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domingo, 7 de octubre de 2018

UN DIOS REAL Y ÚTIL (3/3)

¡MARAVILLOSA Semana!!!
CONOCER A DIOS
El Viaje del Alma hacia el Misterio de los Misterios
Deepak CHOPRA


Uno
UN DIOS REAL Y ÚTIL (3/3)

PARA TENER LO QUE QUIERAS
Los siete niveles de la realización

Dios es otro de los nombres de la inteligencia infinita. Para conseguir cualquier cosa en la vida, debemos entrar en contacto con una parte de esta inteligencia y utilizarla. En otras palabras, Dios está siempre disponible. Las siete respuestas del cerebro humano son avenidas por las que avanzamos para alcanzar algún aspecto de Dios. Cada nivel de realización prueba la realidad de Dios en ese nivel concreto.

Nivel 1 (Respuesta luchar o huir)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la familia, la comunidad el sentido de la
propiedad y el confort material.

Nivel 2 (Respuesta reactiva)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias al éxito, el poder, la influencia, el estatus y otras satisfacciones del ego.

Nivel 3 (Respuesta de la conciencia en reposo)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la paz, la concentración, la aceptación de uno mismo y el silencio interior.

Nivel 4 (Respuesta intuitiva)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la percepción, la empatía, la tolerancia y el perdón.

Nivel 5 (Respuesta creativa)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la inspiración, la creatividad expandida al arte o la ciencia y a los descubrimientos ilimitados.

Nivel 6 (Respuesta visionaria)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la reverencia, la compasión, el servicio
dedicado y el amor universal.

Nivel 7 (Respuesta sagrada)
Nuestras vidas adquieren pleno sentido gracias a la integración y la unidad con lo divino.

Es muy importante absorber esta noción de que el espíritu implica un progreso constante. No es una sensación y tampoco es una cosa que podamos coger y medir. Muchas cosas empiezan a tener sentido cuando se desvela el espíritu. Por ejemplo, consideremos la famosa frase de Veda: «Aquellos que lo conocen no hablan de ello, aquellos que hablan de ello no lo conocen.» El misterio es saber a qué se refiere. Si se trata de algún tipo de revelación, entonces podemos esforzarnos toda la vida para formar parte de la élite de los que han tenido la revelación. La iluminación se vuelve en algo así como un apretón de manos secreto. Pero esta frase se refiere a un lugar real al que podemos viajar, no hay necesidad de frustrarse. Sólo hay que encontrar este lugar, sin palabras insensatas. Parece
que el mejor consejo es «No hables de ello, simplemente ¡ve!».
Un ejemplo impresionante de que hay un lugar alcanzable más allá de la realidad material es la plegaria. Hace más de veinte años unos investigadores pusieron en marcha unos experimentos para verificar si la plegaria era eficaz. Dividieron en grupos a diversos pacientes de hospitales, todos ellos gravemente enfermos. Por algunos de ellos se rezaba y por otros no. En todos los casos, se les siguió proporcionando una excelente asistencia médica y, a pesar de ello, el grupo de aquellos por los que se rezaba pareció recuperarse mejor. El resultado fue tanto más sorprendente cuando se descubrió que la persona que realizaba la plegaria no tenía necesariamente que conocer al paciente personalmente ni incluso saber su nombre. Pero no fue hasta 1998 que un equipo de la Universidad de Duke demostró a todos los escépticos que la plegaria tiene tanta fuerza.  Los investigadores tuvieron en cuenta todo tipo de variables, sin olvidar el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y los resultados clínicos. Se estudiaron 150 pacientes que habían sufrido intervenciones cardíacas invasivas; ninguno de ellos sabía que alguien rezaba por ellos. Se pidió a siete grupos religiosos de todo el mundo que rezaran, entre los que se encontraban budistas de Nepal, monjas carmelitas de Baltimore y Jerusalén Virtual, una organización que pide a los fieles por correo electrónico que envíen plegarias para pegarlas en el muro de las lamentaciones. Los investigadores descubrieron que los pacientes se recuperaban un 50 por ciento mejor si alguien rezaba por ellos.
Incluso antes de estos resultados altamente inquietantes, tal y como los calificaron los investigadores, el fenómeno de la plegaria había ganado repentinamente una nueva popularidad aunque olvidaban el punto esencial. La plegaria es un viaje a la conciencia que conduce a un lugar diferente de aquel al que llevan los pensamientos ordinarios. Nos unimos a ella en un lugar en que no cuentan las ataduras corporales. La intención de hacerla bien tiene un efecto sobre las ataduras espacio-tiempo; en otras palabras, la plegaria es un suceso cuántico ejecutado por el cerebro.
La mayor de todas las pistas que Dios nos ha dejado por encontrar es la luz, la Shekhinah. A partir de esta pista podemos extraer una imagen verdadera de la deidad, cosa que es una mera afirmación pero que viene corroborada por el hecho de que la ciencia, que es nuestra religión moderna más creíble, ha remontado la pista de la creación hasta la luz. En este siglo, Einstein y otros pioneros de la física cuántica irrumpieron en un nuevo mundo a través de la barrera de la realidad material y la mayoría de ellos tuvieron una experiencia mística. Tuvieron la sensación de que cuando la luz abandone sus misterios se conocerá la luz de Dios.
Nuestra visión no puede ayudarnos si no se la organiza alrededor de la luz. Las mismas respuestas del cerebro que nos permiten ver un árbol como un árbol en lugar de verlo como un enjambre fantasmal de átomos zumbantes nos dejan tener la experiencia de Dios, y van más allá de la religión organizada. Podemos tomar cualquier pasaje del Antiguo Testamento y descodificarlo valiéndonos del cerebro, que es el mecanismo que nos hace ver la escritura real. Nuestros cerebros responden de acuerdo con los siete niveles que sirven para nuestra experiencia.

1. Un nivel de peligro, amenaza y supervivencia.
2. Un nivel de afanes, competencia y poder.
3. Un nivel de paz, calma y reflexión.
4. Un nivel de percepción, entendimiento y perdón.
5. Un nivel de aspiración, creatividad y descubrimiento.
6. Un nivel de reverencia, compasión y amor.
7. Un nivel de unidad sin ataduras.

Todas las historias de la Biblia enseñan algo para uno o más de estos niveles, tal y como lo hacen todas las escrituras del mundo, y en cada uno de los ejemplos la enseñanza es atribuida a Dios. Por ello, el cerebro y la deidad se funden para que el mundo tenga sentido. Repitamos que a la única cosa a la que no podemos sobrevivir es al caos.
Si creemos en un Dios castigador y vengador, claramente relacionado con luchar o huir, no veremos la realidad del nirvana enseñada por Buda. Si creemos en el Dios de amor imaginado por Jesús, arraigado en la respuesta visionaria, no veremos la realidad del mito griego en que Saturno, el padre primigenio de los dioses, se comió a todos sus hijos. Todas las versiones de Dios son en parte máscara y en parte realidad, ya que el infinito sólo puede revelar una porción de sí mismo en cada momento. En efecto, todos seríamos adultos, por lo menos en Occidente, llamando a Dios por el pronombre neutro, excepto en el caso de la anomalía lingüística del hebreo, que no tiene pronombre neutro. En sánscrito, las antiguos indios no tenían este problema y se referían a la deidad infinita como «lo» y «eso».
La conclusión más sorprendente de nuestro nuevo modelo es que Dios es como somos nosotros; todo el universo es como somos nosotros ya que, sin la mente humana, habría sólo una sopa cuántica, miles de millones de impresiones sensoriales al azar. Sin embargo, gracias a la mente/cerebro, reconocemos que, codificados en este cosmos arremolinado, hay las cosas más valiosas de la existencia: forma, significado, belleza, verdad y amor, que son las realidades que alcanza el cerebro cuando llega a Dios, tan real como nosotros, sólo que más evasivo.



Los siete niveles de los milagros 

Un milagro es una exhibición de poder más allá de los cinco sentidos. Aunque los milagros tienen lugar en la zona de transición, difieren según los niveles. En general, los milagros se hacen «sobrenaturales» después de la cuarta o quinta respuesta del cerebro, pero Cada milagro implica un contacto directo con el espíritu.

Nivel 1 (Respuesta luchar o huir)
Milagros que implican sobrevivir a un gran peligro, rescates imposibles, un sentido de la protección divina. Ejemplo: Una madre que corre a una casa en llamas para rescatar a su hijo o que levanta un coche bajo el que se haya atrapado un niño.

Nivel 2 (Respuesta reactiva)
Milagros que implican logros increíbles y éxito, control sobre la mente o el cuerpo.
Ejemplo: Hechos extremos de artes marciales, niños prodigio con dones inexplicables en música o matemáticas, el surgir de un Napoleón de poderes inmensos nacidos en una cuna humilde (hombres del destino).

Nivel 3 (Respuesta de la conciencia en reposo)
Milagros que implican sincronismo, poderes yóguicos, premoniciones, el poder sentir a Dios o a los ángeles. Ejemplo: Yoguis que pueden cambiar su temperatura corporal o el ritmo cardíaco a voluntad; ser visitados por alguien que vive lejos y que acaba de morir; recibir la visita del ángel de la guarda.

Nivel 4 (Respuesta intuitiva)
Milagros que implican telepatía, fenómenos extrasensoriales, conocimiento de vidas pasadas o futuras, poderes proféticos. Ejemplo: Leer los pensamientos o el aura de los demás, hacer predicciones psíquicas, realizar proyecciones astrales a otros lugares.

Nivel 5 (Respuesta creativa)
Milagros que implican inspiración divina, genio artístico o realización espontánea de deseos (deseos que se hacen realidad). Ejemplo: La bóveda de la capilla Sixtina, tener un pensamiento que repentinamente se manifiesta; las percepciones de Einstein sobre el tiempo y la relatividad.

Nivel 6 (Respuesta visionaria)
Milagros que implican curación, transformaciones físicas, apariciones santas, hechos sobrenaturales al nivel más alto. Ejemplo: Andar sobre las aguas, curación de enfermedades incurables por el mero contacto, revelación directa de la Virgen María.

Nivel 7 (Respuesta sagrada)
Milagros que implican una evidencia interior de iluminación. Ejemplo: Vidas de los grandes profetas y maestros como Buda, Jesús, Lao Tsé.

No espero que todos los escépticos y ateos que lean este libro se pongan en pie repentinamente y proclamen que Dios es real, ya que esta creencia se alcanza superando diferentes fases. Pero ahora, al menos, tenemos algo a qué agarrarnos y que a veces es extremadamente útil. Podemos explicar esos misteriosos viajes que los místicos han hecho a la realidad de Dios. Esos viajes siempre me han conmovido profundamente y recuerdo exactamente cuándo empezó mi fascinación por ellos. El primero de estos viajeros del que oí hablar era uno a quien llamaban el Coronel, y su historia es uno de los embriones de este libro. Ahora que vuelvo a contarla noto cómo mi mente experimenta la realidad del Coronel, que pasó por diferentes fases, del peligro a la compasión, de la paz a la unidad.
Nos servirá como una promesa de la verdad desvelada que es posible en cualquiera de nuestras vidas.
Yo tenía diez años y mi padre, que era médico en el ejército indio, había trasladado a su familia a Assam. No hay lugar en el país más verde e idílico. Assam es el Edén, si es que éste estuvo cubierto por plantaciones de té hasta donde alcanza la vista. Yo podía literalmente oír una canción en mi cerebro mientras caminaba hacia la escuela, en lo alto de la colina. Fue seguramente el encanto de la colina lo que hizo que me diera cuenta de un viejo mendigo que acostumbraba a sentarse al lado de la carretera, siempre bajo su árbol, vestido con harapos, sin pronunciar apenas palabras y casi sin moverse. Las mujeres del pueblo estaban totalmente convencidas de que esta figura desaseada era un santo y, en consecuencia, se sentaban a su lado durante horas para rezar por una curación, o por un recién nacido. Mi abuela aseguraba que nuestro vecino había sido curado de artritis con sólo pasar por su lado y pedirle silenciosamente la bendición.
Curiosamente, todos llamaban a este viejo mendigo el Coronel. Un día no pude controlar mi curiosidad y pregunté por qué. Mi mejor amigo en la escuela, Oppo, indagó por mí. La madre de Oppo había sido curada por el Coronel y su padre, un periodista que trabajaba en la ciudad, tenía una historia muy interesante que contarme.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, una gran fuerza de tropas británicas, el condenado ejército olvidado, había sido aniquilado o capturado por los invasores japoneses en Birmania. Debido a las interminables lluvias monzónicas la lucha había sido dura y penosa y el tratamiento recibido por los prisioneros de guerra era atroz. En el ejército británico había también indios sirviendo y uno de ellos era un médico bengalí llamado Sengupta.
Sengupta estaba a punto de morir de hambre en un campo de concentración cuando los japoneses decidieron retirarse de sus posiciones. Él no sabía si el ejército británico había avanzado hacia el lugar donde él se encontraba, pero no importaba. En vez de cambiar de sitio el campo de concentración, sus captores pusieron a los prisioneros en fila y les dispararon un tiro en la cabeza a quemarropa. Sengupta estaba de alguna forma agradecido por morir y terminar de este modo su tormento. Cuando llegó el momento, oyó el sonido del arma en su sien, sintió un gran dolor y cayó.
Pero no era el fin. De forma milagrosa recuperó el conocimiento varias horas más tarde, cosa que dedujo porque la noche había caído y el campo de concentración estaba mortalmente silencioso.
Transcurrió un rato antes de que Sengupta, que sentía que se ahogaba, se diera cuenta con
horror de que estaba debajo de un pesado montón de cadáveres. Con las prisas por abandonar el campo, nadie había verificado si estaba realmente muerto y su cuerpo fláccido había Sido arrojado al montón con los demás. Le pareció tardar una eternidad antes de reunir las fuerzas necesarias para arrastrarse hasta el aire libre, llegar hasta el río y lavarse, temblando de miedo y repulsión. Era evidente que estaba solo y que los aliados no acudían a rescatarlo.
Al hacerse de día tomó la decisión de andar hasta llegar a un lugar donde pudiera estar a salvo.
Como estaba en lo más profundo de la zona de guerra, y sin noción alguna de geografía birmana decidió volver a la India y así lo hizo. Vivió como pudo a base de frutas, de insectos y de agua de lluvia, viajando de noche y escondiéndose de día en la jungla. El terreno consistía en colinas y más colinas y el suelo era una profunda capa de lodo. Pasó por algunos pueblos y granjas pero no confiaba en la gente y no pidió asilo. En la oscuridad oía animales desconocidos en una época en que aún había tigres en Birmania y se encontró con serpientes que le horrorizaron.
Sengupta tardaría meses en llegar a la frontera con Bengala, y cuando lo consiguió el demacrado héroe llegado a Calcuta se encaminó al cuartel general del ejército británico, donde hizo su informe y explicó su hazaña. Pero los británicos, lejos de creerle, lo arrestaron inmediatamente y lo encadenaron porque sospechaban que era un espía o un colaborador japonés. Roto emocional y físicamente, Sengupta yacía en su oscura celda y pensaba en la suerte que le había llevado de una prisión a otra.
En algún momento de este periodo de desgracia, con interrogatorios diarios y la posterior corte marcial, Sengupta sufrió una transformación suprema. Era algo de lo que él nunca habló, pero el cambio fue sobrecogedor y, en lugar de amargura, obtuvo una paz completa, sanó sus heridas exteriores e interiores —algo muy apropiado de alguien que iba a convertirse en sanador de los demás— y ya no luchó más y esperó con calma la inevitable sentencia de la corte. De forma sorprendente, lo inevitable no sucedió ya que, en un repentino cambio de opinión, los británicos decidieron creer que su historia era verdad, impulsados por el inmediato fin de las hostilidades cuando los americanos lanzaron la bomba atómica sobre Japón.
Al cabo de una semana, Sengupta fue liberado, se le concedió la medalla al valor y se le paseó triunfalmente por las calles de Calcuta como un héroe. Sin embargo, él parecía tan insensible a los vítores como lo había sido al sufrimiento. Dejó la medicina y se hizo monje peregrino. Cuando envejeció y encontró su lugar de descanso debajo del árbol en Assam, no le contó a nadie su historia, y fueron los aldeanos los que le dieron el apodo de Coronel, informados quizá por el padre de Oppo, el periodista.
Naturalmente, a la edad de diez años lo que más me interesaba saber era cómo era posible que a un hombre le dispararan en la cabeza a quemarropa y siguiera vivo. El padre de Oppo se encogió de hombros. Me explicó que cuando fueron capturados, la mayoría de soldados británicos estaban armados con munición hecha en la India. Los japoneses ejecutaron a Sengupta con su propia arma y, sin duda, una de las balas era defectuosa y estaba llena de pólvora pero no tenía el proyectil. Ésta era la explicación racional, sin visos de milagro.
Hoy en día me planteo otra pregunta que tiene más significado para mi: ¿cómo puede un tormento tan desmesurado, que daría todo tipo de razones para abandonar la fe, dar paso a la fe absoluta?
Nadie pone en duda que el Coronel alcanzó la santidad a través de esta experiencia tan rigurosa, de este viaje místico, persiguiendo a Dios hasta el fin. Hoy me doy cuenta del profundo milagro que es en realidad el cerebro humano. Tiene la capacidad de ver la realidad espiritual bajo cualquier circunstancia. En el caso de Sengupta, consideremos de qué modo pudo haber sido aplastado por el terror de la muerte, la posibilidad de estar aquí un día y en otro lugar al siguiente, el temor de que Dios no prevaleciera sobre el mal, y la frágil libertad que pudo haber sido extinguida por la cruel autoridad.
Es evidente, a pesar de la confusión que hace que creer en Dios sea más difícil que nunca, que todavía existen todos los niveles de revelación. La redención no es más que otra palabra para invocar nuestra habilidad innata para ver con los ojos del alma. Cada día, en nuestra cabeza se oyen dos voces: una que cree en la oscuridad y la otra en la luz. Sólo una de las realidades puede ser real de verdad. Nuestro nuevo modelo, el sandwich de realidad, soluciona este enigma. Sengupta hizo un viaje a la zona de transición donde ocurren las transformaciones, donde el mundo material pasa a ser energía invisible y donde también se transforma la mente.
El viaje del alma de Sengupta pasó por luchar o huir, por la conciencia en reposo, por la intuición, por la visión, y finalmente encontró el coraje de vivir en la respuesta visionaria durante el resto de su vida. Se acomodó en un nuevo camino, arropado por el amor y la serenidad, porque su cerebro había descubierto que podía escaparse de la prisión de sus antiguas reacciones, elevándose hasta un nuevo nivel superior que él percibió como Dios.
Ahora tenemos en nuestras manos, por lo tanto, la descripción de todo su viaje espiritual: la revelación de Dios es un proceso posible gracias a la capacidad del cerebro de revelar su propio potencial, en cada uno de nosotros hay admiración, amor, transformación y milagros, no sólo porque los anhelemos, sino porque todo ello es nuestro desde el nacimiento. Nuestras neuronas han evolucionado para hacer reales estas elevadas aspiraciones, y desde el útero del cerebro renace un Dios nuevo y útil o, para ser más precisos, siete variaciones de Dios  que dejan todo un rastro de pistas para que lo sigamos cada día.
Si me preguntaran por qué me esfuerzo en conocer a Dios, mi respuesta sería egoísta: porque quiero ser un creador. Ésta es la promesa definitiva de espiritualidad: que podemos ser los autores de nuestras propias existencias, los creadores de nuestros destinos personales. Nuestro cerebro está prestando este servicio de forma inconsciente ya que, en el campo cuántico, el cerebro escoge la respuesta adecuada para cada momento dado. El universo es un caos sobrecogedor que debe ser interpretado y descodificado para que tenga sentido. Por lo tanto, el cerebro no puede tomar la realidad del modo en que le es dada; tiene que seleccionar una de las siete respuestas y la decisión se toma en el reino cuántico.
Para conocer a Dios se debe participar de forma consciente en el viaje, que es la finalidad del libre albedrío. En la superficie de la vida hacemos elecciones mucho más triviales, pero pretendemos llevar una carga muy pesada cuando, en realidad, estamos constantemente representando siete opciones fundamentales sobre el rey del mundo que reconocemos:

La opción del miedo si queremos esforzarnos para apenas sobrevivir.
La opción del poder si queremos competir y conseguir.
La opción de la reflexión íntima si queremos paz.
La opción de conocernos a nosotros mismos si queremos percepción.
La opción de crear si queremos descubrir los trabajos de la naturaleza.
La opción del amor si queremos curar a los demás y a nosotros mismos.
La opción de ser si queremos apreciar el alcance infinito de la creación de Dios.

No estoy ordenando en modo alguno las opciones de peor a mejor ni de la buena a la mejor.
Somos capaces de tomar todas estas opciones porque están incorporadas a nosotros. Pero para muchas personas sólo se han activado algunas de las primeras respuestas, porque una parte de su cerebro está dormido y, por lo tanto, su visión del espíritu es extremadamente ilimitada. No es de extrañar que al hecho de encontrar a Dios se le llame despertar, porque un cerebro completamente despierto es el secreto para conocer a Dios. Al fin y al cabo, el séptimo nivel es la meta, la que el ser puro nos permite revelar la infinita creación de Dios. Es en este punto en el que los judíos místicos que buscaban la Shekhinah se encuentran con los budistas en su búsqueda del satori y, cuando lleguen, los antiguos Vedas les estarán esperando en presencia de Shiva, junto con Cristo y su Padre. Éste es el lugar que es al mismo tiempo el principio y el fin de un proceso que es Dios. En este proceso, cosas como el espíritu, el alma, el poder y el amor se nos desvelan de una forma completamente nueva. La certitud sustituye a la duda y, como escribió ya una vez la inspirada escritora francesa Simone Weil acerca de la búsqueda espiritual, «Sólo es válida la certidumbre. Cualquier cosa inferior a la certidumbre no tiene valor para Dios.»

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