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martes, 17 de abril de 2018

11 ~ Encontrar significado en el sufrimiento (2/2)

Cuarta parte
Superar los obstáculos

Cómo afrontar el dolor físico

Al reflexionar sobre el sufrimiento durante los momentos de bie­nestar, descubrimos a menudo un valor y un significado profundo en él. En ocasiones, sin embargo, nos vemos enfrentados a padecimien­tos que no parecen tener ninguna cualidad redentora. El dolor físico pertenece a esa categoría. Pero hay una diferencia entre el dolor físi­co, que es un proceso fisiológico, y el sufrimiento, que es nuestra res­puesta mental y emocional al mismo. Así pues, se nos plantea la pre­gunta: ¿podemos encontrar una finalidad detrás de nuestro dolor, capaz de modificar nuestra actitud hacia el mismo? Y si cambiamos de actitud, ¿disminuiría el grado de sufrimiento?

En su libro Dolor: el dolor que nadie quiere, el doctor Paul Brand explora el valor del dolor físico. Brand, un cirujano de prestigio mun­dial y especialista en lepra, pasó los primeros años de su vida en la India, donde, como hijo de misioneros, se vio rodeado de personas que vivían en condiciones de extremada pobreza y sufrimiento. Al ob­servar en ellos una mayor tolerancia al dolor físico que en Occidente, se interesó por el fenómeno del dolor y efectuó un notable descubri­miento: la putrefacción de la carne se debía a la pérdida de la sensa­ción de dolor en las extremidades. Al no contar con la protección del dolor, los pacientes de lepra no disponían de un sistema que les advir­tiera del daño en los tejidos. El doctor Brand vio a pacientes que ca­minaban o corrían sobre extremidades cuya piel estaba desgarrada o incluso con los huesos al descubierto, lo que causaba su rápida des­trucción. A veces incluso introducían la mano en el fuego para retirar algo sin sentir dolor. Observó también en ellos una actitud de lo más indiferente hacia la autodestrucción. En su libro, Brand presenta mu­chos ejemplos de los efectos destructivos de vivir sin sensación de do­lor, las heridas recurrentes, las ratas que roían los dedos de manos y pies mientras el paciente dormía tranquilamente.
Después de una larga experiencia con pacientes que sufrían dolo­res agudos y con otros insensibles, Brand llegó a considerar el dolor no como el enemigo que es en Occidente, sino como un sistema biológico complejo que nos advierte para protegemos. Pero ¿por qué entonces la experiencia del dolor tiene que ser tan desagradable? Brand afirma que precisamente en eso reside su efectividad, pues obliga al organis­mo a afrontar el problema. Aunque el cuerpo cuenta con movimien­tos reflejos de protección, es la sensación de dolor la que impulsa a todo el organismo a prestar atención y actuar. También graba la ex­periencia en la memoria y nos sirve para protegemos en el futuro.
Así como encontrar significado a nuestro sufrimiento nos ayuda a afrontar los problemas, para Brand la comprensión de la finalidad del dolor físico contribuye a disminuir el sufrimiento. Si nos preparamos para el dolor, si comprendemos su naturaleza y reflexionamos sobre lo que sería la vida sin esa sensación, invertiremos en lo que Brand llama un «seguro para el dolor». No obstante, y como quiera que el do­lor agudo es capaz de acabar con toda objetividad, tenemos que re­flexionar sobre él antes de que aparezca. Si somos capaces de pensar en el dolor como «un discurso que pronuncia nuestro cuerpo sobre un tema de importancia vital, de una intensidad tal que llama inevitable­mente nuestra atención», entonces empezará a cambiar nuestra acti­tud, y en consecuencia disminuirá nuestro sufrimiento. «Estoy con­vencido -afirma Brand- de que la actitud que hayamos cultivado puede determinar el grado de sufrimiento cuando el dolor nos lle­gue.» Incluso cree que podemos desarrollar un sentimiento de grati­tud ante el dolor.
No cabe la menor duda de que nuestra, actitud y perspectiva men­tales determinan el grado de sufrimiento. Supongamos que dos indi­viduos, un trabajador de la construcción y un pianista, sufren la mis­ma herida en un dedo. Aunque el dolor sea el mismo para ambos, el obrero de la construcción sufre menos y hasta se alegra si la herida le procura ese mes de vacaciones pagadas que tanto necesitaba, mientras que esa misma lesión causa un intenso sufrimiento en el otro al impe­dirle tocar el piano, fuente fundamental de alegría en su vida.
Esto ha sido demostrado por numerosos estudios y experimentos científicos. Los investigadores han explorado las vías mediante las que se percibe el dolor: se inicia con una señal sensorial, una. alarma que se dispara en cuanto las terminaciones nerviosas son estimula­das. Millones de señales viajan por la médula espinal hasta la base del cerebro, que las clasifica y envía un mensaje a las zonas superiores, donde se elabora una respuesta. Es en esta fase en la que se le asigna valor al dolor; es decir, es en la mente donde convertimos el dolor en sufrimiento. Para disminuir éste, tenemos que efectuar una distinción entre el dolor que percibimos y el que creamos mediante nuestros pensamientos. El temor, la cólera, la culpabilidad, la soledad y la impo­tencia son respuestas capaces de intensificar el dolor. Así que, al afron­tar el dolor, debemos trabajar en los niveles más bajos de percepción del mismo, utilizar las herramientas de la medicina moderna, como los medicamentos por ejemplo, pero también podemos trabajar en los niveles superiores mediante la modificación de nuestra perspectiva y nuestra actitud.
Muchos investigadores han examinado el papel de la mente en la percepción del dolor. Pavlov entrenó incluso. a perros para que supe­raran el dolor al asociar una descarga eléctrica con una recompensa en forma de alimento. Ronald Melzak fue más lejos. Crió cachorros de terrier escocés en un ambiente protegido, sin los problemas pro­pios del crecimiento. Estos perros no consiguieron aprender las res­puestas básicas al dolor; no reaccionaban, por ejemplo, cuando se les pinchaba las patas con un alfiler, en contraposición con sus compa­ñeros de camada, que gañían de dolor cuando se los pinchaba. Sobre la base de experimentos como éstos, Melzak llegó a la conclusión de que buena parte de lo que llamamos dolor, incluida la respuesta emo­cional de displacer, era algo aprendido, no instintivo. Otros experi­mentos realizados con seres humanos, en los que se aplicó la hipno­sis y se utilizaron placebos, han demostrado también que, en muchos casos, las funciones superiores del cerebro pueden aceptar o descar­tar las señales de dolor que reciben. Esto indica que la mente puede determinar a menudo cómo percibimos el dolor y ayuda a explicar los interesantes descubrimientos de investigadores como Richard Stern­back y Bernard Tursky, de la Escuela de Medicina de Harvard (más tarde confirmados por un estudio de Maryann Bates y colaborado­res), quienes observaron diferencias significativas entre los diferentes grupos étnico s en cuanto a capacidad para percibir y resistir el dolor.
Parece, por tanto, que la afirmación de que nuestra actitud puede influir en el grado de sufrimiento no es una especulación, sino que está apoyada en pruebas científicas. En sus investigaciones, Brand hace otra observación fundamental. Sus pacientes de lepra declaran: «Cla­ro que puedo verme las manos y los pies, pero no los percibo como si fueran parte de mí. Es como si fueran simples herramientas». Así Pues, el dolor no sólo nos advierte y nos protege, sino que unifica nuestro cuerpo. Sin la sensación de dolor en manos o pies, estos miem­bros parecen no pertenecer a él y así como el dolor físico unifica nuestro cuerpo, la experiencia general del sufrimiento nos conecta a los demás. Quizá sea ése el sig­nificado principal del sufrimiento, una condición que compartimos con los demás, que une a todas las criaturas vivas.

Concluimos nuestro análisis del sufrimiento humano con la ense­ñanza por parte del Dalai Lama de la práctica del Tong-len, a la que se refirió en nuestra conversación anterior. Según explicaría él mismo, el propósito de esta meditación es fortalecer la compasión. Pero tam­bién podemos verla como una potente herramienta para transmutar nuestro sufrimiento. Podemos utilizar estas prácticas para aumentar nuestra compasión, al visualizar a otros que pasan por un sufrimiento similar, al absorber y disolver su sufrimiento en el propio, como un su­frimiento por delegación.
El Dalai Lama impartió esta enseñanza ante un numeroso público en una tarde particularmente calurosa de septiembre, en Tucson. El aire acondicionado del local, que luchaba contra la alta temperatura del desierto, se vio finalmente superado por el calor generado por mil seiscientos cuerpos. El calor reinante fue particularmente apropiado para una meditación sobre el sufrimiento.

La práctica del Tong-len

-Esta tarde meditaremos sobre el Tong-len, el «dar y recibir». Esta práctica está destinada a entrenar la mente, a fortalecer el poder natural y la fuerza de la compasión, porque la meditación Tong-len ayuda a contrarrestar nuestro egoísmo. Aumenta el poder y la forta­leza de nuestra mente al intensificar nuestra capacidad para abrimos al sufrimiento de otros.
»Para empezar este ejercicio primero hay que visualizar a nuestro lado a un grupo de personas que necesitan ayuda, sumidas en el su­frimiento y en un estado de extrema pobreza. Visualicen a este grupo de personas con claridad. Luego, al lado de ellas, visualícense a sí mismos como egocéntricos, con una arraigada actitud egoísta, indiferen­tes a las necesidades de los demás. Entre este grupo de personas que sufren y esta representación egoísta de sí mismos, véanse en el centro, como un observador neutral.
»A continuación, observen hacia cuál de los dos lados se inclinan ustedes de modo natural. ¿ Se inclinan más hacia ese individuo singu­lar, la personificación del egoísmo? ¿O sus sentimientos naturales de empatía fluyen hacia el grupo de personas necesitadas? Si piensan con objetividad, concluirán que el bienestar de un grupo es más importante que el de un individuo.
»Después, dirijan su atención a las personas necesitadas y deses­peradas. Dirijan toda su energía positiva hacia ellas. Ofrézcanles men­talmente sus éxitos, sus recursos, sus virtudes. Una vez hecho eso, asuman el sufrimiento de esas personas, sus problemas y todas sus di­ficultades.
»Se puede imaginar, por ejemplo, a un niño hambriento de Soma­lia. En este caso, el profundo sentimiento de empatía no se basa en consideraciones como "Es mi pariente" o "Es mi amigo". Ni siquie­ra conoce usted a esa persona. Pero el hecho de que usted y el otro sean seres humanos permite que surja su capacidad natural para la empa­tía y que pueda usted abrirse al otro. Piense entonces: "Este niño no tiene capacidad para aliviar su infortunio". Entonces, mentalmente, asuma sobre sí mismo todo el sufrimiento de la pobreza, el hambre y la privación de este niño y ofrézcale mentalmente sus posesiones, ri­queza y éxitos. Así puede entrenar su mente, mediante esta clase de visualización de "dar y recibir".
»A veces resulta útil empezar esta práctica imaginándose en el fu­turo como una persona que sufre y, con una actitud de compasión, asumir ese sufrimiento en el presente, con el sincero deseo de liberar­se de todo sufrimiento futuro. Una vez haya adquirido algo de práctica para generar un estado mental de compasión hacia sí mismo, pue­de ampliar su compasión para incluir a los demás.
»Al "asumir sobre sí", es útil visualizar los infortunios bajo as­pecto de sustancias venenosas, armas peligrosas o animales terrorífi­cos, cosas ante las que normalmente se estremecería. Visualice el su­frimiento como si hubiera adquirido estas formas y luego absórbalas directamente en su corazón.
»El propósito de visualizar estas formas negativas y aterradoras, que se disuelven en nuestros corazones, es el de destruir las habituales actitudes egoístas que residen en ellos. No obstante, para aquellas personas que puedan tener problemas con su imagen, con un bajo ni­vel de autoestima, es importante considerar si esta práctica es apro­piada.
»El Tong-len es muy poderoso si se combina el "dar y recibir" con la respiración; es decir, imaginen "recibir" en el momento de inspirar y "dar" en el momento de espirar. Durante estas visualizaciones, pro­bablemente experimentarán una ligera incomodidad. Eso indica que se ha alcanzado el objetivo: la actitud egocéntrica. y ahora, meditemos.

Al terminar la enseñanza del Tong-len, el Dalai Lama señaló que ningún ejercicio en particular es atractivo o apropiado para todo el mundo. En nuestro viaje espiritual, es importante decidir si una prác­tica es adecuada para nosotros después de comprender su esencia. Eso fue lo que me sucedió a mí cuando intenté seguir las instrucciones del Dalai Lama sobre el Tong-len aquella misma tarde. Descubrí que te­nía dificultades, un sentimiento de resistencia, aunque no logré des­cubrir de qué se trataba. La misma noche, sin embargo, al pensar en las instrucciones del Dalai Lama, me di cuenta de que mi resistencia se había desarrollado ya desde el principio, cuando el Dalai Lama se­ñaló que el grupo era más importante que el individuo. Se trataba de algo que ya había escuchado con anterioridad; el axioma de Vulcan propuesto por Spock en Star Trek: las necesidades de la mayoría de­ben anteponerse a las de la minoría. En esa afirmación había sin em­bargo algo que me molestaba. Antes de planteárselo al Dalai Lama, sondeé a un amigo que había estudiado el budismo durante mucho tiempo, quizá porque yo no deseaba aparecer como el que «sólo quie­re ser el número uno».
-Hay una cosa que me molesta... -le dije-. Eso de que las nece­sidades del grupo son más importantes que las del individuo tiene sen­tido en la teoría, pero en la vida cotidiana no interactuamos con la gente en masa, sino con individuos. En ese nivel de uno a uno, ¿por qué deberían valer más las necesidades del otro que las mías? Yo también soy un individuo... Somos iguales...
Mi amigo quedó pensativo un momento.
-Bueno, eso que dices es cierto. Pero si realmente consideras a cualquier individuo como un igual, ya es suficiente para empezar. No necesité acudir al Dalai Lama.

Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD

Traducción de José Manuel Pomares


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