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lunes, 12 de noviembre de 2018

FASE TRES: EL DIOS DE PAZ (4/8)

¡MARAVILLOSA Semana!!!
CONOCER A DIOS
El Viaje del Alma hacia el Misterio de los Misterios
Deepak CHOPRA


FASE TRES:
EL DIOS DE PAZ (4/8)
(Respuesta de la conciencia en reposo)

Nadie puede decir que el Dios de las fases uno y dos está muy interesado por la paz. Ya sea desencadenando inundaciones o incitando a la guerra, al Dios que hemos visto hasta ahora le gusta la lucha. Pero lazos tan poderosos como el miedo y el respeto empiezan a desgastarse. «Creemos que hemos sido creados para servir a Dios —me hizo notar en una ocasión un gurú indio—, pero en realidad Dios ha sido creado para servirnos.» La sospecha de que esto puede ser verdad nos conduce a la fase tres, pues hasta ahora el balance ha sido a favor de Dios, puesto que obedecerle ha tenido más importancia que nuestras propias necesidades.
La balanza empieza a desequilibrarse cuando nos damos cuenta de que podemos satisfacer nuestras propias necesidades y no hace falta que ningún Dios de «allá arriba» nos traiga paz y prudencia, porque el córtex cerebral ya tiene un mecanismo para ambas cosas. Cuando una persona ya no se centra en actividades exteriores, cierra los ojos y se relaja, se altera automáticamente la actividad cerebral. El dominio de los ritmos de las ondas alfa nos señala un estado de descanso que está consciente al mismo tiempo. El cerebro no piensa pero al mismo tiempo tampoco duerme. En lugar de ello hay un nuevo estado de alerta que no necesita de pensamientos para llenar el silencio.
Al mismo tiempo, el cuerpo experimenta los correspondientes cambios: desciende la  presión sanguínea y el ritmo cardíaco y hay un menor consumo de oxígeno.
Estos cambios no parecen demasiado impresionantes vistos en términos técnicos, pero el efecto subjetivo puede ser espectacular: la paz sustituye la caótica actividad de la mente y cesa el desorden interior. El salmo declara: «Ponte en comunicación con tu propio corazón en la cama y queda en silencio.» Y aún más explícitamente: «Permanece en silencio y sabrás que yo soy Dios.» Éste es el Dios de la fase tres, que puede describirse como:

Desapegado
Calmado
Ofrece consolación
Poco exigente
Conciliador
Silencioso
Meditativo

Apenas parece posible que esta deidad no violenta surja de la fase dos, pero es que no es éste su origen. La fase tres supera al Dios testarudo y exigente que se impuso, del mismo modo que el nuevo cerebro supera al viejo. Sólo al descubrir que la paz está dentro, el devoto encuentra un sitio que la venganza y el justo castigo de Dios no pueden tocar. En esencia, la mente hace una introspección para percibirse a sí misma. En todas las tradiciones, esto forma la base de la contemplación y la meditación.
La primera investigación seria de la conciencia en reposo se hizo con el estudio de la meditación por mantra (específicamente la meditación trascendental) en los años sesenta y setenta. Hasta entonces Occidente no le había prestado demasiada atención científica a la meditación. No se le había ocurrido a nadie que si la meditación era auténtica debían acompañarla algunas alteraciones del sistema nervioso. Sin embargo, experimentos anteriores hechos en la Fundación Menninger habían permitido constatar que algunos yoguis son capaces de reducir su ritmo cardíaco y permanecer casi sin respirar. Fisiológicamente, deberían estar a las puertas de la muerte, pero en lugar de ello informaron sentir una intensa paz interior, un éxtasis y una unidad con Dios. El fenómeno ya no era una simple curiosidad oriental.
En diciembre de 1577, un monje español de Ávila fue secuestrado a medianoche. Fue llevado a Toledo y arrojado a una prisión eclesial. Sus captores no eran bandidos sino su propia orden carmelita, contra la que él había cometido la grave ofensa de tomar el bando equivocado en una feroz discusión teológica. El monje, que era consejero en un convento de monjas carmelitas, les había dado permiso para elegir a su propia líder en lugar de dejar la elección al obispo.
Desde nuestra perspectiva moderna, esta discusión carece totalmente de sentido, pero los superiores del monje estaban seriamente disgustados. El monje sufrió una tortura horrenda. Su calabozo, que carecía de iluminación, «era en realidad un pequeño armario que no le permitía ni estar de pie. Cada día era llevado a la rectoría, donde se le daba pan, agua y sobras de sardinas en el suelo. Luego era objeto de la disciplina circular: le arrodillaban en el suelo, y los monjes andaban alrededor de él azotándole la espalda desnuda con látigos de cuero. Primero esto se hacía diariamente y luego sólo los viernes, pero fue torturado con tanto celo que quedó tullido el resto de su vida».
Al monje torturado lo conocemos como un santo, se trata de san Juan de la Cruz, cuya poesía mística más inspirada fue escrita exactamente en aquella época. Mientras estaba prisionero en su oscuro armario, a san Juan le traía tan sin cuidado la rigurosa experiencia por la que atravesaba que lo único que imploraba era una pluma y papel para así describir sus experiencias interiores extáticas, sintiendo una especial alegría al estar en comunión con Dios en un lugar que el mundo no podía tocar:

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh, dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando esa mi casa sosegada.

Estas primeras líneas de «Noche oscura» describen cómo el alma salía del cuerpo, lo que transportaba al poeta desde el dolor al gozo. Pero para que esto suceda, el cerebro tiene que encontrar una forma de separar la percepción interior de la exterior. En medicina tenemos ejemplos de pacientes que parecen notablemente inmunes al dolor. En casos de psicosis avanzadas, una persona en estado catatónico está rígido y no responde a la estimulación. No hay señal de reacción al dolor, como los pacientes cuyos nervios están muertos. Se sabe que algunos esquizofrénicos crónicos se han cortado con cuchillos o se han quemado los brazos con cigarrillos encendidos sin dar muestras de dolor.
Sin embargo, no podemos poner en el mismo grupo a un gran poeta y santo y a los enfermos mentales. En el caso de san Juan de la Cruz, había una necesidad urgente de separarse de sus torturadores. Tenía que encontrar una ruta de escape, y esto fue quizá el detonador psicológico de su éxtasis. En su poesía se abandona a su amor secreto, Cristo, que le acaricia y le da consuelo:

...y todos mis sentidos suspendía.
Quédeme y olvídeme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

San Juan describe con palabras escogidas con gran precisión la transición desde el nivel material en el que están atrapados nuestros cuerpos hasta el nivel cuántico, que no tiene nada que ver con el dolor físico y el sufrimiento. Aún por debajo de la belleza espiritual de la experiencia, su base es la respuesta de la conciencia en reposo.
Para ponernos en una situación comparable, imaginemos que somos corredores de maratón, una carrera que pone a prueba los límites de sufrimiento y dolor del cuerpo; en un punto determinado, los corredores de larga distancia entran en «la zona», un lugar que trasciende el sufrimiento físico.

• El corredor ya no siente dolor como parte de su experiencia. El Dios de paz es desapegado.
• El corredor de fondo ya no lucha o se esfuerza. El Dios de paz es calmado.
• En «la zona» nos sentimos inmunes al dolor. El Dios de paz ofrece consolación.
• Ganar o perder ya no es la fuerza motivadora. El Dios de paz es poco exigente.
• No hace falta luchar; nos abandonaremos en «la zona». El Dios de paz es conciliador.
• La mente del corredor permanece en silencio. El Dios de paz es silencioso.
• En «la zona», el corredor se expande más allá de los límites del cuerpo, tocando el todo y el uno de todas las cosas. El Dios de paz es meditativo.

He oído que hay jugadores profesionales de fútbol que declaran que, en determinado momento del partido, se abandonan al juego y se sienten como si se movieran con pasos de danza. En lugar de utilizar toda su voluntad para cortar un pase a un contrario, se ven a sí mismos corriendo hacia adelante y cruzándose con el balón como por casualidad. El Dios de paz no se encuentra buceando en el interior, porque es él mismo el que emerge de dentro cuando llega la hora.

¿Quién soy?
Un testigo silencioso.

El Dios de la fase tres es un Dios de paz porque nos muestra el camino de la lucha. No hay paz en el mundo exterior que no sea gobernada por la lucha. Los que intentan controlar su entorno, y estoy pensando en perfeccionistas y personas atrapadas en un comportamiento obsesivo, han rehusado la invitación a encontrar una solución interior.
«Fui criado sin ningún tipo de sentimiento religioso —me explicó un hombre—. Tuve una niñez sin problemas y así continuó durante años. Me planteé algunas metas inmensas para conseguirlas por mi propio esfuerzo: una profesión importante, una esposa, hijos, la jubilación a los cincuenta años, en fin, todo.»
Este hombre había gozado de una buena situación económica y para él un empleo no era importante si no era director ejecutivo. Consiguió esta meta: cuando tenía unos treinta años ya dirigía una empresa suministradora de equipos en Chicago. Todo iba sobre ruedas hasta el desgraciado partido de frontenis.
«No me estaba esforzando excesivamente ni jugando más fuerte que de costumbre, pero seguramente hice algo, porque sentí un fuerte chasquido y caí al suelo. Me di cuenta inmediatamente de que me había roto el tendón de Aquiles, pero lo que sucedía era muy extraño.» En lugar de sentir un vivísimo dolor, se sintió extremadamente calmado y desapegado. «Aquello le podía haber sucedido a cualquiera. Yo seguía en el suelo mientras llamaron a una ambulancia, pero mi mente estaba flotando más allá, en alguna parte.»
La sensación que tuvo en aquel momento fue de una calma dulce, incluso arrobada. Este hombre, le llamaremos Tomás, nunca había experimentado algo parecido, y ese estado persistió incluso cuando el tobillo empezó a hincharse y a dolerle. Mientras Tomás estuvo hospitalizado se dio cuenta de que esta paz nueva que experimentaba iba gradualmente disminuyendo. Se sorprendió a sí mismo preguntándose si había tenido alguna experiencia espiritual, pero después de un intenso estudio de las Escrituras Tomás no era capaz de señalar con el dedo un pasaje concreto que pudiera corresponder con lo que le había sucedido.
Es bastante común que las personas irrumpan en la fase tres de esta forma tan abrupta. En lugar de una mente activa y llena de emociones, encuentran un testigo silencioso. Las interpretaciones difieren en gran manera y algunas personas van inmediatamente a la religión, e igualan esta paz con Dios, Cristo o Buda; otros lo atribuyen simplemente al desapego. Una persona me explicaba: «Yo estaba siempre dentro de la película, pero ahora estoy entre los espectadores mirándola.»
Desde el punto de vista médico, sabemos que el cerebro puede escoger la cancelación de la conciencia del dolor. Hasta el descubrimiento de las endorfinas, la versión de la morfina del propio cerebro, no había explicación biológica para la auto-anestesia. Sin embargo, las endorfinas no son suficientes para explicar las experiencias extáticas de San Juan o la calma interior del hombre que se rompió el tendón de Aquiles. Si examinamos los mecanismos de que dispone el cuerpo para atenuar el dolor queda claro que el cerebro no se da a sí mismo una simple inyección de opiáceos cuando hay dolor. Hay muchas situaciones en las que el dolor no puede ser superado ni total ni parcialmente y algunas veces hay que engañar al cerebro para que reaccione. Si tomamos el ejemplo de personas que sufren un dolor intratable, hay un cierto número de ellas que obtienen alivio si les inyectan una solución salina diciéndoles que es un poderoso narcótico. Todo el tratamiento es puramente psicológico, sólo es cuestión de cambiar la interpretación que le dé cada persona. Recordemos también las famosas «operaciones espectáculo» en el régimen maoísta, en las que los pacientes estaban despiertos y alegres durante las apendicectomías, charlando y bebiendo té, sin otra anestesia que la acupuntura. Sin embargo, aunque se intentó reproducir el hecho fuera de China, los resultados no fueron nada fiables, porque la diferencia en la percepción era muy diferente entre las creencias de Oriente y el escepticismo de Occidente.
Entre el dolor y el cerebro interviene algo que decide la proporción de dolor que se va a sufrir, pero lo sorprendente es que este centro de decisiones puede controlar la respuesta de nuestro cuerpo. El interruptor del dolor se activa mentalmente, y es tan normal no sentir ningún dolor como sentir mucho. Para alguien que ha entrado en la fase tres, este centro de decisiones no es un misterio, sino que es la presencia de Dios que nos aporta paz, y el alivio del dolor es más que físico, porque incluye el dolor del alma atrapada en el desorden. Si hacemos una introspección, el devoto ha encontrado la forma de eliminar este dolor.

¿Cómo encajo en esto?
Permanezco centrado en mí mismo.

Un Dios peligroso sólo era adecuado para un mundo peligroso. El Dios de la paz ya no es peligroso porque ha creado un mundo de soledad interior y de reflexión. Cuando hacemos una introspección, ¿en qué nos reflejamos? El mundo interior parece un paisaje que conocemos muy bien: está lleno de pensamientos y de memorias, ambiciones y deseos. Si nos concentramos en estos hechos que pasan como un rayo en el fluir de la consciencia, el mundo interior no es un misterio.
Puede ser complejo porque nuestros pensamientos son variados y provienen de muchos lugares, pero una mente llena de pensamientos no es un enigma.
Alguien que ha llegado a la fase tres se refleja en algo muy distinto que un terapeuta llamaría el núcleo o el centro de una persona. En el centro de la mente no hay acontecimientos, sino que somos simplemente nosotros mismos esperando que ocurran los pensamientos. Toda la cuestión de «permanecer centrado» es que no nos saquen del equilibrio. Para seguir siendo nosotros mismos en medio del caos exterior. (Recordemos al jugador de fútbol americano que está tan concentrado que el juego se desarrolla por sí mismo y él se dirige a bloquear un balón como si estuviera programado.)
En muchos aspectos, encontrar nuestro centro es el gran don de la fase tres, y el Dios de paz existe para asegurar a sus adoradores que hay un lugar en el que refugiarnos del miedo y de la confusión. «Así que me acuesto en paz y duermo —dice el salmo 4— pues tú sólo, Señor, en tu seguridad me das firmeza.» La ausencia de paz en el mundo nunca se aparta de las mentes de aquellos que escribieron las Escrituras. Parte de la lucha se halla implicada en nuestro modo de vida, pero en gran medida es lucha política. Los ángeles que saludaron a los pastores con el anuncio del nacimiento de Cristo mencionaban la promesa de paz en el mundo y buena voluntad para los hombres, con lo que daban a entender que la función del Mesías sería terminar para siempre con la turbulenta historia del pueblo escogido.
El problema no se solucionaba con un Dios guerrero, ni promulgando incontables leyes, y el Dios de paz no puede en modo alguno imponer el fin a las disensiones y las luchas. O bien debe cambiar la naturaleza humana o debe desvelarnos un nuevo aspecto que trascienda la violencia. El nuevo aspecto de la fase tres consiste en estar centrado, porque si encontramos paz en nuestro interior el aspecto de la violencia queda resuelto, al menos para nosotros. Tengo un amigo muy influenciado por el budismo que va incluso más lejos y dice que si podemos encontrar un punto absolutamente inmóvil en nuestro centro entonces estamos en el centro de todo el universo.
«A veces, mientras conducimos por una autopista, tenemos la sensación de que no nos movemos. El punto de vista se invierte y permanecemos inmóviles, mientras que la carretera y el paisaje son los que se mueven. Lo mismo sucede cuando hacemos jogging; todo parece moverse, discurriendo alrededor de nosotros mientras nosotros permanecemos inmóviles.» Son muchas las personas que podrían vivir fácilmente esta experiencia que es de la mayor importancia. «Este punto inmóvil que jamás se mueve es el testigo silencioso o, por lo menos, está todo lo cerca de lo que la mayoría de nosotros puede alcanzar. Una vez que lo encontramos, nos damos cuenta de que no tenemos que perdernos en la inacabable actividad que se desarrolla a nuestro alrededor, sino que vernos a nosotros mismos en el centro de todo es perfectamente legítimo.»
En Oriente se ha trabajado mucho con este argumento. El budismo, por ejemplo, no cree que la personalidad sea real. Todas las etiquetas que podamos colgarnos a nosotros mismos son sólo una multitud de pájaros distintos que están posados en la misma rama. El que yo tenga algo más de cincuenta años, sea hindú, médico de profesión, casado y con dos hijos no describe el yo real. Estas características han escogido posarse juntas y formar la ilusión de una identidad. ¿Cómo llegaron a encontrar la misma rama? El budismo diría que yo las elegí por medio de la atracción y la repulsión.
En esta vida, yo preferí ser varón antes que mujer, oriental antes que occidental, casado antes que soltero y así sucesivamente. Escoger esto en lugar de aquello es totalmente arbitrario. Para cada una de las opciones, su opuesto sería perfectamente válido. Sin embargo, debido a las tendencias de mi pasado (en India diríamos mis vidas anteriores, pero no es necesario) he hecho mi elección personal y yo estoy tan unido a estas preferencias que llego a pensar que forman mi yo. Mi ego mira la casa, el coche, la familia, la profesión y las posesiones y dice: «Yo soy estas cosas.»
Pero en el budismo nada de esto es verdad. En cualquier momento, los pájaros posados en la rama pueden volar, y de hecho esto sucederá cuando yo muera. Si mi alma sobrevive (Buda no se hizo responsable de lo que pudiera pasar después de la muerte), mis opciones se disolverán en el viento una vez que abandone este cuerpo. Por lo tanto, ¿quién soy yo si no soy estos millones de opciones que se aferran a mí como si fueran un abrigo pegajoso? No soy nada excepto el silencioso punto de consciencia que se halla en mi centro, lo único que permanecerá aunque eliminemos todas las experiencias que yo haya podido tener. Por lo tanto, vernos como un punto sin movimiento cuando conducimos por la autopista se convierte en una valiosa experiencia, porque estamos más cerca de descubrir quiénes somos realmente.


¿Cómo encontraré a Dios?

Meditación, contemplación silenciosa.

La fase tres sirve para centrarnos en nosotros mismos. El Antiguo Testamento afirma claramente que el camino hacia la paz pasa por la confianza en Dios como poder exterior, siendo como es siempre él el foco de atención. Los versos que tratan de este tema dicen: «Tendrán gran paz aquellos que aman sus leyes» y «Mantendrás en perfecta paz a aquel cuya mente está fija en ti, porque él pone su confianza en ti.» Abandonar la confianza en Dios para mirarnos a nosotros mismos podría ser muy peligroso, e incluso podría ser una herejía. Después de la caída, el pecado separó al hombre y a Dios. La deidad está «allá arriba» en su cielo, mientras que nosotros estamos «aquí abajo», en la tierra, lugar de lágrimas y lucha. Así, me permito rogar a Dios, le pido que me ayude y me consuele, pero él decide si debe o no responder mis ruegos. Yo no puedo mantenerme conectado a él  permanentemente porque mi imperfección y las leyes de Dios lo prohíben.
Sin embargo, hay indicios de que podemos arriesgarnos a hacer un enfoque diferente. En la Biblia encontramos versos como «Buscad el reino del cielo en vuestro interior». El significado de ir a nuestro interior, principalmente en la meditación y en contemplación silenciosa no está muy alejado de la plegaria. Si es verdad que «poseerás tu alma en silencio», entonces ¿cómo va Dios a preocuparse de la forma en que lo encuentre?
Los argumentos religiosos se vuelven secundarios una vez que nos damos cuenta de que detrás de la conciencia en reposo hay una respuesta biológica.
Los orígenes orientales son innegables. La tradición hindú, interiorizando, empieza una búsqueda espiritual que terminará eventualmente en la iluminación. El doctor Herbert Benson de Harvard, que desempeñó un papel importante en la popularización de la meditación sin religión, basó su «respuesta de relajación» en los principios de la meditación trascendental, sin sus implicaciones espirituales. Eliminó el mantra sustituyéndolo por una palabra neutra (él sugería la palabra uno) que debía repetirse mentalmente mientras se iba inspirando y espirando lentamente. Otros, entre los que me cuento yo mismo, no hemos estado de acuerdo con este enfoque y hemos basado el nuestro en el valor central del mantra como el significado de desplegar los niveles espirituales más profundos dentro de la mente. Para nosotros la palabra recitada tiene que estar conectada con Dios.
Las propiedades espirituales de los mantras tienen dos bases. Algunos hindúes ortodoxos dirían que cada mantra es una versión del nombre de Dios, mientras que otros pretenden que la vibración es la clave del mantra, cosa que queda muy cerca de la física cuántica. La palabra vibración significa la frecuencia de la actividad cerebral en el córtex. El mantra forma un bucle de retroalimentación mientras el cerebro produce el sonido, lo escucha y luego responde con un nivel de atención más profundo. El misticismo no tiene nada que ver con todo esto. Cualquier persona puede utilizar cualquiera de sus cinco sentidos para entrar en un bucle de retroalimentación. En los antiguos Shiva Sutras se describen más de cien maneras de trascender, entre las cuales encontramos mirar al azul del cielo y luego mirar incluso más allá, o mirar la belleza de una mujer y tratar de encontrar qué hay detrás de esa belleza. La finalidad de todo esto es ir más allá de los sentidos para encontrar su origen. (La idea que tenemos de los budistas mirándose fijamente al ombligo es una distorsión de la práctica de concentrar la mente en un único punto y se imagina que el ombligo es este punto. En algunas tradiciones sirve también como foco de energía que se supone que tiene un significado espiritual.)
En todos los casos, el origen es el mejor estado de actividad cerebral. La teoría es que la actividad mental contiene sus propios mecanismos para hacerse más y más refinada hasta que se percibe el completo silencio.
Se considera que el silencio es importante porque es el origen de la mente; del mismo modo, el mantra va creciendo de modo imperceptible, puede desvanecerse por completo y, en este punto, nuestra conciencia cruza los límites cuánticos. Por primera vez en nuestras fases de crecimiento interior, abandonamos el plano material y nos encontramos en la región en que la actividad espiritual impone sus propias leyes.
Persiste el argumento de que no sucede nada de esto, y que un cerebro aprendiendo a calmarse puede ser confortable pero no es espiritual. Esta objeción puede ser resuelta si nos damos cuenta de que no hay ningún desacuerdo fundamental en seguir adelante. El córtex cerebral produce pensamientos utilizando energía en forma de fotones; su interacción tiene lugar a nivel cuántico, lo que significa que para cada uno de los pensamientos podemos remontarnos hasta su origen al nivel más profundo. No hay pensamientos «espirituales» que existan aparte por sí mismos, pero los pensamientos ordinarios no cruzan la frontera cuántica (tal y como muestra la técnica no espiritual de Benson). Seguimos en el nivel material porque nos centramos en lo que significa el pensamiento.
Nuestra atención es atraída hacia afuera más que hacia adentro.
Un mantra, como también lo es la palabra neutral de Benson, uno, tiene poco o ningún significado para distraernos y, por tanto, es un vehículo más fácil para ir hacia adentro que la plegaria o la contemplación verbal (en estos últimos casos tomamos un aspecto de Dios para pensar y explayarse en él).
No hay duda de que nos resistimos a la noción de que Dios es un fenómeno interno. La inmensa mayoría de los fieles de este mundo están firmemente comprometidos con las fases uno y dos, y creen en un Dios que está «allá arriba» o, de una u otra forma, fuera de nosotros. Y el problema es complicado por el hecho de que ir hacia adentro no es una revelación sino que sólo es el principio. La mente en silencio no ofrece destellos repentinos de percepción divina, aunque su importancia se manifiesta elocuentemente en el documento medieval anónimo del siglo XIV conocido como La nube del desconocimiento. El autor nos dice que Dios, los ángeles y todos los santos sienten una gran complacencia cuando una persona empieza a hacer trabajo interior. Al principio, sin embargo, ninguno de ellos es aparente:
Ya que, cuando empiezas, encuentras sólo oscuridad, como si fuera una nube de desconocimiento... Esta oscuridad y esta nube están entre tú y tu Dios, hagas lo que hagas.
El bloqueo adopta dos formas: no podemos ver a Dios con la razón y el entendimiento de la mente ni tampoco podemos sentirlo en «la dulzura de nuestro afecto». En otras palabras, Dios no tiene presencia, ni emocionalmente ni intelectualmente. La nube de desconocimiento es todo lo que tenemos para continuar, y la única solución, según nos informa el autor anónimo, es la perseverancia.
El trabajo interior debe continuar. El autor nos informa de que cualquier pensamiento de la mente nos separa de Dios, porque el pensamiento vierte luz sobre su objeto. El foco de atención es como «el ojo de un arquero fijado en el blanco al que va a disparar». Incluso aunque la nube de desconocimiento nos desconcierte, está realmente más cerca de Dios que un pensamiento sobre Dios y su maravillosa creación. Se nos recomienda ir a una «nube de desconocimiento» sobre cualquier cosa que no sea el silencio del mundo interior.
Durante siglos, este documento nos ha parecido completamente místico, pero tiene sentido en cuanto nos damos cuenta de que recomienda la respuesta de la conciencia en reposo, que no contiene pensamientos. El autor ahonda lo suficiente como para encontrar al Dios de la fase tres que está más allá de cualquier consideración material. Teniendo en cuenta el peso de clérigos, catedrales, capillas, reliquias sagradas y de leyes de la Iglesia en la época medieval este desconocido autor llevó a cabo un acto muy valiente, aunque hubiera sido igualmente valiente hoy en día porque todavía somos adictos a la vida volcada al exterior y la gente quiere un Dios que puedan ver y tocar y con el que puedan hablar.
Consideremos ahora lo radical de su planteamiento tal como el autor anónimo lo revela en el siguiente capítulo de su libro:

En este trabajo de poco o de nada sirve pensar en la bondad y en los merecimientos 
de Dios, o en nuestra Señora, o en los santos y ángeles del cielo, o en el júbilo celestial... 
Es mucho mejor pensar en el ser desnudo de Dios.

Este «ser desnudo» es conciencia sin contenido, espíritu puro, que por supuesto no se desvela en pocas horas o en pocos días. Como en cada fase, en ésta hay que entrar para luego explorarla. Para alguien que ama la religión, al principio puede ser un lugar inhóspito, marcado por la pérdida de todos los rituales y comodidades de la fe organizada. El valor de la fase tres radica más en la promesa que en el cumplimiento, porque es un camino solitario. La promesa nos la hace nuestro autor anónimo que enfatiza una y otra vez que el deleite y el amor surgirán posiblemente del silencio. El trabajo interior se hace para un solo fin, sentir el amor de Dios, y no hay otra forma de alcanzarlo.

¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal?
Dios es claridad, calma interior, y contacto con uno mismo.

El mal es desorden interior y caos.
El lector puede haber llegado hasta aquí y preguntarse cuántas personas han evolucionado en la fase tres. Si miramos alrededor vemos sufrimientos y luchas tremendas. Incluso en sociedades prósperas, la fe predominante fomenta normalmente los valores de trabajo y de logros personales.
«Nadie te da nada sin que des nada a cambio» y «Ayúdate y Dios te ayudará», dicen algunos refranes y dichos.
Cada fase del crecimiento interior tiene un coste importante y no hay ninguna fuerza exterior que nos tome por el cogote y nos deposite en un lugar más avanzado del viaje. También es verdad que las circunstancias externas no determinan la fe de cada uno. Recuerdo la conmoción que causó la llegada de Alexander Solzhenitsin por primera vez a Estados Unidos a primeros de los años setenta, cuando la guerra fría estaba en su punto más glacial. Todo el mundo esperaba que alabara la superioridad de Occidente con sus libertades individuales, en comparación con la desalmada represión que dejaba atrás en Rusia pero, aunque él mismo había sufrido terriblemente en los campos de prisioneros del Gulag durante dieciocho años después de haber escrito una carta contra Stalin, Solzhenitsin conmocionó a todo el mundo denunciando la vacuidad espiritual del consumismo americano y, como consecuencia de ello, sólo sobrevivió retirándose a la soledad de los bosques de Nueva Inglaterra, tan ignorado como Thoreau cuando hizo lo mismo ciento cincuenta años antes.
Este enfrentamiento de valores nos pone en la antesala de la fase tres. Dios y el mal ya no se miden por lo que sucede fuera de uno mismo sino que la brújula ha girado hacia el interior. Dios se  mide por el hecho de seguir centrado en uno mismo, lo que da claridad y calma. El mal se mide por la perturbación que causa a la claridad y trae confusión, caos e incapacidad para ver la verdad.
La vida interior nunca puede ser una experiencia común. Hace cincuenta años el sociólogo David Riesman se dio cuenta de que la inmensa mayoría de personas están «orientadas hacia el exterior» y que una pequeña minoría está «orientada hacia el interior». La orientación hacia el exterior viene de lo que los demás piensan de nosotros. Si estamos orientados hacia el exterior, anhelamos la aprobación y nos acobardamos ante la desaprobación, plegándonos a las necesidades de conformidad y absorbiendo las opiniones imperantes como propias. La orientación hacia el interior está arraigada en la estabilidad de uno mismo, que no puede ser debilitada; una persona orientada hacia el interior no necesita la aprobación, y este desapego hace que le sea mucho más fácil objetar
las opiniones imperantes. Pero el hecho de estar orientado hacia el interior no nos hace religiosos, sino que la religión de los que están orientados hacia el interior es la fase tres.

¿Cuál es mi reto en la vida?
Estar comprometido y desapegado al mismo tiempo.

Ahora ya estamos en mejor disposición para entender por qué Jesús quiso que sus discípulos «estuvieran en el mundo pero no fueran del mundo». Quería que estuvieran desapegados y al mismo tiempo comprometidos; desapegados en el sentido de que nadie pudiera arrebatarles las almas, y comprometidos en el sentido de que siguieran motivados por llevar una vida meritoria. Éste es el equilibrio de la fase tres que muchas personas encuentran difícil de llevar.
El autor de La nube del desconocimiento dice que el verdadero dilema no es ir hacia adentro, sino el rechazo de la sociedad y de sus valores. He aquí cómo el autor describe el trabajo espiritual:

Ve que no estás de ningún modo dentro de ti y (para hablar brevemente)
 yo no deseo que estés fuera de ti mismo, o por encima, o a un lado, o en el otro.

La única posibilidad que nos deja es en ninguna parte, y ahí es precisamente donde el autor nos dice que debemos estar. Dios no puede, estar contenido en la mente; no es nada comparado con la miríada de pensamientos y ambiciones, pero hay un secreto tremendo encerrado en este nada y en este ninguna parte:

¿Quién es él que lo llama nada? Seguramente es nuestro hombre exterior y no nuestro
hombre interior. Nuestro hombre interior lo llama Todo, ya que le enseña a entender todas las cosas corporalmente y espiritualmente, sin ningún conocimiento especial de una cosa en sí misma.

Esto es una descripción notable del modo en que trabaja el silencio. En realidad, no estamos hablando del silencio de una mente vacía, ya que aquellos que alcanzan el silencio interior están también pensando de la forma ordinaria, sino del pensamiento que tiene lugar contra un fondo de no pensamientos. Nuestro autor lo compara con saber algo que no tiene que ser estudiado. La mente está llena de un tipo de conocimiento que podría hablarnos de todo, aunque no tiene palabras; por lo tanto buscamos este conocimiento en el fondo. Al principio, no parece que allí haya gran cosa; ésta es la fase de oscuridad y «de la nube del desconocimiento». Pero ha empezado la búsqueda, y si nos atenemos al plan y rechazamos las respuestas externas una y otra vez, y no abandonamos en nuestra creencia de que el objetivo es real, es muy posible que la búsqueda dé sus frutos.
Durante todo este tiempo, el trabajo interior es privado, pero la existencia externa debe continuar.
De ahí el equilibrio al que Jesús se refería cuando decía que «estuvieran en el mundo pero no fueran del mundo». O bien del modo en que lo decimos nosotros, siendo desapegados y comprometidos al mismo tiempo.

¿Cuál es mi mayor fuerza?
La autonomía.
¿Cuál es mi mayor obstáculo?
El fatalismo.

Una vez que hemos explicado cómo debemos equilibrar nuestras vidas interior y exterior, surge la cuestión de cómo puede hacerse. En la fase tres, una persona puede sentirse autónoma, rompiendo con las presiones sociales para ser ella misma, aunque existe el riesgo del fatalismo, un sentimiento que, al ser libre, no es más que una forma de aislamiento sin esperanza alguna de influir en los demás. ¿De qué modo puede otra persona que no esté en su fase entender lo que significa? Todo esto suena como una paradoja y, una vez más, el autor de La nube del desconocimiento da en el clavo.
Señala que las personas mundanas, así como nuestros propios egos, aspiran a estar en todos los sitios, mientras que Dios no está en ninguna parte. Por tanto, aquellas personas dedicadas a la espiritualidad quedan relegadas a los márgenes de la sociedad, siendo los ejemplos más extremos los monjes y las monjas. La renuncia es casi una necesidad, porque el Dios interior no cuadra con todo esto.
Aunque todas las culturas dan importancia a sus santos, es evidente el peligro de orientarse hacia el interior por lo que a la sociedad se refiere. En 1918, mucho antes de que Inglaterra pudiera ver la importancia de Gandhi en el destino del Imperio británico, el conocido erudito Gilbert Murray hizo una manifestación profética: «Las personas que están en el poder deberían tener mucho cuidado con la forma de tratar con un hombre que no se preocupa en absoluto por el placer sensual, ni por las riquezas, ni por la comodidad, ni por promocionarse, sino que está sencillamente determinado a hacer lo que cree que es correcto. Es un enemigo peligroso e incómodo, porque su cuerpo, que siempre se puede conquistar, nos da muy poco punto de apoyo para acceder a su alma.»
Este punto de apoyo significa algo que se pueda arrebatar, que es lo que falta en la fase tres.
Como Gandhi había renunciado a los adornos exteriores, no se le podía atacar por ninguno de los puntos habituales. Por eso, los que estaban en el poder no podían amenazarle con hacerle perder el empleo, o su vivienda, o su familia, ni tampoco con la prisión o la muerte (aunque probaron todos estos medios). Con esto no quiero decir que la fase tres es aquella a la que llegó Gandhi en su viaje espiritual, pero nos ilustra la cuestión de que el desapego hace impotente el uso del poder. El Dios de paz no valora lo buenos que somos dándonos dinero o posición social, sino que nos valoramos a nosotros mismos desde dentro y esto es equiparable a la bendición de Dios. En esta fase de crecimiento interior, se nos revela el poder de interiorizar; hay oscuridad y una nube de desconocimiento, pero la atracción hacia el espíritu es real. Para todos los sacrificios exteriores parece que se ha ganado algo y lo que es ese algo se hace evidente más tarde; en este momento hay un período de ajuste cuando la persona se acomoda a un nuevo mundo tan distinto del de cada día.

¿Cuál es mi mayor tentación?
La introversión.

Me he tomado muchas molestias para dejar claro que la fase tres no se refiere a convertirnos en introvertidos, que es la gran tentación, concretamente para aquellos que malinterpretan las palabras profundizar y silencio interior. Las palabras lo pasan mal a nivel cuántico. No estamos hablando de silencio en el sentido de que no hay pensamientos y tampoco hablamos del interior de una persona como aquello que es opuesto al exterior, sino que el ego tiene tendencia a cooptar a cualquier cosa que sea espiritual y convertirla a sus propios fines. Una persona que por naturaleza se acobarda ante el mundo puede usar como excusa que la espiritualidad debería ser introspectiva, mientras que otra persona que se sienta pesimista en general puede encontrarse cómoda rehusando el mundo material.
Sin embargo, la introversión no es un estado espiritual. Detrás de ella hay todo tipo de suposiciones negativas sobre el valor de la vida externa. El introvertido esconde su luz bajo un cesto, cosa contra la que Jesús nos alerta. Conozco a un hombre que se define a sí mismo como un desertor interno y su actitud básica es la de disgusto con el mundo. Piensa que todos los políticos son corruptos, todos los negocios censurables, todas las ambiciones fútiles y todas las ataduras personales una trampa. No es necesario decir que puede ser muy agotador estar cerca de él, que se ve a sí mismo como un buen budista, casi modélico. Su camino de renuncia, tal como él lo ve, llega al nivel del rechazo, aunque ambas cosas son tan similares que es difícil no confundirlas.
La diferencia es que el rechazo involucra una gran parte de ego. El «yo» decide que «ellos» (otras personas, el mundo en general) son inoportunos. El ego tiene muchas razones para este rechazo y muchas parecen plausibles. Por otra parte, el objetivo de la espiritualidad es inclusivo, ya que Dios abraza toda la creación y no sólo la parte agradable. Si empezamos a rechazar esto o aquello, ¿cómo vamos a aceptarlo? La introversión lo rechaza todo excepto aquellos fragmentos de experiencia que pasan por las puertas colocadas por el ego.
La verdadera renuncia es muy distinta, y consiste en darse cuenta de que detrás de la máscara del mundo material hay realidad. El <esto nuestra atención es atraída por recompensas externas.  Por lo tanto, el hombre más rico del mundo puede ejercer la renuncia si tiene las percepciones adecuadas, mientras que un monje codicioso y egoísta puede ser que no la ejerza, por muy enclaustrado que éste. Del mismo modo, una persona puede ser extremadamente activa y extrovertida y esto no va a afectar su búsqueda interna.
Toda la cuestión en la fase tres tiene que ver con la fidelidad. ¿Damos nuestra fidelidad al mundo interior o al exterior? En este largo viaje, se nos plantearán muchos retos y no importarán las respuestas que demos verbalmente, porque las verdaderas respuestas saldrán del fuego de la experiencia. 
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