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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 19 de agosto de 2018

Desvínculate pacientemente del resultado (1/2)

MARAVILLOSA Semana!!!
Construye tu destino
Por Wayne W. Dyer

Octavo principio
Desvínculate pacientemente del resultado (1/2)

En el séptimo principio, sobre el uso de la meditación del sonido, resalté la importancia de centrar la atención no en el resultado y en cómo quieres que se materialice este en tu vida, sino en los sentimientos que experimentas a medida que manifiestas la imagen de tu deseo. El octavo principio de la manifestación espiritual se centra en la experiencia de ese sentimiento. No debes tratar de controlar la manera en que aparece lo que deseas, ni cuándo.


Durante el tiempo que he enseñado esta meditación, se me han planteado a menudo preguntas como la siguiente: «Si hago esta meditación, tal como sugiere, ¿puedo ganar realmente la lotería?». Mi respuesta es: «¿Cómo te sentirías si ganaras la lotería?». Las respuestas suelen ser: «Me sentiría bienaventurado, seguro, extasiado, contento». Lo crucial para activar el octavo principio son precisamente esos sentimientos. Es una ilusión pensar que necesitas tener algo, como por ejemplo ganar la lotería, para sentirte bienaventurado, seguro, extasiado o contento.

Manifestar no significa plantear exigencias a Dios y al universo. Manifestar es una aventura en colaboración en la que tu intención se alinea con la inteligencia divina. Esa inteligencia está en todas las cosas y en ti mismo también. No estás separado de aquello que quisieras manifestar. Eso eres tú y tú eres eso. Existe un único poder en el universo, y tú estás conectado con él. Pedir que Dios cumpla tu deseo de acuerdo con un horario y un diseño impuesto por ti, refuerza la idea equivocada de Dios como una energía separada.

Imaginar que en el universo existe una inteligencia desprovista de personalidad individual es una forma de empezar a comprender este octavo principio. Este concepto, insólito y quizá difícil, te ayudará a comprender mejor el octavo principio.

LA INTELIGENCIA APARTE DE LA INDIVIDUALIDAD

La mayoría de nosotros creemos que el reconocimiento de cualquier otro individuo supone que en algún determinado lugar nuestra individualidad termina y empieza la del otro. Esta creencia forma parte de nuestro condicionamiento y nos impone muchas limitaciones. Aprendemos desde muy pequeños que «Yo no soy ese otro, porque soy yo mismo».

Si esta pauta se adscribiera a la mente universal, tendríamos un Dios que cesa en el punto donde empieza alguna otra cosa. La palabra «universal» no podría aplicarse entonces porque la energía de Dios no incluiría todas las cosas. Ser universal y reconocer cualquier cosa como exterior a uno mismo sería como negar el propio ser. Así pues, la naturaleza de la inteligencia universal se da en ausencia de personalidad individual.

El espíritu que lo impregna todo es una fuerza vital impersonal que da lugar a todo lo manifestado. El espíritu universal penetra todo el espacio y todo lo manifestado, y nosotros formamos parte de eso. Es como si nos encontráramos en un océano de vida impersonal e intensamente inteligente, que lo rodea todo y está en todo, incluidos nosotros mismos. Aunque has sido condicionado para que creas que es un ser individual, en realidad forma parte de la gran naturaleza universal, que es infinita en cuanto a sus posibilidades.

La inteligencia indiferenciada responde cuando la persona la reconoce. Si crees que el mundo está dirigido por el azar, o por tus propias exigencias personales, la mente universal te presentará una mezcolanza de reacciones, sin ningún orden reconocible. No obstante, cuando dejas de creer que eres una personalidad separada, con inteligencia individual, empiezas a tener una visión mucho más clara.

Desde la perspectiva de una inteligencia que es universal e indiferenciada, pregúntate qué supone para ti la relación con esta mente universal. No puede tener «favoritos» si es verdaderamente la raíz y el soporte de todo y de todos. Al faltarle individualidad, no puede entrar en conflicto con los deseos que albergas. Al ser universal, no puede desvincularse de ti.

Todas estas afirmaciones caracterizan esta mente que todo lo produce como sensible a ti, una vez que comprendes tu relación con ella. Este principio universal, que todo lo impregna, tiene en común contigo la naturaleza. Al solucionar este enigma del ego, adquieres una mayor sabiduría en relación a tu capacidad para aplicar el octavo principio de la manifestación.

No puedes agotar lo que es infinito, de modo que poseerlo significa que tienes la capacidad para diferenciarlo como tu deseo. Tu tarea consiste en poner lo universal a tu alcance, elevándote para ello al nivel de aquello que es universal, en lugar de atraer lo universal hasta un nivel de individualidad mal entendida que esté separada de lo universal. Sólo necesitas reconocerlo para atraerlo hacia ti, en lugar de pedirle que te reconozca y te lleve hasta ello. Todo esto puede parecer un tanto confuso, puesto que los principios que se te han inculcado siempre son otros. Y, sin embargo, es crucial que lo comprendas, antes de continuar por el camino de la manifestación.

Reconoce lo universal como una parte de todo lo que eres, y que todo lo que tú eres se halla indiferenciado de todo lo que es. Repite continuamente esta nueva conciencia. Debes saber que si no reconoces lo universal como indiferenciado, se te presentará exactamente de ese modo, como una masa informe de energía que no puedes alcanzar, como un caos antes que como un cosmos, y como un sistema en el que te hallas separado de todo aquello que deseas.

Así pues, elimina de tus deseos todo tipo de exigencias, y vuelve tu mirada hacia ti mismo, sabiendo que estás atrayendo la inteligencia universal a tu vida, y que el cómo y el cuándo están en manos de esa inteligencia, sin juzgar, exigir o insistir en las condiciones de tu personalidad. El hecho de saberlo es suficiente. Luego, cultiva el poder de la paciente desvinculación con respecto del resultado.

EL PODER DE LA PACIENCIA INFINITA

La siguiente frase provocativa se ha tomado de Curso de milagros: «Quienes están seguros del resultado pueden permitirse esperar, sin ansiedad». Esa es la característica principal de la paciencia infinita. La noción de certidumbre y la paciencia van juntas. Al confiar y saber que se está conectado con esa inteligencia universal que lo provee todo, la persona sólo tiene que permitirse la virtud de la paciencia. No impone ninguna restricción temporal a tus manifestaciones y sigue con su vida cotidiana con la certeza de saber que: «Dispongo de todo el tiempo que necesito, y estoy seguro del resultado, de modo que permitiré que aparezca a su debido tiempo».

El secreto de ser paciente está en la certidumbre del resultado. Cuando esa certidumbre se manifiesta en ti en forma de confianza y conocimiento, puedes desviar tus pensamientos del resultado deseado. Sin cólera ni angustia, puedes dirigir entonces tu atención a todas aquellas tareas que ocupen tu actividad cotidiana.

El hecho de saber y la infinita paciencia te permiten sentirte tranquilo. Has practicado todos los principios de la manifestación espiritual, y luego has permitido que el universo se ocupe de los detalles. Sientes en tu interior que aquello que deseas manifestar ya está ahí, y el bienestar de saber que ya has sido bendecido con aquello que buscas. En consecuencia, no experimentas la presión de querer que aparezca inmediatamente.

Esta bendición interior es una función del poder de tu paciencia infinita. Más adelante, en Curso de milagros, se nos recuerda que «la paciencia es natural para el maestro que es Dios. Todo lo que él ve es un resultado cierto, en un momento quizá desconocido todavía para él, pero del que no cabe la menor duda». Me encanta esta idea de tener una certidumbre sobre el resultado y de despreocuparse por los detalles.

Cuando nos sentimos impacientes, nos devaluamos literalmente a nosotros mismos y nuestra conexión con el divino Espíritu Santo. La impaciencia supone el fracaso de la confianza en la inteligencia universal, e implica que nos hallamos separados del espíritu que todo lo provee. La impaciencia implica que nuestro ego es el dueño del deseo. Tenemos que abordar y cambiar esta forma de darnos importancia a nosotros mismos.

Al estar seguro del resultado, al despreocuparte del cómo y el cuándo, cultivas el poder de la paciencia infinita y, simultáneamente, te desvinculas del resultado. Una vez que ha tenido lugar esta desvinculación, puedes ocuparte de asuntos cotidianos, como educar a tus hijos, dedicarte a tu trabajo o formación, meditar y comulgar con Dios, y limitarte a observar pacientemente. La paciencia es algo espontáneo cuando se confía en la unicidad de la inteligencia universal.

Una de las formas de desarrollar la paciencia consiste en contemplar lo paciente que ha sido Dios contigo. Cuando pasaste por momentos de negación, de ensimismamiento, de autocrítica o de odio, Dios se mostró infinitamente paciente. Dios no te reprende o te castiga cuando te apartas del camino sagrado, y tampoco te abandona. Esa es la clase de paciencia que deberías desarrollar.

La paciencia infinita es una señal de confianza y exige de un amor infinito para producir resultados en tu vida. Al desprenderte de la impaciencia, te alineas con la fuerza de Dios, y desaparece la angustia de pensar en todo lo que falta en tu vida. Cuando se apodera de ti la impaciencia basada en el temor, pierdes tu yo infinito y te conviertes de nuevo en sujeto del ego, que no tiene paciencia alguna con nada que se refiera a la infinitud.

El ego desea lo que desea, y lo quiere ahora. Si no se ve satisfecho, te convencerá de que este mundo está podrido y de que no puedes confiar en nada más que en tu yo diferenciado, aun cuando haya sido ese yo el que ha producido las sensaciones de carencia. Si satisfaces al ego, al día siguiente aparecerá una nueva lista de exigencias. El nivel de angustia aumentará mientras te dediques a satisfacer estas nuevas demandas. Y esa situación se prolongará mientras permitas que el ego se haga cargo de tu vida.

Pero al reconocer la conexión entre tu yo infinito y la fuerza de Dios, sabrás que Dios ha sido paciente contigo, al margen de lo mucho que hayas tardado en comprenderlo, al margen de lo lejos que hayas llegado en tu búsqueda y de lo mucho que te hayas negado a escuchar.

La paciencia infinita producirá resultados casi inmediatos en tu vida. Alcanzas la libertad cuando eliminas la necesidad de tener lo que quieres ahora, con la seguridad de que en realidad ya lo tienes, aunque aún no se haya presentado en tu entorno inmediato tal como te gustaría. Como persona infinitamente paciente sabes que ya estás allí donde querrías estar, que no hay accidentes, y que todo aquello que parece faltar no es más que una ilusión perpetrada por tu ego.

Con esta conciencia, la impaciencia desaparece y dejas de buscar resultados a tu meditación de la manifestación. Diriges tus pensamientos hacia los asuntos cotidianos de tu vida, sabiendo que no estás solo. Tu paciencia te permite apreciar en silencio todo aquello que se ha manifestado en tu vida. Esta práctica de paciente desvinculación del resultado es un concepto extraño para aquellos de nosotros a quienes se ha enseñado que los objetivos, los símbolos del éxito y la acumulación de méritos son formas de sentirse importantes y de encajar en nuestra cultura. Has alcanzado la paz con tu infinita paciencia y la paz es precisamente lo que trae la iluminación.

A continuación se ofrece una guía para vivir con la aparente paradoja de intentar manifestar algo en tu vida, desvinculándote al mismo tiempo del cuándo y el cómo aparecerá.

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