MARAVILLOSA Semana!!!
Construye tu destino
Por Wayne W. Dyer
RESPETA TUS MÉRITOS PARA RECIBIR
Para ser un manifestador, para tomar literalmente parte en el proceso de creación de tu vida y atraer aquello que desea tu corazón, tienes que saber que eres digno de recibir. Eso significará examinar las actitudes que mantienes, consciente e inconscientemente, acerca de tu vida. Lo que debes examinar son tus pensamientos, que son los arquitectos de los cimientos de tu mundo material.
La manifestación supone la utilización del poder de tu mundo interior para establecer una relación plena con la vida y atraer hacia ti aquello que deseas. Puedes recordarte continuamente que el poder que lo trajo todo al mundo físico es el mismo que también te trajo a ti, pero si no te sientes digno, perturbarás el flujo natural de la energía en tu vida y crearás un bloqueo que imposibilitará la manifestación.
El quinto principio está encaminado a recordarte que eres digno de obtener abundancia. Si tus pensamientos se basan en una imagen de desmerecimiento, sea cual fuere la razón, manifestarás lo que esos pensamientos imparten a la mente universal. La energía descrita en el cuarto principio se alineará con aquello que tú irradies. La frase «Un hombre es aquello que piensa» no son palabras vacías. Expresan una verdad básica acerca de cómo funciona el universo.
Pensar que la abundancia es incompatible con la espiritualidad es un mito que nos influye a muchos de nosotros, y constituye el mayor impedimento para sentirse merecedor de esa abundancia.
¿EGOISTA?
El mito de que la abundancia y la espiritualidad son incompatibles se ve alimentado por la idea de que es egoísta e impropio visualizar y desear cosas materiales. Examinemos, pues, esta actitud y determinemos si también tú has llegado a considerarla como cierta.
Echa un vistazo a tu alrededor y observa la abundancia e infinitud de nuestro universo. Se extiende mucho más allá de nuestra capacidad para imaginar su vastedad. Esta abundancia fluye a partir de la misma energía que abarca nuestra esencia fundamental. La abundancia eres tú. Tú eres ella. No te engañes.
El espíritu se da a conocer a través de la forma material, mientras nosotros mismos ocupamos una forma. El espíritu se manifiesta en los árboles, los océanos, los peces, las aves, los minerales, las plantas, las flores y en ti. Todo lo que ves a tu alrededor es una parte de la manifestación material del espíritu. La materia no es una ilusión o algo que no debiera existir, sino un medio necesario que permite al espíritu diferenciarse sobre el plano de la existencia.
Tener la sensación de que es egoísta o no espiritual el desear y manifestar, supone dividir el mundo del espíritu y el mundo de la materia en polos opuestos. Al considerar el espíritu como incompatible con la materia, negamos que el espíritu que hay en la materia sea la energía a partir de la cual se origina. Y con ello también negamos la validez de nosotros mismos como seres espirituales.
No hay razón alguna para sentirnos avergonzados por desear que las cosas se manifiesten en nuestra vida. Es mucho más positivo pensar que merecemos que esas cosas se manifiesten y que estemos dispuestos a participar en la danza de la creación. Al darnos cuenta de que juntos conforman un todo armonioso, eliminamos el estigma del egoísmo. Del mismo modo que cada uno de nosotros somos un todo armonioso compuesto de espíritu y materia, también lo es el universo entero.
El proceso de la vida que toma forma es un misterio. Ese misterio se ve gobernado por una energía creativa que se puede conocer cuando nos sentimos genuinamente merecedores de recibir sus bendiciones en forma material. La abundancia es lo que caracteriza a la fuerza creativa en el universo. Tienes derecho a disponer de abundancia en tu vida y a irradiar prosperidad hacia todo lo que se encuentra en tu mundo. Sintiéndote pequeño e insignificante lo único que conseguirás es que eso se manifieste en tu vida.
Para fomentar la actitud de que mereces abundancia, será útil examinar lo que quieres cambiar con objeto de cultivar este conocimiento en el nivel celular de tu ser.
LOS COMPONENTES BÁSICOS DEL MERECIMIENTO
Todo aquello que necesitas dominar para lograr que este quinto principio se convierta en un modelo útil en tu vida lo tienes a tu disposición, en forma de actividad mental. No necesitas salir al mundo y conquistar nada. Se trata, simplemente, de cambiar tu mentalidad y convencerte a ti mismo de que mereces recibir todas las bendiciones de Dios, ya sean materiales o de otro tipo.
Se han hecho grandes esfuerzos por condicionarnos y hacernos sentir indignos de tener todo aquello que ofrece la vida. La mayoría de nosotros hemos aceptado muchas de las cosas que nuestros egos han puesto en nuestro camino, empezando por nuestra llegada a este mundo como niños. Ciertamente, no hay nada de erróneo en asumir una actitud de pobreza y ascetismo. Si ese es tu camino, lo sabrás en lo más profundo de tu ser, y sabrás igualmente que Dios se manifiesta en todas las cosas, tanto materiales como inmateriales. No tiene ningún sentido calificar el espíritu de mejor o peor, basándose en las creaciones de Dios que cada uno elige tener en su vida.
Sentirse merecedor de cualquier bendición o deseo es una característica de tu vida interior. Para eliminar el estigma del egoísmo materialista, quizá necesites reacondicionar tus propias percepciones internas. A continuación se indican las principales percepciones de los seres que saben que son dignos y merecedores de la bendición de Dios.
1. Mi autoestima procede de mí mismo. La afirmación de la percepción interna de la persona que piensa así puede ser más o menos la siguiente: «Como hijo de Dios, soy digno. No estoy dividido en espíritu y cuerpo, sino que más bien formo parte de la creación que lo conoce todo, llamada Dios. Soy un humano que expresa a Dios sin reservas ni restricciones».
Una de las razones por las que los niños son capaces de expresar a menudo genio es porque todavía no han sido hipnotizados por la idea de ser limitados. Si son capaces de resistirse a ese hechizo hipnótico, siguen siendo genios y pueden expresar su yo ilimitado a través de sus vidas en la tierra.
Sucede con frecuencia que son las ideas de otros egos las que nos hacen sentir indignos. Escuchamos las advertencias de personas que tienen una baja autoestima, y que intentan ejercer influencia y poder sobre nosotros. Aceptamos entonces las convalidaciones externas de nuestra falta de merecimiento y empezamos a vernos tal como otras personas importantes quisieran hacernos creer que somos. La mayoría de los niños pequeños no pueden resistirse a estas ideas. Pero, como adultos, podemos mirar hacia atrás, y liberarnos de esa idea absurda que nos han inculcado.
Debes saber que formas parte de la luz que ilumina a todo hombre. Eres una demostración palpable de la existencia de Dios y llevas a Dios dentro de ti mismo, en tu propia individualidad particularizada. En consecuencia, debes decir con total convicción: «Dios está en mí y yo estoy en Dios». Esta es la verdad que te liberará de tus sentimientos de indignidad, y te permitirá atraer todo aquello que deseas.
Piensa que tus deseos de manifestar son algo que ha sido colocado ahí por el espíritu, y que esos deseos, alojados en el amor y en el servicio, son precisamente lo que Dios desea darte, y que tu deseo es el camino directo para recibir tales bendiciones. Rechaza la idea de que el deseo es egoísta y recuerda que si no tuvieras deseos, seguirías llevando una existencia infantil, rodeado de juguetes.
Cada vez que te sientas indigno de recibir tus manifestaciones, recuerda que nadie es indigno y que la misma energía divina que fluye a través de ti, fluye también a través de todos los hijos de Dios. Todos somos dignos, incluido tú.
Tus deseos son la herramienta que te permite crecer y experimentar la perfección del universo. Te llevarán más allá de cualquier limitación que hayas podido asumir y te conducirán hacia una conciencia espiritual más elevada. Hasta la idea de alcanzar iluminación y llegar a ser un maestro es un deseo que debes respetar.
2. Me acepto a mí mismo sin reparos. Una persona que se acepta a sí misma de esta manera piensa algo así: «Estoy dispuesto a afrontar todo lo que se refiere a mí mismo, sin caer en el autodesprecio y sin repudiar mi valor esencial como una pieza de Dios».
Debemos aceptarnos de modo incondicional a nosotros mismos. Aceptarse a uno mismo no significa aceptar necesariamente todo tipo de comportamientos. Se trata más bien de una negativa a participar en actos saboteadores de autodesprecio. Si te rechazas a ti mismo, no podrás sentirte digno de la munificencia del universo. Tu energía se centra en lo que hay de erróneo en ti, y te lamentas ante ti mismo y ante cualquiera que esté dispuesto a escucharte.
Has aparecido aquí en un cuerpo específico, dotado de unas ciertas características físicas, con ciertas medidas y unos padres y hermanos concretos. Esta es tu realidad en el plano físico, y se necesita una gran voluntad para mirarse a uno mismo y decir: «Acepto esto sin quejarme».
Si no estás dispuesto a hacer tal declaración, tu fuerza interior se verá socavada por la cólera, la culpabilidad, el temor y el dolor, todo lo cual, combinado, soslaya la posibilidad de que tus deseos se manifiesten. Recuerda que la idea de atraer las cosas hacia uno mismo se basa en la idea de que «Aquello que debería ser... ya está aquí». Tu deseo ya está aquí y sólo puede fluir hacia tu vida inmediata si tú te muestras abierto a que así suceda. Esos pensamientos de autodesprecio te impiden situar en el universo el conocimiento y la energía amorosa que van a trabajar para ti.
La autoaceptación no es nada más que un cambio en la conciencia. Sólo exige un cambio de mentalidad. Si se te cae el cabello, tienes la alternativa de disimularlo, preocuparte o aceptarlo. La aceptación significa que, en realidad, no tienes que hacer nada al respecto. Simplemente, respetas tu cuerpo y la inteligencia divina que está obrando sobre ti. Cuando algún otro te indica que tienes un problema porque se está cayendo el pelo, ni siquiera te preocupas por la observación. La aceptación elimina de un plumazo la etiqueta de «problema».
No se trata aquí de una actitud fingida. Lo que haces es, simplemente, apartar al ego de tus valoraciones internas, centradas en la aprobación de los demás. Gracias a la autoaceptación, puedes decir honestamente: «Soy lo que soy y lo acepto». Una vez que hayas instalado firmemente esta actitud, desde una postura de honestidad contigo mismo, la certeza de que mereces recibir los dones del universo estará alineada con ese divino poder.
El autorechazo, en cambio, provoca un desajuste en la alineación con tu divinidad. Sólo tú puedes efectuar ese cambio. Se trata simplemente de cambiar tu percepción interna.
3. Acepto plenamente la responsabilidad por mi vida, por lo que es y lo que no es. Eso supone la eliminación de nuestra fuerte inclinación, dominada por el ego, a echar a los demás la culpa por aquello que no hay en nuestras vidas. Asumir plenamente la responsabilidad significa tener conciencia del poder inherente a uno mismo.
En lugar de decir: «Me han hecho tal como soy ahora», piensa más bien: «Elegí ser pasivo y temeroso cuando estoy con otras personas». Y eso se aplica a todas y cada una de las facetas de tu personalidad y de las circunstancias de tu vida.
Estar dispuesto a aceptar plenamente la responsabilidad sobre ti mismo, te coloca en la postura de ser digno de recibir y atraer aquello que deseas. Si algún otro fuera el responsable de tus defectos y le achacaras a él tus problemas, estarías diciendo con ello que para manifestar el deseo de tu corazón necesitas obtener el permiso de esa otra persona. Este acto de abdicación de la propia responsabilidad destruye la capacidad para capacitarse a uno mismo hasta alcanzar niveles superiores de conciencia.
Al saber que eres responsable de cómo reaccionas ante cada situación de la vida, y que estás a solas contigo mismo, puedes situar en el universo, de un modo muy íntimo, aquello que deseas manifestar en ti mismo. Sin embargo, al echar la culpa a los demás de las situaciones que se produzcan en tu vida, desplazas el poder hacia esas otras personas, a las que consideras responsables de crear esas circunstancias.
Yo mantengo un diálogo interior privado con el universo acerca de las circunstancias que surgen en mi vida. Parto de la postura de que no son en modo alguno accidentes, de que todo lo que me ocurre conlleva una lección y que he sido yo el que lo ha hecho aparecer en mi vida. Por absurdo e incongruente que pueda parecer, me digo a mí mismo: «Por qué he creado esto en este preciso momento?».
Así pues, si tengo un pensamiento negativo y en ese mismo instante me golpeo la cabeza con la puerta de un armario de la cocina, me digo: «¿En qué estaba pensando en este momento?», y asumo plenamente la responsabilidad de corregir esos pensamientos negativos, así como el golpe que me ha recordado la necesidad de corregir esa forma de pensar. Hago lo mismo cuando estoy escribiendo. Si me siento inclinado a acudir al buzón de correos antes de ponerme a escribir, sigo esa señal interna y a menudo me encuentro en el correo con un artículo que me clarifica un punto sobre el que me sentía confuso. Asumo la responsabilidad de saber que aquello que necesitaba estaba ahí, y de dejarme guiar por la voz interior de mi intuición.
Este pequeño juego me sirve para asumir plenamente la responsabilidad por mi vida y erradicar la inclinación a achacar la culpa a otras personas o a las circunstancias. Confío en mi sabiduría interior, y en las aparentes casualidades, y sé que yo soy el responsable de todo eso. A medida que se ha ido desarrollando ese sentido de la responsabilidad, me resulta cada vez más difícil achacar a alguien lo que sucede en mi vida, desde las cosas más nimias, como darme un golpe o producirme un corte, o que otros no acudan a tiempo a una cita, hasta las grandes decepciones y mi relación con mi esposa y con el resto de mi familia; asumo la plena responsabilidad por todo ello.
Confío en la sabiduría divina que se ha particularizado en mí y que permite que estas cosas se produzcan. Me niego a cuestionar esa sabiduría y a atribuir a otros mi buena o mala suerte. Lo acepto todo como parte del papel que tengo en el universo, sin quejarme.
La voluntad de responsabilizarte de ti mismo sin quejarte te sitúa en el flujo natural de toda la energía divina. Eso te evita tener que luchar contra el mundo, y avanzar con él. Todo aquello de lo que te quejes implica que figurativamente has de tomar las armas para combatirlo. Y todo aquello contra lo que necesites luchar no hace sino debilitarte, mientras que todo aquello sobre lo que estés a favor, te capacita.
Te estoy pidiendo que seas tú mismo. Al asumir una actitud responsable te darás cuenta de que los cielos son extraordinariamente cooperativos. Conseguir que los cielos cooperen significa alejarse de la mentalidad proclive a quejarse, y aceptar la más plena responsabilidad sobre uno mismo.
4. Elijo no aceptar la culpabilidad en mi vida. Esta actitud mental crea pensamientos como: «No desperdiciaré la preciosa moneda de mi vida, mi existencia actual, inmovilizado por la culpabilidad por lo que ocurrió en el pasado».
Esta declaración exige conocer la diferencia entre a) arrepentirse de verdad y aprender del pasado, y b) pasarse la vida haciéndose reproches y sintiéndose culpable. Aprender de los propios errores y emprender acciones correctoras son prácticas espiritual y psicológicamente sanas. Hiciste algo, no te gustó cómo te sentiste después, y decides no repetir ese comportamiento. Eso no es culpabilidad. La culpabilidad aparece cuando continúas sintiéndose inmovilizado y deprimido, y esos sentimientos te impiden vivir en el presente.
Al dejarte agobiar por la culpabilidad, llenas tu energía de angustia y reproche. Te haces tantos reproches que no te sientes merecedor de recibir las bendiciones del universo o de cualquiera que forme parte de él. Los sentimientos persistentes de culpabilidad te impedirán manifestar nada que valga la pena porque estarás atrayendo hacia ti esas mismas cosas que sitúas en el universo. Cuanto mayor sea la angustia, más razones tendrás para sentirte mal y más pruebas encontrarás para demostrar que no eres merecedor de lo que deseas.
Cuando utilizas tus comportamientos del pasado para aprender de ellos y sigues adelante, al margen de lo horribles que te hayan parecido, te liberas de la negatividad que rodea esas acciones. Perdonarse a uno mismo significa que puede extender el amor hacia sí mismo, a pesar de haber percibido dolorosamente las propias deficiencias.
Una vez aprendida esta valiosa lección, buscas también el perdón de Dios. Pero si continúas abrigando el dolor en tu interior, te sentirás indigno del perdón de Dios y, en consecuencia, no podrás aceptar ninguno de tus derechos divinos, como hijo de Dios.
No importa qué es lo que no te gusta de ti mismo, incluidos tus comportamientos y tu aspecto, pero para tener éxito a la hora de la manifestación necesitas amarte a ti mismo a pesar de los defectos que puedas encontrarte. Por ejemplo, si sufres crónicamente de un exceso de peso, o eres adicto a alguna sustancia, tus frases internas de culpabilidad serán aproximadamente del siguiente tenor: «Voy a amarme realmente a mí mismo cuando finalmente alcance un peso normal», o bien: «Me valoraré verdaderamente a mí mismo como un ser humano digno cuando haya superado finalmente esta adicción de una vez por todas».
Las frases de culpabilidad no hacen sino reforzar una actitud de desmerecimiento, e inhiben el proceso de la manifestación. Tienes que cambiar estas frases y decirte a ti mismo cosas como: «Me amo a mí mismo aunque tenga exceso de peso. En primer lugar, yo no soy este exceso de peso y me niego a pensar en mí mismo en términos autodegradantes, independientemente del estado de mi cuerpo. Soy amor y extiendo ese amor a todo lo que soy». Esta misma clase de programación interna tiene que producirse en el caso de las adicciones o de cualquier otra cosa por la que te sientas culpable.
Hay 483.364 palabras en Curso de milagros. La expresión «manténte alerta» sólo aparece una vez: «Manténte alerta ante la tentación de verte a ti mismo como injustamente tratado». La advertencia alude a la necesidad de eliminar la culpabilidad y asumir la responsabilidad por la propia vida. Al eliminar la inclinación a revolcarse en la autocrítica, también eliminamos la idea de que nos redimiremos gracias al sufrimiento en el momento presente, y de que podemos pagar por nuestros pecados con culpabilidad. La vida no funciona de ese modo. Tus sufrimientos te mantienen en un estado de temor e inmovilidad. Y esa no es la solución para los problemas de tu vida.
Existe, sin embargo, una solución, que consiste en amarse a uno mismo y en pedir a Dios que esos «defectos» no sean más que lecciones que te permitan alcanzar un nuevo nivel espiritual. Al negarte a aceptar la idea condicionada de que la culpabilidad es buena, de que mereces sentirte culpable y de que la culpabilidad te ayudará a expiar tus pecados, refuerzas la idea de ser merecedor de cualquier deseo que quieras manifestar en tu vida.
5. Comprendo la importancia de que haya armonía entre mis pensamientos, mis sentimientos y mi comportamiento. En la medida en que seas incongruente en cualquiera de estos tres ámbitos, el pensamiento, el sentimiento o el comportamiento, impedirás que se produzca el proceso de la intensificación de la conciencia y la capacidad para manifestar el deseo de tu corazón.
Este es el último de los cinco puntos que favorecen la aparición del sentimiento de que mereces recibir en tu vida la munificencia de Dios. Es también el más importante porque define tu nivel de integridad. Tener pensamientos acerca de cómo te gustaría dirigir tu vida, postular esos pensamientos como tu forma esencial de ser, y luego sentirse culpable, temeroso, angustiado o cualquier otra cosa como consecuencia de no haber estado a la altura de estos ideales, tiene como consecuencia un comportamiento adictivo, manipulador y contraproducente.
Para ser congruente debes ser honesto contigo mismo. Es crucial que examines tus pensamientos y proclames con franqueza qué es lo que eliges saber en tu interior. Aunque alguna otra persona perciba eso como una deficiencia, si eres honesto contigo mismo descubrirás que tus reacciones emocionales son consecuentes con tu mundo interior.
Sentirás paz y satisfacción y eso se pondrá de manifiesto en tu comportamiento. Esto es válido para prácticamente todo lo que afecte a tu vida, y se aplica a tus pensamientos sobre la salud, las relaciones con los demás, la prosperidad, Dios, el trabajo, la diversión y lo que sea. Si estos pensamientos se hallan enraizados en el amor y sabes honestamente que estás aquí para expresar amor, amabilidad y perdón hacia ti mismo, hacia tu trabajo, tus compañeros, hacia el dinero que recibes, tus creencias espirituales, etcétera, estarás en armonía y recibirás con agrado las bendiciones que resultan de tu conducta personal en estas cuestiones.
No obstante, si abrigas estos pensamientos y no actúas de acuerdo con ellos en el trabajo cotidiano de tu vida, sentirás que tu comportamiento es incongruente y, en consecuencia, no tendrás la sensación de merecer el cumplimiento de tus deseos.
Si sigues siendo incongruente, el comportamiento adictivo se mantendrá en tu vida. También los hábitos alimenticios poco saludables o las deficiencias que encuentres en ti mismo. Se trata de una afirmación un tanto fuerte, pero no hace sino reflejar la necesidad de que asimiles determinados conceptos si quieres sentirte merecedor.
No tienes que adoptar ninguna práctica espiritual o conjunto de creencias concretas. Tienes que crear un sentido de congruencia dentro de ti mismo para poder alcanzar ese estado de merecimiento, que es un requisito indispensable para el proceso de la manifestación. Si te ves carcomido por dentro, en ese rincón íntimo de conciencia al que no llega nadie más que Dios, tu comportamiento contraproducente no hará sino confirmar tu falta de congruencia interna.
Al ser honesto contigo mismo acerca de lo que crees, y actuar de acuerdo con tus principios, al margen de lo que puedan pensar o decir otros, promueves una sensación de paz interior que te transmite un fuerte sentido de merecimiento. Te animo a examinar cuidadosamente tus pensamientos en todos los ámbitos de tu vida, y a identificar aquellos que no estén en armonía con tus acciones. Luego, trabaja cada día para alcanzar un mayor grado de congruencia interna que satisfaga tus propias normas personales, y guárdate este proceso para ti mismo. Verás entonces que los comportamientos que te disgustan empiezan a desaparecer y que promueves una sensación de equilibrio que te aporta paz. No hay nada que tu yo superior desee más que la paz. La paz te hará sentirte digno de las más ricas bendiciones de Dios, y al irradiar eso hacia el mundo exterior, este te devolverá lo mismo.
Estas cinco actitudes te proporcionan las herramientas para crear en tu interior un ambiente que propicie tu sensación de merecimiento. Todas ellas reflejan la capacidad para vivir pacíficamente en el momento presente, y para descartar muchas de las actitudes del pasado que te mantuvieron en un estado constante de incapacitación y te hicieron sentir indigno de manifestar más bendiciones y felicidad en tu vida. Esos sentimientos persisten a menudo porque te hallas encerrado en la historia de tus primeras heridas. Para finalizar el camino que conduce al merecimiento, tienes que cortar tu relación con esas viejas heridas.
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