3 ~ Entrenar la mente para la
felicidad
El
camino hacia la felicidad
El hecho de señalar el estado mental
como el factor fundamental para alcanzar la felicidad no significa
negar que debemos satisfacer nuestras necesidades físicas básicas
de alimentación, vestido y cobijo. Pero, una vez satisfechas esas
necesidades, el mensaje es claro: no necesitamos más dinero, ni
más éxito o fama, no necesitamos tener un cuerpo perfecto ni una
pareja perfecta... en este momento tenemos ya una mente con todo lo
imprescindible para alcanzar la completa felicidad.
Al presentar este enfoque para
trabajar con la mente, el Dalai Lama dijo: -Al referirnos a la
«mente» o «conciencia», no debemos olvidar que hay muchas
variedades de ella. Tal como sucede con las condiciones externas
o los objetos, unos son muy útiles, otros nocivos y algunos
neutros; al tratar con la materia exterior solemos identificar
primero las sustancias útiles, para cultivarlas y beneficiarnos, y
nos libramos de las nocivas. De modo similar, hay miles de
«mentalidades» diferentes. Entre ellas, algunas son muy útiles y
deberíamos fomentarlas. Otras son negativas, muy nocivas, y
deberíamos intentar desecharlas.
»Así pues, el primer paso en la
búsqueda de la felicidad es aprender. Primero tenemos que
aprender cómo las emociones y los comportamientos negativos son
nocivos y cómo son útiles las emociones positivas. Tenemos que
darnos cuenta de que dichas emociones no sólo son malas para cada
uno de nosotros, personalmente, sino también para la sociedad y
el futuro del mundo. Saberlo fortalece nuestra determinación de
afrontarlas y superarlas. Por otra parte, debemos ser conscientes de
los efectos beneficiosos de las emociones y comportamientos
positivos; ello nos llevará a cultivar, desarrollar y aumentar
esas emociones, por difícil que sea: tenemos una fuerza interior
espontánea. A través de este proceso de aprendizaje, del análisis
de pensamientos y emociones, desarrollamos gradualmente la firme
determinación de cambiar, con la certidumbre de que tenemos en
nuestras manos el secreto de nuestra felicidad, de nuestro
futuro, y de que no debemos desperdiciarlo.
»En el budismo se acepta el principio
de causalidad como una ley natural. Al tratar con la realidad, hay
que tener en cuenta esa ley. Así, por ejemplo, en el campo de las
experiencias cotidianas, si se producen ciertos acontecimientos
indeseables, el mejor método para asegurarse de que no vuelvan
a ocurrir es procurar que no se repitan las condiciones que los
producen. De modo similar, si quieres tener una experiencia
determinada, lo más lógico es buscar y acumular aquellas
causas y condiciones que la favorecen.
»Sucede lo mismo con los estados y
las experiencias mentales. Si se desea la felicidad, se deberían
buscar las causas que en otras ocasiones la han producido, y si
no se desea el sufrimiento, debería procurarse que no vuelvan a
presentarse las causas y condiciones que dieron lugar al mismo. Es
muy importante aprender a apreciar este principio.
»Hemos hablado de la importancia
suprema del factor mental para alcanzar la felicidad. Nuestra
siguiente tarea, por tanto, consiste en examinar la variedad de
estados mentales que experimentamos. Necesitamos identificarlos
con claridad y clasificarlos en función de que nos conduzcan o no a
la felicidad.
-¿Podría indicarme algunos ejemplos
específicos de diferentes estados mentales y cómo los clasificaría?
-le pregunté.
-Por ejemplo, el odio, los celos, la cólera, son
nocivos -explicó el Dalai Lama-. Los consideramos estados negativos
de la mente porque destruyen nuestro bienestar mental; cuando se
abrigan sentimientos de odio o de animadversión hacia alguien,
cuando la persona se siente llena de odio o de emociones negativas,
todo nos parece hostil. La consecuencia es que hay más temor,
una mayor inhibición e indecisión una sensación de inseguridad.
Estas cosas, al igual que la soledad se desarrollan en un mundo
que se considera hostil. Todos estos sentimientos negativos se
desarrollan debido al odio. Por otro lado los estados mentales como
la afabilidad y la compasión son definitivamente muy positivos.
Son muy útiles...
-Siento curiosidad -le interrumpí-.
Dice que hay miles de estados mentales diferentes. ¿Cuál sería
su definición de una persona psicológicamente saludable o bien
adaptada? Podríamos utilizar esa definición como guía para
determinar qué estados mentales cultivar.
Se echó a reír y luego respondió
con su característica humildad:
-Es muy probable que, como psiquiatra,
tenga usted una definición mejor de la persona psicológicamente
saludable.
-Pero me interesa su punto de vista.
-Bueno, yo considero saludable a una
persona compasiva, cálida y de corazón bondadoso. «Si tienes
sentimientos de compasión y deseas ser amable, hay algo que abre
automáticamente tu puerta interior y puedes comunicarte mucho más
fácilmente con otras personas. Ese sentimiento de cordialidad ayuda
a abrirse a los demás. Se descubre entonces que todos los seres
humanos son como uno mismo, de modo que puedes relacionarte más
fácilmente con ellos.» Eso genera un espíritu de amistad.
Entonces hay menos necesidad de ocultar las cosas y, como resultado,
desaparecen los sentimientos de temor, las dudas sobre uno mismo y la
inseguridad. Eso inspira también confianza en torno a ti. Podría
pasar, por ejemplo, que encontraras a alguien muy competente, y
supieras que puedes confiar en sus aptitudes, pero si esa persona no
es amable, surgen en ti algunas reservas. Piensas:
«Bueno se que es capaz, pero ¿puedo
confiar realmente en él?». El recelo siempre te distanciará.
»En cualquier caso, creo que cultivar
los estados mentales positivos, como la amabilidad y la compasión,
conduce decididamente a una mejor salud psicológica y a la
felicidad.
Disciplina mental
Mientras él hablaba, encontré algo
muy atractivo en su enfoque para alcanzar la felicidad. Era
absolutamente práctico y racional: había que identificar y
cultivar los estados mentales positivos, así como identificar y
eliminar los estados mentales negativos. Aunque inicialmente me
pareció un tanto seca esta sugerencia de analizar sistemáticamente
la variedad de estados mentales que experimentamos después, me
dejé arrastrar por la fuerza lógica de su razonamiento. Me gustó
el hecho de que, en lugar de clasificar estados mentales, emociones o
deseos con arreglo a juicios morales externos como «La avaricia. es
un pecado», o «El odio es maligno», clasificara las emociones
simplemente sobre la base de si conducen o no a la felicidad última.
La tarde siguiente, al reanudar
nuestra conversación, le pregunté: -SI la felicidad depende
simplemente del cultivo de estados mentales positivos, como por
ejemplo la afabilidad, ¿por qué hay tanta gente desdichada?
-Alcanzar la verdadera felicidad
exige producir una transformación en las perspectivas, en la forma
de pensar, y eso no es tan sencillo -contestó-. Para ello es
preciso aplicar muchos factores diferentes desde distintas
direcciones. No se debería tener-, por ejemplo, la idea de que sólo
existe una clave, un secreto que, si se llega a desvelar, hará
que todo marche bien. Es como cuidar adecuadamente del propio cuerpo;
se necesitan diversas vitaminas y nutrientes, no sólo uno o dos. Del
mismo modo, para alcanzar la felicidad hay que utilizar una variedad
de enfoques y métodos, superar los variados y complejos estados
negativos. Si tratas de superar ciertas formas negativas de
pensar, no podrás conseguirlo practicando una técnica una o dos
veces. El cambio requiere tiempo. Hasta el cambio físico lo exige.
Si te trasladas de un clima a otro, por ejemplo, el cuerpo necesita
tiempo para adaptarse. Hay muchos rasgos mentales negativos, de modo
que afrontarlos y contraatacar no es fácil. Requiere la reiterada
aplicación de diversas técnicas y tomarse el tiempo necesario para
familiarizarse con ellas. Se trata de un proceso de aprendizaje.
»A medida que pasa el tiempo, se van
acumulando los cambios positivos. Cada día, al levantarte, puedes
desarrollar una sincera motivación positiva al pensar:
"Utilizaré este día de una forma más positiva. No
desperdiciaré este día". Luego, por la noche, antes de
acostarte, analiza lo que has hecho y pregúntate: "¿Utilicé
este día como lo tenía previsto?". Si todo se desarrolló tal
como lo habías pensado, deberías alegrarte por ello. Si alguna cosa
salió mal, lamenta lo que hiciste y examínalo críticamente.
Gracias a métodos como éste, puedes ir fortaleciendo los
aspectos positivos de la mente.
»En mi caso, por ejemplo, como monje
creo en el budismo y, a través de mi experiencia, sé que su
práctica es muy útil para mí. No obstante, pueden surgir
ciertos sentimientos, como cólera o apego, debido a la
costumbre o a muchas vidas anteriores. Hago entonces lo siguiente:
primero aprender el valor positivo de las prácticas, luego
incrementar mi determinación y finalmente tratar de ponerlas en
práctica. Al principio, la utilización de las prácticas
positivas es muy débil, porque las influencias negativas siguen
siendo muy poderosas. Finalmente, sin embargo, a medida que
intensificas las prácticas positivas, disminuyen los comportamientos
negativos. Así que, en realidad, la práctica del Dharma es una
batalla constante dentro de nosotros, en lo que se trata de sustituir
el condicionamiento o la costumbre negativa por un condicionamiento
positivo.
Tras una pausa, continuó:
-No hay actividad que no se torne más
fácil gracias al entrenamiento constante. Podemos cambiar,
transformarnos a través del entrenamiento. En la práctica
budista existen varios métodos para mantener una mente serena
cuando sucede algo perturbador. La práctica repetida de ellos nos
permite llegar a un punto en el que los efectos negativos de una
perturbación no pasen más allá del nivel superficial de nuestra
mente, como las olas que agitan la superficie del océano pero que no
tienen gran efecto en sus profundidades. y aunque mi experiencia
sea escasa, he descubierto que eso es cierto. Por tanto, si recibo
una noticia trágica, es posible que experimente alguna perturbación
en la mente, pero ésta desaparece muy rápidamente. O quizá me
sienta irritado y manifieste enfado, pero siempre se disipa con
rapidez. Eso es lo que se logra mediante la práctica gradual. No
olvidemos que no es algo que se consiga de la noche a la mañana.
Desde luego que no. El Dalai Lama
lleva ejercitando su mente desde que tenía cuatro años.
La estructura y la función del
cerebro permiten el entrenamiento sistemático de la mente, el
cultivo de la felicidad, la genuina transformación interna
mediante la atención hacia los estados mentales positivos y el
rechazo de los negativos. Hemos nacido con un cerebro que está
genéricamente dotado de ciertas pautas de comportamiento instintivo;
estamos predispuestos mental, emocional y físicamente a responder
adecuadamente para sobrevivir. Este conjunto básico de
instrucciones está codificado en innumerables pautas innatas de
activación de las células nerviosas, en combinaciones específicas
de células cerebrales que actúan en respuesta a cualquier
acontecimiento, experiencia o pensamiento dado. Pero el cableado de
nuestro cerebro no es estático, ni está fijado de modo
irrevocable. Nuestros cerebros también son adaptables. Los
neurólogos han documentado el hecho de que el cerebro es capaz de
diseñar nuevas pautas, nuevas combinaciones de células nerviosas y
neurotransmisores (sustancias químicas que transmiten mensajes
entre las células nerviosas) en respuesta a nuevas informaciones.
De hecho, nuestros cerebros son maleables, cambian continuamente,
recomponen sus conexiones nerviosas al compás de nuevos pensamientos
y experiencias. Como resultado del aprendizaje, la función de
las neuronas cambia, permitiendo que las señales eléctricas viajen
más fácilmente a través de ellas. A la capacidad inherente
del cerebro para cambiar, los científicos la llaman «plasticidad».
Esta capacidad para modificar el «cableado» del cerebro, para
producir nuevas conexiones neuronales, ha quedado demostrada en
experimentos como el realizado por los doctores Avi Karni y Leslie
Underleider del Instituto Nacional de Salud Mental. Los
investigadores pidieron a los sujetos que realizaran una sencilla
tarea motora, un ejercicio de tecleo, e identificaron las partes
del cerebro implicadas en la tarea tomando un escáner cerebral MRI.
A continuación, los sujetos, practicaron diariamente el ejercicio
durante cuatro semanas, de modo que gradualmente fueron más
eficientes y rápidos en su ejecución. Al final del período de
cuatro semanas, el escáner cerebral mostró que la zona que
intervenía en la tarea se había expandido, lo que indicaba que la
práctica regular de la tarea había exigido la utilización de
nuevas células nerviosas y cambiado las conexiones neurona les
originarias.
Esta notable hazaña del cerebro
parece constituir la base fisiológica de la posibilidad de
transformar nuestras mentes. Al movilizar nuestros pensamientos y
practicar nuevas formas de pensar, podemos reconfigurar nuestras
células nerviosas y cambiar la forma en que funciona nuestro
cerebro. También constituye la base para la idea de que la
transformación interna se inicia con el aprendizaje (nueva
información) e implica la disciplina de sustituir gradualmente
nuestro «condicionamiento negativo» (que se corresponde con nuestra
característica actual de pautas de activación celular
nerviosa) por un «condicionamiento positivo» (formar nuevos
circuitos neuronales). Así pues, la idea de entrenar a la mente para
alcanzar la felicidad se convierte en una posibilidad real.
El término Dharma tiene muchas
connotaciones; no existe un equivalente exacto en el léxico español.
Se utiliza con frecuencia para referirse a las enseñanzas y
doctrina de Buda, incluido e! cuerpo tradicional de escrituras, así
como el estilo de vida y la conciencia que se derivan de la
aplicación de las enseñanzas. A veces, los budistas utilizan
la palabra en un sentido general, para referirse a prácticas
espirituales o religiosas, a la ley espiritual universal o a la
verdadera naturaleza de los, fenómenos, y el término Buddhadharma,
más específico, para los principios y practicas del camino budista.
La palabra sánscrita Dharma deriva de una raíz que significa
"sostener» y, en este sentido, tiene un significado más
amplio, al referirse a cualquier comportamiento o comprensión que
sirva para «sostener» al individuo y protegerlo del
sufrimiento y sus causas.
Disciplina ética
En un análisis posterior relacionado
con el entrenamiento de la mente para la felicidad, el Dalai Lama
señaló:
-Creo que el comportamiento ético es
otra característica de la clase de disciplina interna que
conduce a una existencia más feliz. A eso podríamos llamarlo
disciplina ética. Los grandes maestros espirituales, como Buda,
nos aconsejan realizar acciones sanas y evitar las que no lo sean, lo
cual depende del grado de disciplina mental. Una mente
disciplinada conduce a la felicidad y una mente indisciplinada al
sufrimiento; de hecho, imponer disciplina en la propia mente es
la esencia misma de la enseñanza de Buda.
»Al hablar de disciplina, me estoy
refiriendo a autodisciplina, no a la que se nos impone externamente.
También me refiero a la disciplina aplicada para superar los
rasgos negativos. Una banda criminal puede necesitar disciplina para
cometer un atraco con éxito, pero esa disciplina es inútil.
El Dalai Lama calló un momento;
parecía reflexionar, como si recopilara sus pensamientos. O
quizá estaba buscando simplemente una palabra adecuada en inglés.
No lo sé. Pero durante esa pausa pensé que su énfasis en la
importancia del aprendizaje y la disciplina era tedioso en
comparación con los sublimes objetivos de alcanzar la verdadera
felicidad, el crecimiento espiritual y la completa transformación
interna. Me parecía que la búsqueda de la felicidad tenía que ser
un proceso más espontáneo.
Por tanto, objeté:
-Ha descrito las emociones y
comportamientos negativos como insanos y los comportamientos
positivos como sanos. Además, ha dicho que una mente no
entrenada o indisciplinada suele provocar comportamientos
negativos o insanos, de modo que tenemos que aprender y entrenarnos
para aumentar nuestros comportamientos positivos. Por el momento,
todo eso está muy bien.
»Pero lo que me preocupa es su
definición de comportamiento negativo que conduce al
sufrimiento. Y su premisa de que todos los seres desean,
naturalmente, evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad, que ese
deseo es innato y no tiene que ser aprendido. La cuestión, por lo
tanto, es la siguiente: si es natural que deseemos evitar el
sufrimiento, ¿por qué no sentimos espontánea y naturalmente
más repulsión hacia los comportamientos negativos a medida que nos
hacemos mayores? Y si es natural el deseo de alcanzar la
felicidad, ¿por qué no nos sentimos espontánea y naturalmente
atraídos hacia los comportamientos sanos y llegamos así a ser
más felices a medida que progresa nuestra vida? Si estos
comportamientos sanos conducen a la felicidad y lo que deseamos es
alcanzarla, ¿no debería ser ése un proceso natural? ¿Por qué
necesitamos tanta educación, entrenamiento y disciplina para
que se produzca?
El Dalai Lama sacudió la cabeza y
contestó:
-Incluso en términos convencionales,
en nuestra vida cotidiana, consideramos la educación como un factor
muy importante para procuramos felicidad y éxito. El
conocimiento no es algo que llegue hasta nosotros de un modo natural.
Tenemos que practicar, tenemos que pasar por una especie de
programa sistemático de entrenamiento. y consideramos que esa
educación y entrenamiento convencionales son bastante duros; si no
lo fueran, ¿por qué los estudiantes tienen tantas ganas de que
lleguen las vacaciones? Y, sin embargo, sabemos que la educación es
necesaria en términos generales para alcanzar el éxito y el
bienestar.
»Del mismo modo, es posible que no
tengamos una inclinación natural a realizar actos sanos, que
tengamos que ser conscientemente entrenados para realizarlos.
Esto es así, particularmente en la sociedad moderna, porque hay una
tendencia a aceptar que todo lo referido a actos sanos e insanos (qué
debemos y qué no debemos hacer) pertenece al ámbito de la
religión. Tradicionalmente, se ha considerado responsabilidad de la
religión el prescribir qué comportamientos son sanos y cuáles no.
En la sociedad actual, sin embargo, la religión ha perdido mucho de
su prestigio e influencia. Y, al mismo tiempo, no ha surgido algo que
pueda sustituida, algo como por ejemplo una ética laica. Así
pues, parece que se presta menos atención a la necesidad de llevar
una vida saludable. Debido a ello, creo que necesitamos realizar
un esfuerzo para tener acceso a esa clase de conocimiento. Por
ejemplo, aunque creo que nuestra naturaleza es fundamentalmente
apacible y compasiva, no es suficiente: tenemos que desarrollar una
aguda conciencia de esa condición. Cambiar nuestra forma de
percibimos, a través del aprendizaje y la comprensión, puede
ejercer una influencia poderosa en nuestra relación con los demás y
en la conducción de nuestras vidas.
Asumiendo el papel de abogado del
diablo, contraataqué: -Ha utilizado usted la analogía de la
educación académica y la formación convencional. Eso es una
cosa. Pero si de lo que está hablando es de ciertos comportamientos
que llama «sanos» o positivos, que conducen a la felicidad, y de
otros que conducen al sufrimiento, ¿por qué se necesita aprender
tanto para identificar cuáles son beneficiosos, tanto entrenamiento
para poner en práctica los comportamientos positivos y eliminar
los negativos? Si pone el dedo en el fuego, se quema. Cuando retira
la mano, ha aprendido que ese comportamiento provoca
sufrimiento. No hay necesidad de un proceso tan largo de aprendizaje
y entrenamiento para saber que no debemos volver a tocar el fuego.
»Entonces, ¿por qué no sucede lo
mismo con todos los comportamientos y emociones que conducen al
sufrimiento? Afirma que la cólera y el odio son claramente
emociones negativas que; en último término, conducen al
sufrimiento. Pero ¿por qué tiene uno que ser educado acerca de los
efectos nocivos de la cólera y el odio para poder eliminarlos?
Puesto que la cólera provoca inmediatamente un estado emocional
incómodo en la persona, y es fácil percibir esa incomodidad, ¿por
qué no la evitamos de un modo espontáneo?
Mientras el Dalai Lama escuchaba
atentamente mis argumentos, sus ojos de mirada inteligente se
abrieron más, como si se sintiera un poco sorprendido e incluso
divertido ante la ingenuidad de mis preguntas. Entonces, con una risa
dura pero llena de buena voluntad, me contestó:
-Cuando se habla de conocimiento que
conduce a la libertad o a la resolución de un problema, hay que
entender que existen muchos niveles diferentes. Por ejemplo, los
seres humanos de la Edad de Piedra no sabían cocinar la carne,
a pesar de lo cual tenían necesidad biológica de comida, de
modo que lo hacían como los animales salvajes. A medida que fueron
progresando, aprendieron a cocinar y a emplear diferentes técnicas
para que los alimentos fueran más sabrosos; finalmente
inventaron una considerable variedad de platos. En nuestra época, si
padecemos una enfermedad y, gracias a nuestro conocimiento,
sabemos que no es bueno para nosotros comer determinado alimento,
aunque sintamos el deseo de probarlo procuramos contenernos.
Está claro que cuanto más vastos sean nuestros conocimientos, tanto
más aptos seremos para afrontar el mundo natural.
»También se necesita capacidad para
juzgar las consecuencias de nuestros comportamientos a largo y a
corto plazo. Por ejemplo, aunque los animales puedan
experimentar cólera, no pueden comprender que es destructiva.
En el caso de los seres humanos, sin embargo, hay un nivel diferente
de conciencia, que permite advertir que la cólera hace daño.
En consecuencia, puedes llegar a la conclusión de que la cólera es
destructiva. Tienes que ser capaz de hacer esa inferencia. Así que
la cosa no es tan sencilla como poner la mano en el fuego, notar la
quemadura y no volver a hacerla en el futuro. Cuanto más elevado sea
tu nivel de educación y de conocimiento acerca de lo que conduce a
la felicidad y lo que causa el sufrimiento, tanto más efectivo serás
para alcanzar aquélla. Precisamente por ello creo que la educación
y el conocimiento son esenciales.
Supongo que al percibir mi resistencia
a la idea de la educación como un medio de transformación interna,
observó:
-Uno de los problemas de nuestra
sociedad es que considera la educación sólo como un medio para ser
más astuto e ingenioso. En ocasiones incluso se opina que los que no
han recibido una educación superior, los que son menos sutiles en
términos de su formación, tienen que ser más inocentes y más
honrados. Aunque nuestra sociedad no lo destaque, el uso más
importante del conocimiento y de la educación consiste en
ayudamos a comprender la importancia de tener más acciones sanas y
aportar disciplina a nuestras mentes. La utilización adecuada
de nuestra inteligencia y conocimientos estriba en efectuar
cambios desde dentro para desarrollar un buen corazón.
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