Deepak CHOPRA
Uno
UN DIOS REAL Y ÚTIL (2/3)
El cerebro de cada uno de nosotros puede crear innumerables pensamientos. Para hacernos una idea podemos tomar la cifra de diez pensamientos por minuto. Un cerebro sencillo elaboraría más de 14.000 pensamientos por día, 5 millones por año y 350 millones en el curso de la vida. Pero para preservar nuestra salud mental, la mayoría de estos pensamientos son repeticiones de pensamientos anteriores, meros ecos. El cerebro es económico en la forma en cómo produce un pensamiento y, en lugar de tener millones de maneras de producirlo, tiene sólo un número limitado. A los físicos les gusta decir que, en realidad, el universo es sólo una sopa cuántica bombardeando nuestros sentidos con miles de millones de bits de datos cada minuto. Este caótico remolino debe ser también organizado en una cifra manejable, por lo que el cerebro, con sus siete respuestas básicas, da algo más que salud mental y entendimiento: proporciona un mundo entero. Presidiendo este mundo creado por él mismo hay un Dios que lo abarca todo, pero que también debe encajar en la forma de trabajar del cerebro.
De una forma u otra, cuando una persona pronuncia la palabra Dios, designa una de las respuestas específicas de la siguiente lista:
Cualquier Dios que nos protege como un padre o una madre procede de luchar o huir.
Cualquier Dios que hace leyes y gobierna la sociedad procede de la respuesta reactiva.
Cualquier Dios que nos da paz interior procede de la respuesta de la conciencia en reposo.
Cualquier Dios que anima a los seres humanos a alcanzar todo su potencial procede de la respuesta intuitiva.
Cualquier Dios que nos inspira para explorar y descubrir procede de la respuesta creativa.
Cualquier Dios que hace milagros procede de la respuesta visionaria.
Cualquier Dios que nos vuelva a la unidad con él procede de la respuesta sagrada.
Por lo que yo sé, el cerebro no puede registrar una deidad fuera de las siete respuestas. Y ¿por qué no? Porque Dios está entretejido con la realidad y el cerebro conoce la realidad bajo estas formas limitadas. Podría parecer, pero no es así, que estuviéramos reduciendo al padre todopoderoso, la deidad primigenia y el misterio de los misterios a una tormenta de actividad eléctrica en el córtex cerebral. Lo que intentamos es encontrar los hechos básicos que harán que Dios sea posible, real y útil.
Mucha gente se sentirá atraída por esto porque anhela un Dios que se adapte a sus vidas. Sin embargo, nadie puede hacer entrar a Dios en la vida cotidiana. La verdadera cuestión es si ya podría estar presente sin ser visto. Volvamos ahora a la zona de transición de nuestro sandwich de realidad.
A menos que ahí queramos tener una visión, la presencia de Dios es demasiado fantasmagórica como para confiar en ella. ¿Está el cerebro preparado para un viaje así? De ningún modo.
Una amiga mía, que es una buena cantante, conoció muy bien a John Lennon. Una noche, no hace mucho, tuvo un sueño en el que le vio y él le enseñaba una imagen del pasado en la que los dos estaban juntos. Se despertó y decidió escribir una canción nueva y muy íntima basada en el sueño. Sin embargo, con la luz del día, empezó a tener dudas. Yo llegué a Londres para visitarla y me habló de su indecisión. «Después de todo no es más que un sueño, ¿verdad? —dijo—. Quizás estoy exagerándolo tontamente.»
En aquel momento, su hijo de tres años entró corriendo en la habitación y se dejó caer en un sillón del rincón. Casualmente se sentó sobre el mando a distancia del televisor, con lo que éste se puso en marcha repentinamente. En la pantalla vimos con sorpresa un programa nostálgico en el que se podía ver a John Lennon con mi amiga sonriendo a la cámara, justo la misma imagen que ella había visto en sueños. Mi amiga rompió a llorar porque ya tenía la respuesta: le escribiría la canción a John Lennon.
Creo que esta interacción tuvo lugar en la zona de transición. Un mensaje llegó de un lugar más profundo de lo que nosotros normalmente llegamos. Decir que vino del espíritu o de Dios está totalmente justificado, pero el cerebro también desempeña su papel, ya que este incidente empezó con los procesos cotidianos del cerebro —pensamientos, emociones, sueños, dudas— que finalmente cristalizaron en inspiración. Podemos ver un ejemplo perfecto de nuestra quinta respuesta, la respuesta creativa.
¿Podemos de verdad satisfacer las demandas de objetividad cuando se trata de Dios? Un físico reconocería nuestro sandwich de realidad sin dificultad. El mundo material se ha disuelto ya hace tiempo para los grandes pensadores cuánticos. Después de que Einstein convirtió el tiempo y el espacio en cosas fluidas que se funden la una con la otra, la tradición universal no podía sostenerse.
En el sandwich de realidad de la física hay también tres niveles:
Realidad material: el mundo de los objetos y los hechos.
Realidad cuántica: una zona de transición donde la energía se vuelve materia.
Realidad virtual: el lugar más allá del tiempo y el espacio, el origen del universo.
Ahora nos metemos en un problema semántico, ya que la expresión realidad virtual ya no se usa del modo en que los físicos la entenderían. Estas palabras significan actualmente una realidad simulada por el ordenador o incluso, de forma vaga, cualquier videojuego. Por lo tanto, modificaré la expresión realidad virtual y la llamaré campo virtual y, para adaptarnos, la realidad cuántica tendrá que ser campo cuántico.
No es solamente una coincidencia que estas tres capas vayan paralelas con la cosmovisión
religiosa, ya que ambos modelos tienen que ser paralelos entre sí porque los dos están diseñados por el cerebro. Ciencia y religión no son cosas opuestas sino sólo distintas formas de intentar descodificar el universo. Ambas visiones contienen el mundo material, que les es dado. Tiene que haber una fuente de creación que no puede ser vista, ya que el cosmos sólo se puede ir siguiendo atrás en el tiempo hasta el momento en que el tiempo y el espacio se disuelven, y tiene que haber un lugar en el que se encuentren estos dos conceptos opuestos.
He dicho antes que no creo que los místicos sean diferentes de las personas ordinarias sino que sólo son mejores navegantes cuánticos. Viajan a la zona de transición cercana a Dios y, mientras nosotros podemos estar ahí de visita durante unos pocos momentos de gozo, unos pocos días a lo sumo, los santos y los místicos han encontrado el secreto para quedarse allí durante mucho más tiempo. En lugar de reflexionar sobre el misterio de la vida, los santos lo viven. Incluso sin las palabras adecuadas para llegar a esta experiencia, encontramos determinadas similitudes entre las distintas culturas:
• El peso del cuerpo se vuelve ingrávido.
• Se tiene la sensación de flotar o de mirar hacia abajo desde una cierta altura.
• La respiración se hace más ligera, se rarifica y es más uniforme.
• Se reducen el dolor físico o la incomodidad.
• Brota una sensación de energía de todo el cuerpo.
• Se notan más los colores y los sonidos, aumentando la sensibilidad de todos los sentidos.
Una frase común para esta sensación, que se oye una y otra vez, es «ir a la luz». Se trata de un fenómeno no limitado a los santos. Algunos de estos cambios corporales los experimentan personas comunes. La existencia irrumpe en sus monótonas rutinas con una oleada de bienaventuranza y pureza. Algunos místicos describen estos momentos como intemporales. Después sólo persiste una sensación de bienestar psicológico, la certitud apacible de que se ha llegado a casa. En esta zona de transición que casi llega al terreno de Dios, la experiencia es a la vez interior y exterior.
Pero ¿qué pasaría si pudiéramos hacer durar este destello de éxtasis y aprender a explorar este nuevo territorio extraño? En este caso descubriríamos lo mismo que le fue revelado a doña Juliana hace seiscientos años: «Él es el ropaje que nos envuelve y que nos cubre alrededor, nos arropa y abriga, por amor... sigue en esto y sabrás más de lo mismo... sin fin.» En otras palabras, lo sagrado no es una sensación sino un lugar. El problema es que cuando se intenta viajar allí, la realidad material tira de ti hacia atrás. El momento maravilloso pasa, y quedar en la zona de transición es extremadamente difícil.
Llevaré estos términos abstractos hacia la tierra. Algunas de las siguientes experiencias nos han ocurrido a todos nosotros:
En medio del peligro te sientes de repente cuidado y protegido.
Temes profundamente una crisis en tu vida personal, pero cuando llega experimentas una calma repentina.
Un extraño te hace sentir un súbito arrebato de amor.
Un niño o un jovencita te mira a los ojos y, por un instante, crees que una vieja alma te está mirando.
En presencia de la muerte sientes un batir de alas.
Miras al cielo y tienes un sentimiento de espacio infinito.
La contemplación momentánea de la belleza te hace olvidar por un instante quién eres.
Siempre que se tienen experiencias de este tipo, el cerebro ha respondido de una forma inusual; ha respondido a Dios.
Los secretos más celosamente guardados de Dios están ocultos dentro del cráneo humano:
éxtasis, amor eterno, gracia y misterio. Es algo que no parece posible a simple vista, pues se aplica un bisturí en el cerebro, se corta un tejido gris blando que no responde al tacto. Hay lagos de aguas mansas en este terreno tembloroso y se abren cuevas donde nunca penetra la luz. Nunca sospecharíamos que en alguna parte del cerebro se oculta un alma, que el espíritu puede encontrar su hogar en un órgano casi tan líquido como las células rojas de la sangre y pulposo como un plátano sin madurar.
Sin embargo, el paisaje del cerebro es decepcionante. Todos los arrebatos de luz que han cegado a los santos a la largo de la historia tuvieron lugar en la oscuridad. Cada una de las imágenes de Dios fue dibujada en una tela que es una masa de nervios congestionados. Por lo tanto, para encontrar una ventana a Dios tenemos que darnos cuenta de que el cerebro está distribuido en regiones gobernadas por impulsos distintos. Los nuevos reinos se hallan repletos de los pensamientos más elevados, de poesía y de amor, como en el Nuevo Testamento. Los antiguos reinos son más primordiales, como partes del Antiguo Testamento y están gobernados por las emociones puras, el instinto, el poder y la supervivencia.
En los viejos reinos, cada uno de nosotros es un cazador. Las llanuras ancestrales de África están profundamente enterradas en nuestro cráneo, recordadas con todo su terror y su hambre. Los genes se acuerdan de los leopardos que saltaban de los árboles y en medio del estrépito del tráfico el viejo cerebro quiere cazar al leopardo para luchar con él hasta la muerte. Muchas personas dubitativas han dicho que Dios fue inventado para poder poner a prueba estos feroces instintos ya que, de otra forma, nuestra violencia se volvería hacia nosotros y nos mataría. Pero yo no lo creo. El más viejo de los cazadores al acecho en nuestro cerebro es, después de grandes plegarias, Dios mismo. El motivo no es luchar o morir, sino encontrar nuestra pizca de gozo y de verdad que nada en el mundo puede borrar. A lo que no podemos sobrevivir es al caos.
Nosotros evolucionamos para encontrar a Dios. Esto es todo lo que hace la luminosa tormenta de la actividad sin descanso del cerebro. Para nosotros, Dios no es una elección sino una necesidad.
Hace casi cien años, el gran psicólogo y filósofo William James declaró que la naturaleza humana contiene un «deseo de creer» en algún poder superior. Personalmente, James no supo si Dios existía o si había un mundo más allá de éste. Estaba casi seguro de que no se podían encontrar pruebas de Dios, pero tenía el convencimiento de que si se les quitaba la fe a los seres humanos, se les privaba de algo profundo. Necesitamos cazar.
Resulta que Dios no es una persona sino que es un proceso. El cerebro está cableado para encontrar a Dios. Hasta que no lo encuentres no sabrás quién eres. Sin embargo, esto es una trampa, porque nuestro cerebro no nos conduce automáticamente al espíritu.
La búsqueda ha sido siempre necesaria. Algunas personas tienen la sensación de que Dios está a su alcance o, por lo menos, no muy lejos, mientras que otras piensan que está totalmente ausente.
(En una reciente entrevista ha sido curioso constatar que el 72 por ciento de los encuestados dijeron que creían en el cielo, mientras sólo el 56 por ciento creen en el infierno. Esto es más que un cándido optimismo; la tendencia de la vida nos dirige en la dirección correcta.)
Un buscador siempre espera ver al Dios único, verdadero y final que resolverá todas nuestras dudas, pero en lugar de ello vamos a la caza de pistas. Al ser incapaz de la totalidad de Dios, obtenemos indicaciones del cerebro, que tiene una sorprendente capacidad de insertar constantemente visiones espirituales en las situaciones más mundanas. Volvamos a algunos de los ejemplos que dábamos:
En medio del peligro te sientes de repente cuidado y protegido. Se te está revelando el espíritu a través de luchar o huir.
Temes profundamente una crisis en tu vida personal, pero cuando ésta llega experimentas una calma repentina. Se te está revelando el espíritu a través de la conciencia en reposo.
Un extraño te hace sentir un súbito arrebato de amor. Se te está revelando el espíritu a través de la respuesta visionaria.
Un niño o un jovencito te mira a los ojos y por un instante crees que una vieja alma te está mirando. Se te está revelando el espíritu a través de la intuición.
Miras al cielo y tienes un sentimiento de espacio infinito. Se te está revelando el espíritu a través de la unidad.
En la vida moderna es típico creer que la naturaleza está dispuesta de modo aleatorio y caótico, cosa que dista mucho de ser cierta. La vida parece sin sentido cuando se han agotado las viejas respuestas, las viejas realidades y la vieja versión de Dios. Para hacer volver a Dios, tenemos que seguir nuevas y extrañas respuestas, nos lleven adonde nos lleven. Como un profesor espiritual apuntó sabiamente, «El mundo material es infinito, pero es un infinito aburrido. El infinito realmente interesante está detrás.»
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