En la calle, en las tiendas, en el metro o en las estaciones, no vemos más que semblantes apagados, herméticos, inexpresivos. ¿Es normal que los humanos manifiesten tan poca alegría al verse, y que se mortifiquen unos a otros con un espectáculo tan prosaico? ¿Por qué no se muestran más cálidos, más expresivos, más sonrientes, más vivos? y aún sin tener motivos para estar tristes o desdichados, solamente viéndoles, recibimos esas influencias y entonces llegamos al trabajo, o regresamos a casa, de mal humor, deprimidos, y transmitimos este estado a nuestros compañeros o a nuestra familia. Esta es la vida deplorable que continuamente los humanos se están creando entre sí. ¿Creéis que no es importante mostrar a todos aquellos con los que os relacionáis un rostro abierto, amigable, fraternal?
Esto es la verdadera poesía. Para ser verdaderamente poeta, no basta con escribir versos. El verdadero poeta es aquél que crea la poesía en su propia vida, esforzándose en introducir en ella la pureza, la luz, el amor, la alegría.
Algunos dirán: "Pero, ¿cómo se puede sonreír, como se puede estar contento, si se piensa en todas las tragedias que agobian a la humanidad? ¡Y todas las desgracias que se encuentran en la calle!..." ¡Ah! ¿ Creéis que se sentirán mejor si os ven con la cara larga? Es evidente que hay que hacer algo para ayudar a los desgraciados. Pero si vosotros, que no sufrís privaciones, ni enfermedades, ni persecuciones, os paseáis con un semblante lamentable, ¿qué esperáis obtener de ello? Para ayudar a los demás, hay que empezar por presentarles, por lo menos, un rostro abierto, sonriente.
Gracias a la poesía, amamos a los seres y buscamos en ellos algo sutil, luminoso porque necesitamos mirar, sentir, respirar algo que nos apacigüe, que nos armonice, que nos inspire, ¿por qué los humanos nunca se preocupan de la penosa impresión que producen en los demás? Siguen ahí, apagados, gruñones, con los labios apretados, las cejas fruncidas, y aunque intentan mejorar su apariencia exterior con toda clase de trucos, su vida interior, prosaica, corriente, no deja de transparentarse.
El mayor secreto, el método más eficaz, es el amor, el amor que armoniza, que ilumina vuestro rostro y todo vuestro ser interior.
Al salir, por la mañana, de vuestra casa, pensad en saludar a todas las criaturas del mundo visible e invisible. Y ya veréis como después, a lo largo del día, os sentiréis vivir en la poesía porque habréis enviado vuestro amor, y desde todas las regiones del espacio el amor retornará a vosotros multiplicado. ¡Cuántas cosas se pueden hacer para aportar a la vida belleza y poesía! No hay que dejarse acaparar por las preocupaciones y los asuntos materiales, sino reservar un poco de tiempo para consagrar las energías a todas esas actividades que darán sentido a vuestra existencia. Los humanos aún no lo han comprendido; hablan de amor, quieren ser amados, pero permanecen cerrados, apagados... ¡prosaicos, en una palabra! No saben como vivir esta vida poética gracias a la cual les amarán. Si fueran más inteligentes, comprenderían hasta qué punto esta actitud es deplorable para ellos y para los demás.
Procurad ser cada día más vivos. Ahí está vuestra salvación y la de los demás. Y volverse más vivo, significa dar vuestra luz y vuestro calor. Este es, en efecto el ejercicio que debéis hacer para salir un poco de vosotros mismos, de este estado de estancamiento tan prosaico: aprended a mantener conscientemente en vosotros mismos un estado de poesía.
¡Es tan agradable encontrar a alguien en quien sentir que todo esta animado, Iluminado! Se ama a un árbol porque tiene frutos, se ama a una fuente porque de ella brota el agua cantarina, se ama a las flores porque tienen colores y perfumes y, de igual modo, se ama a las criaturas que se abren para dar algo claro, luminoso, perfumado y melodioso. Aprended pues a cultivar en vosotros este estado de irradiación, de esplendor. Acostumbraos a sonreír, a mirar con amor, a desprender de vuestro corazón algunas partículas vivas para enviarlas a los demás... ¡y seréis vosotros quienes os sentiréis los más felices!
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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