Deepak CHOPRA
FASE SEIS:
EL DIOS DE LOS MILAGROS (7/8)
(Respuesta visionaria)
El Dios Creador nos dio acceso a todo el cosmos, en el que también se encuentran lugares oscuros y compartimientos secretos. Para aceptar esta generosidad, una persona debe también perder el miedo a sus propios lugares oscuros, cosa que raramente sucede. ¿Quién puede verse a sí mismo como un hijo de la luz? Una vez leí lo siguiente en un libro de inspiración: «Estamos en un universo creacional y nuestra capacidad de participar en él se limita únicamente a cuanto de él podemos apreciar.» Al leer estas palabras se me ocurrió que los más grandes santos y maestros del mundo podrían estar simplemente pasándolo bien, ya que tienen la capacidad de vivir en la luz, mientras que los demás no podemos.
Cuesta imaginar que somos ciudadanos del universo, completamente, y sin obstáculo ni limitación alguna. La Iglesia católica reconoce docenas de santos que levitaban, podían estar en dos lugares al mismo tiempo, emitían luz por sus cuerpos cuando oraban y hacían curaciones. Así, por ejemplo, en los años cincuenta unos feligreses de Los Ángeles aseguraron que habían visto a su párroco elevarse del suelo cuando se concentraba en la pasión de los sermones.
A pesar de todos sus milagros o quizá precisamente a causa de ellos, pensamos que los santos no se divierten, no tienen relaciones amorosas, ni impulsos sexuales, y es imposible imaginarnos un santo con dinero y un buen coche. Sin los accesorios adecuados, ropas blancas, sandalias y un halo de virtud, no concebimos al iluminado.
En la fase seis, se comprueban todas estas suposiciones y son posibles los milagros de verdad.
Aceptamos la invitación de Dios de transformar la existencia material, y en ello encontramos un goce extático. Por ejemplo, una de las almas santas más encantadoras de los tiempos recientes fue una monja de finales de la era victoriana llamada hermana María de Jesús Crucificado, que vivió con las carmelitas cerca de Belén; era una mujer árabe nacida en el seno de una familia pobre de la región con el nombre de Mariam Baouardy y que antes de hacer sus votos había trabajado como asistenta doméstica.
Al entrar en el convento en 1874, las otras monjas descubrieron que su novicia tenía el alarmante hábito de elevarse a las copas de los árboles y de saltar de rama en rama como un pájaro. Algunas de las ramas en las que se posaba no tenían fuerza ni para sostener un pajarillo. Estas proezas alarmaban a Mariam que no tenía forma de predecir o de controlar sus éxtasis, y en una ocasión al menos (de un total de ocho que se observaron) Mariam pidió tímidamente a sus compañeras que se volvieran y no la miraran.
En su estado extático, la «pequeña», como se conocía a Mariam, cantaba constantemente plegarias a Dios. La madre priora, en lugar; de caer de rodillas respetuosamente, ordenó a Mariam que volviera a la tierra inmediatamente.
En el momento en que oyó la palabra «obediencia», la extasiada descendió «con una faz radiante» y perfectamente modesta, y se detuvo en algunas ramas para cantar «¡Amor!»...
—¿Por qué se eleva usted de esta manera? —le preguntó la madre priora.
—El Cordero [Cristo] me transporta en sus manos —respondió Mariam—. Si obedezco rápidamente, el árbol se hace así —dijo colocando una mano cerca del suelo.
Estoy seguro de que en algún remoto lugar del planeta alguien, cuyo nombre nos es totalmente desconocido, está levitando. El hecho de que los escépticos nieguen la existencia de milagros no importa en absoluto, puesto que la existencia de milagros nos anuncia al Dios de la fase seis, que tiene las siguientes cualidades:
Transformador
Místico
Iluminado
Está más allá de las causas
Existe
Cura
Mágico
Alquimista
Las palabras sólo pueden darnos una vaga idea del ser del que estamos hablando. Un Dios de milagros está inmerso tan profundamente en el mundo cuántico que incluso aquellos que han pasado años de su vida en la plegaria y la meditación puede que no hayan detectado huellas de él. El mundo material está organizado para funcionar sin su presencia, lo cual hace que el Dios de los milagros sea profundamente místico incluso desde el punto de vista religioso. ¿Estaba Jesús exagerando cuando hizo su afirmación más espectacular acerca de los poderes que Dios puede conceder?
Yo os digo que si vuestra fe fuera solamente del tamaño de un grano de mostaza, diríais a esta montaña: «Muévete de aquí para allá», y la montaña se movería; nada os sería imposible.
Esta promesa tiene una explicación. Consideremos la descripción de la creación que se hace en el más místico de los Evangelios que es el de San Juan: «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.» En otras partes de la Biblia, un escritor que quería referirse a la sabiduría divina, la llamó el Verbo, pero San Juan dice «el Verbo es Dios». Es evidente que no hay ninguna palabra ordinaria implicada, y que quiere decir algo así como: antes de que hubiera tiempo y espacio, afuera en el cosmos sólo había una tenue vibración y en esta vibración estaba contenido todo, todos los universos, todos los acontecimientos, todo el tiempo y todo el espacio. Esta vibración primordial estaba con Dios y, por lo que podemos profundizar, es Dios. La inteligencia divina estaba comprimida en este «Verbo» y cuando al universo le llegó la hora de nacer, el «Verbo» se transformó a sí mismo en energía y en materia.
En la fase seis, una persona vuelve al mundo, en toda su fuerza primordial, para descubrir los orígenes. Detrás de todas las cosas hay una vibración, no en el sentido de una onda sonora o de energía, porque estas ondas son materiales, sino que es la «madre de las vibraciones» al nivel virtual que lo incluye todo.
En la India, el sonido de la madre divina tomó el nombre de om, y se cree que meditar con este sonido desvelará todos los secretos de la madre. Posiblemente om sea la palabra a la cual se refiere San Juan, cosa que nadie que no haya llegado a la fase seis podrá saber con certeza, pero podemos imaginárnoslo porque los más grandes hacedores de milagros tienen discípulos y en todas las épocas, los discípulos dicen lo mismo del maestro sagrado:
• Estar en su presencia es suficiente como para cambiarnos la vida. El Dios de los milagros es transformador.
• El maestro desprende un aura sagrada que la mente no puede comprender. El Dios de los
milagros es místico.
• Un maestro sagrado da muestras de altos estados de conciencia. El Dios de los milagros es iluminado.
• Las acciones del maestro se rigen por un razonamiento secreto que algunas veces no tiene sentido para sus seguidores. El Dios de los milagros está más allá de las causas.
• El maestro purifica a otras personas de sus imperfecciones y es capaz de curar enfermedades. El Dios de los milagros cura.
• El maestro puede obrar maravillas que desafían toda explicación. El Dios de los milagros es mágico.
• El maestro puede interesarse en la ciencia esotérica. El Dios de los milagros es alquimista.
Sin embargo, estas cualidades no nos dicen nada del trabajo interior de la mente de un santo.
¿Qué mecanismo cerebral, si es que existe, nos da una visión de Dios y hace que los milagros sean posibles? Todo lo que tenemos son pistas aisladas. Algunos investigadores han especulado sobre el hecho de que los dos hemisferios del cerebro se equilibran completamente en las fases más elevadas de la consciencia. Una tradición yóguica sostiene que también la respiración llega a equilibrarse y, en lugar de dar preferencia a una de las fosas nasales, la persona siente que de ambas fluye un suave flujo rítmico de respiración. Otra especulación sostiene que el cerebro se hace más «coherente», en el sentido de que los modelos de ondas que normalmente están en desorden y desconectadas se sincronizan, del mismo modo que el batir sincronizado de millones de células del corazón durante el ritmo normal cardíaco, pero esta coherencia ha sido raramente detectada y aún se debate sobre ella.
Por lo tanto, lo que nos queda es una esquiva función cerebral que yo llamaré la respuesta visionaria, que está marcada por la capacidad de cambiar los estados de energía fuera del cuerpo, siendo la causa de que se transformen los objetos y los acontecimientos. Aunque todo esto pueda sonar muy vago, para alguien que esté en la fase seis, los milagros son tan fáciles como cualquier otro proceso mental, y ningún investigador del cerebro ha podido llegar muy lejos en la tarea de describir el cambio necesario que debe conseguirse para hacer un milagro.
Una vez que hemos admitido la existencia de la respuesta visionaria, es fascinante aprender lo importantes que son los símbolos y las imágenes. Por ejemplo, curar no es nunca lo mismo en las distintas culturas. En nuestra cultura, el corazón humano es visto como una máquina de relojería que sufre un desgaste con el tiempo y que arreglamos por medio de reparaciones mecánicas del mismo modo que lo haríamos con un reloj usado. O sea que, cuando descubrimos que los viudos sufren de una alta incidencia de muertes repentinas debido a ataques cardíacos, no acabamos de encajar el hecho de que la tristeza puede matar, porque no hay muchas máquinas que mueran de tristeza.
En algunas regiones del Amazonas, se considera que el cuerpo es una extensión de la jungla. En este entorno, las hormigas son portadoras de toxinas, venenos, alimentos en putrefacción, etc. Según nos explica un antropólogo, un aldeano fue en una ocasión a ver al curandero local con un absceso inflamado en la mandíbula debido a un diente infectado. El curandero ató un cordel alrededor del diente e inmediatamente, una fila de grandes hormigas salió de la boca del aldeano pasando por el cordel. Se llevaron las toxinas y el aldeano se recuperó sin tener que perder el diente.
Dejando aparte los símbolos, ¿de qué forma se efectuó la curación? Recordemos también a los cirujanos psíquicos de las Filipinas, que parece que penetran con las manos en el cuerpo de los pacientes y extraen todo tipo de tejidos sangrantes, ninguno de los cuales es de los que se encuentran dentro del cuerpo durante la autopsia. En muchos casos, los pacientes informan de que han sentido realmente los dedos del cirujano y se habla de curaciones espectaculares.
En términos cuánticos podemos ofrecer una explicación de lo que hacen los curanderos en los alrededores de lo milagroso. El curandero no utiliza la hipnosis, pero al mismo tiempo tampoco opera en el plano físico. Por lo que sabemos de nuestro modelo cuántico, cualquier objeto puede ser reducido a bloques de energía. Sin embargo, hasta ahora, nuestra consciencia no podía cambiar estos modelos invisibles de fotones excepto de una forma muy limitada. Podemos imaginarnos un cuerpo saludable, por ejemplo, pero esta imagen no evita que podamos caer enfermos. De hecho, el curandero convierte una imagen mental en una realidad física, que es lo que hacen todos los milagreros. A nivel cuántico «vemos» un nuevo resultado, y es de esta visión que emerge el nuevo resultado.
De esto se desprende una lucha de poderes, y el curandero tiene que ser más poderoso que su paciente para hacer todo tipo de cambio permanente en su condición, porque lo que está alterando son los modelos de energía que han sido distorsionados y han causado la enfermedad. Un diente infectado o una retina desprendida no son más que un bloque de fotones, una imagen deformada hecha de luz.
La cuestión clave no es si el curandero es real o falso, sino la fuerza que tiene en su subconsciente ya que él sólo es el que hace que el paciente entre en la realidad alterada con él, junto con los observadores que se encuentran presentes. Debo enfatizar el «que se encuentran presentes» porque esto es un efecto de campo y, del mismo modo que Un imán puede atraer el hierro sólo a una cierta distancia, el milagrero tiene sólo un determinado alcance de capacidad. Se ha llegado incluso a decir que si hay demasiadas personas en la habitación, el fenómeno no se produce.
El conglomerado de conciencias que forman todos ellos es demasiado grande para manejarlo, como una viga de hierro es demasiado grande para que un pequeño imán la mueva.
Cuando la Virgen María se apareció en Fátíma, en Portugal, en 1917, una inmensa multitud que se estimó en setenta mil personas se reunió para presenciar la aparición que había sido prometida a los tres pastorcitos del pueblo. Aquellos que estaban más cerca de los niños contaron que el sol giró como un remolino en el cielo y se precipitó hacia la tierra en medio de una luz irisada, mientras que otros que estaban más lejos vieron solamente una luz brillante y los que estaban a mayor distancia no vieron nada de esto. En cuanto a los niños, cayeron de rodillas y hablaron con la Virgen María.
Cuando el milagro ha terminado, los observadores abandonan la esfera de influencia del milagrero, el efecto campo ya no funciona y todo el mundo recupera su estado normal de conciencia en una transición que puede ser brusca y en la que algunas personas incluso se debilitan o se sienten turbadas. El mundo milagroso se desvanece y aparece un sentido de imprecisión sobre lo que acaba de suceder. En la vida ordinaria, los acontecimientos siguen siendo desconcertantes y de ahí el escepticismo existente sobre apariciones sagradas, cirujanos psíquicos y curanderos de la jungla.
Pero la respuesta visionaria describe otro nivel de conciencia en el que los modelos de energía se mueven con cada uno de los pensamientos. El hecho de que estos cambios alteren el mundo exterior es sorprendente para nosotros pero es natural para las personas que están en la fase seis.
¿Quién soy?
Conciencia iluminada.
Hemos llegado muy lejos con la pregunta «¿quién soy?». Si empezamos por el cuerpo físico de la fase uno y nos vamos moviendo firmemente hacia planos menos físicos, no llegamos a otra cosa que no sea la conciencia. «Yo» no soy ni siquiera la mente, sólo la luz. Mi identidad flota en una niebla cuántica mientras los fotones parpadean dentro y fuera de la existencia. Mientras observo estos modelos cambiantes que vienen y van, no me siento apegado a ninguno de ellos; incluso no me preocupa el hecho de no tener una vivienda permanente, porque es suficiente estar bañado de luz.
De los millones de formas con que podríamos definir la iluminación, hay una buena que es identificarse con la luz. Los milagreros hacen algo más que tener acceso a modelos de energía.
Como dicen los Vedas: «No es que aprendamos el conocimiento, es que nos convertimos en conocimiento.» Jesús hablaba en parábolas pero podía muy bien haber hablado literalmente cuando declaró a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo.»
Es imposible saber cuántos seres humanos se han vuelto milagreros. Según el judaismo místico, treinta y seis almas puras, conocidas como los Lamed Vov, hacen que el mundo siga vivo. Algunas sectas de la India reducen este número a siete maestros iluminados cada vez. Sin embargo, también nos dice el Antiguo Testamento que Dios hubiera salvado Sodoma y Gomorra si hubiera podido encontrar cincuenta justos, pero que redujo finalmente el número a uno solo, Lot, cuya esposa fue convertida en estatua de sal y las ciudades fueron destruidas. Por implicación, si aspiramos a unirnos a alguno de estos grupos, nuestras posibilidades son ínfimas, pero ¿es posible resistirse a ser iluminados?
La inmensa mayoría de personas ha dicho que no con sus acciones o con sus palabras, pero debemos resaltar que el poder de hacer milagros es accesible antes de la santidad. Cuando vemos una imagen en el cerebro estamos desplazando la realidad, y una imagen mental es apenas perceptible y se desvanece pronto, pero no importa. La operación decisiva que hay detrás del milagro es que la podemos efectuar, porque la diferencia entre nosotros y el milagrero es que nosotros no creamos un campo de fuerza suficientemente fuerte como para hacer que nuestra imagen mental se proyecte al mundo exterior.
Incluso así, si llegamos al campo de fuerza de un alma más grande, nuestra realidad puede desplazarse rápidamente. Hace tiempo me contaron un interesante caso de un médico occidental que hizo un viaje a lo más profundo de la selva tropical colombiana. Un día, mientras trepaba por una pared rocosa muy resbaladiza al lado de una cascada, perdió pie y tuvo una grave caída. Se lesionó la espalda y ya no pudo andar, en un momento en que la expedición estaba a doscientos kilómetros de la ciudad más cercana y no contaba ni con teléfono ni electricidad.
Durante varios días descansó en un pequeño poblado, con la esperanza de que el dolor disminuyera lo suficiente como para arreglárselas por sí mismo, pero en lugar de ello, empeoró, porque el tejido afectado se iba inflamando aún más. En su desesperación, permitió Finalmente ponerse en manos de un chamán. Cuando éste llegó, empezó a ponerse en trance, a tomar hierbas alucinógenas y a cantar durante varias horas. En medio del ritual, el doctor se encontró dormitando y se sintió arrastrado. Cuando se despertó, el chamán se había ido y el dolor de espalda había remitido. Para su sorpresa, pudo levantarse y andar como si nada le hubiese ocurrido.
«No tengo ni idea de qué es lo que ocurrió —contaba posteriormente—, pero se me ocurre una cosa, y es que había llegado a un punto de total desesperación antes de permitir que llamaran al curandero, en el que yo no creía pero, al menos, tampoco dejaba de creer.»
En mi opinión, este médico cerró el circuito entre el curandero y él mismo de una forma significativa al permitir sin oponer resistencia que el chamán fuera hacia la luz. Algunos curanderos creyentes empiezan por imponer las manos y preguntar «¿Crees que Dios puede curarte?». Visto desde una perspectiva más amplia, nadie tiene el poder de mantener a Dios totalmente apartado y sólo podemos cerrar o abrir nuestra aceptación de la luz, cosa que ayuda a crear un proceso que va a favorecer poco a poco nuestra disponibilidad a estar abiertos. Sin importar cuánta documentación se ofrece para apoyar los milagros, muchas personas aún dirán: «Pero ¿tú has visto alguno personalmente? » Pues, de hecho, yo he tenido uno lo suficientemente cerca. Tengo un primo que es veterano de la guerra de Cachemira y que hace unos años fue atacado por un virulento acceso de hepatitis C. Como somos una familia de médicos, recibió todo tipo de tratamientos, entre los que se encontraba el interferón, pero no servían de nada, porque su número de plaquetas descendía de forma alarmante y se elevaba el número de virus de la hepatitis.
Hace unos cuantos meses, fue a ver a un sanador energético en la India que pasó las manos por el hígado de mi primo para extraer la entidad que causaba la enfermedad. En poco tiempo, el número de plaquetas volvió a la normalidad y el número de virus remitió y no quedaron síntomas de la enfermedad. Para mí, todo esto es un milagro del que podemos extraer una enseñanza. Podemos tomar a muchas personas de nuestra sociedad y enseñarles con éxito el arte del «toque sanador», que precisa que el práctico pase sus manos unos cuantos centímetros por encima de la piel del paciente para así sentir dónde están los núcleos calientes de energía, que se detectan como una parcela de calor sobre esa región. Entonces, el práctico aparta este exceso de energía para disiparlo y en muchos casos se alcanza la curación, normalmente en forma de una recuperación más rápida que con los tratamientos convencionales.
¿Existen realmente estas parcelas de calor sobre las zonas enfermas del cuerpo? De ser así,
¿por qué tendría que tener una diferencia significativa en la curación del paciente? La respuesta depende del hecho de que la base de la curación no es material sino cuántica, porque las cosas son reales en el mundo cuántico si hacemos que sean reales y esto lo conseguimos manipulando la luz.
Con mucho cuidado y paciencia, cualquiera de nosotros puede aprender a hacerlo, porque la curación por imposición de manos no es más que una de las maneras de curar. Si formáramos una escuela para enseñar a enfermeras el modo de extraer hormigas de la jungla de la boca de una persona enferma, algunas de las alumnas estarían decididamente capacitadas para hacerlo. Del mismo modo, cualquier milagro puede estar a nuestro alcance, sólo con que empecemos a alterar nuestra concepción de quiénes somos y de qué modo trabajan nuestras mentes.
¿Cómo encajo en esto?
Con amor.
Cuando un milagrero se da cuenta de que está bañado en luz, siente un intenso amor, porque está absorbiendo las cualidades espirituales que contiene la luz. Cuando Jesús dijo «Yo soy la luz», lo que quería decir era: «Estoy totalmente dentro del campo de fuerza de Dios.» En la India, personas de cualquier nivel aspiran a ponerse dentro del campo de fuerza de un santo, al que se llama darshan, una palabra sánscrita que significa estar a la vista de alguien. Hace unos años fui a buscar darshan a casa de una mujer santa de las afueras de Bombay conocida por sus seguidores simplemente como Madre.
La casa —una simple choza de ladrillo en un pueblecito— era minúscula. Fui llevado a su presencia en una sala aún más pequeña donde ella esperaba sentada en un sofá al lado de la ventana. Su ayudante, una anciana, me indicó silenciosamente una silla. La Madre, vestida con un sari dorado y con unos ojos grandes y expresivos, parecía tener algo más de treinta años. Nos sentamos en silencio. La cálida llovizna que caía en la calle se transformó en una tormenta tropical y era el único ruido que se oía. Al cabo de un rato, empecé a notar un maravilloso sentimiento de dulzura en la habitación que dejó mi mente completamente en paz. Cerré los ojos pero era consciente de que la Madre me estaba mirando. Al cabo de media hora, la ayudante me preguntó en voz baja si deseaba formular alguna pregunta. «Con toda libertad —dijo—. Después de todo, estás hablando con Dios. Sea lo que sea lo que le pidas, él se ocupará de ello.»
No me sorprendí en absoluto, porque en la India, cuando una persona alcanza un estado de consciencia que está en completa intimidad con Dios, los demás se refieren a ella de esta forma, pero no tenía ninguna pregunta que hacer. Pude sentir sin la menor duda que aquella joven creaba por sí misma una atmósfera de ternura y amor, y ofrecía una tranquilidad tal que en aquel momento se podía creer en una «energía madre» inherente al universo.
En la fase seis, todos los dioses y diosas son aspectos de uno mismo expresados en estados de buena energía. No me declaro devoto cuando digo que la Madre era capaz de hacer sentir estas energías, sino que la única sorpresa es que pudiera hacerlo por un extraño, ya que todos sentimos esta energía madre alrededor de nuestras propias madres cuando somos niños. En la India es bien sabido que el darshan no es el mismo con cada santo. Algunos de ellos tienen una presencia que es casi como un trance; otros crean un sabor a miel o fragancia de flores. Los «juncos de darshan» que pasan horas en presencia de personas santas pueden recitar qué shakti, o poder, se siente en presencia de un santo determinado, y se cree que los visitantes pueden absorber estos sabores de Dios como si fueran esponjas.
El momento más emocionante con la Madre fue cuando me despedí. Su ayudante me mostró la puerta y me despidió con una observación en mal inglés. «Ahora ya no tienes problemas —dijo alegremente—. ¡Dios pagará tus deudas!»
Nadie puede pretender que la fase seis sola revele el amor de Dios, pero la analogía con el magnetismo encaja perfectamente. La aguja de una brújula, expuesta al débil campo magnético terrestre, se encara temblorosa hacia el norte de forma infalible, pero si agitamos la brújula, la aguja oscila. Sin embargo, si la acercamos a un campo electromagnético potente, la aguja quedará fija sin oscilar.
Del mismo modo, todos estamos en el campo de fuerza del amor, pero en las primeras fases del crecimiento espiritual, su poder es débil y podemos ser arrojados en otras direcciones. En esto influyen emociones en conflicto, pero lo que es más importante, se nos bloquea nuestra percepción del amor, y una persona no se da cuenta de que la fuerza de Dios es inmensamente poderosa hasta después de años de limpiar los bloqueos internos de represión, dudas, emociones negativas y antiguos condicionantes. Cuando esto sucede, nada podrá apartar nuestras mentes del amor como emoción personal que se transmuta en energía cósmica. Rumi lo describe de una forma magnífica:
Oh Dios,
¡he descubierto el amor!
¡Qué maravilloso, qué bueno, que bello es!...
Ofrezco mi saludo
al espíritu de pasión que hizo nacer y excitar todo el universo
y todo lo que contiene.
Rumi cree que cada átomo de la creación baila de pasión por Dios, tal y como sucede en la conciencia de la fase seis. Hay que dar un salto cuántico con la conciencia para amar a Dios constantemente, y sin embargo, cuando finalmente damos el salto, no hay realmente Dios alguno que amar como objeto separado, ya que la fusión del adorador y de lo adorado es casi completa, pero es suficiente para animarlo todo en la creación. Como dice Rumi: «Esto es el amor que hace vivir nuestro cuerpo.»
¿Cómo encontraré a Dios?
Con la gracia.
En la fase seis, ya no es necesario buscar a Dios, del mismo modo que no tenemos que buscar la gravedad, porque Dios está presente y es constante en todo momento. En algunas ocasiones lo sentimos en nuestro éxtasis, pero a menudo podemos sentir dolor, angustia y confusión. Esta mezcla de sentimientos nos recuerda que hay dos entidades que entran en conjunción, una es el espíritu y la otra es el cuerpo. El cuerpo puede percibir el espíritu solamente a través del sistema nervioso y, a medida que va aumentando la intensidad de Dios, el sistema nervioso se siente sobrecogido por él y no tenemos otra opción más que adaptarnos, aunque estas adaptaciones nos causen sensaciones de intenso quemazón, temblores, desmayos y palidez, junto con miedo y estados semipsícóticos. Aún es bastante común intentar buscar «explicaciones» médicas a las visiones de los santos dándoles el nombre de ataques epilépticos, por ejemplo, y a la luz cegadora de las visiones sagradas como un efecto lateral de graves cefaleas. Pero ¿cómo sabemos que esto no es verdad?
Una refutación muy evidente es que las cefaleas y la epilepsia ni producen inspiración, ni nos aportan sabiduría y percepción, mientras que los santos son ejemplos de la gracia en acción. No puedo dejar de pensar en el místico polaco, el padre Maximilian Kolbe, una figura santa que murió bajo el régimen nazi en Auschwitz. Aunque estaba totalmente demacrado y sufría de tuberculosis desde hacía mucho tiempo, Kolbe entregaba la mayor parte de su ya magra ración a otros prisioneros. En una ocasión, estaba totalmente muerto de sed y un médico también prisionero en el campo le ofreció una taza de té de contrabando, pero él la rehusó, porque otros reclusos no tenían nada que beber. El padre Maximilian sufrió constantes palizas y tortura. Al final, presenció cómo condenaban a otro recluso a morir de hambre en una cripta subterránea y Kolbe se presentó voluntario para ponerse en el lugar del otro preso. Cuando unos días más tarde se abrió la cripta, todos habían muerto excepto él, que fue entonces ejecutado con una inyección letal.
Ante sus propios ojos, Kolbe no era un mártir, pero algunos de sus camaradas prisioneros e incluso algunos nazis dieron testimonio de primera mano del estado de gracia en que estaba. Un judío superviviente testificó bajo juramento que el padre Maximilian emanaba luz cuando oraba por la noche y este informe fue secundado por otros varios en los años anteriores al arresto del sacerdote.
Su conducta fue siempre sencilla y humilde y cuando le preguntaban cómo podía soportar con tanta entereza el tratamiento que recibía de los nazis, él sólo decía que se debe responder al mal con amor.
Hay pocas historias de santos que sean tan conmovedoras como ésta, que nos deja el sentimiento de que la gracia es sobrehumana, y en cierto sentido lo es, ya que la presencia de Dios vence las más adversas condiciones de dolor y de sufrimiento. Sin embargo, en otro sentido, la gracia nos ofrece apoyo constante en nuestra vida diaria y no podemos decir en modo alguno, mientras trabajamos en cada una de las fases de crecimiento interior, si estamos de hecho haciendo alguna cosa por voluntad propia. Una vez le preguntaron a un maestro hindú si «cuando nos afanamos por alcanzar estados más elevados de conciencia, somos nosotros los que estamos haciendo realmente algo o simplemente nos ocurre». «Podríamos verlo de las dos maneras — replicó—. Nosotros hacemos nuestra parte, pero la motivación real viene del exterior de nosotros, aunque si queremos ser estrictamente exactos, de hecho todo nos está sucediendo.»
Si en la fase seis Dios es como un campo de fuerza, la gracia es la atracción magnética y se adapta a cada persona. Hemos formulado nuestras opciones, algunas de las cuales son buenas y otras son malas para nosotros, y luego la gracia adapta los resultados. Para expresarlo de otra forma, cada uno de nosotros hace cosas que tienen consecuencias inesperadas y, como nuestra previsión es limitada, nuestras acciones están siempre sujetas a la ceguera de lo que va a suceder luego.
La palabra karma significa al mismo tiempo la acción y el resultado impredecible. Cinco personas pueden amasar una fortuna, aunque para cada una de ellas el dinero crea consecuencias diferentes, que van de la miseria a la conformidad. mismo es válido para cualquier acción. ¿Por qué el karma no es mecánico? ¿Por qué la acción A no siempre conduce al resultado B? La ley del karma se compara a menudo con una simple relación causa-efecto, utilizando la analogía de las bolas de billar cuando las golpeamos con el taco. Los ángulos y los rebotes de las bolas de billar son muy complejas, pero un jugador hábil puede calcular su tiro por adelantado con extremada exactitud, lo cual le permite predecir el camino que seguirá cada bola una vez que haya escapado de su control.
Si el karma fuera mecánico, sucedería lo mismo con nuestras acciones: las planificaríamos, las dejaríamos ir y estaríamos seguros de los resultados. Teóricamente, nada nos lo impide aunque en realidad estamos bloqueados por la absoluta complejidad de todo lo que tenemos que calcular. Cada uno de nosotros lleva a cabo millones de acciones cada día porque, para hablar estrictamente, cada pensamiento es un karma, así como cada respiración, cada bocado de comida, etc., por lo que el juego de billar tiene en este caso un número casi infinito de bolas. Pero es aquí donde entra en juego algo insondable: la gracia.
Dios, con su suprema inteligencia, no tiene problemas en calcular un número infinito de bolas de billar o un número infinito de karmas, y la operación mecánica podría también ser llevada a cabo por un superordenador. Sin embargo, Dios también ama a sus criaturas y desea estar unido a ellas tan íntimamente como sea posible, por lo que introduce en su cálculo la siguiente instrucción especial:
Dejemos que todas las acciones de una persona reboten y choquen entre ellas de todas las formas posibles, pero dejémosles entrever que el espíritu está vigilante.
Cuando tenemos la sensación de que hemos sido tocados por la gracia, ésta es nuestra pista de que Dios existe y se preocupa de lo que nos sucede. Conozco a un hombre de mediana edad que actualmente es propietario de su propia empresa de ordenadores que descubrió su capacidad empresarial a la edad de veinte años; desgraciadamente, en aquella época esta capacidad la expresó dedicándose al contrabando de drogas en el Caribe utilizando una avioneta ligera.
«Sólo había hecho un viaje antes de ser detenido por los oficiales de aduanas, y si no me arrestaron fue porque ya no tenía carga a bordo, y ellos no descubrieron nunca el porqué. Es una historia sorprendente —me contó—. Volaba por las Bahamas cuando encontramos una densa capa de nubes. Descendí para evitarla, pero la niebla llegaba a nivel del suelo. De alguna forma u otra, durante todas estas maniobras, mi socio y yo nos extraviamos, perdimos mucho tiempo intentando encontrar el curso y estábamos cada vez más preocupados porque el Caribe es un océano enorme y con muy pocos lugares donde aterrizar. Pronto empezamos a andar escasos de combustible y nos entró el pánico. Mi socio empezó a gritar y, en un intento de aligerar el avión, arrojamos al mar los bidones de combustible extra, luego la carga y, finalmente, nuestro equipaje. Pero la niebla no se disipaba y puedo asegurar que mi copiloto estaba helado de miedo, convencido de que íbamos a morir. Pero en aquel momento tuve la certeza sobrenatural de que no moriríamos. Miré a mi izquierda en el momento en que se abría un agujero en la niebla, por el que pude ver debajo de mi ala una isla minúscula en la que había una pequeña y descuidada pista de aterrizaje. Hice descender el avión a través de las nubes, que habían vuelto a cerrarse de nuevo, y aterrizamos. Al cabo de media hora teníamos encima a cinco oficiales de aduanas. Durante todo el tiempo que duró el interrogatorio oí una voz interior que me decía que se me había salvado la vida por una razón. En el sentido convencional no me volví religioso, pero fue algo de lo que nunca dudé.»
Tanto si se mueve a nivel de un santo como de un criminal, la gracia es el ingrediente que salva al karma de ser inhumanamente mecánico, y está conectada con el libre albedrío. Una bola de billar tiene que seguir la trayectoria que se le ha asignado, y un ladrón que comete un robo un centenar de veces parecería como si estuviese metido en una trayectoria. Pero incluso si el karma está determinado, en cualquier momento tiene la oportunidad de detenerse y rectificar en su camino. La gracia puede tomar la forma de un simple pensamiento —«Quizá debería dejarlo»— o puede ser una transformación sobrecogedora como la experimentada por san Pablo en el camino de Damasco cuando la luz divina lo cegó y lo desmontó del caballo. En cualquiera de los casos, el impulso de moverse hacia el espíritu es el resultado de la gracia.
¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal?
El bien es una fuerza cósmica.
El mal es otro aspecto de la misma fuerza.
Es tan difícil ser bueno que a veces tenemos que abandonar. Ésta es la realización que nos llega en la fase seis, porque, al principio, ser bueno parece fácil, cuando se trata sólo de obedecer unas normas y evitar problemas, pero se hace más difícil cuando interviene la conciencia, porque nuestra conciencia está reñida con los deseos. Ésta es la fase, familiar para todos los niños de tres años, en que una voz interior susurra «¡Hazlo!», mientras otra dice «No, no lo hagas». En la cristiandad, esta lucha está predestinada a terminar con la victoria del bien, porque Dios es más poderoso que Satán, pero en el hinduismo las fuerzas de la luz y de las tinieblas combaten eternamente y el equilibrio de poder se alarga en ciclos que duran miles de años.
Si el hinduismo tiene razón, no tiene objeto el intentar resistir al mal, porque los demonios,
llamados asuras en sánscrito, nunca abandonan la lucha. De hecho, no pueden hacerlo porque están integrados en la estructura de la naturaleza, en la que la muerte y la decadencia son inevitables. Tal y como lo ven los sabios hindúes, el universo depende tanto de la muerte como de la vida. «Las personas temen morir sin reflexionar sobre ello —dijo en una ocasión un sabio—. Si pudiéramos hacer realidad la fantasía de vivir eternamente estaríamos condenados a la eterna senilidad.» El universo debe contener un mecanismo de renovación, por ello el cuerpo se va deteriorando con el paso del tiempo, e incluso las estrellas agotan su reserva de energía porque la muerte es la ruta de escape que se ha previsto.
En la fase seis las personas ya son lo suficientemente visionarias como para verlo porque aún retienen una concepción de Dios, que es la fuerza de evolución que está detrás del nacimiento, el crecimiento, el amor, la verdad y la belleza. También retienen una concepción del mal que es la fuerza que se opone a la evolución, podemos llamarla entropía, que conduce a la descomposición, la disolución, la inercia y el «pecado» en el sentido de cualquier acción que no ayuda a la evolución de la persona. Sin embargo, para el visionario, son dos lados de la misma fuerza, que Dios creó porque ambas son necesarias; Dios está en el mal del mismo modo que está en el bien.
Deberíamos recalcar que este punto de vista no es ético, aunque podemos discutirlo diciendo:
«Mira esta atrocidad y aquel horror. No me digas que Dios está ahí.» Cada fase de crecimiento interior es una interpretación y todas las interpretaciones son válidas. Si vemos víctimas de crímenes y de injusticias que parten el corazón, para nosotros son cosas reales, pero puede que el santo, incluso si siente compasión por estas personas, no vea víctimas. Me resisto a profundizar más en esto porque la tentación de hacer victimismo es muy poderosa y decir a la víctima y a aquel que la maltrata que están del mismo lado es exceder los límites; preguntemos, si no, a los terapeutas que trabajan con mujeres maltratadas.
Sin embargo, pienso que no hay ninguna duda de que el santo ve al pecador dentro de sí mismo, del mismo modo que el santo acepta el mal con la misma calma que cualquier otra cosa. Testigos oculares han asegurado que, cuando los nazis administraron la inyección letal al padre Maximilian, éste hizo acopio de sus últimas fuerzas para tender el brazo voluntariamente a la aguja. Durante los terribles días en que estuvo encerrado en la cripta con otros prisioneros, los guardas del campo de concentración estaban asombrados por la atmósfera de paz creada alrededor del monje franciscano.
Esta historia no mitiga el mal que hizo el nazismo, que debe ser contabilizado a su propio nivel, pero el cuidado del alma es cosa aparte, y en algunos momentos las danzas del bien y del mal se funden en una sola cosa.
¿Cuál es mi reto en la vida?
Obtener la liberación.
Cuando surge la fase seis, cambia el objeto de la vida. En lugar de esforzarse por alcanzar la bondad y la virtud, la persona tiende a huir de las ataduras. Y al decir huir, no me refiero al hecho de morir e ir al cielo, aunque esta interpretación es válida para aquellos que la sustentan, sino que la huida real en la fase seis es kármica. El karma es infinito y evoluciona constantemente, porque causa y efecto no terminan nunca y la confusión es tan sobrecogedora que no podremos jamás resolver ni una parte de nuestro karma personal. Pero el campo de fuerza de Dios, tal y como lo hemos venido llamando, ejerce una atracción para poner el alma fuera del alcance del karma, por lo que causa y efecto no serán destruidos. Incluso los santos más iluminados tienen un cuerpo físico sujeto a la decadencia y a la muerte, comen, beben y duermen. Sin embargo, toda esta energía se utiliza de formas diferentes.
Un maestro indio dijo a sus discípulos: «Si estuvierais constantemente dirigiendo todo pensamiento y toda acción a Dios, aún estaríais tan lejos de la iluminación como alguien que estuviese constantemente dedicado al mal.» Esta afirmación es muy sorprendente, porque todos nosotros aún identificamos el bien con Dios, la fuerza de la bondad aún es kármica. Los hechos de Dios tienen su propia recompensa, del mismo modo que la tienen las malas acciones, pero ¿qué sucedería si no deseásemos recompensa alguna y sólo quisiéramos ser libres? A este estado, los budistas lo llaman nirvana, que se presta a malentendidos cuando se traduce como «olvido».
El nirvana es la liberación de las influencias kármicas, el final de la danza de los opuestos. La respuesta visionaria nos permite ver que el hecho de desear A o B siempre va a conducirnos a lo contrario. Si he nacido en la abundancia, el primer sentimiento es de contento porque puedo satisfacer cualquier deseo, pero a la larga llega el aburrimiento, no tendré descanso y en muchos casos deberé soportar la carga de las pesadas responsabilidades de gestionar mi riqueza, y me revuelvo en la cama, preocupado por todo este cúmulo de cosas molestas, hasta que empiezo a pensar lo bueno que tiene que ser el ser pobre, porque entonces no tendría nada que perder y estaría libre de obligaciones sociales y de caridades.
Según el budismo, tarde o temprano mi mente deseará lo contrario de lo que tengo, porque el péndulo kármico va oscilando hasta que llega a la extrema pobreza para volver luego a llevarme de nuevo a la riqueza. Como solamente Dios está liberado de la relación causa-efecto, desear el nirvana significa que deseamos alcanzar la realización divina. En las primeras fases del crecimiento esta ambición sería imposible y la mayoría de las religiones condenan la blasfemia, pero el nirvana no es moral. Dios y el mal ya no cuentan, una vez que los hemos visto como las dos caras de la misma dualidad. Para poder mantener las sociedades unidas, las religiones han impuesto la obligación de respetar el bien y aborrecer el mal, y de ahí la paradoja de que la persona que desea ser liberada actúa contra Dios. Muchos devotos cristianos se sienten completamente desconcertados por la espiritualidad occidental porque no pueden resolver esta paradoja: ¿cómo puede Dios desear que seamos buenos y sin embargo querer que vayamos más allá del bien?
La respuesta se encuentra completamente en la conciencia. Los santos de cada cultura han sido ejemplos de bondad, y sus virtudes han brillado, pero el Bhagavad-Gita nos informa de que no hay signos externos de iluminación, lo que significa que los santos no tienen que obedecer las normas convencionales de comportamiento. En la India existe el «camino de la izquierda» hacia Dios. En este camino, el devoto evita la virtud y el bien convencionales, se sustituye la abstinencia sexual por la indulgencia sexual, normalmente de forma muy ritualizada, y se puede llegar a abandonar una vivienda confortable para vivir en una tumba. Algunos devotos tántricos llegan hasta el extremo de dormir con cadáveres y comer los alimentos más repulsivos y corruptos. En otros casos, el camino de la izquierda no es tan extremo, pero siempre es diferente de la observancia religiosa ortodoxa.
El camino de la izquierda podría parecer el lado oscuro de la espiritualidad, totalmente engañoso debido a su barbarie y locura; ciertamente, algunos misioneros cristianos que estuvieron en la India no tuvieron problemas en captar esta interpretación, pero se estremecieron al ver a Kali con su collar de calaveras y con la sangre manando de sus colmillos. ¿Qué clase de madre era? Pero el camino de la izquierda cuenta con miles de años de antigüedad y tiene sus orígenes en textos sagrados que contienen tanta sabiduría como cualquier otro en el mundo. Afirman que Dios no puede ser confinado en modo alguno. Su gracia infinita abarca la muerte y la decadencia, y se encuentra en el cadáver y
en el recién nacido. Para algunas personas, muy pocas, no es suficiente ver esta verdad, sino que desean percibirla, y Dios no se lo niega. En Occidente, no debe ponerse en duda nuestra repulsa por el camino de la izquierda, porque las culturas siguen cada una su camino. Me pregunto, sin embargo, qué es lo que pasó por la mente de Sócrates cuando bebió la copa de cicuta; es posible que, como deseaba morir para no escapar a la sentencia del tribunal, el veneno fuera agradable para él. Y el padre Maximilian pudo haber experimentado un éxtasis cuando la aguja fatal le penetró en el brazo.
En la fase seis, la alquimia de convertir el mal en una bendición es un misterio que se ha resuelto anhelando la liberación.
¿Cuál es mi mayor fuerza?
La santidad.
¿Cuál es mi mayor obstáculo?
El falso idealismo.
Los escépticos señalan que cuanto más necesitamos un milagro más aumenta nuestra credibilidad, y como necesitamos milagros para probar que un santo es real, al menos en el catolicismo, hay una tentación tremenda a hacerlos. En la fase seis, queda poco espacio para cualquier tipo de pecado, pero en la ínfima hendidura que queda, cualquier persona podría perder la distinción entre la santidad y el falso idealismo. Pongamos un ejemplo.
En 1531, un indio nativo de México caminaba hacia la colonia de los conquistadores españoles cerca de la actual Ciudad de México, cuando una bellísima señora se le apareció en lo alto de una colina para darle un mensaje y ofrecerle luego su bendición. Atemorizado, el indio, cuyo nombre nos ha llegado hasta nosotros como Juan Diego, hizo lo que la señora le había ordenado; pero cuando refirió su visión, el obispo se mostró escéptico. Fue entonces cuando sucedió uno de los milagros cristianos más delicados. Cuando Juan Diego abrió su tosca capa cayeron unas bellísimas rosas rojas. En aquel momento, él y el sorprendido obispo vieron que en el interior de la capa había aparecido una pintura de la Virgen Madre, que hoy en día está expuesta en una magnífica basílica en
Hidalgo, a las afueras de la Ciudad de México, en el lugar donde ocurrió el milagro de Guadalupe.
Igual que sucedió con el Santo Sudario de Turín, los escépticos quisieron también hacer pruebas de laboratorio con esta imagen para verificar si había sido pintada por manos humanas, porque era evidente que esta aparición de la Virgen habría sido muy conveniente para los intereses españoles, que ponían gran celo en convertir a los indios. (Hay que decir que el milagro tuvo como resultado conversiones en masa.) Visto desde este punto de vista, podríamos decir que cualquier acontecimiento que hubiera contribuido a terminar con la carnicería de los nativos americanos fue como un milagro, aunque la distinción entre santidad y falso idealismo se encuentre perdida en algún lugar de la historia.
La santidad es lo que hace que un milagro sea milagroso, y que necesite algo más que el simple desafío a las leyes de la naturaleza. Los ilusionistas pueden hacer algo similar cuando arrojan sus cuchillos con los ojos vendados o cortan a una mujer en dos con la ayuda de una sierra, porque mientras no conocemos el secreto, la ilusión es un milagro. En esta sección del libro he especulado sobre el modo en que se producen los milagros, pero el secreto más profundo es por qué son santos.
El santo no es un mago y hace algo más que transmutar el plomo en oro, transforma la materia del alma, con una actitud llena de sencillez y pureza. La primera americana canonizada fue Francesca Cabrini. Cuando era todavía una pobre monja en Italia, la madre Cabrini estaba rezando cuando otra hermana entró en su habitación sin llamar a la puerta.
Con gran sorpresa, vio que la habitación estaba llena de una suave claridad y se quedó sin poder articular palabra, pero la madre Cabrini le dijo bruscamente: «Esto no es nada. Ignórelo y siga con lo que estaba haciendo.» A partir de aquel día, la santa tomó medidas para asegurarse la intimidad y la única pista para los que estaban fuera era una tenue luz que a veces podía verse por debajo de la puerta. La señal distintiva del verdadero milagrero es que se siente a gusto con el poder de Dios y el de la santidad, por una desinteresada inocencia. Yo querría pensar que, incluso en el caso de que la imagen de la Virgen de Guadalupe es una falsificación, al menos las rosas fueron reales. Intentar ser santo no es inocente, aunque podría ser bien intencionado; pero en la fase seis no hay lugar para el idealismo, sólo importan las cosas reales. Durante los más de sesenta años de vida docente, J. Krishnamurti resaltaba algo muy interesante sobre la felicidad: «Si os sentís muy felices no tenéis que hablar de ello, porque la felicidad existe en sí misma y no necesita palabras, ni tampoco que penséis en ella. En el mismo instante en que empezáis a decir "soy feliz", ya se ha perdido la inocencia. Sin embargo, habéis creado un pequeño espacio entre vosotros y el sentimiento auténtico; por lo tanto, no penséis que cuando habláis de Dios estáis cerca de él, porque vuestras palabras han creado el espacio que debéis cruzar para acercaros a él, y nunca lo cruzaréis con la mente.»
El idealismo ha nacido en la mente. En la fase seis, el santo puede cantar a Dios e incluso hablar de él, pero la relación sagrada es tan privada que nada puede irrumpir en ella.
¿Cuál es mi gran tentación?
El martirio.
¿Sienten los santos tentaciones de convertirse en mártires? Cuenta la historia que en el siglo III hubo una epidemia de martirios en el Imperio romano. En aquella época, el cristianismo no era reconocido como una religión oficial sino que era visto como un culto que podría ser perseguido según la ley. Curiosamente, no era la adoración de Jesús lo que infringía las leyes de los tribunales, sino el hecho de que el cristianismo era demasiado nuevo como para ser legal. Aquellos que no sacrificaban al emperador como a un dios eran sentenciados a muerte, y los cristianos ofrecieron sus vidas en la arena como prueba de su fe.
La tradición sostiene que los mártires fueron legión y que desempeñaron un papel importante en la conversión del mundo pagano. Los espectadores no daban crédito a sus ojos al ver cómo los cristianos sonreían y cantaban himnos mientras los leones los despedazaban. Estos espectáculos socavaron su confianza en los antiguos dioses y prepararon el camino para la victoria final de la nueva religión en el año 313, cuando fue declarada la fe oficial del Imperio. Pero la tradición se desvía de los hechos reales en dos aspectos. El primero es que el número de mártires fue probablemente mucho menor que el que se había creído, porque la mayoría de los cristianos escaparon voluntariamente al sacrificio al emperador con estratagemas tales como enviar a un sirviente al sacrificio en su lugar. El segundo es que un amplio sector no creía en el martirio. Los llamados agnósticos sostenían que Dios existía enteramente dentro de sí mismo, y el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo eran solamente aspectos de la conciencia. Por tanto, la santidad estaba en todas partes y en cada persona, por lo que el emperador podría ser tan divino como cualquier otro.
Debido a ésta y a otras herejías, los agnósticos fueron despreciados y perseguidos tan pronto como los obispos cristianos llegaron al poder. Al eliminarlos, la Iglesia primitiva instauró el martirio como uno de los más altos caminos hacia Dios, y morir por la fe fue exaltado como la imitación de Cristo. También tiene que haberse establecido un modelo simbólico en su lugar, ya que encontramos a almas tan apacibles como san Francisco de Asís pasando por la terrible angustia de los estigmas, que es el fenómeno por el cual alguien sufre personalmente la crucifixión sangrando por las palmas de las manos y por los pies, tal y como lo hizo Cristo en la cruz.
No estoy en modo alguno denigrando el martirio, solamente estoy resaltando que la fase seis no es ni mucho menos el final del viaje. Mientras el sufrimiento resista a cualquier tentación hay una insinuación para el pecado, y esto hace surgir las últimas y mínimas separaciones entre Dios y el devoto, porque el ego retiene suficiente poder como para decir que «yo» estoy probando mi santidad a Dios. En la próxima fase no quedará nada por demostrar y, por lo tanto, no habrá ninguna clase de «yo». Llegar a este punto es la última lucha del santo aunque, visto desde el exterior, no podemos imaginarnos cómo debe ser. La maravilla de obrar milagros debería ya aportar suficiente felicidad, pero tener a Dios en nuestro interior tiene que ser el mayor de los gozos. Sin embargo, no lo es y nos queda aún una distancia por recorrer, que no es mayor que un cabello, pero, en esta ínfima distancia, se creará todo un mundo.