Segunda parte
Compasión y calidez humanas
5 ~ Un nuevo modelo de relación íntima
Soledad y conexión
Entré en la suite del hotel donde se alojaba el Dalai Lama y él me invitó a sentarme. Mientras se servía el té, se quitó un par de zapatos Rockports de color caramelo claro y se instaló cómodamente en un sillón.
-¿ y bien? -preguntó con su tono indiferente, pero con una inflexión que indicaba su disposición a abordar cualquier tema.
Me sonrió y se mantuvo en silencio.
Unos momentos antes, mientras estaba sentado en el vestíbulo del hotel, esperando que llegara la hora de nuestra reunión, yo había tomado sin demasiado interés un ejemplar de un periódico alternativo local que estaba abierto en la sección de anuncios personales. Pasé rápidamente la mirada sobre los anuncios densamente agrupados, donde predominaban, página tras página, los de gente que buscaba con desesperación relacionarse con otro ser humano. Sin dejar de pensar en aquellos anuncios, me senté para empezar la sesión con el Dalai Lama; de repente decidí dejar de lado la lista de preguntas preparadas que llevaba y le pregunté:
-¿Se siente solo alguna vez? -No -se limitó a contestar. No estaba preparado para esta respuesta. Imaginé que diría más o menos: «Desde luego... De vez en cuando, todo el mundo se siente algo solo». Y luego yo le preguntaría cómo afrontaba la soledad. Yo no esperaba que alguien me contestara que nunca se sentía solo.
-¿No? -le pregunté de nuevo, incrédulo.
-No.
-¿A qué lo atribuye?
Se quedó un momento pensativo antes de contestar. -Creo que una de las razones es que suelo mirar a todo ser humano desde un ángulo positivo, intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente una sensación de afinidad, una especie de conexión.
»Quizá se deba a que existe por mi parte menos recelo, menos temor a que si actúo de determinada manera quizá la persona me pierda el respeto o piense que soy un extraño. Como ese temor no existe provoco una especie de apertura. Creo que ése es el factor principal. Mientras me esforzaba por captar el alcance de lo que decía, pregunté:
-Pero ¿cómo se llega a esa actitud, a no temer ser juzgado por los demás, a despertar su antipatía? ¿Existen métodos específicos al alcance de una persona corriente para desarrollar esa cualidad?
-Primero hay que darse cuenta de la utilidad de la compasión -me contestó con un tono de profunda convicción-. Ese es el factor clave. Una vez que se ha aceptado que la compasión no es algo infantil o sentimental, una vez que has comprendido su valor más profundo, desarrollas inmediatamente el deseo de cultivarla.
» y en cuanto estimulas la actitud compasiva en tu mente, en cuanto se hace activa, tu actitud hacia los demás cambia automáticamente. Si te acercas a los demás con disposición compasiva, reducirás tus temores, lo que te permitirá una mayor apertura. Creas un ambiente positivo y amistoso. Con esa actitud abres la posibilidad de recibir afecto o de obtener una respuesta positiva de la otra persona. Y, aunque el otro no se muestre afable o no responda de una forma positiva, al menos te habrás aproximado a él con una actitud abierta, que te proporciona flexibilidad y libertad para cambiar tu enfoque cuando sea necesario. Esa clase de apertura facilita al menos la posibilidad de tener una conversación significativa con el otro. Pero sin esa actitud de compasión, si estás cerrado, irritado o indiferente, te sentirás incómodo aunque seas abordado por tu mejor amigo.
»Creo que en muchos casos la gente espera que sean los otros quienes actúen primero de forma positiva, en lugar de tomar la iniciativa de crear esa posibilidad. Tengo la impresión de que eso es un error, que provoca problemas y que puede actuar como una barrera que únicamente sirve para promover el aislamiento. Así pues, si deseas superar ese sentimiento, creo que la actitud que se adopte establece una diferencia tremenda. Y la mejor forma es acercarse a los demás con el pensamiento de la compasión en la propia mente.
Mi sorpresa ante la afirmación del Dalai Lama de que nunca se sentía solo era proporcional a mi convicción de la omnipresencia de la soledad en nuestra sociedad, que no nacía simplemente de mi propia sensación de soledad, o del omnipresente paso por ella que revelaba mi práctica psiquiátrica. Durante los últimos veinte años, los psicólogos han empezado a estudiar la soledad de una forma científica y han realizado numerosas investigaciones. Uno de los descubrimientos más notables es que casi todas las personas manifiestan haber padecido en algún momento soledad. En una amplia encuesta realizada en Estados Unidos, una cuarta parte de los adultos dijeron que se habían sentido muy solos al menos una vez durante las dos semanas anteriores. Aunque a menudo pensamos en la soledad crónica como un padecimiento particularmente difundido solamente entre los ancianos, aislados en viviendas vacías o en los patios traseros de las residencias, la investigación revela que los adolescentes y los adultos jóvenes se sienten solos con la misma frecuencia que los ancianos.
Debido al aumento de la soledad, los investigadores han empezado a examinar las complejas variables que pueden contribuir a fomentarla. Así han descubierto, por ejemplo, que los individuos solitarios tienen problemas para abrirse hacia los demás, dificultades para comunicarse y para escuchar y les faltan ciertas habilidades sociales como saber mantener una conversación (cuándo asentir con un gesto, cómo responder apropiadamente o cuándo callarse). Esta investigación sugiere que una estrategia para superar la soledad sería la de trabajar en la mejora de estas habilidades sociales. La estrategia del Dalai Lama, sin embargo, parecía soslayar la cuestión de las habilidades sociales o de los comportamientos externos, para dirigirse directamente al corazón, al valor de la compasión y el cultivo de la misma. A pesar de mi sorpresa inicial, mientras le oía hablar tuve el firme convencimiento de que, efectivamente, nunca se sentía solo. Había pruebas que apoyaban su afirmación. Yo mismo había sido testigo con frecuencia de su primera interacción con alguien totalmente extraño para él, y el resultado era invariablemente positivo. Empezó a quedar claro que estas interacciones positivas no eran accidentales o simplemente el resultado de una personalidad afable. Percibí que había dedicado mucho tiempo a pensar en la importancia de la compasión, a cultivarla cuidadosamente y a utilizarla para preparar el terreno de su experiencia cotidiana, haciéndolo fértil para las interacciones positivas con las demás personas, un método que puede utilizar cualquiera que sufra de soledad.
Dependencia de los demás frente a independencia
-La semilla de la perfección está presente en el interior de todos los seres. No obstante, se necesita compasión para activarla. El Dalai Lama introdujo con estas palabras el tema de la compasión ante un público silencioso, compuesto por unas mil quinientas personas, buena parte de las cuales estaban consagradas al estudio del budismo. A continuación empezó a hablar de la doctrina budista del campo de mérito.
En el sentido budista, el mérito son las huellas positivas en la mente, o «continuum mental», como resultado de acciones positivas. El Dalai Lama explicó que un campo de mérito es una fuente de la que se puede extraer mérito. Según la teoría budista, son los méritos acumulados los que determinan las condiciones de los renacimientos futuros. La doctrina budista especifica dos campos de mérito: el de los budas y el de otros seres sensibles. Una forma de acumular mérito consiste en generar respeto, fe y confianza en los budas, en los seres iluminados. La otra supone practicar la amabilidad, la generosidad, la tolerancia, y evitar acciones negativas, como matar, robar y mentir. Esta forma exige interacción con los demás, en lugar de interacción con los budas. Por eso, señaló el Dalai Lama, los otros pueden sernos de gran ayuda para acumular mérito.
La descripción que hace el Dalai Lama de otras personas como un campo de mérito posee una hermosa calidad lírica, producto de una gran imaginación. Su lúcido razonamiento y su poder de convicción se combinaron para que la charla de aquella tarde sobrecogiera a los concurrentes. Al mirar alrededor pude darme cuenta de que muchos estaban visiblemente conmovidos. Yo mismo me sentía cautivado. Como resultado de nuestras conversaciones anteriores sobre la importancia de la compasión, me sentía todavía fuertemente influido por años de formación y práctica científicas, que me hacían considerar toda conversación sobre el tema como demasiado sentimental. Mientras él hablaba, mi mente empezó a distraerse. Miré furtivamente alrededor, en busca de rostros famosos, interesantes o familiares. Puesto que había comido demasiado antes de la charla, empecé a sentir sueño. Mi conciencia captaba a medias lo que el Dalai Lama decía y, en un momento determinado, mi mente sintonizó de nuevo con la realidad y le oí decir:
- ... el otro día hablé sobre los factores necesarios para disfrutar de una vida feliz y gozosa, como la buena salud, los bienes materiales, los amigos, etcétera. Y todos ellos dependen de nuestros semejantes. Para mantener una buena salud se necesitan los medicamentos fabricados por otros y servicios de atención sanitaria ofrecidos por otros. Si examinan todas las cosas que les proporcionan bienestar, descubrirán que no existe ningún objeto que no tenga conexión con otras personas. Si lo piensan cuidadosamente, verán que en la fabricación de esos objetos intervienen muchas personas, ya sea directa o indirectamente. No hace falta decir que cuando hablamos de buenos amigos y compañeros como otro factor necesario para llevar una vida feliz, hablamos de interacción con otros seres sensibles, con otros seres humanos.
»Como pueden ver, todos esos factores se hallan inextricablemente unidos con los esfuerzos y la cooperación de otras personas. Los otros seres son indispensables. Así que, a pesar de que el proceso de relacionarse con los demás suponga a veces momentos difíciles, disputas, debemos intentar mantener una actitud de amistad y cordialidad, de modo que la interacción con ellos nos proporcione una vida feliz.
Mientras él hablaba, experimenté una resistencia instintiva. A pesar de que siempre he valorado y disfrutado de mis amigos y mi familia, siempre me he considerado una persona independiente. De hecho, me enorgullezco de esta cualidad. Secretamente, tiendo a considerar con cierto desprecio a las personas dependientes, lo que no deja de ser una señal de debilidad.
Aquella tarde sin embargo, mientras escuchaba al Dalai Lama, ocurrió algo. Puesto que «nuestra dependencia de los demás» no era precisamente mi tema favorito, mi mente empezó a distraerse de nuevo y me quité con actitud ausente un hilo suelto de la manga de la camisa. Sintonicé por un momento con la charla, le escuché hablar sobre las numerosas personas que participan en la creación de todas nuestras posesiones materiales. Al escuchar sus palabras, empecé a pensar en las muchas personas implicadas en la confección de mi camisa. Me imaginé al campesino que cultivó el algodón.
A continuación a la persona que le vendió el tractor para arar el campo. Luego, a los cientos o incluso miles de personas que participaron en la fabricación de ese tractor, incluidas aquellas que extrajeron el mineral para elaborar el metal que se había utilizado. Y los diseñadores del tractor. Luego, naturalmente, las personas que procesaron el algodón, las que tejieron la tela, las que cortaron, tiñeron y cosieron esa tela. Los mozos y conductores de camión que transportaron la camisa hasta la tienda y la dependienta que me vendió la camisa. Se me ocurrió pensar que prácticamente todos los aspectos de mi vida eran el resultado de los esfuerzos de los demás. Mi preciosa independencia no era más que una ilusión, una fantasía. Al darme cuenta de ello, me sentí abrumado por un profundo sentido de interconexión e interdependencia con todos los seres humanos. Experimenté algo parecido a un resquebrajamiento. No sé muy bien qué fue. Pero en aquel momento hubiera deseado echarme a llorar.
Relaciones íntimas
Nuestra necesidad de los demás es paradójica. Al mismo tiempo que en nuestra cultura exaltamos la más feroz independencia, también anhelamos la intimidad y la conexión con una persona especial y querida. Centramos toda nuestra energía en encontrar a esa persona que pueda curar nuestra soledad y que, sin embargo, intensifique nuestra ilusión de seguir siendo independientes. Aunque resulta difícil alcanzar esa conexión con una persona, descubrí que el Dalai Lama mantiene relaciones con tantas personas como le es posible y que eso es lo que nos recomienda a todos. De hecho, su objetivo es conectarse con todos.
Una tarde, al reunirme con él en la suite de su hotel en Arizona, empecé diciéndole:
-En su charla de ayer por la tarde habló de la importancia dé los demás, describiéndolos como un campo de mérito. Pero hay realmente tantas formas diferentes de relacionamos con los demás...
-Eso es muy cierto -dijo el Dalai Lama.
-Existe, por ejemplo, una clase de relación que es muy valorada en Occidente -observé-. Me refiero a la que se caracteriza por una profunda intimidad entre dos personas, compartiendo los sentimientos más profundos. La gente cree que si no se mantiene una relación semejante es como si algo faltara en sus vidas... De hecho, la psicoterapia occidental trata de ayudar a menudo a las personas a que desarrollen ese tipo de relación íntima...
-Sí, creo que esa intimidad puede verse como algo positivo -asintió el Dalai Lama-. Si alguien se ve privado de esa clase de intimidad, puede sufrir trastornos.
-Me preguntaba entonces... -seguí diciendo-. Mientras estaba en el Tíbet usted no sólo fue considerado un rey, sino también una divinidad. Supongo que la gente le respetaba e incluso se sentía un poco nerviosa o asustada en su presencia. ¿No creaba eso una distancia emocional con los demás, una sensación de aislamiento? El hecho de estar separado de su familia, de haber sido educado Como monje desde una tierna edad y de no haberse casado nunca..., ¿no contribuyeron todas estas cosas a crear una sensación de aislamiento? ¿Ha tenido alguna vez la sensación de haberse perdido la experiencia de una profunda intimidad personal con los demás, o con una persona especial, como una esposa?
-No -me contestó sin vacilación-. Nunca he experimentado falta de intimidad. Mi padre falleció hace muchos años, pero me sentí muy cerca de mi madre, de mis maestros, tutores y otras personas. y con muchos de ellos pude compartir mis sentimientos, temores y preocupaciones más profundas. Cuando estaba en el Tíbet, en las ceremonias de Estado y en los actos públicos se observaba una cierta formalidad, un cierto protocolo, pero eso no siempre era así. En otras ocasiones, por ejemplo, solía pasar bastante tiempo en la cocina y estuve cerca de algunas personas que trabajaban allí, y bromeábamos, cuchicheábamos y compartíamos cosas de un modo bastante relajado, sin formalidad o distancia.
»Así que ni en el Tíbet ni fuera de él, cuando me he convertido en un refugiado, me han faltado personas con las que compartir cosas. Creo que buena parte de esto tiene que ver con mi naturaleza. Me resulta fácil compartir. ¡Simplemente, no sé guardar secretos! -Se echó a reír-. Claro que eso puede ser a veces un rasgo negativo, como por ejemplo si después de una discusión en el Kashag':- acerca de asuntos confidenciales, yo hablara abiertamente sobre ellos. Pero ser abierto y compartir cosas puede ser muy útil. Debido precisamente a esta característica de mi naturaleza, puedo hacer amigos con facilidad; no se trata únicamente de conocer a alguien y mantener una conversación superficial, sino de compartir realmente mis más profundos problemas y sufrimientos. Sucede lo mismo cuando recibo buenas noticias; las comento inmediatamente con los demás. De ese modo, experimento un sentimiento de intimidad y conexión con mis amigos. Claro que en general me resulta fácil establecer una conexión porque mis interlocutores se sienten muy felices de compartir el sufrimiento o el gozo con el Dalai Lama, con" Su Santidad el Dalai Lama" . -Se echó a reír de nuevo-. En cualquier caso, disfruto de esa intimidad. En el pasado, por ejemplo, si me sentía decepcionado por la política del gobierno tibetano, o si estaba preocupado por otros problemas, incluso por la amenaza de una invasión china, me retiraba a mis habitaciones y compartía mis sentimientos con la persona que barría el suelo. Desde cierto punto de vista, a algunos les puede parecer bastante estúpido que el Dalai Lama, jefe del estado tibetano, enfrentado con problemas de rango nacional e internacional, quiera compartir sus preocupaciones con un barrendero. -Se echó a reír de nuevo-. Pero personalmente me parece que es muy útil, porque la otra persona participa y entonces podemos afrontar juntos el problema.
Expandir nuestra definición de intimidad
Prácticamente todos los investigadores de las relaciones humanas están de acuerdo en que la relación íntima es fundamental para nuestra existencia. El muy influyente psicoanalista británico John Bowlby escribió que «las vinculaciones íntimas con otros seres humanos son el centro alrededor del cual gira la vida de una persona... Estas vinculaciones fortalecen a las personas y favorecen el disfrute de la vida. Sobre esto la Ciencia actual y la sabiduría tradicional están de acuerdo». Está claro que la intimidad promueve tanto el bienestar físico como el psicológico. Al observar los beneficios de las relaciones íntimas, los investigadores médicos han descubierto que las personas que tienen amigos íntimos, a los que pueden dirigirse para buscar seguridad, empatía, afecto, son las que más probabilidades tienen de sobrevivir a desafíos, como ataques al corazón y operaciones quirúrgicas, y las menos propensas a padecer enfermedades como cáncer e infecciones respiratorias. Un estudio de más de mil pacientes cardíacos del Centro Medico de la Universidad de Duke descubrió que entre aquellos que no tenían cónyuge o confidente íntimo, se verificaba un índice de mortalidad, en los cinco años posteriores al diagnóstico de enfermedad cardiaca, tres veces mayor que el registrado entre aquellos que estaban casados o tenían un amigo íntimo. Otro estudio efectuado sobre miles de residentes del condado de Alameda, en California a lo largo de un período de nueve años, demostró que quienes contaban con mayor apoyo social y relaciones íntimas tenían índices más bajos de mortalidad y de cáncer. Y un estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nebraska, sobre ancianos estableció que a quienes mantenían una relación íntima les funcionaba mejor el sistema inmunológico y tenían niveles de colesterol más bajos. Durante el transcurso de los últimos años se han realizado por lo menos media docena de grandes investigaciones, dirigidas por grupos científicos diferentes, que examinaron la relación entre intimidad y salud. Después de entrevistar a miles de personas, todos los investigadores parecen haber llegado a la misma conclusión: las relaciones íntimas benefician la salud.
La intimidad es igualmente importante para mantener una buena salud emocional. El psicoanalista y filósofo social Erich Fromm afirmó que el temor básico de la humanidad es verse separado de otros seres humanos. Estaba convencido de que la experiencia de la separación, si se producía por primera vez en la infancia, constituía la fuente de toda ansiedad. John Bowlby se mostró de acuerdo y citó una buena cantidad de pruebas experimentales en apoyo de la idea de que la separación de las personas que nos cuidan, habitualmente la madre o el padre, durante la última parte del primer año de vida, crea inevitablemente temor y tristeza en los bebés. En su opinión, la pérdida de relación interpersonal se encuentra en las raíces mismas de las experiencias humanas de temor, tristeza y pena.
Así pues, dada la importancia vital de la intimidad, ¿cómo nos las arreglamos para alcanzarla en nuestra vida? Siguiendo el enfoque del Dalai Lama, expuesto en la sección anterior, parecería razonable empezar por el estudio de la intimidad, buscando una definición funcional y un modelo. Pero al buscar la respuesta en la ciencia, nos encontramos con que todos los investigadores están de acuerdo en la importancia de la intimidad, y que ahí termina la coincidencia. Quizá el resultado más notable de una revisión incluso rápida de los diversos estudios sobre el tema sea comprobar que existe una amplia diversidad de opiniones y teorías sobre qué es exactamente la intimidad. En un extremo del espectro está Desmond Morris, que escribe desde la perspectiva de un zoólogo con formación en etología. En su libro Comportamiento íntimo, Morris define así la relación íntima: «Intimar significa acercarse... La intimidad se produce cuando dos personas entran en contacto físico». Tras definir la intimidad en términos de puro contacto físico, pasa a explorar las innumerables formas de contacto físico entre los seres humanos, desde una simple palmada en la espalda hasta el abrazo sexual. Considera el tacto, desde un estrecho abrazo hasta modos indirectos de contacto físico, como la manicura, una forma de confortar a otros. Llega a decir incluso que los contactos físicos que mantenemos con los objetos de nuestro entorno, desde los cigarrillos hasta las joyas o las camas de agua, actúan como sustitutos de la intimidad.
La mayoría de los investigadores, sin embargo, no son tan concretos en sus definiciones de la intimidad y están de acuerdo en que es algo más que simple cercanía física. Al considerar la raíz de la palabra intimidad, que procede del latín intima, que significa «interior» o «muy interior», admiten a menudo una definición más amplia, como la del doctor Dan McAdams, autor de varios libros sobre el tema: «El deseo de intimidad es el deseo de compartir con otro lo más profundo de sí». Pero las definiciones no se detienen aquí. En el extremo opuesto al de Desmond Morris está el equipo de psiquiatras formado por Thomas Patrick Malone y su hijo Patrick Thomas Malone. En su libro El arte de la intimidad, la definen como «la experiencia de la conectividad». Su estudio se inicia con un meticuloso examen de nuestra «conectividad» con los demás, a pesar de lo cual no se limitan a las relaciones humanas. Su definición es tan amplia que incluye nuestra relación con los objetos inanimados, como árboles, estrellas e incluso el espacio. Los conceptos de intimidad ideal también varían a lo largo y ancho del mundo y de la historia. La noción romántica de esa «única persona especial» con la que mantenemos una apasionada relación íntima es un producto de nuestro tiempo y cultura. Pero este modelo de intimidad no es universal. Los japoneses, por ejemplo, parecen encontrar la intimidad en la amistad, mientras que los estadounidenses la buscan en apasionadas relaciones románticas. Al observar esto, algunos investigadores han sugerido que los asiáticos, que tienden a centrarse menos en sentimientos personales y se preocupan más por los aspectos prácticos de las relaciones sociales, parecen menos vulnerables a la desilusión que implica el desmoronamiento de las relaciones.
Los conceptos de intimidad también han cambiado espectacularmente con el transcurso del tiempo. En la América colonial, por ejemplo, el grado de intimidad y proximidad física era generalmente mayor que el actual, ya que la familia y hasta los extraños compartían espacios exiguos, dormían juntos en una misma habitación y utilizaban una misma estancia para bañarse, comer y dormir. Y, sin embargo, la comunicación habitual entre los cónyuges era bastante formal para las normas hoy vigentes, no muy diferente al modo en que las personas conocidas y los vecinos se hablan unos a otros. Apenas un siglo más tarde, el amor y el matrimonio habían experimentado un intenso proceso de romantización y la exposición de la interioridad era el ingrediente de cualquier relación amorosa.
Las ideas sobre el comportamiento privado e íntimo también han cambiado con el transcurso del tiempo. En la Alemania del siglo XVI, por ejemplo, se esperaba que la pareja de recién casados consumara su matrimonio en una cama rodeada de testigos.
También ha cambiado la forma de expresar las emociones. En la Edad Media se consideraba normal expresar públicamente, con gran intensidad y de forma muy directa, una amplia gama de sentimientos, como alegría, cólera, temor, piedad y hasta el placer de torturar y matar a los enemigos. Los extremos de risa histérica, llanto apasionado y cólera violenta se expresaban con una intensidad que no se aceptaría en nuestra sociedad. Pero con la frecuente expresión pública de los sentimientos, en esa sociedad no tenía relevancia el concepto de intimidad emocional; si uno manifiesta abierta e indiscriminadamente toda clase de emociones, queda poco para expresar en los contactos privados.
Está claro, por lo tanto, que las ideas sobre la intimidad no son universales. Cambian con el transcurso del tiempo, vinculadas a condicionamientos económicos, sociales y culturales, y además, en un mismo estadio histórico, por los comportamientos y las definiciones. Entonces ¿qué significa esto en nuestra búsqueda del concepto de intimidad? Creo que la respuesta es evidente..
Hay una increíble diversidad de vidas humanas, infinitos modos de experimentar la intimidad. Esta toma de conciencia, por sí sola, nos ofrece una gran oportunidad. Significa que disponemos de vastos recursos de intimidad. La intimidad nos rodea por todas partes. .
Muchos de nosotros nos sentimos oprimidos por la sensación de que algo falta en nuestras vidas, y sufrimos a causa de la ausencia de una relación íntima. Esto es particularmente cierto cuando pasamos por los inevitables períodos en los que no tenemos una relación sentimental, o cuando la pasión se ha desvanecido. En nuestra cultura se ha difundido la creencia de que la intimidad se alcanza mejor con una relación romántica y apasionada, al lado de esa persona que singularizamos entre todas las demás. Éste puede ser un punto de vista muy limitador, que nos aleja de otras fuentes potenciales de intimidad y causa mucha desdicha e infelicidad cuando ese alguien especial no está presente. Pero tenemos a nuestro alcance los medios para evitarlo; sólo tenemos que expandir valerosamente nuestro concepto de intimidad para incluir a todas las personas que nos rodean. Al ampliar nuestra definición de intimidad, descubrimos muchas formas nuevas e igualmente satisfactorias de conectarnos con los demás. Eso nos conduce de nuevo a mi discusión sobre la soledad con el Dalai Lama, que se inició gracias a la sección de anuncios personales de un periódico. La situación me extrañó. Cuando aquellas personas redactaban sus anuncios, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas para introducir pasión en sus vidas y desterrar la soledad, ¿cuántas de ellas estaban ya rodeadas de amigos, familiares o conocidos, con vínculos que podían cultivarse fácilmente hasta convertirlos en relaciones íntimas, genuinas y profundamente satisfactorias? Yo diría que muchas. Si lo que buscamos en la vida es la felicidad, y la relación es un ingrediente importante de una vida más feliz, está claro que tiene sentido orientarnos con arreglo a un modelo que incluya tantas formas de conexión con los demás como sea posible. El modelo del Dalai Lama se basa en la voluntad de abrirnos a todos nuestros semejantes, a la familia, los amigos y hasta los extraños, creando así vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común humanidad.
Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares