Nos hemos quedado con el deseo de que nos abrace y nos deje chupar su leche hasta la saciedad. Para conseguirlo, gritamos y pataleamos. Si ella acude, es buena. Si no lo hace, es mala. Nos hemos convertido en adultos que buscan ser mantenidos material y emocionalmente.
«Háganse cargo de mí. Evítenme los dolores y sufrimientos. Ocúpense de mi comodidad. Vigilen mi alimentación.»
En verdad no nos casamos con una mujer sino con una madre. Y si somos una mujer, queremos hacerlo con un papá o con una mamá encarnada en un hombre que tenga barriga: un padre-madre ideal.
Exigimos que nos traten con la mayor solicitud y con los mayores cuidados, porque hemos crecido como un bebé frustrado. Y si se nos pide que seamos nosotros quienes adoptemos el rol protector, no podemos hacerlo, paralizados por el miedo de fracasar como fracasó nuestra progenitora.
Si somos así, no tarda en aparecer otro bebé frustrado que desea encubrir su debilidad por necesitar una mamá, haciéndose pasar por adulto: «Ya estoy cansado de que me vean como a un niño desamparado. No tengo necesidad de mamar. Para demostrarlo voy a sacrificarme por ti, me convertiré en tu madre ideal», «Toma, criatura, te daré todo cuanto quieras, pero con la condición de que no crezcas. Ve con cuidado: yo te protejo y te cuido pero, en el momento en que te hagas adulto, voy a caer en una enorme depresión porque daré por perdida mi función. Me siento existir sólo cuando me ocupo de ti. Por favor, enciérrate en casa conmigo, no te enredes en amistades que te alejen, no cambies», «Tengo tanta necesidad de ti, porque me pides tanto...» o «Te pido tanto, porque tienes tanta necesidad de mí...».
En verdad, entre ellos no sucede nada adulto. Son dos. niños aparentando ser una pareja madura. Estallará un conflicto cuando el que tenía el rol de hijo comience a ejercer el rol de madre. Este último, destronado, se debilita, enferma, padece un accidente grave ose arruina. A medida que uno crece, el otro disminuye... Como estas personas son un pozo sin fondo, sus peticiones no tendrán fin nada podrá convencerlos de que tienen todo cuanto les es necesario. Nunca dejarán de exigir. Y, pidiendo cada vez más mostrarán al otro que no es capaz de darles satisfacción. Éstos otros se angustiarán porque desean más que nada satisfacer a sus consortes. No pudiendo hacerlo, sufrirán. En el fondo, no buscan que los amen sino que les agradezcan. Pero el que pide sin fin, como no logra estar satisfecho, nunca agradecerá.
Para el inconsciente la muerte no existe. Por lo tanto, la dependencia de la madre puede continuar incluso después de que ésta haya desaparecido.
Una madre y su hijo están en la playa.
El niño le dice: -Mamá, ¿puedo jugar con la arena?
-No, querido. No quiero que te ensucies la ropa.
-¿Puedo bañarme?
-No. Vas a pillar un resfriado.
-Entonces, ¿podría jugar con los otros niños?
-No. Si te vas con ellos te puedes perder.
-Mamá, cómprame un helado.
-No. Te puede hacer daño en la garganta.
El muchachito se pone a chillar y su madre exclama:
-¡Dios mío, qué hijo tan neurótico tengo!
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
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