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lunes, 3 de diciembre de 2018

FASE CINCO: EL DIOS CREADOR (6/8) (Respuesta creativa)

¡MARAVILLOSA Semana!!!
CONOCER A DIOS
El Viaje del Alma hacia el Misterio de los Misterios
Deepak CHOPRA

FASE CINCO:
EL DIOS CREADOR (6/8)
(Respuesta creativa)

Hay un nivel de creatividad que va mucho más allá de cualquier cosa de la que podamos haber hablado hasta ahora. Empieza a surgir cuando la intuición se vuelve tan poderosa que irrumpe en el entorno. Esta superintuición controla los acontecimientos y hace que los sueños se vuelvan realidad, como un artista que no trabajase con lienzo y colores, sino con la materia prima de la vida. El siguiente ejemplo tomado de mi propia vida empezó en circunstancias mundanas que fueron volviéndose cada vez más sorprendentes.
Hace algunos meses estaba en mi oficina trabajando en un proyecto que necesitaba una ilustración, pero no conocía a ningún ilustrador profesional. Mientras pensaba en quién podría hacerme el trabajo, sonó el teléfono. Era mi hija mayor, Mallika, que me llamaba desde la India. Cuando le hablé del problema, me sugirió inmediatamente a una artista irlandesa a la que llamaremos Suzanne Malcolm, pero ni ella ni yo teníamos la menor idea de dónde vivía. Colgué el teléfono y ya no pensé más en el asunto, hasta una tarde en que me llamó mi editor de Londres. Por probar, le pregunté si conocía a Suzanne Malcolm, pero no la conocía. Una hora más tarde mi editor estaba en un cóctel y la persona que se hallaba a su lado recibió una llamada en el teléfono móvil y dijo: «¿Suzanne?» Mi amigo editor tuvo un impulso repentino y le preguntó si hablaba con Suzanne Malcolm, cosa que, sorprendentemente, así era. Mi amigo anotó el número de teléfono y también le pidió que me llamara. En aquellos momentos yo había llegado en avión a Los Ángeles para dar una conferencia programada. Era temprano y no tenía idea de dónde me encontraba, por lo que moderé la velocidad del coche de alquiler. Al comprobar los mensajes en el móvil, encontré uno de Suzanne Malcolm, cosa que me alegró mucho e inmediatamente marqué el número que me había dejado en el mensaje.
Una voz de mujer respondió:
—¡Dígame!
—¿Suzanne? —dije, y me presenté—. Me gustaría saber si podrías venir desde Dublín para 
hacerme un trabajo.
—Bueno, de hecho, no estoy en Dublín, en estos momentos estoy en Los Ángeles.
—¿Ah, sí? ¿Dónde estás? —le pregunté.
—No lo sé. ¿A ver...? —replicó ella—. Ah, sí, calle Dominic 3312.
Miré por la ventanilla del coche y sentí un escalofrío, porque estaba aparcado justamente delante de la casa que ella me mencionaba.
¡De qué forma más involuntaria nos ponemos al alcance de Dios! Este ejemplo va claramente más allá de la intuición, justamente porque ninguno de los personajes de la historia la había tenido, y va más allá de la sincronicidad porque no se trataba solamente de un encuentro casual que había resultado tener un cierto significado. ¿De qué modo podemos llamar a una cadena de acontecimientos que empieza con una determinada intención para llegar a hacer coincidir unos hechos en dos continentes, a través de varias zonas horarias y en las vidas aleatorias de cuatro personas?
La respuesta es la creatividad. Como el campo de la mente va más allá del tiempo y del espacio, puede manipularlos para su propio uso. Normalmente la actividad de la fuente no queda expuesta a la vista. No podemos ver cómo giran las ruedas de la fortuna hasta la fase cinco, en la que ha llegado el momento en que el destino ya no tiene por qué ocultarse a la vista. Esto sucede cuando una persona abandona toda noción de acontecimiento por accidente, por coincidencia o por azar y, en lugar de ello, pretende tener la responsabilidad de cualquier suceso por trivial que parezca.
Los acontecimientos ya no suceden «por ahí», sino que son guiados por nuestras propias intenciones. La fase cinco une la individualidad a Dios en una colaboración como co-creadores, y cuando estamos preparados para establecer la alianza, el Dios que nos encontramos tiene estas cualidades:

Potencial creativo ilimitado
Control sobre el espacio y el tiempo
Abundante
Abierto
Generoso
Desea ser conocido
Inspirado

Éste es el Dios más íntimo que hemos proyectado hasta este momento, debido a una cualidad que es la clave de la fase cinco: la franqueza. El Creador es mucho más vasto que cualquiera de los dioses precedentes, y nuestras mentes deben captar lo que significa el hecho de tener todo el tiempo y el espacio a nuestra disposición.
Cuando Adán y Eva comieron de la fruta prohibida, surgió en ellos inmediatamente un sentimiento de vergüenza y, en estos primeros momentos de autoconciencia, se escondieron de Dios, cosa que de alguna forma hemos estado haciendo siempre desde entonces. En otras palabras, la convicción del pecado nos ha privado de nuestra propia creatividad que podría ser paralela, sino igual, a la de Dios. El hecho de volver al origen ha sido una constante desde la fase uno. En la fase cinco, finalmente, no queda rastro del pecado original ni imperfección que debamos expiar.
Volviendo a mi primer ejemplo, el hecho de que yo encontrara a mi ilustradora no significa que hubiera llegado a la fase cinco sino que la pregunta crucial es cuál es el papel que yo mismo desempeñé. Si me miro a mí mismo desde fuera de todo el proceso, entonces no soy un co-creador.
Lázaro, después de resucitar, estaba increíblemente sorprendido, pero ni él resucitó a nadie, ni tampoco pretendió ser el artífice de su propio milagro. Para estar en alianza con Dios debemos mantener nuestra parte en la asociación, cosa que involucra algunas creencias específicas:

Tenemos que vernos a nosotros mismos en el centro del proceso creativo.
Tenemos que aceptar la responsabilidad por todos los resultados.
Tenemos que reconocer que todos los pensamientos, incluso los más pequeños, tienen consecuencias.
Tenemos que identificarnos con un ego más amplio que el que vive aquí y ahora en este limitado cuerpo físico.

Muchas personas que están en el camino de la espiritualidad aceptan gustosas una o más de estas creencias, pero el factor decisivo es si las vivimos. Un requisito previo consiste en años de meditación, de contemplación o de plegaria, y otro implica hacer una gran cantidad de trabajo interior para alejar las dudas y creencias sobre las propias imperfecciones; pero por encima de todo ésta es una fase de fuerza, cosa que implica considerar si merecemos manejarla. Las personas en la fase cinco son normalmente introspectivas y reservadas, pero todas ellas saben que son las intenciones las que cuentan. Las cosas suceden porque se quiere que así sea, sin importar si los resultados sientan bien o no, e independientemente de si nos aportan un beneficio evidente. Detrás de esta pantalla de intimidad, estas personas no son necesariamente grandes, ricas o famosas y, sin embargo, sienten un gran júbilo porque saben que Dios comparte con ellos su genio creativo.
Las investigaciones sobre el cerebro arrojan poca luz sobre cuál es el mecanismo que está involucrado. Se supone que, cuando las personas están en estado creativo, el córtex cerebral constata ante todo Una conciencia en reposo. La creatividad exhibe las ondas alfa de la relajación y, subjetivamente, la persona se siente abierta y receptiva. A diferencia de otros períodos de relajación, este estado está aguardando alguna cosa, por ejemplo un destello de inspiración, y cuando esto ocurre, la mente registra un pico de actividad en un momento de «¡Eureka!». Muchos artistas e inventores famosos pueden dar testimonio de esta experiencia que en su trabajo puede tener profundas implicaciones. Un eureka no es un pensamiento ordinario, sino que las personas creativas tienden a introducir preguntas en su mente y luego aguardan a que llegue la solución; de ahí la necesidad de pasar a la relajación.
Mientras espera durante horas o días la llegada de la solución creativa, ¿qué es lo que hace el cerebro? No tenemos ni idea. Cuando incubaba uno de sus decisivos teoremas, el cerebro de Einstein mostraba la misma actividad mundana que el de cualquier otra persona.
Sin embargo, es innegable que la mente está haciendo una cosa extremadamente inusual,  especialmente si extendemos la creatividad más allá de lo que haría un Einstein o un Miguel Ángel. Si la creatividad significa labrar nuestro propio destino fuera del espacio-tiempo, sería infructuoso buscar una evidencia de ello en el plano material, porque estamos hablando de creatividad cuántica. He dejado de lado momentáneamente nuestro modelo cuántico porque tenía la intención de representar a Dios de una forma más humana, desde un punto de vista personal. Sin embargo, tan pronto como empezamos a tratar los hechos milagrosos, tenemos que volver al mundo cuántico ya que no hay otra forma viable de explicar estos poderes.
En una ocasión, un maestro indio dijo que «Los milagros no existen, a menos que contemplemos toda la vida como un milagro». Con esto se refería a algo muy concreto: el mundo parece una cosa sin importancia, no el producto de un milagro, mientras que convertir el agua en vino nos parece absolutamente milagroso; sin embargo, ambas cosas se funden a nivel cuántico. Si miro por la ventana veo, entre el mar y mi casa, un roble nudoso y retorcido, pero ¿está este árbol ahí, formando parte del paisaje? De ningún modo. Para un neutrino, que puede atravesar toda la tierra en algunas millonésimas de segundo, los objetos sólidos son tan vaporosos como una ligera niebla, pero mi sistema nervioso tiene que crear un roble a partir de la niebla de datos cuánticos. Todo lo relacionado con este árbol es maleable. Para un protón, que necesita millones de años para nacer y luego se destruye, la vida de un viejo roble representa menos de una fracción de segundo, pero para una florecilla cuya vida dure un solo día, la vida de un viejo roble es literalmente eterna. Para un druida, el árbol seria sagrado, el hogar de las deidades del bosque y, por lo tanto, una tremenda fuente de poder; pero para un leñador representa apenas un día de trabajo.
Cualquier cualidad del árbol que tomemos cambia de acuerdo con la persona o cosa que la
percibe. Consideremos ahora el entorno del árbol. Cada una de las cualidades que poseen el aire, el mar, la tierra y el sol están igualmente bajo mi control. En un estado catatónico yo no vería nada de lo que veo ahora, porque, en un estado de inspiración religiosa, los colores, los olores y los sonidos pueden ser extremadamente pronunciados, lo cual es más que un cambio subjetivo. Para percibir el mundo, mi cerebro tiene que convertir protones virtuales en información sensorial.
Como ya hemos hablado de esto anteriormente, sólo haré notar el aspecto más importante, que es que «aquí fuera no hay ningún árbol». Si no hay un cerebro que los cree, no existen imágenes, sonidos, texturas, gustos ni olores. Estamos tan acostumbrados a aceptar el mundo tal como se nos presenta que pasamos por alto nuestro papel creativo, aunque podemos imaginarnos un mundo sin visión, que es aquel en que mora el pez ciego de las cuevas. Como su entorno no contiene fotones de luz visible, no necesita ojos, lo cual no es una gran pérdida para él, sino que es solamente una opción que no ha ejercido. Del mismo modo, una persona es capaz de crear resultados en su vida, mientras que otra persona apenas percibirá acontecimientos al azar. La diferencia entre ellos es una opción no ejercida.
Somos tantos los que limitamos nuestras opciones que contemplamos una creatividad elevada como milagrosa, aunque no lo sea. La mayoría de nosotros podemos recordar una imagen de nuestra infancia, en la playa con nuestras familias, pongamos por caso. Con una imaginación suficientemente vivida, podemos incluso revivir la escena, sintiendo el calor y el brillo del sol y dejando que el oleaje nos acaricie el cuerpo. En realidad, no existe una diferencia esencial entre revivir estos recuerdos en nuestra mente o ir a la playa en persona, porque en ambos casos el cerebro está conformando fotones virtuales en un modelo de experiencia. Cuando Jesús convirtió el agua en vino, utilizó la misma capacidad, con la única diferencia de que tergiversó la línea arbitraria entre los resultados imaginarios y los reales.
En la fase cinco, mariposeamos alrededor de esta línea, pero aún no estamos en la fase de hacer milagros tales como levitar o resucitar muertos. En esta fase, desempeñamos el papel de aprendices que desean asomarse a la caja de secretos del maestro, pero que aún no saben nada. En otras palabras, existe todavía una pequeña separación entre la mente individual y su origen a nivel virtual.
Ponernos en la fase cinco, es como colocarnos en lugar del alumno más aventajado de Mozart o de Leonardo da Vinci, pero para ser aceptado por el maestro como un artista, tenemos que haber desarrollado las siguientes relaciones:

• Necesitamos creer que nuestro profesor es realmente un gran maestro. El Dios Creador tiene un potencial creativo ilimitado.
• Confiamos en que nuestro maestro pueda hacer un trabajo de confianza en el medio que haya escogido. El Dios Creador utiliza el medio real, porque controla el tiempo y el espacio.
• Queremos que nuestro maestro tenga muchas cosas que enseñarnos. El Dios Creador es
abundante y generoso.
• El maestro no tiene que estar tan perdido en sí mismo como para ser inabordable. El Dios
Creador es abierto.
• No queremos que nuestro maestro retenga sus conocimientos reales. El Dios Creador desea ser conocido.
• Queremos que nuestro maestro trascienda la capacidad mecánica para beber en las fuentes del genio. El Dios Creador tiene inspiración. 

En las primeras fases del crecimiento interior, podría parecer blasfemo o por lo menos muy imprudente emprender este tipo de relaciones, porque las etapas preliminares no desean ni permiten tanta intimidad; pero en la fase cinco, nos damos cuenta de que Dios no es un ser con deseos porque, como no tiene preferencias, se lo permite todo. Las inhibiciones que nos retienen existen en nuestro interior, y esto es verdad para todos los niveles del crecimiento. Dios contempla todas las opciones desde el mismo punto de vista porque es infinito y, por lo tanto, lo engloba todo aunque, sin embargo, no emite sentencias. Cuando nos damos cuenta de esto, Dios nos abre repentinamente sus más profundos secretos, no porque Dios haya cambiado de forma de pensar, sino porque ha cambiado nuestra perspectiva.

¿Quién soy?
El co-creador de Dios.

La metáfora del maestro y del aprendiz sólo llega hasta aquí porque a Dios no le encontramos nunca en persona y no nos anuncia qué es lo que va a enseñarnos, porque todo el proceso es interno. Sin embargo, como co-creadores, se supone que vamos a hacer algo más que vivir y tener deseos aleatorios, como hacen la mayoría de las personas. Un co-creador se orienta de una forma determinada hacia sus deseos, lo cual no significa en modo alguno controlarlos o manipularlos, puesto que esto son opciones que se hacen a nivel del ego. En la fase cinco, el proceso consiste en ser los autores de nuestras propias vidas, cosa que algunos han llamado escribir el guión de nuestro destino. Y esto, ¿cómo se hace?
Ante todo, tenemos que ver la diferencia entre antes y después. Antes de ser los autores de nuestra propia vida nos sentimos poco dispuestos e impotentes y constantemente nos suceden cosas imprevistas; cada día se nos presenta algún tipo de obstáculo, ya sea grande o pequeño. En efecto, puede haber una confusión absoluta sobre qué es lo que queremos en primer lugar y, si estamos en un lugar de conflicto y confusión, parece que las circunstancias exteriores tienen las de ganar.
Por el contrario, una vez que hemos asumido la autoría de nuestra propia vida, no se ponen nunca en duda los resultados y, sea lo que sea lo que nos sucede, cada acontecimiento tiene un lugar y un sentido y nos damos cuenta de que nuestro viaje espiritual adquiere sentido hasta en el menor de los detalles. Con esto no queremos decir que el ego se despierte cada mañana y nos arregle el día —porque los acontecimientos aún se producen de forma impredecible—, sino que, en el momento en que éstos se producen, nos damos cuenta de que estamos en disposición de enfrentarnos a ellos. De esta forma, no puede surgir nada que no encuentre una respuesta en nuestro interior, y la aventura consiste en descubrir las soluciones creativas que más nos atraigan, y como un autor que en cada página puede verter el mundo que él mismo elija, adquirimos una autoría basada en nuestras propias inclinaciones, sin ayuda externa y sin segundas opiniones.
La fase cinco no es la última fase, porque hemos cruzado la línea que nos lleva a los milagros.
Podremos decir que estamos en la fase cinco por la forma en que obtenemos aquello que queremos.
Si nos fiamos casi por completo de nuestro proceso interno, entonces, con un esfuerzo mínimo, seremos co-creadores de la realidad.

¿Cómo encajo en esto?
Hago propósitos.

Si nos metemos en detalles, el acto de la creación se puede reducir a un solo ingrediente: la
intención. En la fase cinco, no tenemos por qué dominar técnicas esotéricas, ni trucos mágicos para que un pensamiento se convierta en realidad, ni secretos para obrar milagros. Las cosas suceden con sólo proponérselas. Cuando se entrevista a personas que han tenido éxito, oímos muchas veces la misma fórmula: «Tenía un sueño y me aferré a él porque sabía que se haría realidad.» Esta actitud es un síntoma, podríamos decir el síntoma, de la co-creación. Desde luego que hay que trabajar mucho para alcanzar cualquier logro importante, pero en la fase cinco el resultado final está preparado y, por tanto, el trabajo en sí no es de tipo primario, sino que es simplemente el necesario para llegar a la meta. De hecho, muchas personas famosas que han alcanzado el éxito dan fe de que los asombrosos acontecimientos de su carrera parecen suceder de forma automática, o como si le sucediera a alguien fuera de ellos mismos. Sea lo que sea lo que sienten, en el centro de todo el proceso encontramos una intención.
Si analizamos esto desde el punto de vista del comportamiento específico, podremos encontrar las siguientes cualidades en personas que han llegado a dominar el arte de la intención:

1. No están apegadas al pasado o al modo en como debieron suceder las cosas.
2. Se adaptan rápidamente a los errores y las faltas.
3. Tienen buenas antenas y están alerta a las menores señales.
4. Tienen una buena conexión entre mente y cuerpo.
5. No tienen problema en enfrentarse a la incertidumbre y la ambigüedad.
6. Tienen paciencia por el resultado de sus deseos, y fe en que el universo les traerá resultados.
7. Hacen conexiones kármicas y son capaces de ver el significado en los acontecimientos del azar.

Estas cualidades contestan también la pregunta anterior de qué bien procede del silencio interior, ya que el bien es creativo. En estas siete cualidades se incluyen algunas importantes lecciones de vida y sólo a partir de esta lista ya podríamos escribir un libro. Sin embargo, nos limitaremos a hacer una breve sinopsis: hacer que una idea se haga realidad implica siempre intenciones. Si tenemos un destello de genialidad, este destello permanece en el interior de nuestra cabeza hasta que se materializa y para esto hay métodos eficientes y métodos que no lo son, siendo el más efectivo el que nuestra propia mente nos muestra. Si nos piden que pensemos en un elefante, la imagen aparece en nuestra mente y, aunque millones de neuronas tengan que coordinar esta imagen utilizando energía química y electromagnética, nosotros quedamos al margen de ello y, por lo que a nosotros se refiere, la intención y el resultado son la misma cosa, permaneciendo invisibles todos los pasos intermedios.
Consideremos ahora una intención de mayor envergadura como, por ejemplo, la de estudiar medicina. Desde el momento en que tenemos esta idea inicialmente hasta que la idea se hace realidad hay muchos pasos, que en modo alguno son internos: preocuparnos por el dinero de la matrícula de la universidad, aprobar unos exámenes, ser admitidos, etc. Sin embargo, cada uno de estos pasos depende de operaciones cerebrales que son coordinadas de forma invisible: pensamos, nos movemos y actuamos utilizando intenciones. En la fase cinco, este piloto automático se extiende al mundo exterior, lo cual quiere decir que esperamos que todo el proceso de llegar a ser médico se haga realidad con el último esfuerzo, libre de obstáculos. El límite entre «aquí dentro» y «allá fuera» queda suavizado y todos los acontecimientos tienen lugar primero en el campo de la mente para manifestarse luego exteriormente.
Una vez que nos hemos dado cuenta de este hecho, nuestro comportamiento ya es libre para seguir los siete principios esbozados en la lista y podemos despreocuparnos de cómo irán las cosas porque las hemos dejado en el cosmos. No importan los éxitos ni los fracasos anteriores porque cada intención es reprocesada desde el principio, sin tener en cuenta los anteriores condicionantes y también podemos tener paciencia en cada una de las etapas, porque el factor tiempo está perfectamente controlado en otro nivel. Durante los meses y años que tardamos en convertirnos en médico, somos testigos silenciosos del modo en que las piezas del proceso van poniéndose en su lugar, y aunque pasemos a la acción, el hecho de actuar permanece impersonal. A nivel del ego podemos sentir una decepción porque el hecho A sucedió en lugar del hecho B, que era el que esperábamos, pero a un nivel más profundo, tenemos conciencia de que el hecho B ocurrió por mejores razones y entonces, cuando esta razón se revela, es cuando hacemos la conexión kármica.
Como nadie es perfecto, aún cometeremos errores, pero nos adaptaremos a ellos rápidamente y no hará falta que seamos tenaces, ya que después de todo no es responsabilidad nuestra el cómo funcionan las cosas, sino el haber tenido la intención en primer término. Los escépticos podrían preguntarse qué es lo que nos impide cometer el asesinato perfecto o hacer un desfalco millonario, pero el universo tiende a dar apoyo a aquello que es mejor para nosotros y no sólo a aquello que se nos antoja.
Finalmente, cuando una intención queda desvelada, la persona no permanece pasiva como un pasajero en un tren, sino que su papel es estar tan alerta y vigilante como le sea posible porque, en su primer momento, los momentos clave de la vida llegan como pequeñas señales y sólo se amplifican cuando se toma la decisión de seguirlos. Por lo tanto, estar alerta a las pequeñas señales es una parte importante de la evolución espiritual, porque Dios habla siempre en silencio, aunque algunas veces el silencio hace más ruido que otras.

¿Cómo encontraré a Dios?
Con inspiración.

A menudo oigo a personas que citan el consejo de Joseph Campbell de «seguir con nuestro éxtasis». Pero ¿cómo se hace esto exactamente? Puedo extasiarme mientras como un pastel de chocolate, pero si mantengo este éxtasis, los resultados pueden ser incómodos después de un cierto tiempo. Las personas codiciosas, egoístas, abusivas, dominantes y adictas también pueden creer erróneamente que están siguiendo con su éxtasis. En la fase cinco, el éxtasis queda mejor definido como inspiración. Más que tener intenciones que se originan en nuestro ego, tenemos la sensación de que estamos llamados a hacer alguna cosa de gran importancia. La auto gratificación es aún intensa, pero ya no es estrecha, en el sentido de que tener un orgasmo o comer en un gran restaurante sí que lo es. El sentido de estar fuera está a menudo presente, y cuando Dios toma el mando, el disfrute de nuestros deseos se convierte en éxtasis, mientras que en el cumplimiento de los deseos nuestro ego nos sorprende a menudo haciéndonos sentir totalmente apáticos y, si no, preguntémosle a alguien que hace seis meses que ganó la lotería.
Estar inspirado implica un alto grado de realización. Hace cuatro décadas, el psicólogo Abraham Maslow habló por primera vez de las experiencias límite, que era su terminología para describir un gran progreso hacia el interior de la conciencia expandida. Una experiencia límite comparte muchas cualidades con la inspiración, entre las que se encuentran sentimientos de éxtasis y el estar fuera de nosotros mismos. Se ha informado de experiencias límite en la cima del Everest, pero también pueden llegar en el éxtasis de hacer música, enamorarse o conseguir una victoria importante, porque la mente consciente recibe una importante inyección del inconsciente, y aunque esto pueda suceder solamente una vez en toda la vida, este sentimiento de fuerza puede influir en el curso de los acontecimientos durante muchos años.
Por el contrario, desde que Freud desveló las bases de la neurosis, la sicología ha insistido en que la naturaleza humana está cargada de violencia y de represión. El subconsciente no era una región cercana a Dios, sino un terreno oscuro y tenebroso en el que nuestros peores instintos quedaban normalizados, cubiertos por una capa de mejores instintos como el amor y el pacifismo, pero a los cuales nunca podíamos escapar. Por el contrario, Maslow pensaba que no es normal cualquier manifestación de la violencia o del mal.
Aunque Maslow teorizaba que las experiencias límite nos proporcionan visiones de las normas reales de la psique, fue casi imposible probar que nadie hubiera vivido al límite durante un determinado período de tiempo. Entre el total de la población, Maslow y los investigadores mentales pudieron apenas encontrar un cinco por ciento de personas que hubieran pasado por esta transición; pero cuando los encontraron, sucedieron cosas notables. Para estos individuos era Una experiencia normal el sentirse seguros, confiados, plenos de estima hacia ellos mismos y hacia los demás, apreciando profundamente lo que la vida les deparaba y constantemente maravillados de que el mundo pudiera permanecer tan lleno de vigor día tras día y año tras año.
Este puñado de personas fue etiquetado como los «auto-actualizados» y luego fueron olvidados.
La norma no fue redefinida, lo cual no era un fallo de percepción, pues redefinir la naturaleza humana en términos tan positivos no parecía realista. Freud ya había establecido las leyes sobre la naturaleza humana, según las cuales éstas contienen tendencias que irrumpen como monstruos enjaulados para sobrepasarnos y que siempre están presentes debajo de la superficie.
El mismo Maslow, incluso creyendo de todo corazón que la naturaleza humana es digna de
confianza y capaz de un gran crecimiento interior, tuvo que admitir que tenemos tremendos obstáculos ante nosotros, porque la mayoría de personas están demasiado necesitadas como para crecer ya que, mientras nuestras necesidades están frustradas, pasamos la mayor parte de nuestro tiempo intentando darles cumplimiento. Según dijo Maslow, las necesidades son de cuatro niveles: el primero es físico, que es la necesidad de alimento y vestido; luego viene la necesidad de sentir seguridad, seguida de la de ser amados y, finalmente, de la de la autoestima. Dedicamos una gran cantidad de trabajo interior a estas necesidades básicas de la vida. Maslow nos enseñó que las necesidades están apiladas unas encima de otras en un orden jerárquico, y que sólo en la cúspide de la pirámide una persona tiene la oportunidad de sentirse autoactualizada.
Según esto, la mayor parte de la vida espiritual es un pensamiento ilusionado, porque cuando nos dirigimos a Dios para sentirnos seguros o para que nos ame, la motivación real es la necesidad, que es tal como funciona todo en la vida. Dios no interviene para rectificar cualquier situación que se presente ya que, para restaurar algo sagrado, se debe realizar algo que ni el amor, ni la seguridad, ni la autoestima o la buena fortuna pueden hacer, y aquí es donde entra en juego la inspiración, porque si estamos inspirados no actuamos de ningún modo por necesidad. Según la Biblia, la inspiración es un acto de gracia, una bendición.
En la fase cinco, este sentimiento de tener una bendición empieza a extenderse a partir de un determinado momento, porque no tenemos que estar muy desarrollados espiritualmente para sentirnos triunfantes cuando llegamos a la cima del Everest o nos conceden el premio Nóbel, porque el desarrollo espiritual se manifiesta cuando incluso las pequeñas cosas llevan consigo una bendición. Como ya escribió Walt Whitman —un poeta que escandalizó a sus lectores al decir que el olor de sus axilas era más sagrado que cualquier iglesia—, «Me satisface más ver una mañana preciosa por la ventana que la metafísica de los libros». Una persona en la fase cinco ve gracia en todas las cosas.

¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal?
El bien es un alto nivel de conciencia.
El mal es un bajo nivel de conciencia.

Una vez una mujer me dijo: «Para mí, una nueva fase empieza de una forma muy trivial. En una ocasión estaba en la habitación de un hotel sentada junto a la ventana, contemplando cómo caía una intensa lluvia que ya hacía todo un día que duraba y que me había echado por tierra los planes que tenía para aquella jornada. Me sentía algo melancólica. A cierta distancia asomaba un rascacielos, y de repente pensé que sería precioso ver un rayo de sol reflejado en aquel edificio. Probablemente no he tenido una idea más trivial en toda mi vida. De repente, en medio de un fuerte aguacero, las nubes se rompieron y un brillante rayo de sol fue a dar justamente al lugar donde yo estaba mirando; estuvo allí un momento como para decir: "Bien, ya tienes lo que querías", y luego las nubes se cerraron de nuevo. Por extraño que pueda parecer, ni tan siquiera me sorprendí, pero aquel minúsculo incidente tuvo un gran impacto en mí y empecé a creer que mis pensamientos estaban conectados con la realidad exterior.»
Una vez que se consigue, esta conexión se vuelve la cosa de más valor en la existencia de una persona y perderla es el mayor de los temores. En la fase cinco, caer en desgracia es una amenaza personal, pero ¿tiene fundamento, este temor? Sí y no. En la fase cinco, es inevitable que alguien pueda hacer que todos y cada uno de sus deseos se conviertan en realidad y, por otra parte, continuaremos sufriendo dolor y fracasos, cosa que alimenta los temores. Muchas personas que han alcanzado un tremendo éxito se dan cuenta de que están girando fuera de control, se descentran y ya no sienten aquella seguridad interior que nos es necesaria para cada uno de los niveles de conciencia. Las presiones exteriores tienen a veces la culpa de esto, y también pueden emerger demonios interiores pero, en cualquier caso, la fase cinco no es en modo alguno un refugio mágico.
Por otra parte, estos obstáculos son solamente temporales, mientras el ego olvida que hay un proceso de aprendizaje en marcha. Cuando las cosas no van bien, el fracaso no es la cuestión y mucho menos el mal. Ser un co-creador implica un dominio que no se ha alcanzado todavía durante la fase de aprendizaje y la sociedad en la que vivimos no da credibilidad a todo lo que hemos tratado hasta aquí. A pesar de todos los clichés sobre cómo hacer que nuestros sueños se conviertan en realidad, a nadie se le ha enseñado que el éxito depende de nuestro estado de consciencia. Los gurús y los maestros son escasos y el legado de la sabiduría ha sido confiado a los libros. Esto significa que casi todo el que lucha por alcanzar la espiritualidad debe ser su propio guía. Incluso Dios, que es el guía verdadero, se da a conocer en un aspecto del ego. En este contexto, caer a una fase inferior de consciencia es considerado como un peligro real y presente, ya que nos arriesgamos a perder la única relación que realmente importa entre nosotros mismos y nuestro ego. En realidad, esto nunca puede suceder, pero la sombra del mal está al acecho en la fase cinco.
Maslow argumentaba que todo el problema del mal se reduce a las necesidades que persisten de forma inconsciente en nuestro pasado. La Alemania nazi fue un país devastado por la guerra y por el desorden económico en los años veinte. Por las biografías de Hitler y de Stalin, sabemos que ambos fueron maltratados cuando eran niños y que se les negó el amor. Podría darse el caso de que estas necesidades frustradas tomaran la forma de crueldad, paranoia y opresión, porque la infelicidad común proviene del hecho de que no han sido satisfechas las necesidades elementales, y el mal dimana de la insatisfacción total.
La fase cinco amplía nuestro poder de tal forma que el hecho de utilizarlo de manera incorrecta conducirá al mal. Los líderes que ejercen un dominio hipnótico sobre sus seguidores van más allá de lo que es la persuasión ordinaria, teniendo acceso a una fuente de poder que traspasa los límites de la identidad, llegando a infiltrarse en el «yo» de sus oyentes. Cualquiera que haya entrado en la fase cinco teme profundamente sufrir este tipo de influencia, ya que equivale a dejar que los deseos del propio inconsciente tomen el mando. En la intoxicación del poder se pierde la claridad, sin que la persona se dé cuenta de que es un niño destructivo el que está jugando con el control de la mente; al mal resultante podemos seguirle la pista hasta un nivel inferior de conciencia, que es exactamente la cosa que más tememos.

¿Cuál es mi reto en la vida?
Alinearme con el Creador.

Hay más de una manera de alcanzar cualquier meta, aunque no todas sean sagradas. Jesús nació en un mundo de magos y milagros y no inventó en modo alguno todos los poderes que pueden lograr cosas más allá de los cinco sentidos. En aquellos episodios en que expulsa demonios o derrota al hechicero llamado Simón el Mago, Jesús traza una línea entre el camino de Dios y otros caminos, no considerando a Simón como sagrado.
A finales del siglo XIX, un famoso actor inglés llamado Daniel Dunglas Home desarrolló la
sorprendente capacidad de andar por el aire. Podía, por ejemplo, salir por una ventana a veinticinco metros del suelo y entrar por la ventana de al lado. Home llevó a cabo esta proeza en numerosas ocasiones y nunca cobró nada ni aceptó pago alguno a cambio de realizarla. En los últimos años de su vida se convirtió al catolicismo, pero fue excomulgado cuando reveló que realizaba sus paseos aéreos con la ayuda de «espíritus descarnados» que le utilizaban como médium.
Me permito contar esta anécdota tal y como es, sin comentario alguno sobre cómo Home podía hacer lo que hacía porque, aunque nunca fue desenmascarado de forma fehaciente, algunos escépticos resaltaban el hecho de que siempre insistía en hacerlo en habitaciones poco iluminadas.
Durante muchísimo tiempo se ha hecho distinción entre el poder sagrado y el no sagrado, pero ¿es válida tal distinción? Si Dios lo abarca todo, ¿llega realmente a preocuparse del modo en que se alcanza el poder?
Yo diría que la cuestión debe formularse de nuevo. Si suponemos que nuestro modelo cuántico es bueno, entonces nada es sagrado. Más allá del bien y del mal el Creador nos ha permitido explorar todo aquello que él mismo ha permitido que exista.
Sin embargo, no estaría bien alcanzar ningún nivel de conciencia que no nos aporte beneficios, y como no sabemos cómo se nos ha preparado el viaje de nuestra alma, no debería dejarse a la decisión de nuestro ego decidir qué es bueno o malo para nosotros. El ego siempre desea acumular y adquirir, necesita seguridad y detesta la incertidumbre, aunque en el camino de la evolución siempre hay períodos de gran incertidumbre e incluso falta total de seguridad. Por lo tanto, el reto que se nos propone es alinearnos con intenciones más elevadas, es decir, la voluntad de Dios.
En la fase cinco, aunque podemos hacer que casi todos nuestros deseos se conviertan en realidad, importan más aquellos que tienen que convertirse en realidad, porque en este caso estamos guiados por el deseo de aumentar el éxtasis, el amor, la caridad hacia los demás y una existencia pacífica en el planeta y, para ello, debemos cultivar un sentimiento de rectitud y disminuir el sentido del ego. El poder no se manifiesta en el vacío; por ello la gran voluntad que rige los acontecimientos siempre intenta hacerse notar; si nos ponemos a su lado, el paso por esta fase es tranquilo; si no lo hacemos, entonces tendremos altibajos y nuestra capacidad de manifestar nuestros deseos puede encontrarse con muchos obstáculos que salvar.

¿Cuál es mi mayor fuerza?
La imaginación.
¿Cuál es mi mayor obstáculo?
Mi propia importancia.

Los pintores o los compositores empiezan su trabajo con una tela o con una página en blanco, luego interiorizan y aparece una imagen, que en el primer momento es débil pero que va creciendo.
Esta imagen trae consigo un deseo de nacer, y si la inspiración es auténtica, esta impresión ya no se desvanece, con lo que el Creador, la creación y el proceso de creación se funden en una sola cosa.
Yo llamaría a esto el sentido literal de la imaginación, que es mucho más que tener una buena idea que nos gustaría llevar a cabo.
En la fase cinco la fusión no es completa. Incluso los más grandes artistas tienen grandes dudas y sufren la falta de inspiración, cosa que también les sucede a los co-creadores. Existe el peligro, especialmente, de intentar hacerse cargo de todo el proceso, cosa que puede conducir a romper nuestras relaciones con Dios, y en este caso la valoración propia de nuestra importancia puede interrumpir el proceso por mucho tiempo. Todo esto es fácil de ver en los artistas: si leemos la biografía de Ernest Hemingway, quedamos sobrecogidos al ver cómo el ego desplaza trágicamente al genio. Hemingway, que fue un escritor extraordinariamente dotado a sus treinta años, nos explica de qué modo sus historias se escribían solas, y cómo, en momentos mágicos, él quedaba al margen del proceso y dejaba que todo sucediese por sí sólo. En un estado mental similar, el poeta William Blake declaró: «Mis palabras son mías pero sin embargo no lo son.»
Con el paso de los años, esta delicadeza de conciencia desapareció, y Hemingway descendió a un tipo mucho más ordinario de lucha. Inmerso en la labor de escribir produjo gruesos manuscritos producto de una labor confusa. En el plano espiritual, surge el peligro de perder la conexión para cualquiera que esté todavía asido a la propia importancia y Hemingway sucumbió probablemente al fracaso y a la autodestrucción. El Dios de la fase cinco es más misericordioso, porque no priva a nadie del impulso de la evolución. Las luchas con la propia importancia pueden durar mucho tiempo, pero siempre terminan una vez que la persona encuentra una manera de devolver más responsabilidad a Dios. En otras palabras, el camino hacia el poder es abandonar poder. Es la gran lección con que se encuentra confrontado el ego en esta fase.

¿Cuál es mí mayor tentación?
El solipsismo.

El poder de hacer que nuestros deseos se conviertan en realidad es muy real, pero es tan temido como deseado. Este temor queda reflejado sucintamente en el dicho «Ten cuidado con lo que deseas, porque podría volverse realidad». Y muchas personas tienen sentimientos ambivalentes cuando finalmente obtienen aquel empleo o aquella esposa que tanto desearon. Sin embargo, yo pienso que se trata de un falso peligro, porque la naturaleza del crecimiento interior es tal que, si adquirimos más poder, es porque lo merecemos. Si alguna cosa de las que se hace realidad tiene también sus desventajas, el balance entre el bien y el mal reflejará nuestra propia consciencia, pero de esto hablaremos en la fase seis, en la que los milagros reales son posibles.
Lo que en este momento es mucho más peligroso es el solipsismo, que consiste en creer que sólo nuestra mente es real, mientras que todos los objetos externos en el mundo no son más que espejismos que dependen de nosotros, los perceptores, y que sin nosotros desaparecerían. Algunos esquizofrénicos paranoicos sufren precisamente de esta ilusión intentando por todos los medios permanecer despiertos constantemente en su temor de que, si se quedan dormidos, el mundo terminará.
En la fase cinco, la tentación es quedarnos aferrados a nosotros mismos. Ya he mencionado que cuando el deseo se hace más eficiente no hace falta ninguna lucha exterior. Es como si Dios se hiciera cargo de la situación y las cosas se desarrollaran como si contáramos con un piloto automático, aunque esto no es excusa para el letargo, porque la persona aún desempeña su papel.
Paradójicamente, esta misma persona puede pasar por las mismas motivaciones que alguien que no tiene la menor conciencia de ser un co-creador. La diferencia se encuentra dentro de la mente de uno mismo, porque para un co-creador la vida tiene un determinado ritmo, ya que las cosas están conectadas en forma de modelos y ritmos y todos los detalles tienen sentido.
En el momento en que este punto de vista está vivo, todo el trabajo se vuelve plenamente satisfactorio y ya no estamos obsesionados por la ansiedad del fracaso o de la consecución y, lo que es más importante, son los resultados conseguidos lo que nos aporta la realización. Sin embargo, todo esto se pierde si caemos en el solipsismo, porque mientras el ego se hace cargo de la tarea de mantener el mundo en marcha, olvida que la creación depende de la gracia. Tengamos en cuenta que la fase cinco no se mide realmente por lo que podemos conseguir. Una persona que alcance una gran intimidad con Dios puede optar por obtener resultados muy limitados pero, sin importar lo que se consiga, existe un sentimiento constante de ser bendecido, y esto es el objeto de todo deseo, no las apariencias externas.

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