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"Te advierto, quien quieras que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses." ORACULO DE DELFOS

domingo, 12 de noviembre de 2017

Magia en el pensamiento (1ra parte)

¡MARAVILLOSA Semana!!!

¿Qué es la filosofía? Un túnel, con un negro dentro.
¿Qué es la filosofía religiosa? Un túnel, con el espíritu de un negro dentro.
¿Qué es la filosofía humanista? Un túnel donde se busca el espíritu de un negro que no está ahí.
¿Qué es la filosofía científica? Un túnel donde se busca el espíritu de un negro que no está ahí, gritando muy fuerte «iYa lo encontré!».


El intelecto puede preguntar pero no puede responder; puede creer pero no puede crear; puede imaginar pero no puede conocer... Quien se encierra en sus límites mentales acaba tratando de escaparse de su cuerpo. Hay una manera de unirse con el mundo que no se realiza a través de las palabras sino de las sensaciones. Pero el Ego intelectual, encerrado en la cárcel del Yo personal, nos engaña enseñándonos a sentirnos de mil maneras no auténticas, inculcándonos gestos y movimientos estereotipados, haciendo que establezcamos nuestra piel como una frontera, dividiendo el cuerpo en interior y en exterior, convirtiendo el corazón en un reloj que con su palpitar nos indica la presencia de una transformación luminosa a la que considera un castigo fatal que llama muerte, embebiendo de angustia a la carne, catalogándonos como feos, bellos, gordos, flacos, altos, bajos, jóvenes o viejos: al cuerpo siempre le sobra o le falta algo. Nos vela la posibilidad de vivir nuestro organismo usándolo en toda su extensión, concibe el acontecimiento sexual como una catástrofe, nos obliga a realizar los normales apetitos en un cuadro manchado de vergüenza que es hija o nieta del concepto «pecado». Sólo nos permite -como sucedáneo de sus incesantes críticas- la rabia sórdida, la envidia, la desesperanza. Se niega de manera terca a que desarrollemos sentimientos sublimes como el amor universal, la bondad desinteresada, el agradecimiento sagrado o el éxtasis de la libertad.


Un borracho entra haciendo eses en una iglesia y trata en vano de asirse a una gruesa columna de la nave. Gira desesperado alrededor de ella, arañando la piedra convulsivamente. De pronto se pone a aullar de terror:

-¡Socorro! ¡Me han emparedado vivo!


El intelectual limitado desarrolla cuatro grandes temores: Antes que nada, al espacio. El infinito se le hace intolerable. Por miedo a lo informe, diseña arquitecturas rectilíneas y se sumerge en cuartos que son cubos.


Teme también al tiempo. Llena su vida de distracciones para olvidar la brevedad de su paso por el mundo. Si el aquí es un cubo, el ahora es un producto de relojes: le parece que ha dominado la eternidad por llevarla en la muñeca, encerrada en una máquina.


Teme a la consciencia. Se contenta con hacer uso de diez células cerebrales, sin querer investigar en las incontables otras que no cesan de efectuar conexiones misteriosas en su cerebro. Con orgullo, permanece en su jaula de palabras; se entrega al absurdo consumista, transformando su angustia en infantilidad.


Teme a la vida. Detesta el cambio y se aferra a sus valores anquilosados, exhibe sus sufrimientos con orgullo vanidoso, trata de «extravagantes», «locos peligrosos» o «engendros diabólicos» a quienes, desdeñando lo político, abogan por lo poético; critica con furor a «esos idealistas» que rechazando los revoluciones abogan por una mutación mental.


Un alcohólico compulsivo está invitado a una elegante cena. Al llegar a los postres, viendo que ha bebido más de la cuenta, decide simular estar sobrio. En ese momento, la dueña de la casa le presenta a sus hijas gemelas, adolescentes. El ebrio, con perfecta galante frente a las dos atractivas muchachas, exclama:

-¡Oh, qué bella es usted, señorita!


Encerrarse en el área intelectual, como un ermitaño en una fortaleza, es una forma de ebriedad. El individuo, sumergido en su río de palabras, en su monólogo interior, pierde el contacto real con el mundo. Negando la multiplicidad del cosmos, tiende a simplificarlo en fórmulas. Mas toda simplificación acarrea sufrimiento. Vivir en un engaño mental conduce a la angustia...


Sin embargo, el Ego intelectual se puede convertir en una fuente de felicidad si se le hace mutar, inyectándole en sus sistemas lógicos siete leyes mágicas:


1. El mundo no es eso que pensamos que es

En la infancia absorbemos las identidades de nuestros familiares, luego de nuestros profesores, amigos y personajes famosos, formando con ellas un Yo imitado que proyectamos al mundo, transformándolo de acuerdo con lo que creemos ser. Si hemos padecido abusos en la infancia, decimos que el mundo es injusto. Si nuestros padres, por narcisismo, nos han invalidado mentalmente, acabamos creyendo que estamos poseídos por alguien con poderes malignos... Al encontramos ante una persona que sufre por esta causa, no debemos decirle «Es una ilusión» sino: «Te creo, estás poseído: vamos a solucionarlo». «¡Nadie me ama!»: «En efecto, nadie te ama: veamos qué debes hacer para que te amen». «¡Soy un inútil!»: «De acuerdo, eres un inútil: descubramos la manera en que puedes desarrollar tus capacidades».


Cada pensamiento atrae su equivalente en el mundo: la realidad, en cierta forma, es nuestro espejo. Decimos «en cierta forma» porque este mundo es una resultante producida entre lo que él es y lo que nosotros creemos que es.


Basta actuar en el mundo proyectado con la finalidad de descubrir su naturaleza esencial para que en él se produzcan «casualidades» que nos ayudan a lograr lo que queremos. En una sala de baile, si no invitamos a bailar a alguien, nos quedamos sentados. La realidad es una danza. Si deseamos fracasar, el mundo, convertido en enemigo, nos ayuda a fracasar. Si deseamos tener éxito, el mundo se convierte en nuestro aliado.


En la memoria, las experiencias reales y las del sueño se graban de un modo semejante. Haciéndonos conscientes de ello, podemos tratar la realidad como si fuera un sueño. Si no tenemos trabajo, es útil que nos preguntemos «¿Por qué sueño que nadie me da un trabajo?» tal como haríamos ante un psicoanalista buscando el significado simbólico de una imagen onírica. Pero en «¿Por qué he soñado que me roban la cartera?», si el hecho nos ha sucedido en realidad, encontraremos respuestas porque las motivaciones del ladrón están en nosotros mismos.


Una señora sueña que acaba de acostarse en su dormitorio. De pronto la ventana se abre violentamente y un negro musculoso entra en el cuarto. Está desnudo y exhibe un miembro enorme en plena erección.

-¡Socorro! -grita la dama-o Dios mío, ¿qué me va a suceder? 

El negro le responde dulcemente:

-No lo sé, señora. ¡No soy yo el que sueña, sino usted!


La realidad, primero, podemos interpretarla como un sueño. Luego podemos continuar soñándola en el sentido que le hemos encontrado. Y por fin, conducimos en ella como lo hacemos en un sueño lúcido: con desprendimiento y consciencia, logrando introducir actos que transformen positivamente lo que acontece. Si cambiamos nuestros pensamientos, cambiamos el mundo.


2. Todos los sistemas son arbitrarios


Es imposible, en un cosmos infinito, crear un pensamiento que tenga una estructura fija. Pero si bien no podemos crear un orden podemos, tomándonos la libertad de cambiar de sistema, llevar a cabo una buena organización, demoliendo los límites destructores para sustituirlos por conceptos transformables. Pasamos entonces de un mundo estancado a un mundo fluido. La verdad es aquella que decidimos que, por su utilidad momentánea, es la verdad.


Un ciego, de pie en medio de un desierto llano, se queja de no poder avanzar porque no encuentra obstáculos que lo guíen.


Para sobrevivir debemos ponernos límites, siempre que podamos cambiarlos cuando hayan cumplido su función... No podemos vivir sin atarnos a los otros. Una atadura neurótica es aquella que nos ha oprimido contra nuestra voluntad y de la que no podemos deshacemos. Una atadura sana es aquella que hemos deseado pero de la que podemos liberamos cuando queramos.


3. Todo está conectado con todo


Para realizarnos debemos conservar en nuestro espíritu un territorio inviolable, que llamaremos “jardín secreto”. Si no lo hacemos, seremos invadidos por familiares, amigos, enemigos, comerciantes, personalidades poderosas, etc. No seremos nosotros mismos. El amor simbiótico es una ilusión. La soledad interior es absolutamente necesaria. Hay que defenderla para evitar ser vampirizados o colonizados. Esta manera de sobrevivir no debe ser confundida con el egoísmo. Quien cultiva su jardín secreto sabe respetar el jardín secreto de los demás. El curandero mexicano Carlos Said, antes de intentar sanar a un enfermo, le coloca una gruesa cuerda alrededor del cuello y le dice: «La enfermedad que te aqueja es tuya, no mía».


En el fondo, la enfermedad expresa el deseo de obtener un territorio personal. El jardín secreto es de naturaleza espiritual: quien quiera llegar al Yo esencial debe desprenderse del deseo animal de poseer una parcela de terreno, una raíz geográfica, una nacionalidad. El mago pertenece a la totalidad, no a la parte. Su territorio no se mide en kilómetros: es el cosmos entero; su consciencia es también la Consciencia universal; interiormente no tiene edad, ni nombre, ni definición sexual, ni atributos. Es libre porque no posee ni se estanca, vive en continua expansión. Sin embargo, aunque el jardín interior sea una ilusión, gracias a él el mago puede navegar con su Yo esencial por las infinitas conexiones del sueño para influir positivamente en la salud colectiva.


Alejandro Jodorowsky

Cabaret Místico

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