¡MARAVILLOSA Semana!!!
En el Yo esencial, se disuelven los conceptos duales masculino/femenino, juventud/vejez, finito/infinito, perecedero/eterno, belleza/fealdad, infierno/paraíso, bien/mal, etc. Emanación pura de la Consciencia cósmica, el Yo esencial es uno con el Yo del universo.
Con su aspecto oscuro, el inconsciente formado por la totalidad del pasado universal se pone a disposición del Yo esencial, como un generoso aliado, ofreciendo sus tesoros. (Cuando el Yo personal se niega a recibir dichos dones, éstos se transforman en angustiosas obsesiones, convirtiéndose el aliado en enemigo.) Con su aspecto luminoso, el supraconsciente, transmitiendo los dones que ofrece el futuro, pensamientos justos, sentimientos sublimes, deseos superiores, necesidades sagradas, guía al Yo esencial hacia la realización suprema: el conocimiento del Dios interior.
Dios interior
Nuestra fuente de vida, partícula o radiación de la energía que sostiene a toda la creación y a la que los ocultistas sitúan en el corazón del hombre.
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
1 Corintios 3, 16
Centro impensable que reside en las entrañas de nuestro ser, origen de cada una de nuestras células, detentador del poder de darnos la vida o la muerte, cualquier cosa que seamos es la expresión de su voluntad. Para el iniciado, llegar al Dios interior equivale al ideal de aquellos que buscaban la Fuente de Juvencia, las aguas milagrosas que proporcionaban a quienes se sumergían en ellas una juventud eterna, es decir, los liberaba del tiempo -mito que se puede comparar con el de la resurrección cristiana-o En la creencia de la reencarnación no hay transmutación, la misma Alma
pasa de un cuerpo a otro. La resurrección puede ser comparada con la transmutación alquímica en la que el plomo renace convertido en oro. La naturaleza de los trabajos alquímicos se puede resumir en una frase: «Espiritualización de la materia y materialización del espíritu». La realización suprema de la alquimia, la Gran Obra, daría como resultado reanimar la parcela de luz divina aprisionada en la materia. Este trabajo de ir de lo inferior a lo superior y de lo superior a lo inferior, es descrito en el
antiguo texto egipcio La tabla de esmeralda, que algunos atribuyen a Hermes Trismegisto:
Sube de la tierra al cielo y otra vez desciende sobre la tierra,
y recibe la fuerza de las cosas superiores e inferiores.
En Génesis 28, 12-13, leemos:
y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo;
y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella.
Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella...
Podemos imaginar que el Dios interior (invisible, inmaterial, inmortal) -como ocurre en nuestra respiración- inspira y espira. Lo que Hermes llamaba «tierra» corresponde al Yo personal. Cuando los cuatro egos no han llegado a comunicarse, y el hombre está dividido, por más que haya adquirido importancia y piense que se ha realizado (como millonario, seductor, artista célebre, filósofo de actualidad, etc.), siempre, en su soledad interior, reinarán el sufrimiento y la angustia. Se sabrá
incompleto. La misteriosa aspiración de un cazador invisible lo tentará a ir más allá. Si el que es llamado se equivoca, derramará su insatisfacción en multiplicar más y más lo que ya tiene, hasta su aniquilamiento. El millonario nunca calmará su sed de dinero, ni el seductor sus deseos de conquistar admiradores, ni el artista su ambición de premios y aplausos, ni el filósofo su afán por alcanzar una verdad que sin cesar se le escapa.
Tampoco el monje que inmoviliza su cuerpo, descuidando su sexo y su corazón, llega a esa meta que llama iluminación. El Dios interior nos reclama sin cesar. Podemos ser hílicos, no sentirlo y, en medio de una guerra interior, creamos decepciones, rencores, odios, enfermedades, vicios, nos convertimos en defensores de ideas negativas.
Si de repente perdemos a un ser querido, o nos vemos involucrados en una gran catástrofe, o un peligroso virus nos contagia o bien nos arruinamos, o aquellos en quienes confiábamos nos han traicionado, podríamos padecer una crisis tan tremenda que, en vez de aniquilamos, provoque en nosotros, por un desesperado deseo de sobrevivir, la unión de nuestros cuatro egos. Surge entonces el Yo superior. Al comienzo con su aspecto psíquico, preocupado como un conductor que acaba de domar a sus ariscos caballos. Empleará bastante tiempo, a veces años, en desprender de sus egos las ideas inculcadas por familiares, profesores, políticos, sacerdotes y tantos otros directores de conciencia que, a veces sin mala intención, pero profundamente equivocados, se convierten en fabricantes de manadas infelices y consumidoras. Debe también eliminar el terror que los sistemas económicos siembran para mantener a la humanidad en un estado infantil fácil de dominar: miedo a perder el dinero, la salud o la paz, miedo a fracasar o a triunfar, a ser abandonado o a amar, a morir o a vivir, a ser humillado, a ser invadido por los otros y, sobre todo, miedo a la soledad. Debe además aprender a comer, no motivado por nostalgias infantiles o angustias existenciales sino para aligerar al cuerpo de las toxinas con que la industria de toda esta clase de sustancias nocivas o adictivas le está envenenando la sangre.
Debe eliminar aquello que le es innecesario, sin olvidar las frívolas amistades que le devoran su energía y su tiempo. Cuando -venciendo la insatisfacción, la vergüenza, el remordimiento, el dolor psíquico o el sentimiento de la propia indignidad- la coagulación de sus cuatro energías se ha realizado, puede el Yo superior responder a la llamada del Yo esencial. La razón, sin naufragar en la locura, atraviesa la barrera que la separa del inconsciente y aprende a recibir esos dones que se deslizan entre las palabras, otorgando imágenes, induciendo a actos constructivos, inyectando energía, adquiriendo así el valor necesario para avanzar por el camino que va entre el pasado y el futuro, entre la oscuridad y la luz, entre el inconsciente y el supraconsciente. Ha terminado lo que en alquimia se llama vía seca, un intenso período de búsqueda, y comenzado la vía húmeda, ésa en que, transformados en canal, recibimos la Consciencia cósmica. Si antes nuestra secreta ambición era ser
mejor que todos, campeones o bien héroes capaces de lograr victorias imposibles entregándonos al sacrificio de nuestra vida o de lo que más amamos, ahora podemos convertimos en creadores sagrados.
¿Tú amas la vida o la vida te ama? El pantano no es consciente cuando produce un loto.
Si se dijera «Me voy a preparar para dar origen a un loto», nunca produciría algo.
Seguiría siendo un pantano maloliente.
Pero de pronto, en esa masa densa y oscura, la fuerza vital produce una flor blanca...
Nunca estamos preparados para crear.
La creación se hace a través de nosotros, porque obedece a cosas más vastas que la voluntad personal.
Ejo Takata
El Yo superior dirige al Yo personal y le revela que todas sus transformaciones no han sido sólo para huir del dolor sino también para obedecer la llamada de lo alto, es decir del Yo esencial interior. El Yo esencial, acumulando la energía del Yo personal y del Yo superior, se sumerge en la fuente de vida: el Dios interior.
Un discípulo dice a su Maestro:
-Usted enseña que tenemos dentro de nosotros a Dios. Pero si Dios es tan vasto, tan inimaginablemente inmenso, ¿cómo podemos tenerlo en nuestro interior?
-Ve hasta el Ganges y tráeme un litro de agua.
El discípulo va a buscar ese litro de agua, se lo lleva al guía espiritual y le dice:
-¡Aquí tiene el litro de agua del Ganges, Maestro!
-¡Te equivocas! Esto no es un litro de agua del Ganges.
-¡No le miento, se lo juro! Lo extraje del río sagrado.
-¿Cómo puedes decir que es un litro de agua que viene del Ganges? ¿Ves en él las tortugas que
nadan? ¿Ves los peces? ¿Ves la gente que se baña? ¿Ves las barcas que llevan cadáveres? ¿Los
monjes que hacen abluciones? ¡Ni tú ni yo los vemos! ¡Entonces, ésta no es agua del Ganges! Ve a derramarla a donde la tomaste.
El discípulo se va y un rato después regresa con las manos vacías.
-¡Ya lo hice, Maestro! ¡Derramé el litro de agua en el Ganges!
-¿Ves? Ahora que ese litro de agua está en el Ganges, tiene tortugas, peces, barcas, cadáveres,
gente que se baña, monjes y tantas otras cosas más. Es agua del Ganges.
Cuando el Dios interior se ha apoderado del Espíritu y del Alma, el individuo ya no se pertenece, se encuentra al servicio de designios que lo sobrepasan, es un vehículo transmisor de la Voluntad Suprema. Ha terminado el ascenso, la búsqueda del centro luminoso. Ahora viene el descenso, el regreso, el transporte por el Yo esencial del tesoro divino, la joya inmaterial, el goce infinito; en fin: la alegría de vivir, con la que llena de luz al Yo superior. Éste convierte los cuatro egos del Yo personal en piedra filosofal. El Ego corporal conoce el trance, pierde sus límites y une su organismo al universo; el Ego libidinal conoce el éxtasis, el placer de existir, la euforia creativa; el Ego emocional conoce la gracia y se hace transmisor del amor cósmico; y el Ego intelectual conoce la iluminación: el pensamiento cesa de ser conflictivo, exterior e interior se amalgaman. Unidos los cuatro, emprenden el laborioso trabajo de elevar la Consciencia del mundo.
Un turista norteamericano ve a un niño mexicano pidiendo limosna a la puerta de una iglesia. Se burla de él:
-Te doy un dólar si me dices dónde está Dios.
El niño responde:
-Le doy dos si me dice dónde no está Dios.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico