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miércoles, 4 de abril de 2018

10 ~ Cambio de perspectiva (2/2)

Tercera parte
Transformación del sufrimiento


10 ~ Cambio de perspectiva (2/2)

Descubrimiento de nuevas perspectivas

Al tratar de poner en práctica el cambio de perspectiva con res­pecto al «enemigo» preconizado por el Dalai Lama, me encontré una tarde con otra técnica. Mientras preparaba este libro, asistí a unos seminarios del Dalai Lama en la costa este. Para regresar a casa tomé un vuelo sin escalas a Phoenix. Había reservado un asiento junto al pasillo, como siempre. A pesar de que acababa de recibir enseñanzas espirituales, me sentía bastante malhumorado cuando subí al atesta­do avión. Descubrí entonces que me habían asignado erróneamente un asiento en el centro, embutido entre un hombre de generosas pro­porciones, cuyo grueso antebrazo invadía mi asiento, y una mujer de mediana edad que me resultó inmediatamente antipática porque, a mi juicio, había usurpado el asiento junto al pasillo que me correspon­día. Había algo en aquella mujer que me molestaba: quizá su voz chi­llona, o su actitud un tanto imperiosa. Después del despegue, la mujer empezó a hablar sin parar con un hombre sentado al otro lado del pa­sillo, que resultó ser su marido, y yo le ofrecí «gentilmente» cambiar de asiento. Pero no quisieron aceptarlo; por lo visto los dos querían asientos de pasillo. Eso me molestó más aún. La perspectiva de pasar cinco horas sentado junto a aquella mujer me parecía insoportable. Al darme cuenta de la intensidad de mi reacción ante una mujer a la que ni siquiera conocía, decidí que tenía que tratarse de una «trans­ferencia» (seguramente me recordaba, subconscientemente, a alguien de mi infancia), un viejo sentimiento de odio no resuelto hacia mi ma­dre u otra mujer. Me estrujé el cerebro, pero aquella mujer no me re­cordaba a nadie de mi pasado.
Se me ocurrió pensar entonces que era una excelente oportunidad para practicar el desarrollo de la paciencia. Así pues, imaginé a mi ve­cina como una querida benefactora, situada a mi lado para enseñarme paciencia y tolerancia. Al cabo de unos veinte minutos de esfuerzos imaginativos, abandoné el intento. ¡La mujer seguía fastidiándome! Me resigné a continuar irritado durante todo el resto del vuelo. Mo­híno, miré una de sus manos, con la que se aferraba furtivamente al brazo de su butaca. Detestaba todo lo que tuviera que ver con esa mu­jer. Miraba con expresión ausente la uña de su pulgar cuando de re­pente me pregunté: ¿odio acaso esa uña? No, en realidad no. Era una uña corriente, sin ninguna característica peculiar. A continuación, fijé la mirada en uno de sus ojos y me pregunté: ¿odio realmente ese ojo? Sí, lo odio (y sin ninguna buena razón, que es la forma más pura del odio). Miré más atentamente. ¿Odio esa pupila? No. ¿Odio esa córnea, ese iris, esa esclerótica? No, de modo que ¿odio realmente ese ojo? Tuve que admitir que no lo odiaba. Tuve la impresión de que estaba haciendo progresos. Pasé a uno de los nudillos, a un dedo, a la mandí­bula, a un codo. Con sorpresa, me di cuenta de que había partes de esa mujer que no odiaba. Al centrar la atención en los detalles, en lo con­creto, en lugar de la imagen global, permitía que se produjera un cam­bio interno sutil, un ablandamiento. Este cambio de perspectiva pro­ducía un desgarro en mi prejuicio, lo bastante amplio como para percibir la humanidad básica de la mujer. Mientras me percataba de todo esto, ella se volvió hacia mí e inició una conversación. No re­cuerdo de qué hablamos, algo superficial, pero mi cólera había desa­parecido cuando terminó el vuelo. Aquella mujer, por supuesto, no se había transformado en la mejor de mis amigas, pero tampoco era ya la maldita usurpadora de mi asiento junto al pasillo; simplemente un hu­mano como yo, que llevaba su vida lo mejor que podía.

Una mente flexible

La capacidad para cambiar de perspectiva, para ver los problemas «desde ángulos diferentes», guarda relación con la flexibilidad de la mente. El beneficio fundamental de esta flexibilidad es que nos per­mite abarcar toda la existencia, sentimos plenamente vivos, experi­mentar toda la dimensión de nuestra humanidad. Una tarde, después de una larga jornada de charlas en Tucson, cuando el Dalai Lama re­gresaba andando a su hotel, un banco de nubes de color magenta se extendió sobre el cielo, absorbiendo la luz de últimas horas de la tar­de y realzando el relieve de las montañas Catalina, convirtiendo el paisaje en una sinfonía de matices purpúreos. El aire era cálido, car­gado con la fragancia de las plantas del desierto, de la salvia, y lleno de humedad; una inquieta brisa prometía tormenta. El Dalai Lama se detuvo. Durante unos momentos, contempló en silencio el horizonte, y finalmente hizo un comentario sobre la belleza del paisaje. Siguió ca­minando pero, tras unos pasos, se detuvo de nuevo, se inclinó para examinar un diminuto ramillete de espliego. Lo tocó con suavidad, ob­servó su delicada forma y se preguntó en voz alta cuál sería el nombre de aquella planta. Me sentí impresionado por la agilidad de su men­te. Pareció pasar del paisaje a la pequeña planta con una percepción simultánea de la totalidad y de los detalles, con una asombrosa capa­cidad para abarcar todas las facetas del espectro de la vida.
Todos podemos desarrollar esa misma flexibilidad mental. Surge, al menos en parte, de nuestros esfuerzos por extender nuestra pers­pectiva y probar nuevos puntos de vista. El resultado es la conciencia simultánea del macrocosmos y el microcosmos, que nos ayuda a se­parar lo que es importante de aquello que no lo es.
En mi caso, necesité la suave presión del Dalai Lama, durante el transcurso de nuestras conversaciones, para salir de mi limitada pers­pectiva. Tanto por naturaleza como por formación, siempre he teni­do tendencia a abordar los problemas desde el punto de vista de la di­námica individual, con sus procesos psicológicos. Las perspectivas sociológicas o políticas nunca han tenido mucho interés para mí. Du­rante una conversación con el Dalai Lama, hablamos sobre la amplia­ción y multiplicación de las perspectivas. Como había tomado varias tazas de café, mi conversación era muy animada y hablé de la capaci­dad para cambiar de perspectiva como un proceso interno, como una búsqueda individual, basada exclusivamente en la decisión conscien­te del individuo de adoptar un punto de vista diferente.
El Dalai Lama finalmente me interrumpió y me recordó: -Adoptar una perspectiva más amplia supone trabajar solidaria­mente con otras personas. Cuando se producen catástrofes gigantes­cas, medio ambientales o económicas, por ejemplo, se necesita un esfuerzo coordinado de mucha gente, con un sentido de la responsabi­lidad y del compromiso globales, no meramente individuales.
Me sentí molesto por el hecho de que él introdujera el mundo cuando yo trataba de concentrarme en el individuo.
-Pero esta misma semana -insistí-, en nuestras conversaciones y en sus charlas ante el público, ha hablado mucho sobre la impor­tancia del cambio personal desde dentro, de la transformación inter­na. Ha hablado, por ejemplo, de la importancia de desarrollar com­pasión, de superar la cólera y el odio, de cultivar la paciencia y la tolerancia...
-Sí. Naturalmente, el cambio debe proceder de dentro del indivi­duo. Pero cuando se buscan soluciones a los problemas globales, se necesita abordar esos problemas desde los puntos de vista del indivi­duo y del conjunto de la sociedad. Ser flexible, tener una perspectiva más amplia, exige capacidad para abordar los problemas desde va­rios niveles: el individual, el de la comunidad y el global.
»En la charla que di en la universidad la otra tarde hablé sobre la necesidad de reducir la cólera y el odio mediante el cultivo de la pa­ciencia y la tolerancia. Reducir el odio al mínimo es como un desar­me interno. Pero, como también señalé, el desarme interno tiene que producirse al mismo tiempo que el desarme externo. Y esto es muy importante. Afortunadamente, después del derrumbe del imperio so­viético y al menos por el momento, no hay amenazas de holocaustos nucleares. Por ello creo que es un buen momento y que no deberíamos desaprovechar esta oportunidad. Es ahora cuando deberíamos forta­lecer la paz. La verdadera paz, no sólo la simple ausencia de guerra. Porque una simple ausencia de guerra no es una verdadera paz mun­dial. La paz tiene que basarse en la confianza mutua. Y puesto que las armas constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de la con­fianza mutua, creo que ha llegado el momento de pensar cómo po­dríamos librarnos de ellas. Es muy importante. Claro que no se puede Conseguir de la noche a la mañana. Lo más realista sería avanzar paso a paso. Pero, en todo caso, deberíamos tener muy claro cuál es nues­tro objetivo final: que todo el mundo quede desmilitarizado. Por tan­to debemos trabajar para desarrollar paz interior y al mismo tiempo trabajar por el desarme externo y la paz tanto como podamos. Ésa es nuestra responsabilidad.

La importancia del pensamiento flexible


Hay una relación estrecha entre una mente flexible y la capacidad para cambiar de perspectiva. La mente flexible nos ayuda a abordar nuestros problemas desde varias perspectivas; por tanto, tratar de examinar los problemas con objetividad multiplicando las perspecti­vas puede considerarse una manera de formar la mente en la flexibili­dad. En el mundo actual, el intento de desarrollar un pensamiento fle­xible no es un simple ejercicio para intelectuales ociosos, sino una cuestión de supervivencia. Desde un punto de vista evolutivo, son las especies más flexibles las que se han adaptado mejor a los cambios am­bientales, las que han sobrevivido y prosperado. Hoy en día, la vida se caracteriza por el cambio repentino, inesperado y, en ocasiones, vio­lento. Una mente flexible puede ayudar a reconciliamos con los cam­bios externos, y también a amortiguar nuestros conflictos internos, in­consistencias y ambivalencias. Si no cultivamos una mente adaptable, nuestra mirada se enturbia y nuestra relación con el mundo se guía por el temor. Al adoptar un enfoque flexible y dúctil ante la vida podemos mantener nuestra compostura incluso en las situaciones más turbulen­tas. Es gracias a nuestros esfuerzos por alcanzar una mente flexible como podemos reforzar la capacidad de resistencia del espíritu humano.

A medida que iba conociendo al Dalai Lama, más me asombraba ante su flexibilidad, su capacidad para adoptar numerosos puntos de vista. Cabría esperar que en su condición de jefe religioso se erigiera en defensor de la fe, así que le pregunté:
-¿ Se ha considerado alguna vez demasiado rígido, demasiado es­trecho de miras?
-Hmm... -murmuró reflexivo durante un momento, antes de contestar con decisión-: No, no lo creo. De hecho, sucede precisa­mente lo contrario. En ocasiones soy tan flexible que se me acusa in­cluso de no seguir una línea coherente. -Se echó a reír sonoramen­te-. Alguien se me acerca y me presenta determinada idea; examino las razones que aduce y exclamo: «¡Eso es magnífico!». Después se me acerca otra persona con un punto de vista opuesto y también en­cuentro acertadas sus razones. Me han criticado por eso; me recuer­dan: «Nos hemos comprometido a seguir este camino, así que, por el momento, sigámoslo».
Si tuviéramos que juzgado sólo por esta declaración, podríamos creer que el Dalai Lama es indeciso, sin principios que lo guíen. En realidad, nada más alejado de la verdad. El Dalai Lama tiene unas con­vicciones básicas que guían todas sus acciones: la bondad fundamen­tal de todos los seres humanos, el valor de la compasión, la benevo­lencia y la generosidad, atributos comunes a todas las criaturas vivas. -Al hablar de la importancia de ser flexible, dúctil y adaptable no pretendo sugerir que seamos como camaleones, y que absorbamos cualquier nuevo sistema de creencias con el que nos encontremos, que cambiemos de identidad, que adoptemos pasivamente cualquier idea. Las fases superiores del crecimiento y el desarrollo dependen del con­junto de valores que nos guían. Un sistema de valores capaz de pro­porcionar continuidad y coherencia a nuestras vidas, mediante el que podamos medir nuestras experiencias. Un sistema de valores que nos ayude a decidir qué objetivos merecen realmente perseguirse y cuáles son irrelevantes.
La cuestión es: ¿cómo podemos mantener de un modo coherente y firme este conjunto de valores fundamentales y ser flexibles al mismo tiempo? El Dalai Lama parece haberlo conseguido al reducir su siste­ma de creencias a unas cuantas verdades fundamentales: 1) Soy un ser humano; 2) deseo ser feliz y no quiero sufrir; 3) otros seres humanos como yo también desean ser felices y no quieren sufrir. Al destacar el terreno que comparte con los demás, en lugar de fijarse en las dife­rencias, genera un sentimiento de unión que conduce a la convicción profunda del valor de la compasión y el altruismo. Utilizando este en­foque, puede ser muy gratificante el simple hecho de dedicar un poco de tiempo a reflexionar sobre nuestro propio sistema de valores y re­ducido a sus principios fundamentales, lo que nos proporcionará ma­yor libertad y flexibilidad para afrontar los problemas.

Encontrar el equilibrio

El enfoque flexible de la vida no es sólo un instrumento para abor­dar conflictos, sino también para alcanzar el estado indispensable para una vida feliz: el equilibrio.
Una mañana, cómodamente instalado en su silla, el Dalai Lama aclaró el valor de llevar una vida equilibrada.
-Asumir equilibradamente la vida, evitando los extremos, es de capital importancia en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, con una planta hay que ser muy habilidoso y delicado cuando se encuen­tra en sus primeras fases de crecimiento. Demasiada o poca hume­dad o luz solar la destruirá. Lo que se necesita por tanto es un medio muy equilibrado, para que pueda disfrutar de un crecimiento saluda­ble. Por lo que se refiere a la salud física de una persona, el exceso o la escasez de algunos elementos pueden tener efectos destructivos.

»Esto se aplica también al desarrollo mental y emocional. Si ob­servamos que somos arrogantes, por ejemplo, que nos hinchamos dándonos importancia, basándonos en supuestos o reales logros o cualidades, el antídoto consiste en pensar un poco más en nuestros problemas y padecimientos, en contemplar los aspectos insatisfacto­rios de la existencia. Eso nos ayuda a rebajar nuestra soberbia y a ponernos más en contacto con la realidad. Por el contrario, si uno se da cuenta de que reflexiona sobre la naturaleza insatisfactoria de la exis­tencia hasta el punto de sentirse abrumado e impotente, es aconseja­ble reflexionar sobre el progreso que se ha hecho hasta el momento y sobre las cualidades positivas que se posean, lo que nos ayudará a abandonar ese estado mental de desánimo. Es preciso buscar el equi­librio.
»Este enfoque no sólo es útil para la salud física y emocional de la persona, sino también para el desarrollo espiritual. La tradición bu­dista ofrece muchas prácticas para él, pero es muy importante ser muy habilidoso en su ejecución y no excederse. También aquí se necesita un enfoque equilibrado y sagaz, combinar el estudio y el aprendizaje con la contemplación y la meditación. Esto es importante para que no se produzca ningún desequilibrio entre el aprendizaje académico o in­telectual y su puesta en práctica. Si no, se correría el riesgo de que una excesiva intelectualización perjudicara las prácticas contemplativas. Pero si pusiéramos un énfasis excesivo en la contemplación, sin que ésta vaya acompañada por el estudio, limitaríamos la comprensión. Así pues, tiene que haber un equilibrio...
Tras una pausa, añadió:
-En otras palabras, la práctica del Dharma, la verdadera prácti­ca espiritual, es en cierto sentido como un estabilizador de voltaje. La función del estabilizador consiste en impedir los altibajos de la potencia eléctrica, que transforma en un flujo estable y constante.
-Aconsejo evitar los extremos -comenté-, pero ¿acaso no son los extremos los que aportan entusiasmo y gusto por la vida? Evi­tados, elegir siempre el «camino medio», ¿no conduce a una existen­cia blanda e incolora?
Negó con la cabeza antes de contestar.
-Creo que necesita usted comprender el origen del comportamiento extremado. Tomemos, por ejemplo, la obtención de bienes mate­riales: cobijo, muebles, vestido... Por un lado cabría ver la pobreza como una situación extrema, y tenemos todo el derecho de esforzar­nos en superada y asegurar nuestro bienestar material. Por el otro, de­masiados lujos, la búsqueda de una riqueza excesiva. Nuestro objeti­vo último al buscar más riqueza es la satisfacción, la felicidad. Pero buscar más es no tener suficiente, o sea, tener un sentimiento de des­contento, el cual no surge de la presunta utilidad de los objetos que buscamos, sino más bien de nuestro estado mental.
»Creo por tanto que nuestra tendencia a dejamos llevar hacia los extremos se ve alimentada a menudo por un sentimiento subyacente de descontento. Sin duda también hay otros móviles para la desmesu­ra, pero es importante reconocer que si bien los extremos pueden pa­recer atractivos o «apasionantes», en el fondo son nocivos. Hay muchos ejemplos sobre los peligros del comportamiento extremado. Imaginemos, por ejemplo, una actividad pesquera intensiva a escala planetaria, sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo, sin sen­tido de la responsabilidad, con lo que provocamos un agotamiento de los mares... Lo mismo puede suceder con el comportamiento sexual. Existe un impulso biológico para la reproducción y se obtiene satis­facción de la actividad sexual, pero si el comportamiento sexual se hace extremado, sin verdadera responsabilidad, provoca numerosos problemas y abusos..., como el maltrato o el incesto.
-Ha dicho que, además del descontento, puede haber otros mo­tivos para la desmesura...
-Sí, ciertamente.
-¿Puede darme un ejemplo?
-La estrechez de miras.
-La estrechez de miras..., ¿en qué sentido?
-El ejemplo de la pesca excesiva es un caso de estrechez de miras, puesto que sólo se tiene en cuenta lo inmediato. La educación y el co­nocimiento amplían la perspectiva.
El Dalai Lama tomó su rosario de una mesita y deslizó sus cuentas entre las manos mientras reflexionaba en silencio. De repente, miró el rosario y dijo:
-Creo que la visión limitada conduce al pensamiento extremista. Y eso crea problemas. El Tíbet, por ejemplo, fue una nación budista durante muchos siglos. Naturalmente, eso produjo un sentimiento de que el budismo era la mejor religión, una tendencia a considerar que sería bueno que toda la humanidad se hiciera budista. La idea de que todo el mundo debiera ser budista es un caso de extremismo. Y esa actitud causa problemas. Pero ahora que no estamos en el Tíbet, hemos tenido la oportunidad de entrar en contacto con otras tradiciones re­ligiosas de las que hemos aprendido. Eso nos ha acercado más a la realidad, nos hemos percatado de que en la humanidad hay muchas creencias y actitudes diferentes. Que todo el mundo fuera budista se­ría muy poco práctico. A través de un contacto más estrecho con otras confesiones se da uno cuenta de las cosas positivas que poseen. Ahora, al encontramos con otra religión, surge un sentimiento positivo, un sentimiento de comodidad. Nos parece bien que haya personas que se adhieran a confesiones diferentes. Es como en un restaurante: todos podemos sentamos y pedir platos diferentes, según nuestras preferen­cias. Podemos comer platos diferentes sin que nadie discuta por ello. »Así pues, creo que al ampliar deliberadamente nuestra perspecti­va podemos superar los extremismos y sus consecuencias negativas. Tras esto, el Dalai Lama deslizó el rosario alrededor de la muñeca, me dio una afable palmadita en la mano y se levantó, dando por ter­minada la entrevista.

Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD

Traducción de José Manuel Pomares

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