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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 27 de mayo de 2018

Segundo principio (2/2)


MARAVILLOSA Semana!!!
Construye tu destino
Por Wayne W. Dyer

Segundo principio (2/2)


ORACIÓN Y CONFIANZA

Por lo que se refiere a la oración parece que vemos a menudo a Dios como una especie de gigantesca máquina expendedora situada en el cielo, capaz de concedernos todos nuestros deseos una vez que hayamos introducido en la ranura las monedas adecuadas en forma de oraciones. Insertamos oraciones, apretamos el botón y confiamos en que Dios nos dispensará los bienes que solicitamos. La máquina expendedora se convierte así en objeto de nuestra veneración. Le decimos a la máquina lo buena que es y lo mucho que la adoramos, y esperamos que sea buena con nosotros a cambio.
La premisa básica de esta actitud es que Dios está fuera de nosotros y, por lo tanto, lo que necesitamos y deseamos también está fuera de nosotros. Esta forma de oración es como practicar la ausencia, antes que la presencia de Dios. Si creemos estar separados de Dios, el enfoque de la máquina expendedora por lo que se refiere a la oración no hace sino reforzar y profundizar esta convicción.
Prefiero promover la idea de la oración como una comunión con Dios. Rezar a nivel espiritual se convierte entonces en un acto que me permite tener la certeza de que Dios está tan cerca de nosotros como nuestro propio aliento. Lo que buscamos en la oración es la experiencia de coexistir con Dios. La oración es nuestra forma de comunicar que estamos preparados para que se manifiesten los deseos de esta energía sagrada a través de nuestra forma humana. No hay separación, ni ausencia de Dios en nosotros, sino simplemente la presencia de esta fuerza en nuestro interior.
En consecuencia, la verdadera experiencia de Dios no cambia ni altera a Dios, sino que nos cambia a nosotros. Cura nuestro sentido de la separación. Si no nos vemos cambiados por la oración, es porque nos hemos negado la oportunidad de conocer la sabiduría que nos ha creado.
La búsqueda de la felicidad fuera de nosotros mismos vuelve a encender la idea de que no somos completos y relega la oración al estatus de ruego ante un jefe/Dios. Pedimos entonces favores, en lugar de buscar una manifestación de nuestro yo invisible e inspirado.
La oración, al nivel al que yo me refiero, no es pedir algo, del mismo modo que tratar de convertirse en un manifestador no es pedir que algo aparezca en tu vida. Lo que califico como oración auténtica es invitar al deseo divino a expresarse a través de uno mismo. Que exprese el más elevado propósito, por mi bien o por el de toda la humanidad. En este nivel, la oración expresa mi experiencia de la unicidad con la energía divina.
Quizá esta pueda parecerte una idea radical o incluso blasfema, pero constituye la fuente de todas las tradiciones espirituales. He aquí unos pocos ejemplos.

Cristianismo: el reino de los cielos está dentro de ti. 
Islamismo: quienes se conocen a sí mismos conocen a tu Dios. 
Budismo: mira dentro de ti mismo, tú eres el Buda.
Vedanta (parte del hinduismo): Atman (la conciencia individual) y Brahman (la conciencia universal) son uno.
Yoga (parte del hinduismo): Dios habita dentro de ti como tú mismo.
Confucianismo: el cielo, la tierra y el humano son un solo cuerpo.
Upanishads (parte del hinduismo): al entenderse a uno mismo, se conoce todo este universo.
Superar los condicionamientos en este ámbito es crucial. Al principio, quizá puedas aceptar esta idea a un nivel intelectual, pero es posible que no puedas convertirla en una experiencia auténtica. Así pues, te sugiero que conviertas la oración en una experiencia, utilizándola para sustituir los continuos pensamientos que te asalten durante el día. Utiliza tu confianza para comulgar con Dios en lugar de pasar el tiempo en un estado de cháchara constante.
Sustituye los pensamientos sobre tus experiencias por la experiencia de la oración. Por ejemplo, rezar en este sentido puede ser simplemente una frase como: «Ahora me guía lo sagrado», o «El amor sagrado fluye ahora a través de mí», y recítalo en silencio, en lugar de pensar. Este tipo de oración te ayudará a cultivar tu lado espiritual y a evitar la cháchara del ego, de modo que pueda crecer lo que tú deseas y lo que te desea a ti. Mi práctica personal de la oración consiste en participar en una comunión con Dios, en la que veo a Dios dentro de mí mismo y le pido fortaleza y sabiduría para superar cualquier problema que pueda tener. Sé que no estoy separado de esta fuerza vital que llamamos Dios. Sé que esta fuerza me conecta con todo lo que existe en el universo, y que al dirigir mi atención hacia aquello que deseo atraer, no estoy haciendo en realidad más que manifestar un nuevo aspecto de mí mismo.
Luego dejo que se produzcan los resultados, que el universo se ocupe de los detalles. Me retiro en paz y me recuerdo a mí mismo que tener el cielo en la tierra es una elección que tengo que hacer, no un lugar que tenga que encontrar. Soy yo quien decido si quiero que la fuerza de Dios fluya a través de mí sin restricciones, participando así de este modo en la creación de mi propia vida. La confianza, pues, es la base de mi oración y con ella llega la paz, que es la esencia de la manifestación.

PAZ: 
EL RESULTADO DE LA CONFIANZA

Tu yo superior desea que experimentes paz, que es una definición de la iluminación. Quizá recuerdes que anteriormente definí la iluminación como estar inmerso y rodeado de paz. Cuanto más confíes en la sabiduría que lo crea todo, tanto más confiarás en ti mismo. El resultado de confiar es que tienes a tu alcance una enorme sensación de paz.
Cuando el ego insista en ganar, comparar o juzgar, podrás suavizar y calmar sus temores con la sensación de paz surgida a partir de la confianza. Cuando seas capaz de confiar, sabrás que Dios y tú sois uno, del mismo modo que el vaso de agua del océano es el océano mismo. Eres la fuerza de Dios, del mismo modo que una ola es lo que el océano hace.
A medida que crezca esta conciencia, descubrirás que eres una persona más pacífica y, en consecuencia, la iluminación se convertirá en una parte de tu estilo de vida. Ser independiente de la opinión de los demás y desprenderse de la necesidad de tener razón son dos poderosos indicadores de que tu vida se desplaza hacia la seguridad que da confiar en Dios y en uno mismo. Y, sin embargo, hay en nuestras vidas muchas personas que perturban nuestro estado de paz. La cuestión entonces estriba en aprender cómo manejar a aquellos que perturban consciente o inconscientemente nuestra experiencia de la confianza y la paz.
En cierta ocasión escribí un ensayo en un tono un tanto chistoso titulado «Su compañero del alma es la persona a la que más le cuesta soportar». La esencia del ensayo era que la gente que aparece en nuestra vida y con la que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares, fáciles de aceptar, nos enseñan de hecho muy poco. Pero aquellos otros capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menor provocación son nuestros verdaderos maestros.
La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza. En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debieras dar las gracias, y a Dios, por haberla enviado a tu vida. Cuando llegue el día en que puedas trascender la cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar, y decirle: «Gracias por ser mi maestro», habrás reconocido a un compañero del alma.
Todo aquel que aparezca en tu vida y pueda sacarte de quicio y hacerte sentir frenético es un maestro disfrazado de ser manipulador, desconsiderado, frustrante y no comprensivo. La paz iluminadora significa que no sólo estás en paz con aquellos que comparten tus intereses y que están de acuerdo contigo, o con los extraños que van y vienen, sino también con aquellos maestros que te recuerdan que todavía te queda mucho que hacer para estar en paz contigo mismo.

Da gracias por todos esos grandes maestros espirituales que han aparecido en tu vida en forma de hijos, cónyuges actuales o pasados, vecinos irritantes, compañeros de trabajo, extraños detestables y otras personas similares, pues ellos te ayudan a permanecer en estado de paz e iluminación. Te permiten saber día a día cuánto trabajo te queda realmente por hacer, y en qué aspectos no has logrado aún dominarte a ti mismo.
La paz se consigue cuando el yo superior domina en tu vida. La paz interior que se deriva de la confianza hará que tu alma goce de una excelente salud. Ten en cuenta que sólo existe un alma real, y que la personalidad no es más que un vehículo para el todo. No se puede dividir lo infinito. No hay división posible. Debes confiar.
Dividir significa que uno se aleja de la identificación con la fuerza de Dios, y se refugia en el ego. Y eso trae consigo la ausencia de paz y de confianza en la sabiduría que lo ha creado todo.
Puedes hacer muchas cosas, de una manera regular, para convertir en una realidad en tu vida este segundo principio de confiar en la unicidad. He aquí unas pocas sugerencias para alimentar la confianza en ti mismo y en la unicidad.


CÓMO CONFIAR EN UNO MISMO Y EN LA SABIDURÍA QUE LO CREÓ

• Empieza por admitir tu confusión o tus fracasos. Al hacerlo así, evitarás el error de dejarte guiar por una falsa seguridad en ti mismo. Recuerda que la verdadera confianza supone desprenderse de todo condicionamiento que enseñe que la confianza en uno mismo se basa en ser especial o diferente.
Al ser honesto contigo mismo en todo aspecto de tu vida, dejas de identificarte con lo separado. Estás preparado entonces para comprender que la confianza en ti mismo y la confianza en la verdad última son una sola y misma cosa. Procura recordar que eres hijo de Dios, y que la fuerza que hay en él está en ti. Deja que afirmaciones como «Yo soy él» y «El soy yo» broten de tu interior.

Ten en cuenta que no puedes alcanzar un terreno más elevado si te aferras a un nivel más bajo. No puedes abandonar el mundo físico si estás tan apegado a él que te niegas a abandonarlo. El concepto de confianza supone rendirse y confiar en la fuerza de Dios.
Imagínate a ti mismo cayendo desde un precipicio mientras te aferras a una enorme roca, convencido de que esta te protegerá. Desprenderse de la roca es una metáfora de la rendición y la confianza. Continuarás viviendo y respirando en el plano físico terrenal, pero te darás cuenta de que no eres sólo un cuerpo y una mente, y de que la roca no es tu salvación. Tus necesidades y exigencias dejan de existir, y te conviertes en parte de la conciencia única.
Naturalmente, sigues literalmente en el cuerpo, pero ahora también te has unido a la conciencia única. Esta confianza te permite participar en el acto de la creación, y experimentar el mundo que te rodea de modo muy diferente. Ahora podrás transferir a tus circunstancias personales la libertad y el respeto que recibes de Dios.

Rebélate contra la filosofía que predica la idea de Dios como jefe, como figura autoritaria y tirano benevolente. El rechazo de este modelo no significa que seas ateo, sino que más bien crees en el verdadero significado de la divinidad.
Nadie te exige que te sientas inferior, que te veas a ti mismo como un pecador, que te postres de rodillas ante ídolos y dogmas para creer en Dios. Considera las palabras de san Pablo en el Nuevo Testamento cuando dice: «Dejad que esta mente esté en vosotros, como estuvo también en Cristo Jesús, a quien estando en la forma de Dios no le pareció irrespetuoso ser igual a Dios». Esta es la clase de confianza que debes adoptar para conocer tu lado divino.

Que confíes no significa que no experimentes nunca los altibajos de la vida. Habrá picos y valles mientras vivas en este plano físico. No hay felicidad sin la experiencia opuesta de la infelicidad. Es en el equilibrio entre los opuestos en lo que se basa la vida en el plano físico.
No abandones la confianza cuando tu ego crea que las cosas debieran ser diferentes a como son. No abandones en los momentos de oscuridad, porque a ella seguirá la luz. Debes buscar una lección, porque tu confianza te permitirá observar esos momentos difíciles desde fuera, sin dejar que caigas en el error de considerarlos una parte inevitable de tu vida. Desde esta perspectiva, no estás a merced de la energía de tu ego, que insiste en que todo tiene que ser perfecto y que cuando no lo es tienes razones para abandonar tu confianza en lo divino.
Los baches, simplemente, forman parte del plano físico, pero no de ti. Tú formas parte de la sabiduría invisible que creó todo este plano físico y puedes confiar en ella de la forma más completa.

En esta vieja idea de confianza hay una sabiduría intemporal. Cualquier persona puede percibir los problemas en su interior, pero si confía espiritualmente se dará cuenta de que en su interior también están las soluciones.
Al confiar en ti mismo no buscas las soluciones a tus problemas fuera de ti mismo. En lugar de eso, mantienes tu confianza, y eso te permite atraer la energía necesaria para encontrar la solución.

Toma tus problemas más serios y preséntaselos a Dios. Di algo así como: «No he podido resolver estos temas en mi vida y he utilizado todas las técnicas que conozco. Quisiera mostrar mi confianza en la fuerza divina colocándolos simplemente en tus manos. Al hacerlo así, sé que la fuerza divina que eres tú, Dios,también soy yo, y confío en que esta acción me conducirá a la solución de estos problemas».
Te puedo asegurar que este método te pondrá en contacto directo con un poder muy superior al que puedas encontrar en una botella, una cuenta bancaria, un cónyuge, una enfermedad o cualquier otra cosa del plano terrenal a la que puedas recurrir. Yo dejé atrás todas las adicciones de mi vida gracias a estas simples palabras: «Lo he intentado todo, y ahora pongo mi confianza en Dios».
No se trataba de algo externo. Simplemente confié en esa fuerza y esta empezó a mostrarse en mi programa de abstinencia diaria. Confié en la sabiduría eterna y también confié en mi capacidad de recibir esa sabiduría y aplicarla. Este mismo proceso ha sido la fuente de todas las manifestaciones que he vivido y continúa transpirando en mi vida diaria.

La presencia de una confianza completa se manifiesta abiertamente en tu vida cuando todo aquello que piensas, sientes y haces se encuentra equilibrado y en armonía. Por el contrario, la disparidad entre pensamiento, estado emocional y comportamiento refleja un alejamiento de la actitud de confianza que intento animarte a adoptar al poner en práctica este segundo principio de la manifestación.
Examina atentamente tus pensamientos. Comprueba si esos pensamientos son totalmente congruentes con tus acciones. Decir «Creo en un cuerpo saludable» y dedicarse a comer de modo poco saludable, disuelve la confianza en uno mismo. El pensamiento, las emociones y el comportamiento congruentes constituyen fuertes indicadores de la confianza que tienes en ti mismo. Y ten en cuenta que al confiar en ti mismo, estás confiando al mismo tiempo en Dios.
Cuando uno es incongruente con sus pensamientos, está demostrando falta de confianza en la divinidad que es su propia esencia. Sé honesto contigo mismo. Identifica las incongruencias y confía en tu capacidad para trascenderlas, y atraerás así la energía que necesitas para efectuar esta transformación. Pero si te aferras a la incongruencia, si piensas una cosa y te comportas de modo poco sincero, sabotearás tu capacidad para confiar en ti mismo y también en la sabiduría infinita.
Al practicar la rendición, has de reconocer la riqueza que hay en ti, en lugar de lamentarte por tu supuesta impotencia. Al practicar la confianza espiritual, estás rindiendo tu ego y todas tus creencias alucinatorias ante un poder superior. Simplemente, te dejas llevar, sabiendo que la guía divina está siempre contigo.

Inicia una práctica de meditación para dedicarte a contemplar el principio supremo que se encuentra más allá de las mezquindades de este mundo. Sí, estás en este mundo, pero no te hallas contaminado por él. La mente necesita y anhela serenidad. La meditación no se reduce simplemente a hacer que la mente crea que está meditando. La meditación es, literalmente, la personificación de la verdad y la confianza. La liberación se revela en la purificación de la mente.
La práctica de la meditación es una poderosa herramienta en mi vida. Soy escritor, a veces escribo durante horas y todo fluye mágicamente. Llega entonces un momento en el que ya no encuentro más palabras. Deseo escribir y no sucede nada. Por mucho que lo intente, no consigo escribir nada.
En esos momentos, he aprendido a dejar la máquina de escribir y a sentarme tranquilamente, a cerrar los ojos y rendirme. Ni siquiera sé ante qué me rindo, pero simplemente me dejo llevar e intento purificar mi mente. Luego, al cabo de un tiempo de haberme rendido a la meditación, siento que contacto con algo que es una fuente de inspiración, y escribo entonces una página tras otra, sin tener ni la menor idea de dónde procede. Este proceso de cerrar los ojos y de serenarme, me proporciona la capacidad para conectar con esa fuente de inspiración. Y la palabra «inspiración» viene de «en espíritu».
Eso es confianza. Eso es gracia. Es saber que puedo enfrentarme literalmente a mí mismo con un espíritu de serenidad, y que atraeré hacia mí aquello que busco. Esta es la energía de la manifestación y se produce con mayor frecuencia cuando la mente está serena. Es la mente serena la que entra en contacto con la verdad.
Cuando meditamos, entramos en contacto con la parte de nosotros mismos que es verdad. El proceso de rendición nos ayuda a utilizar esta verdad en nuestras actividades cotidianas. Lo mismo sucede con la confianza. Ríndete a ella en tus momentos de serenidad y conocerás la verdad de este principio.
Este segundo principio espiritual de la manifestación nos conduce a un lugar superior dentro de nosotros mismos. Nos aporta la confianza en algo distinto a aquello que percibimos con nuestros sentidos. Ilumina dentro de nosotros la certeza de que en este viaje hay muchas más cosas de las que se ven a simple vista, y eso nos reconforta hasta el punto de que la ansiedad y la duda dejan paso a una gran paz interior.
Cuando se confía, se sabe. Y algo que se sabe no puede verse silenciado por las opiniones contradictorias de cualquier persona con la que se encuentre. Cuando esa confianza se convierta en tu estilo de vida, serás independiente de la opinión de los demás. No necesitarás demostrarte nada ni a ti mismo ni a nadie, ni convencer a nadie de la razón de tus puntos de vista.
Serás un sabio silencioso, que se mueve a través de este plano material sabiendo que has conectado con una fuente de inspiración que te proporciona todo el sustento que necesitas. De hecho, empezarás a ver cómo este plano terrenal es en realidad una gran parte de ti mismo, mucho más de lo que hubieras podido imaginar. Y ese es precisamente el tema del tercer principio de la manifestación.

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