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viernes, 20 de abril de 2018

12 ~ Producir un cambio (1/2)

Cuarta parte
Superar los obstáculos

12 ~ Producir un cambio


El proceso de cambio

-Hemos analizado la posibilidad de alcanzar la felicidad elimi­nando nuestros comportamientos y estados mentales negativos. En general, ¿cómo se consigue superar los comportamientos negativos e introducir cambios positivos? -pregunté.
-El primer paso es el aprendizaje, la educación -contestó el Da­lai Lama-. Creo que ya he mencionado con anterioridad la impor­tancia del aprendizaje...
-¿Cuando habló de la importancia de comprender por qué son nocivas las emociones negativas?
-Sí. Pero para producir cambios positivos, el aprendizaje sólo es el primer paso. También hay otros factores, como la convicción, la de­terminación, la acción y el esfuerzo. Así pues, el siguiente paso con­siste en desarrollar nuestra convicción. El aprendizaje y la educación son importantes porque nos ayudan a desarrollar el convencimiento de que necesitamos cambiar, y aumentan nuestro compromiso. Y la convicción ha de cultivarse para convertirla en determinación. A con­tinuación, la determinación se transforma en acción; una determina­ción firme nos permite realizar un esfuerzo continuado para poner en marcha los verdaderos cambios. Este factor es decisivo.
»Así, por ejemplo, si se quiere dejar de fumar, lo primero es ser consciente de que fumar es nocivo para el cuerpo. Por tanto, tienes que educarte. Tengo entendido, por ejemplo, que la información sobre los efectos nocivos del tabaco ha permitido modificar el comportamien­to de mucha gente; ahora se fuma menos en los países occidentales que en un país comunista como China, debido precisamente a la disponibi­lidad de información. Pero, a menudo, ese aprendizaje por sí solo no es suficiente. Tienes que incrementar esa conciencia hasta que te lleve a una firme convicción sobre los efectos nocivos del tabaco. Eso for­talece a su vez tu determinación de cambiar. Finalmente, tienes que realizar un esfuerzo para establecer nuevos hábitos. Ése es el proceso de cambio, cualquiera que sea su objetivo.
»Ahora bien, al margen del comportamiento que intentes cam­biar, del objetivo hacia el que dirijas tus esfuerzos, necesitas desarro­llar una fuerte voluntad o deseo de hacerlo. Necesitas gran entusias­mo. En este aspecto el sentido de la urgencia es un factor clave que ayuda a superar los problemas. Por ejemplo, el conocimiento que se posee sobre los graves efectos del sida ha creado en muchas personas la necesidad perentoria de modificar el comportamiento sexual. Con frecuencia, una vez que se ha obtenido la información adecuada, sur­ge la seriedad y el compromiso.
»Así pues, la urgencia puede impulsar enérgicamente el cambio. En un movimiento político, la desesperación puede originarla hasta el punto de que la gente llega a olvidar incluso su hambre y su can­sancio en la busca de sus objetivos.
»El sentido de lo perentorio no sólo ayuda a superar los problemas personales, sino también los comunitarios. Cuando estuve en St. Louis, por ejemplo, hablé con el gobernador. Allí habían sufrido reciente­mente unas graves inundaciones. El gobernador me dijo que cuando Se produjeron temió que, dada la naturaleza individualista de la so­ciedad, la gente no cooperara, no se comprometiera.
»Pero hubo tanta cooperación que quedó muy impresionado. Para mí, eso demuestra que para alcanzar objetivos importantes necesita­mos desarrollar el sentido de lo perentorio. "Desgraciadamente -aña­dió con tristeza-, sucede a menudo que no percibimos que una si­tuación requiere una solución con urgencia."
Me sorprendió oírle subrayar esto porque en Occidente creemos que una actitud característica de los asiáticos es dejar que las cosas sigan su curso, derivada de su creencia de que se viven muchas vidas, de modo que si algo no sucede ahora, ya sucederá la próxima vez... -Pero ¿cómo se desarrolla en la vida cotidiana ese entusiasmo y esa decisión de cambiar? -pregunté.
-Para un budista practicante hay varias técnicas para generar en­tusiasmo. Buda habló sobre lo preciosa que es la existencia humana. Nosotros discutimos acerca del potencial que hay dentro de nuestro cuerpo, de los buenos propósitos a los que puede servir, de los benefi­cios y ventajas de tener una forma humana, etcétera. Esas discusiones nos instilan confianza, nos incitan a utilizar nuestro cuerpo de forma positiva.
»Después, para dar conciencia de la urgencia, que impulse a prác­ticas espirituales, recordamos nuestra transitoriedad, es decir, la muer­te, interpretada en términos muy convencionales y no en los aspectos más sutiles del concepto de transitoriedad. En otras palabras, se nos recuerda que algún día ya no estaremos aquí. Se estimula esa concien­cia, de modo que cuando se conjunta con la comprensión del enorme potencial de nuestra existencia surge en nosotros la urgente necesidad de utilizar provechosamente todos los preciosos momentos de nues­tra vida.
-Esa contemplación de nuestra transitoriedad parece una gran ayuda para desarrollar la urgencia de cambios positivos -comenté-. ¿No podrían utilizada también los no budistas?
-Creo que los no budistas deberían tener cuidado con algunas técnicas -contestó reflexivamente-. Porque -añadió echándose a reír- cabría utilizar la misma contemplación para el propósito opuesto Y decirse: «No hay garantía de que vaya a estar vivo mañana, así que será mejor que hoy me divierta».
-¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo podrían desarrollar ese sentido de la urgencia los que no son budistas?
-Bueno, como ya he señalado, aquí es donde intervienen la edu­cación y la información. Antes de conocer a ciertos expertos, por ejem­plo, yo sabía muy poco sobre la crisis del medio ambiente. Pero ellos me explicaron el problema al que nos enfrentamos, y fui consciente de la gravedad de la situación. Eso mismo puede aplicarse a otros pro­blemas que afrontamos.
-Pero, en ocasiones, incluso disponiendo de información, quizá no tengamos energía para efectuar el cambio. ¿Cómo podemos supe­rar eso? -le pregunté.
El Dalai Lama reflexionó antes de contestar.
-Creo que tenemos que establecer una distinción. La apatía obe­dece en ocasiones a factores biológicos, y entonces hay que trabajar para cambiar el estilo de vida. Así, por ejemplo, dormir lo suficiente, seguir una dieta saludable, abstenerse de tomar alcohol, etcétera, ayu­da a mantener la mente más alerta. En algunos casos quizá haya que recurrir incluso a medicamentos u otros remedios si la causa es una enfermedad. Pero también hay otra clase de apatía o pereza, la que Surge de la debilidad de la mente...
-Sí, a eso me estaba refiriendo.
-Para superar esta apatía y generar compromiso y entusiasmo que permitan cambiar comportamientos o estados mentales negativos, creo que el método más efectivo y quizá la única solución es ser siem­pre conscientes de los efectos destructivos del comportamiento nega­tivo. Quizá haya que recordar repetidas veces dichos efectos.
Las observaciones del Dalai Lama me parecían acertadas. Como psiquiatra, sin embargo, sabía que algunos comportamientos nega­tivos y formas de pensar están fuertemente arraigados, así como lo di­fícil que le resulta cambiar a la gente. Me he pasado muchas horas examinando y diseccionando la resistencia de los pacientes al cambio cuando hay en juego complejos factores psicodinámicos; así que pre­gunté:
-A menudo, la gente desea introducir cambios positivos en su vida, tener comportamientos más sanos..., pero en ocasiones parece producirse una especie de inercia o resistencia... ¿Cómo lo explicaría? -Es bastante fácil-dijo con naturalidad.
-¿Fácil?
-Eso ocurre porque nos habituamos a hacer las cosas de cierta ma­nera. Nos malcriamos y repetimos conductas que nos son familiares. 
-Pero ¿cómo podemos superar eso?
-Utilizando el hábito en beneficio propio. Al familiarizamos cons­tantemente con nuevas pautas de comportamiento, podemos estable­cerlas de modo definitivo. Le vaya dar un ejemplo: en Dharamsala solía iniciar la jornada a las tres y media de la mañana, aunque aquí, en Arizona, me estoy levantando a las cuatro y media. Duermo una hora más -dijo, sonriente-. Al principio se necesita un poco de es­fuerzo para acostumbrarse, pero al cabo de unos meses se convierte en una rutina y ya no hay necesidad de ningún esfuerzo. Así, si uno se acostara un poco más tarde, se podría tener una tendencia a querer unos minutos más de sueño, pero uno se seguiría levantando a las tres y media sin esforzarse. Ello se debe al poder de la costumbre.
»Del mismo modo, podemos superar cualquier condicionamiento negativo y efectuar cambios positivos en nuestra vida. Pero hay que tener en cuenta que el cambio genuino no se produce de la noche a la mañana. En mi caso, por ejemplo, si comparo mi estado mental ac­tual con el de, por ejemplo, hace veinte o treinta años, observo una gran diferencia. Pero a eso he llegado paso a paso. Empecé a estudiar el budismo aproximadamente a la edad de cinco o seis años, pero en aquella época no estaba interesado en los estudios -se echó a reír-, a pesar de que me llamaban la más alta reencarnación. Creo que has­ta que no tuve unos dieciséis años no empecé a pensar seriamente en el budismo. Fue entonces cuando inicié prácticas serias. Luego, con el transcurso de los años, desarrollé un profundo aprecio por los principios y prácticas budistas, que al comienzo me habían parecido casi antinaturales. Todo me vino a través de la familiarización gradual. Claro que el proceso duró más de cuarenta años.
»Como ve, en lo más profundo, el desarrollo mental requiere tiem­po. Si alguien dice: "Las cosas han mejorado después de pasar por muchos años de dificultades", me tomo esa afirmación muy seriamen­te y es muy probable que los cambios sean genuinos y duraderos. Pero si alguien dice: "En muy poco tiempo he tenido un gran cambio", dudo mucho de esa afirmación.
Aunque el análisis del Dalai Lama era irreprochable, había una cuestión que parecía quedar pendiente. -Ha mencionado la necesidad de un alto nivel de entusiasmo y determinación para transformar la mente, para efectuar cambios po­sitivos. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocemos que el verdade­ro cambio sólo se produce con lentitud y puede exigir mucho tiempo -continué-. En consecuencia, es fácil desanimarse. ¿No se ha sen­tido nunca desanimado por el lento progreso en su práctica espiri­tual o por algún otro aspecto de su vida?
-Sí, desde luego -contestó. -¿Cómo afronta eso?
-Por lo que se refiere a mi práctica espiritual, si encuentro obstáculos o problemas, me resulta útil detenerme y echar una mirada a lar­go plazo. Existen unos versos que en esas circunstancias me transmi­ten valor y me ayudan a mantener mi determinación. Son éstos:

Mientras el espacio perdure, mientras queden seres sensibles, viva también yo para disipar las miserias del mundo.

»Ahora bien, por lo que se refiere a la lucha por la libertad del Tí­bet, si con la convicción expresada en esos versos estuviera dispuesto a esperar eones y eones... mientras el espacio perdure... bueno, creo que tendría una actitud estúpida. Hemos de implicamos activa e in­mediatamente. Claro que, en esta lucha por la libertad, al pensar en los catorce o quince años de esfuerzos negociadores, sin resultados, al pensar en casi quince años de fracasos, se despierta en mí un senti­miento de impaciencia o frustración. Pero ese sentimiento no me de­sanima hasta el punto de perder la esperanza.
Insistí:
-Pero ¿qué es exactamente lo que le impide perder la esperanza?
-Creo que me ayuda la amplitud de mi perspectiva. Por ejemplo, si observamos la situación del Tíbet desde una perspectiva estrecha, nos sentiremos impotentes. No obstante, si lo hacemos desde una pers­pectiva más amplia, vemos una situación internacional en la que se es­tán derrumbando los sistemas comunistas y totalitarios, en la que incluso existe en China un movimiento favorable a la democracia, en la que el ánimo de los tibetanos sigue siendo alto. Así que no abandono.

Llama la atención que un hombre con la formación filosófica y la práctica meditativa del Dalai Lama prescriba la educación como pri­mer paso para producir la transformación interna, en lugar de prácti­cas espirituales más trascendentales o místicas. Aunque casi todo el mundo reconoce la importancia de la educación, solemos pasar por alto su papel como factor vital para alcanzar la felicidad. Las investi­gaciones han demostrado que hasta la educación puramente acadé­mica contribuye a la felicidad. Numerosas encuestas han puesto de manifiesto, de forma concluyente, que los niveles superiores de educa­ción tienen ecos beneficiosos en la salud y hasta protegen de la depre­sión. Al tratar de determinar las razones de estos efectos, los científicos han sugerido que las personas mejor educadas son más conscientes de los factores de riesgo para la salud, están más capacitadas para adop­tar medidas que la favorezcan e incrementen la autoestima, tienen mayores habilidades para solucionar problemas y también disponen de estrategias más efectivas para afrontar las situaciones. Así pues, si la simple educación académica aparece asociada con una vida más fe­liz, ¿cómo no va a ser más importante el aprendizaje del que habla el Dalai Lama, que consiste en comprender y utilizar todo aquello que conduce a una felicidad duradera?
El siguiente paso en el camino del Dalai Lama hacia el cambio su­pone generar "decisión y entusiasmo». Estas actitudes también son señaladas por la ciencia occidental contemporánea como factores im­portantes para alcanzar los objetivos. El psicólogo educativo Benja­min Bloom estudió la vida de algunos de los artistas, atletas y cientí­ficos estadounidenses más destacados y descubrió que el impulso y la decisión, y no el talento natural, fue lo que les permitió triunfar. Por tanto, cabe concluir que también son factores determinantes en el arte de alcanzar la felicidad.
Los estudiosos del comportamiento han investigado ampliamente los mecanismos que inician, mantienen y dirigen nuestras activida­des, lo que se ha denominado «motivación humana». Los psicólogos han identificado tres clases principales de motivación. La primera es la motivación primaria, impulso basado en las necesidades biológicas para sobrevivir. Incluye, por ejemplo, las necesidades de alimento, agua y aire. La segunda agrupa las necesidades de estímulo e infor­mación, que para algunos investigadores son innatas e intervienen en la maduración y el funcionamiento del sistema nervioso. Por último, tenemos las motivaciones secundarias, derivadas de necesidades e impulsos adquiridos. Muchas de ellas están relacionadas con la nece­sidad de éxito y poder, influidas por fuerzas sociales y configuradas por el aprendizaje. Es aquí donde las teorías de la psicología moder­na se encuentran con el concepto del Dalai Lama de desarrollar "de­cisión v entusiasmo». En el sistema del Dalai Lama, sin embargo, el impulso y la decisión no se utilizan únicamente para buscar el éxito mundano, sino que se desarrollan a medida que se obtiene una com­prensión más clara de los factores que conducen a la verdadera felicidad y se utilizan en la búsqueda de objetivos superiores, como la com­pasión y el crecimiento espiritual.
El «esfuerzo» es el último factor del cambio. El Dalai Lama lo ca­racteriza como un factor necesario para establecer un nuevo condicio­namiento. La idea de que podemos cambiar nuestros comportamien­tos y pensamientos negativos mediante un nuevo condicionamiento no sólo es compartida por muchos psicólogos occidentales, sino que constituye el fundamento de la psicología conductista: las personas han aprendido a ser como son, de modo que adoptando nuevos con­dicionamientos se puede resolver una amplia gama de problemas.
Aunque la ciencia ha revelado recientemente que la predisposición genética de la persona tiene un papel muy claro en las respuestas del individuo ante el mundo, muchos psicólogos creen que buena parte de nuestra forma de comportamos, de pensar y de sentir viene deter­minada por el aprendizaje y el condicionamiento, es decir, por la educación y las fuerzas sociales y culturales. Y puesto que los comporta­mientos son reforzados por el hábito, se nos abre la posibilidad, tal como afirma el Dalai Lama, de erradicar el condicionamiento nocivo y sustituirlo por uno útil, la vida.
Realizar un esfuerzo continuado para cambiar el comportamiento no sólo es útil para superar los malos hábitos, sino también para cam­biar nuestros sentimientos fundamentales. Los experimentos han de­mostrado que así como nuestras actitudes determinan .nuestro com­portamiento, idea comúnmente aceptada, el comportamiento también puede cambiar nuestras actitudes. Los investigadores han descubierto que gestos inducidos experimentalmente, .como fruncir el entrecejo o sonreír, tienden a producir las  correspondientes emociones de cóle­ra o felicidad, lo que sugiere que el simple hecho de «hacer como SI», sobre todo si se practica con frecuencia, puede producir finalmente un verdadero cambio interno. Esto avala las prácticas propugnadas por el Dalai Lama. Con el simple acto de ayudar regularmente a los de­más, por ejemplo, aunque no nos sintamos particularmente altruistas, podemos desarrollar genuinos sentimientos de compasión.


Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD

Traducción de José Manuel Pomares

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