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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 24 de septiembre de 2017

Saber escuchar


¡MARAVILLOSA Semana!!!


Un hombre entra en unos urinarios públicos. 
Comienza a orinar cuando, de repente, a la altura de sus ojos ve una frase corta que dice: «¡Mira un poco más arriba!».  
El hombre alza un poco la vista y ve escrito: «¡Mira más arriba aún!».
Echa la cabeza hacia atrás para poder leer: «¡Mira un poco más arriba aún! A la altura del techo», 
El hombre, con la cabeza completamente volcada hacia atrás, lee en el techo: «Idiota, te estás meando los zapatos».

Cuanto más huimos de la realidad hacia lo mental, «la espiritualidad», más nos meamos encima. Cuando las olvidamos, nuestras necesidades primarias se desbordan. Como los cuatro ríos del Edén, que surgen de una fuente común, el ser humano cuenta con cuatro energías que manan desde su centro vital: pensamientos, emociones, deseos y necesidades. Quien desprecia y reprime las tres últimas, y por la ilusión de mostrarse «puro» habita sólo en lo mental, se convierte en una planta sin raíces, en semilla hueca, en sembrador de espejismos. Podemos, volviendo al chiste anterior, interpretar la solicitud de mirar cada vez más arriba, descuidando nuestras actividades materiales, como una equivocada búsqueda de santidad en pos del Dios exterior. Por desconocimiento o desprecio a nosotros mismos, todo lo que concebimos como sublime lo buscamos fuera de nosotros, en lo alto, imitando los ojos de esos santos de la pintura clásica que miran arrobados hacia el cielo como si allí, en el lejano firmamento, residiera, en un trono de oro y joyas, un barbudo Padre eterno... Para vivir la auténtica espiritualidad, desarrollando la fe en nosotros mismos, debemos aprender a escuchar al Dios interior.

En sueños, un hombre ve a san Pedro. Este último le dice: -¡Ten siempre confianza en mí!
Cuando estés en peligro, dime:
«¡San Pedro, ayúdame!», y yo vendré a ayudarte.
Un poco más tarde, nuestro hombre viaja en barco y éste se va a pique. Se encuentra en un bote de salvamento, remando en medio del océano. Pero el bote está agujereado, el agua .sube inexorablemente y le llega a los tobillos.
Exclama: -¡San Pedro, ven, ayúdame!
No bien lo ha dicho, pasa un buque muy cerca del bote. El hombre, esperando que el santo baje del cielo a rescatarlo, desprecia el gran navío, el cual desplaza tal masa de agua que la pequeña embarcación se llena más deprisa y el hombre se ve sumergido hasta la cintura. Repite su súplica:
-¡San Pedro, ayúdame! ¡Dijiste que si te llamaba bajarías a salvarme! Un segundo buque aparece. El hombre, mirando hacia el cielo no le presta atención. El barco le roza y se encuentra con el agua al cuello. Muerto de miedo, exclama:
-¡San Pedro, ayúdame! ¡No me falles! ¡Ven!
Se acerca una tercera embarcación y, mientras nuestro hombre sigue implorando hacia el cielo, su bote se sumerge totalmente. Muere ahogado y se encuentra delante de san Pedro: Asqueado, le dice:
-¿Te parece bonito? ¡Confiaba en ti! ¡Habías prometido prestar me ayuda, y mira ahora dónde estoy!
-¿A qué vienen estos reproches? ¡Envié tres barcos para salvarte y tú ni siquiera quisiste mirarlos!

Podríamos imaginar que esos tres barcos, simbólicamente, corresponden uno al cuerpo, el otro al centro libidinal y el tercero al centro emocional. El hombre, encerrado en su intelecto, identificado con sus ideas, prejuicios y razones, se siente al borde de la asfixia, se angustia, lo amenazan innumerables fantasmas (¡El sistema económico va a reventar! ¡Nuevos virus acabarán con la salud! ¡Los alimentos están contaminados! ¡El agua potable puede acabarse en el planeta! ¡Una bomba estallará en el metro! ¡Nunca podrá salvarte el Dios que tu religión te ofrece...!). Desde su Interior, una voz a la que no escucha le dice:
Calma tu mente, limpiala de sus ideas caducas, vence el miedo y avanza día a día, como hace frente con valentía un torero a un toro tras otro. Tú mismo puedes abatir esos límites que desde niño han embutido en tu espíritu. Este mundo en el que te quieren obligar a vivir es sólo una posible realidad, pero existen otras. La energía que mueve al mundo no tiene por qué ser el petróleo, la fuerza nuclear o la violencia masculina; las fortunas no tienen por qué estar acumuladas obligatoriamente en una minoría de la población a costa del hambre de la mayor parte de la humanidad; la casa en la que vives no tiene por qué ser trazada con un simple tiralíneas; ni los edificios construidos sin amor por arquitectos vendidos a una industria que es inhumana tienen necesidad de erigirse, con falsas ventanas e insano aire acondicionado dentro, como arrogantes falos. Deja de temer las enfermedades, tú puedes ser tu propio curandero.

El mundo es un edén en potencia que debes hacer que dé frutos. Para cambiarlo, 'comienza por cambiar tú... ¡Pero no te subes al barco! Temiendo lo incierto y aferrándote a lo seguro, desdeñando los deseos que te impulsan a crear, buscas jefes, amos o empresas desalmadas para que te den un empleo, una ratonera donde vegetar trabajando en algo que no te gusta. No piensas en realizar una buena obra, sino que mendigas un buen sueldo. Sumido en esa esclavitud, a los conflictos emocionales los llamas estrés, y en vez de subirte al barco crees que ingerir pastillas te aliviará... Prefieres, egoísta, dejar que la espada caiga sobre la cabeza de tus descendientes eligiendo nebulosos políticos para que te gobiernen o consumiendo productos industriales que son nocivos, sin hacer tu trabajo, sin mutar mentalmente, sin convertirte en el hacedor de tu destino... ¡Egos necios, estoy yo aquí llamándoos sin cesar y vosotros nunca me escucháis!

Un hombre regresa de la guerra sin brazos, sin piernas y sin tronco. Convertido en cabeza, vive con su familia algunos años. Llega una vez más el día de su cumpleaños. Sus parientes se reúnen alrededor y le ofrecen un regalo dentro de una caja de cartón. La cabeza, con alegre curiosidad, usando
sus dientes, la abre, mira en el interior y con decepción exclama:
-¡¡¡Oh, no, otra vez un sombrero!!!

Imaginemos que la cabeza, intelecto puro, se cortó ella misma las piernas por miedo a avanzar, los brazos por miedo a elegir y el tronco por miedo a vivir. Si es así, recibe entonces el regalo que corresponde a los límites que se impuso. Si inhibimos nuestras posibilidades, si eludimos nuestro ser profundo, si nos protegemos dentro de prejuicios, lo que recibiremos será producto de esos límites. Si continuamente hay personas que nos agreden, es porque nos hemos cortado del amor a nosotros mismos, y recibimos del mundo cosas que concuerdan con las mutilaciones que cargamos. Si bien es cierto que esas mutilaciones nos las han causado la familia, la sociedad, la cultura, etc., hay un momento en nuestras vidas en el que debemos repararlas y otorgarnos a nosotros mismos eso de lo que nos han privado. Los problemas, las crisis, las enfermedades, los fracasos, las heridas pueden ser motores de acción, de cambio, de madurez. El dolor es la principal raíz de nuestra realización.

Lo que pensamos que es la vida es sólo un punto de vista, un sombrero más.

No hay que tratar de comprender la vida, hay que vivirla. No podemos explicar qué son la amistad, el amor, la felicidad. Debemos aceptar -sin juzgarlos- nuestros gustos, deseos o emociones y ver cómo los canalizamos sanamente hasta llegar a ese agradable estado en el que permitimos que nuestros juicios lleguen sin tener que casarnos con ellos, empleándolos cuando nos sirvan y dejándolos ir cuando hayan caducado. No somos nosotros quienes pensamos, sino que es el centro mental quien recibe el pensamiento del espíritu colectivo. No somos nosotros los que nos imponemos amar, es el corazón quien decide abrirse; nuestros deseos nacen como una manifestación del cosmos, podemos inhibirlos pero no podemos cambiarlos. En un universo del que sólo conocemos un 1 %, captado por un cerebro del que apenas sabemos emplear diez de sus incontables células, nada podemos explicar por completo. Si narramos nuestra vida a alguien, no es nuestra vida sino lo poco que hemos captado de nuestra vida lo que le narramos.

Un anciano, que pasa por ser el más sabio de la tribu, inicia a un grupo de niños en la caza.
-¡Venid jovencitos, entre todas las demás huellas, éstas son las de un grabor! Es importante que las conozcáis para saber luego distinguirlas.
-Pero, abuelo, dinos: ¿cómo es un grabor?
-¡Ah, eso no lo sé! Por precaución siempre evité acercarme a esos monstruos. Pero conozco muy bien sus huellas.

El encuentro con el Dios interior provoca en el Yo personal una sensación de agonía. Al demolerse los límites del pensar, del sentir y del crear tememos perder nuestra identidad. Identidad que nos ha sido impuesta y que cargamos como una sólida armadura. Nos guarecemos en toda clase de estancamientos por temor a lo fluido, fluidez que es la esencia de la vida. Cuando en un estado alterado de la percepción nos vemos frente al Dios interior, en lugar de entregamos a él, le huimos...

En su libro Mi vida, el psicoanalista Carl Gustav Jung cuenta un sueño en el que se plantea el problema de la relación entre el Dios interior y el Yo personal, sin poder resolverlo.

Me encontraba de excursión por una pequeña ruta. Atravesaba un valle, el sol brillaba y ante mis ojos se presentaba un vasto panorama. Después llegaba cerca de una pequeña capilla, ubicada al borde del camino. La puerta estaba entreabierta. Entraba. Para mi gran asombro no había una estatua de la Virgen, ni un crucifijo sobre el altar, sino un magnífico arreglo floral. Delante del altar, sentado en el suelo en la posición del loto, mirando hacia mí había un yogui profundamente concentrado. Mirándolo más de cerca vi que tenía mi rostro. Estupefacto y aterrorizado, me desperté pensando: «!Ése es el que me medita! ¡Tiene un sueño y ese sueño soy yo! ¡Cuando él se despierte, yo no existiré más!».

Nos hubiera gustado que Jung, en lugar de huir despertándose, se entregara al Dios interior con un «Te escucho, ¿qué quieres decirme?». En realidad, al buscador lo persigue aquello que busca. Pero ¿cómo lograr el fundamental encuentro? ¡Aprendiendo a escuchar!

Un sacerdote que oficia en una iglesia próxima a un arroyo comienza a rezar: «Padre nuestro que estás en los cielos...», pero lo interrumpe el estridente croar de una rana. Furioso, el cura abre la ventana y grita: «¡Cállate!». La rana obedece. Regresa, se arrodilla y recomienza su plegaria. «Padre nuestro que estás en los cielos...» Esta vez lo interrumpe una voz interior. «¿Quién te dice que tu rezo es más agradable a Dios que el de la rana? ¿Por qué te crees el preferido?» Turbado, vuelve a la ventana, la abre y grita: «¡Croad, cantad, cacaread, maullad, silbad, ofreced el escándalo que queráis!». Todos los animales se ponen a hacer ruido, y también las plantas, el arroyo, las rocas, el viento y las nubes que se deslizan por el cielo. El sacerdote se da cuenta de que todo está rezando junto a él y por primera vez comprende por qué recita «Padre nuestro...» y no «Padre mío...».

Nunca oramos solos. Por ser infinito el universo, somos todos centro de él. Vivimos en compañía. No hay destinos superiores. Ni siquiera en un claustro estamos aislados del mundo. Los otros son importantes. La sociedad es importante. El planeta es importante. Los seres vivientes son importantes. La energía oscura que sostiene el universo es importante. Todo está rezando junto con nosotros el Padre-Madre nuestro.

Si aceptamos que actuamos con los demás, nuestra fuerza vital se multiplica y sobrepasamos arcaicos límites. Ya no decimos «ésta es mi obra» sino «ésta es nuestra obra». Vamos todos en el mismo barco, y este barco se llama «Instante». Compartimos el mismo Espacio, el mismo Tiempo y la misma Consciencia.

Perdido en un camino rural, un automovilista pregunta a un campesino:
-¿Adónde lleva esta carretera?
-Bueno -responde el campesino-, por un lado lleva a mi granja y, por el otro, sigue toda recta.

Ejemplo perfecto de lo que es una visión del mundo limitada. ¡A este granjero lo único que le preocupa es su mundo! La carretera podría representar nuestro desarrollo hacia la Consciencia. Tratamos de alcanzarla, pero nos hemos extraviado. Le preguntamos a un gurú: «¿Adónde lleva este camino?». Y él nos responde: «Por un lado, lleva hacia mí y, por el otro, no lleva a ninguna parte». Este maestro nunca se ha preguntado «¿Cuál es la meta donde yo no soy?». Ni siquiera ha puesto un pie en el verdadero camino. Sino que, por el contrario, se ha construido uno muy corto que no lleva más que a él.

Y ¿cuántas veces nosotros hacemos otro tanto? Pensamos que, como hemos vivido una cómoda rutina, conocemos el camino. Existen personas que no comparten sus conocimientos con nadie, creyendo que lo que mantienen en secreto les da poder. No se dan cuenta de que su trabajo debe aprovechar a todos, pues el camino es común. Si no avanzamos juntos, ¿adónde vamos?

En el evangelio, cuando el ángel se aparece a la Virgen, lo primero que le dice es: «No temas». Y en ese mismo instante, ella comprende que ha vivido sumergida en el miedo... Los animales viven en el miedo, pues han de estar siempre en estado de alerta si no quieren correr el riesgo de ser devorados ... No somos verdaderamente humanos hasta que no aprendemos a vivir sin miedo. Cuando dejamos surgir el ángel en nosotros, el Dios interior (es decir, el practicante de yoga del sueño de Jung), nos dice: «No temas morir, no temas vivir, no temas enfermar, no temas envejecer, no temas ser pobre, no temas enloquecer. Cuando no tienes miedo eres lo que eres y permites que el misterio te insemine. Si me escuchas, como hizo la Virgen, tus oídos se convertirán en vaginas. La vagina es un conducto membranoso que, a través del placer, recibe. Si no hay placer, no hay recepción; es decir, no hay una escucha verdadera».

Si durante nuestra infancia tuvimos padres tóxicos, con sus gritos y palabras agresivas nos hirieron los oídos. Cada vez que escuchamos, sufrimos. Por eso tememos las palabras ajenas. Vivimos en una sordera psicológica defensiva.  Si fue nuestro padre quien nos hirió, no podemos escuchar ninguna verdad de labios de un hombre. Si fue nuestra madre, las palabras femeninas quedarán disueltas en el aire del olvido.

Si cada vez que nos hablan las palabras no vienen del Dios interior, no escucharemos bien. Si vienen de Él, aunque sean insultos, las oiremos como palabras de aliento. Debemos cicatrizar nuestras heridas y escuchar con amor. Digan lo que nos digan, aunque sea con rabia, con ferocidad o con maldad, viene con esas palabras una caricia divina.

Mientras pasea, un monje ve un hombre golpeando a otro. Se detiene y le grita:
-¡Basta, no lo golpees más!
El agresor se precipita entonces hacia él y lo vapulea de tal manera que lo envía al hospital. Un amigo que va a visitarlo para llevarle algo de comer, le pregunta:
-Pero ¿quién te ha hecho esto?
El monje responde:
-El que me ha hecho esto es el mismo que ahora me está dando una maravillosa sopa.

La mente es como un recipiente del que manan ideas con tendencia a crear sistemas sólidos que terminan convirtiéndose en estructuras estancadas. Al mantenerse dentro de sus límites, se tornan tóxicas. Todo lo que hemos aprendido y que permanece en nosotros y que repetimos sin desarrollarlo, se hace venenoso.

Mulá Nasrudín avanza montado en su asno. De pronto, el animal decide detenerse. Nasrudín lo empuja, tira de él, le da con una fusta; nada que hacer: el asno, terco, no se mueve. Un viejo que pasa por allí le dice:
-¡Métele un pimiento en el culo!
Nasrudín así lo hace, y el asno se lanza a correr como un loco. Su amo, a su vez, corre detrás de él. Viendo que no puede alcanzarlo, también se mete un pimiento en el culo. De inmediato se pone a correr con tal velocidad que sobrepasa al burro y llega a su casa gritando a su mujer:
-¡Detenme! ¡Detenme!
-No puedo -le responde ella-, vas muy rápido. 
Él le responde: -¡Métete un pimiento en el culo!

Hay ideas enfermas, prejuicios, que de mente a mente invaden el mundo. De un día para otro todos los ciudadanos tienen un pimiento en el culo que los hace correr hacia ninguna parte... Las ideas necesitan ser dúctiles y maleables, como nubes, adaptándose a cada nueva situación. Cuando hablamos con una persona y su espíritu no transcurre libre como el nuestro, debemos adaptamos a sus límites, no luchando contra ella sino más bien danzando con sus rígidas estructuras. Para poder escuchar hay que acallar los sistemas que se aferran a nuestro intelecto y, con una mente abierta, sin contradecir, detener la crítica, la discusión.

Cuando calmamos las emociones, no juzgamos al otro como simpático o antipático, no entramos en conflicto con él (si así hiciéramos, en lugar de oírlo a él escucharíamos a nuestro niño herido, nuestro sufrimiento, nuestra orfandad de caricias) y tampoco obedecemos a los deseos introducidos por ciertas empresas que hacen uso del erotismo para aumentar sus ventas. Dejamos que la energía sexual abandone las ansias de obtener goce y que se repliegue hacia nosotros mismos convertida en energía sanadora, de modo que cada palabra enferma que penetre en nuestros canales auditivos, sea sanada por ella. Dejamos de pensar qué provecho podemos obtener o cuánto vamos a ganar: si así fuera no escucharíamos a la persona sino a nuestros intereses.

«No tengo nada que perder cuando te escucho, sólo debo recibirte, digerir tus palabras y luego ver cuál es la enseñanza que tu sistema me aporta, aun cuando sea diferente de lo que yo creo. Te acojo con tus imperfecciones, te dejo entrar en mí, mis oídos se convierten en órganos de creación, como un horno alquímico. Todo cuanto me dices es una semilla que se hunde en mi mente, magma puro donde crece el loto que oculta un diamante en su corola.»

ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico



lunes, 11 de septiembre de 2017

El baile de los mentirosos


¡MARAVILLOSA Semana!!!


Al volver a su casa de improviso, un comercial encuentra a su mujer en la cama con un enano.
Cogiendo un fusil de caza, se precipita hacia la infiel gritando:
-iJuraste no engañarme nunca más!
-Pero, querido, ¿qué te pasa? ¿No ves que estoy tratando de acabar progresivamente con ese hábito?

Generalmente, tendemos a tergiversar la realidad para justificamos. Cada vez que alguien nos muestra nuestros errores, encontramos excusas y nos transformamos de inmediato en abogados defensores. Dando una buena imagen de nosotros mismos queremos evitar un castigo o un reproche y obtener en su lugar aplausos o ventajas.

Cuando el marido engañado dice «¡Juraste no engañarme nunca más!», nos está indicando que su mujer se ha acostado con otro u otros hombres y que, después de amargos reproches o quizá incluso violencia, por su juramento -por supuesto falso- ha sido perdonada. Reincide esta vez con un enano, es decir, con un hombre con menos altura que su marido, pero no con menos calidad de sexo... La esposa tiene deseos insatisfechos, y busca que otro le dé lo que su marido no puede darle.   Así, en vez de
sentirse culpable o presentar excusas, aceptando las concepciones morales del marido, debería respetarse y proclamar con dignidad su pasión por el enano. El centro sexual sólo si está satisfecho puede dejamos libres para realizamos espiritualmente.

Hablamos del genuino deseo, no del deseo exacerbado por desviaciones patológicas. Podríamos aplicar también este chiste a la religión, la política, la ciencia o cualquier otro sistema de pensamiento. Todos los sistemas, debido a la incapacidad humana de conocer la total realidad, están basados en creencias. La verdad es aquella que, por fe, decidimos que es la verdad... Verdad que nos es útil sólo en un momento determinado de nuestra vida. Sin embargo tenemos la libertad de cambiar de sistema. Toda relación es la resultante entre lo que el otro cree ser y lo que nosotros creemos que es. El factor que sostiene los intercambios es la confianza. Sin confianza, nuestras realidades virtuales se esfuman.

-¡Qué bonito traje llevas! -dice una persona a su amigo. -Es un regalo de mi esposa.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué motivo?
-Por ningún motivo concreto, fue así sin más. ¡Y con qué delicadeza me lo ofreció! El otro día,cuando regresé a mi casa más temprano de lo previsto, mi mujer dormía una siesta en el dormitorio y el traje estaba sobre una silla, al lado de la cama.

No debemos avergonzamos de ser lo que somos y no lo que los otros quieren.De todas maneras, en esencia lo que no somos -aunque queramos serio - no lo seremos. Y lo que somos -aunque no queramos serio- lo seremos siempre.

Para cambiar al mundo debemos cambiar nuestros pensamientos. Ese comercial, dándose cuenta de que ama una imagen que no existe, en vez de intentar cambiar a su esposa debería cambiar la concepción que él tiene de ella.

-¡Mi marido me enervar ¡Imagínate: mi criada está embarazada!
-¿Fue el autor del golpe?
-Es totalmente incapaz de hacerlo, pero lo que me exaspera es que se va a jactar de ello en todas partes.

Hay personas que aprovechan cualquier oportunidad para mentirse. Se imaginan que son lo que los demás piensan que ellos son, para lo cual construyen falsas imágenes de sí mismos. Si los otros se las creen, sienten que de verdad son eso que se han inventado.

A este tipo de mentirosos, en la infancia nadie les enseñó a amarse a sí mismos. Para formarse bien, el niño depende de una justa mirada de sus padres. Ellos deben verlo como es y no como quieren que sea. Muchas veces los progenitores tienen planes para sus hijos que no se ajustan a su verdadera naturaleza.

Una madre judía pasea a sus dos niños. Alguien le pregunta qué edad tienen, y ella responde:
-El doctor tiene cuatro añitos y el abogado dos y medio.

El individuo crece pensando que lo que sus familiares quieren que él sea, eso es lo que vale en él; y que lo que en realidad él es, eso no vale nada. Vive sintiéndose vacío, sin significado, culpable de existir. Convierte su ser en una apariencia, tratando de hacer válido lo que finge. Delante de los otros miente y en soledad se miente a sí mismo, convencido de que esos adornos adoptados son su auténtica médula. Su vida cotidiana es como la de un actor en una permanente obra de teatro. Emborracha a sus interlocutores contándoles sus aventuras, siempre creíbles. Para hacerles tragar una gran mentira la rodea de cien pequeñas verdades... Con astucia anticipa en parte las sospechas de sus oyentes, dando por anticipado respuestas a las preguntas que sin duda se le harán. Esta mitomanía le permite soportar su desvalorización y enfrentar una realidad difícil y dolorosa para él.

Pregunta Pedrito:
-¿Mamá, los peces crecen?
-Claro que sí, hijo mío. Por ejemplo, fíjate en la trucha que pescó tu padre el domingo: cada vez que habla de ella, aumenta medio kilo.

La mentira es progresiva, nos encadena a su falsa realidad. Estamos ante un dilema: o confesar la verdad o seguir mintiendo para justificar las primeras mentiras. 

Un mundo que, como un globo muy inflado, terminará explotando. Es posible también que, conscientes de no amarnos a nosotros mismos, o nuestro trabajo, a la familia, recurramos a una droga para acallar nuestra conciencia y sentimos mejor.

Un sargento arresta a un soldado que llega al cuartel completamente borracho.
-Imbécil, si no bebieras, podrías llegar a ser sargento.
-No me preocupa -dice el ebrio-. Cuando bebo soy coronel.

Preferimos una mentira agradable a una dolorosa verdad. El cerebro suele funcionar eligiendo entre dos males siempre el menor. A veces, desarrollar una enfermedad mortal nos es menos doloroso que aceptar que no somos amados.

Un borracho entra en su casa completamente manchado de lápiz de labios y hecho un desastre.
Su mujer le pregunta:
-¿Qué te ha pasado?
y el borracho le responde:
-¡No me vas a creer, me peleé con un payaso!

Temiendo un drama conyugal, el mentiroso utiliza dos técnicas: omitir (que estuvo en un bar) y falsear (que no estuvo con una mujer sino con un payaso).

¿Cuántas veces nuestra memoria, para ocultar un abuso infantil, omite revivir el trauma? ¿Cuántas veces nos hemos dicho que aquel pariente que nos dañó nos amaba? En el caso del abuso, se nos hace vivir algo que no corresponde a nuestra edad o bien no nos dejan vivir algo que sí nos corresponde, y el trauma se amalgama a nuestra identidad haciéndonos creer que el sufrimiento que nos causa forma parte de lo que somos, obligándonos por tanto a aferramos a él, a buscar siempre eliminar sus dolorosos síntomas sin que nunca lo afrontemos. Terminamos siendo cómplices del abuso: lo que nos hicieron en la infancia seguimos haciéndonoslo nosotros mismos. Nos convertimos en nuestro propio verdugo. Si antes nos privaron de algo, ahora nosotros nos privaremos de lo mismo. Si ayer se abusó de nosotros, hoy nos relacionaremos con personas que abusan. Así, un niño, que para vivir necesita ser amado por sus padres, si éstos por cualquier razón no lo aman, no lo atienden, lo abandonan o se divorcian, acabará diciéndose que «Fue por mi culpa, no merezco ser amado, resulto tan desagradable que me pusieron en otras manos, fui incapaz de mantenerlos unidos...», pero nunca aceptará que fue porque no lo quisieron: llegar a esta conclusión le provocaría enfermedades, locura o incluso la muerte... Este sentimiento de culpabilidad, de forma abierta o solapada, le produce una profunda desvalorización de sí mismo. Despreciándose, crea personalidades imaginarias,
miente.  Aunque experimente un insano placer cada vez que es creído, en lo más profundo de su ser sufre por no ser lo que inventa.

En una pequeña aldea, un abuelo sabio pone a prueba a sus cuatro nietos, tres varones y una hembra.
-Cada uno de vosotros debe tomar una gallina y matarla en un lugar donde nadie lo vea. Al que lo haga mejor le regalaré esta flauta de madera hecha con mis manos.
Los muchachos y la niña parten decididos a obtener el trofeo. Al cabo de cierto tiempo, el primero en regresar, depositando ante los pies del anciano su gallina muerta, le informa con mucho orgullo:
-A pesar de que en todos los lugares hay gente, fui al bosque, trepé a la copa del árbol más alto y ahí, oculto entre las ramas, la degollé.
Llega el segundo nieto y también, ufano, deposita ante los pies del abuelo su gallina muerta.
-Me sumergí con ella en el río para, debajo del agua, abrirle el vientre...
El tercer muchacho, a su vez con aires de triunfador, entrega su animal muerto.
-Me fui al cementerio y, camuflado por la sombra de una tumba, le estiré el cuello.
Por el contrario, la nieta, apesadumbrada, llega con su gallina en los brazos, viva. El sabio le pregunta:
-¿Qué sucedió, señorita? ¿Acaso en la aldea y sus alrededores no hay ningún sitio sin gente?
-No es eso, abuelo. Usted pidió que matáramos a la gallina donde nadie nos viera. Pero por muy desiertos que estuvieran los sitios donde fui, la gallina siempre me estaba mirando.
Y el anciano, con una gran sonrisa, entrega a la niña su flauta de madera.

Es imposible mentir a nuestro Yo esencial. Por muy desviada que esté nuestra personalidad, por muy convencidos que estemos de ser eso que otros quieren que seamos, por muy productivas que resulten nuestras mentiras, un ojo interior nos estará indicando la verdad. Aunque nos neguemos a aceptar su mensaje, sentiremos con molesto sufrimiento nuestra traición. Si no nos hemos consumido en la llama interior, convirtiendo en fértiles cenizas nuestros egos, todos inevitablemente mentimos.

Después de un mes de ausencia, Mulá Nasrudín regresa de la capital a su aldea. Feliz, cuenta con gran orgullo:
-¡A mí, Mulá Nasrudín, el sultán me habló!
Los aldeanos lo ovacionan.
-¡Gloria a nuestro Mulá, el sultán le habló!
Organizan una gran fiesta en honor de tan ilustre paisano. En medio de la celebración, un niño se acerca a Nasrudín y le pregunta:
-¿Qué te dijo el sultán?
-Lo vi salir de su palacio. Entonces corrí, sin dar tiempo a los soldados para que me detuvieran, y me encontré frente al sultán, tan cerca de él como ahora lo estoy de ti, muchachito.
-¡Ah!, ¿fue entonces cuando te habló?
-Sí, Y me dijo: «¡Quítate de ahí, miserable!».

El encuentro con el Yo esencial es positivamente transformador: los problemas que nos parecían enormes, ante la visión del infinito, de la eternidad o de la todopoderosa Consciencia divina, se hacen minúsculos. Agradecidos, descubrimos la humildad.

Le cuentan a un hombre que la Verdad existe en algún lugar. Comienza a buscarla por el mundo entero hasta que, al cabo de muchos años, llega a una lejana aldea situada al pie de una montaña. Los aldeanos le dicen que en la elevada cima habita la Verdad. Decide comenzar a escalar la montaña de inmediato. Es una masa rocosa, llena de cactus. Con las manos heridas, la ropa desgarrada, casi muerto de fatiga, después de una ascensión en extremo desagradable, alcanza la cima, en la cual hay una caverna. Al entrar en esa oscura profundidad ve, alumbrándose con una vela, a una vieja sin dientes, cubierta de arrugas, de una fealdad enorme. La bruja le dice, mirándolo con sus ojillos llenos de lagañas:
-¡Soy yo, la Verdad!
El hombre, asqueado, le responde:
-¡He perdido el tiempo buscándote! ¡Es estúpido haber escalado hasta esta inhóspita cumbre sólo para ver tu monstruosidad! ¡Adiós, Verdad horrible!
Sale furioso de la caverna. Pero cuando avanza unos metros descubre que el paisaje es maravilloso, que la montaña tiene colores sublimes, que hay flores que no había percibido, pájaros, insectos, mariposas. Los cactus emiten agradables aromas, las piedras brillan como joyas. En el valle, increíblemente fértil, la aldea se alza en medio de una paz admirable. Se da cuenta entonces de que su espíritu ha cambiado porque ve la belleza en todas partes.
Mientras desciende, en pleno éxtasis, escucha la temblorosa y desentonada voz de la vieja:
-¡Espera! ¡Te quiero pedir una cosa!
-¿Qué?
-Cuando llegues abajo, di a todos los aldeanos que soy joven y hermosa.

El encuentro con la Verdad puede parecemos desagradable, porque para realizar lo que tenemos que realizar debemos perder por completo las ilusiones. Sin embargo, para perderlas debemos antes habérnoslas creado. Primero buscamos una Verdad ilusoria. Después, a fuerza de no encontrarla, la odiamos. Luego, sobrepasando nuestro disgusto, aceptamos lo que es tal como es. En vez de atormentarnos por nuestra ignorancia, sentimos el calor de la felicidad en la médula de los huesos.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico


lunes, 4 de septiembre de 2017

La tradición


¡MARAVILLOSA Semana!!!



Un señor que está sentado en la terraza de un café observa una aglomeración de gente reunida a cierta distancia de él. Se levanta y va a ver qué ocurre.
-¡Perdón, caballero! ¿Podría explicarme qué está mirando?
-¡Oh, pobre de mí! -responde un curioso-. ¿Acaso usted cree que lo sé? ¡El último que sabía por qué estaba aquí se marchó hace por lo menos media hora!

Los espectadores están ahí sin saber por qué. Este chiste nos describe la misteriosa tradición iniciática... Ciertas personas hablan de la Verdad, pero quienes la poseían desaparecieron hace siglos. Los que hoy dicen transmitida crean escuelas y enseñan llamando «secreto» a un conocimiento que ignoran.

Debemos tener cuidado de con quién nos comprometemos. ¿Estamos hablando con alguien que en realidad ha visto algo o con alguien que asegura que algún otro ha visto algo pero no sabe qué?

Hay abundancia de maestros de zen, de chan o budismo chino, de yoga tibetano, de tantra, de meditación trascendental, etc. Cada una de estas escuelas pone como meta la iluminación. Todas se refieren al Buda Shakyamuni, que en el siglo VI antes de nuestra era, meditando al pie de un árbol en la postura del loto, se iluminó.

«Buda» significa «el que sabe». ¿El que sabe qué? ¡Eso nadie lo sabe! Para saberlo hay que convertirse en Buda... Durante siglos, innumerables estudiantes se han sentado a meditar, inmóviles como cadáveres, tratando de obtener algo que desconocen porque no lo han experimentado. La palabra «iluminación» es tan hueca como la palabra «transfunfación». Piensan los postulantes: «Si el Buda Shakyamuni se transfunfó, yo también, si medito lo suficiente, algún día me transfunfaré. Entonces ¡abriré una escuela y enseñaré a los demás a transfunfarse!».

En 1970, en París, asistí al encuentro de dos grandes artistas: el surrealista Jean Benoit y el pánico Roland Topor. Examinando los pies de un personaje dibujado por Topor, Benoit, que pasaba semanas, meses, trabajando incansablemente para lograr un cuadro perfecto, le dijo:

-Mire amigo, usted debería ir a estudiar con un zapatero: así, conociendo la técnica de la fabricación del calzado, sería capaz de dibujar zapatos a los que no se les puede quitar una sola línea.
-Inútil -respondió Topor-. Yo quiero dibujar zapatos a los que siempre se les puedan agregar más líneas.

Esto mismo sucede con la tradición. Unos agregan, otros quitan. El resultado es el mismo: nadie se transfunfa.

Cierto día por la mañana, un campesino fue a visitar a Mulá Nasrudín. Le llevó como regalo un pato. Nasrudín invitó al hombre a almorzar el ave, cocinada en sopa. El campesino regresó feliz a su campo... Horas más tarde, se presentaron unos muchachos:
-Somos los hijos del hombre que te regaló el pato.
Fueron bien recibidos y bien tratados. Se les sirvió sopa. Se marcharon muy contentos... Más tarde aún vinieron dos nuevos visitantes. -Somos los vecinos del hombre que te trajo un pato.
Mulá invitó a sus huéspedes a merendar... Por la' noche, una familia entera pidió hospitalidad a Mulá.
-Somos los vecinos de los vecinos del hombre que te regalo un pato.
Mulá los instaló en el comedor y al cabo de un rato trajo una enorme sopera llena de agua hirviendo. Sirvió un tazón de este líquido a cada uno de los convidados.
-Pero ¿qué es esto, señor Mulá? ¡Por Alá, nunca habíamos visto una sopa parecida!
-¡Éste es el caldo del caldo del caldo de pato, para ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me trajo este maldito pájaro!

En un momento dado, existe una verdad. Después, algunas personas procuran conocerla, pero reciben la versión de la versión de la versión de esa verdad. Y en el fondo, no obtienen nada. ..

Cuando el gran rabino Israel Baal Shem Tob veía que un ataque se tramaba contra su pueblo, se aislaba en cierto sitio del bosque, encendía una hoguera, recitaba una plegaria y entonces se producía el milagro: la amenaza quedaba anulada.
Más tarde, cuando su discípulo directo, el rabino de Mezeritch, debía rogar al cielo por las mismas razones, iba a ese lugar del bosque y decía:
-Escúchame, Dios: no sé cómo encender la hoguera, pero sí soy capaz de recitar la plegaria.
Más tarde aún, el rabino Moshé Leib de Sassov, tratando de salvar a su pueblo, decía:
-No sé cómo encender la hoguera, no conozco la plegaria, pero puedo ubicar el lugar en el bosque. ¿Eso te basta, Señor?
Después, cuando le tocó al rabino Israel de Rizhin eliminar la amenaza, sentado en su sillón, se tomó la cabeza entre las manos y le habló al Supremo:
-Soy incapaz de encender la hoguera, no conozco la plegaria, no puedo encontrar el sitio en el bosque. Todo lo que sé hacer es contar esta historia... ¡Ayúdame!

Con el paso del tiempo, los discípulos de este rabino olvidaron la historia. Poco a poco, agregando agua a la sopa de pato, desaparece el pato, y los que beben el líquido caliente no tienen nada que digerir.

Una mujer vuelve del mercado. Deposita en la mesa de su cocina un pescado que pesa medio kilo. Va unos minutos al baño. Cuando regresa, el pescado ha desaparecido... Pero, en un rincón, su gato se relame ronroneando. Va a darle unas palmadas, pero una duda la asalta. Toma al felino, lo coloca en una balanza y constata, con estupor, que pesa medio kilo.
-Pero ¿a dónde se ha ido el gato? -dice la cocinera.

Si aceptamos que el gato representa al Yo personal y el pescado al Yo esencial, comprenderemos que, en alguien que elude la búsqueda espiritual, sus cuatro egos cometen el fatal error de creer que el Yo personal es lo que importa, confundiéndolo, como hace la cocinera, con el Yo esencial. Ella, al pesarlo, considera que el gato es un pescado. Muchos de aquellos que se autoproclaman maestros de la Tradición son gatos que han devorado a su pescado.

Un señor, después de haber recorrido varios hoteles de la ciudad sin encontrar alojamiento, acaba en un local de dudosa categoría, situado en las afueras. El dueño le acompaña a la habitación.
-¡Cómo es posible! ¡Estas sábanas están asquerosamente sucias! 
-¡Qué raro! - contesta el propietario-. Todos los que durmieron en ellas estos meses no dijeron nada...

En el Tarot de Marsella, el arcano XVI se llama «La Maison-Dieu». En español Maison significa «Casa» y Dieu, «Dios». No se trata de la casa de Dios, sino de la Casa-Dios, la casa que es Dios. El primer cliente que llegó a ese hotel (Casa-Dios) tuvo unas sábanas limpias (la Verdad). Dejó impresos en ellas el olor y los humores de su cuerpo. Le dio a la Verdad su toque personal. Los dulces tienen distintos sabores, pero el azúcar es el mismo. La Verdad se hace Buda, Mahoma, Cristo... Luego, las sábanas son holladas por imitadores que agregan a las huellas del Maestro sus delirios personales. Creen que resolviendo absurdos acertijos o permaneciendo inmóviles, de rodillas, con la columna vertebral estirada y los dedos cruzados, o bien repitiendo sin cesar racimos de palabras consideradas sagradas, acabarán por transfunfarse.

¿Cuál sería una visión aproximada del estado espiritual del primer Buda?
Ninguna palabra puede transmitimos algo que se realiza a través de la experiencia, que no es un concepto sino una sensación, un sentimiento, un acto natural como la maravillosa eclosión de una flor. Lo que el Buda realizó espiritualmente, en la mudez y el silencio, nos interesa. Lo que cuentan que él dijo luego, son sábanas sucias.

Un discípulo le pregunta a Ramakrishna:
-Maestro, en cada país, en cada templo, las esculturas que representan al Buda son diferentes. ¿Esto le molesta?
-No -le responde Ramakrishna-. Si bien es cierto que son diferentes, todas ellas muestran la misma sonrisa. Y eso es lo esencial.

Un día en Benarés, durante un sermón ante una gran asamblea, el Buda Shakyamuni tomó una flor y la hizo girar con delicadeza entre sus dedos. Nadie comprendió aquel gesto, sólo su discípulo Mahakasyapa sonrió. Entonces el Buda le dijo: «Tú eres el único que ha comprendido la esencia de mi enseñanza». El maestro Mumon Ekai (o Wumen Huikai, en chino), gran bebedor de sopa de sopa de sopa de pato, interpreta así este acontecimiento declarando que Mahakasyapa se transfunfó:

«Mientras los demás cavilaban sobre el significado de la enseñanza que el Buda acababa de dar, sólo Mahakasyapa -cuyo espíritu brillaba, disponible, sin obstáculos, perfectamente puro- estaba presente, en total unión con el espíritu del Maestro. Cuando el Buda levantó la flor, apareció la raíz. Mahakasyapa sonrió y, tanto en la tierra como en el cielo, los seres quedaron sorprendidos» .

Para obtener algo provechoso de esta leyenda tendríamos que eliminar las interpretaciones que explican la sonrisa como una total unión con el espíritu del Maestro, como si la meta principal fuera hacerse uno con el Buda. Si eso fuese la iluminación, ¿cómo podría haberla obtenido Shakyamuni?, pues como fue el primero no tenía un maestro con quien unir su espíritu. Por otra parte, si el discípulo está en perfecta unión con el Buda, no se le puede adjudicar un espíritu superior. Si él y el Maestro son uno, nadie da, nadie recibe, no hay intercambio. Decir que en la tierra y en el cielo los seres se sorprenden es un cuento de hadas que revela que Mumon Ekai estaba transfunfado, pero no iluminado.

El conocimiento real no puede ser transmitido de un hombre a otro, un individuo sólo puede ser guiado hasta el lugar donde es posible adquirirlo. Y es necesario que capte la verdad no sólo intelectualmente, con su cerebro; sino también intuitivamente, con su corazón; instintivamente, con su sexo; y vitalmente, con su cuerpo.

Al atravesar el muro de las ideas locas, los sentimientos posesivos, los deseos encadenadores y las necesidades inducidas, nos liberamos de pasados y futuros que no son nuestros y comenzamos a ser nosotros mismos. Para llegar a este punto hemos tenido que recorrer un largo camino: el Yo artificial -que desde el nacimiento nos implanta la familia y la sociedad- ha puesto en acción mecanismos de defensa para no afrontar los recuerdos de experiencias traumáticas, consiguiendo así mantener velados pensamientos que causan ansiedad. Satisfacemos las necesidades reprimidas entregándonos a otra necesidad tan ajena como la primera, pero más segura. O las sublimamos, realizando algo que resulta falso pero que la moral permite; o bien agredimos a personas más débiles que nosotros; o destruimos objetos, desplazando así los impulsos sexuales que nos avergüenzan. Como los bebedores de sopa de sopa de sopa de pato, adoramos ídolos y aumentamos nuestra autoestima identificándonos con divas, campeones, gurús o sectas que consideramos poderosas o sagradas... Reprimimos nuestras pulsiones -producto de abusos sufridos durante nuestra infancia y que nos angustian si las reconocemos como propias- para proyectarlas en otros, como por ejemplo una homosexualidad no asumida: «No soy yo el que desea a todos los hombres, es la ninfómana de mi esposa». Disfrazamos los deseos perversos expresándolos descaradamente con su forma contraria: «¡Qué horror: debería castrarse a todos los pedófilos!», exclama una madre que ha abusado sexualmente de su hijo. Un conflicto o una frustración nos hace regresar a estados
anteriores de nuestro desarrollo. Si nuestra madre odia a los hombres, para no perder su amor rechazamos hacernos adultos y permanecemos siendo niños. Reaccionamos con ataques de rabia cuando nos indican nuestros defectos y errores personales. Nos convertimos, por miedo al rechazo, en aduladores; explotamos las amistades buscando beneficios sociales; acumulamos cosas y hechos inútiles; establecemos
relaciones superficiales guiados por objetivos financieros; producimos sin cesar objetos absurdos; ponemos barreras emocionales para mantener la distancia. Vivimos constantemente semiapartados de los otros y del mundo.

Los ensuciadores de sábanas piensan que la sonrisa de Mahakasyapa es el resultado de haber vencido todo esto, un reflejo de la satisfacción por los triunfos conseguidos sobre problemas pasados y angustias futuras. Sintiéndose vacíos, sin palabras, sin emociones, sin deseos, y como los gurús de los gurús de los gurús les han dicho que para lograr la realización espiritual es preciso desidentificarse del cuerpo, creen que la sonrisa de este discípulo predilecto es simplemente un gesto que indica que ha entrado en el desencarnado estado de la transfunfación. ¡No han comprendido nada!

Como una flor girando en el océano de la Consciencia divina, emitiendo de forma natural su perfume, fluyendo entremezclado con el tiempo, convertido en ofrenda total, sin meta, sin desear convencer a nadie, gozando de pertenecer a la inmensa joya que es el instante universal, Mahakasyapa muestra una sonrisa que no abarca sólo sus labios, sino su Cuerpo entero, su Alma entera, su Espíritu entero.

Sonríe cada célula de su carne, sonríen su piel, sus cabellos, sus huesos, sus vísceras, sonríe su sangre... Ha aprendido a morir, a ceder su Consciencia al misterio eterno. Como se sabe efímero, considera el instante como una oportunidad única, siente que su cuerpo, aunque creado con la materia del Todo, es lo único que puede definirlo como individuo, por eso sonríe. Esa sonrisa es la sonrisa de la eternidad brillando como un faro en la sagrada carne. Cuando Mahakasyapa escucha a Shakyamuni decir «Poseo el ojo del Dharma, el espíritu del despertar. Ahora te lo transmito», sonríe porque sabe que no hay ninguna transmisión, ningún deber, ninguna iluminación que alcanzar. Es un cuerpo-templo transido de la alegría de vivir, habitado por un espíritu que le ha sido prestado, un cáliz de cristal puro que contiene una gota del océano divino. Sabe que la conservará hasta el momento de la muerte, donde en pleno éxtasis la entregará sin dificultad. <habiendo inclinado la cabeza, ( sonriendo ) entregó el espíritu» (Juan 19, 30).

Un monarca que se encuentra muy enfermo llama a todos los sabios de su reino y les pide que resuman su saber en un solo libro. Pasan seis meses. Los sabios presentan al rey un grueso volumen y éste les dice:
-Mis días están contados. Nunca llegaré a leer tantas páginas. Resumid este libro en un solo capítulo. Hacedlo rápidamente.
Al cabo de una semana regresan los sabios con diez páginas. El monarca ha empeorado.
Balbucea:
- Demasiado tarde: sólo me queda energía para leer una página.
- Los sabios se apresuran a resumir el capítulo. Cuando le entregan la página, el rey tiene ya dificultad para ver, y les dice:
-Decidme todo su saber en una frase.
Los sabios, tras unos instantes de profunda reflexión, le dicen: -Se nace, se sufre, se muere.
El rey suspira con aflicción y murmura:
-Daría la mitad de mi tesoro a quien me dijera una frase más sabia que ésa.
Uno de los viejos monjes que desde niño han servido al rey le dice: -No se nace, no se muere.
El rey sonríe tristemente. Comprende la vacuidad del ego. Sin embargo, aún no está satisfecho.
Gime:
-Daría todo mi tesoro a quien me dijera una frase aún más sabia que ésa.
El segundo monje, más anciano aún que su compañero, sonríe y le dice al oído:
-Se nace, se vive, se muere, ¡qué maravilla!
El rey comprende. Feliz, da su último suspiro.

¿Se puede buscar lo que uno no conoce? El pensador francés Pascal escribió:
«No me buscarías si no me hubieras ya encontrado» .

A la hora de la comida, un niño se acerca a su padre y le dice: -Quiero que esta noche no me esperes.
-¡Cómo que no te espere! ¿Por qué?
-Porque ya llegué, papá.

Lo que queremos ser, ya lo somos.

ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico