Ser lo que se es
¡MARAVILLOSA Semana!!!
Un maestro sufí, después de que uno de sus discípulos (un ladrón a quien quiso redimir inculcando frases del Corán) se escapara con una gran cantidad de su dinero, me dijo: «Es mi culpa», y me contó una antigua fábula:
Ante el león, rey de la selva, se presenta quejoso un can.
-Majestad, odio ser llamado "perro».
Es un nombre feo, despreciable. ¿Podríais darme otro?
-Aunque te cambie el nombre, seguirás siendo el mismo.
-Ponedme a prueba, majestad.
-Bien, te confío este trozo de carne roja. Guárdala, sin tocarla, hasta mañana.
El león se aleja. El perro, junto al apetitoso alimento, ve pasar una hora, dos. La boca se le llena de saliva. A la tercera hora exclama:
-¡Qué necio he sido! ¡Cómo pude no darme cuenta de que la palabra "perro» era hermosa!
Diciendo esto, engulle la carne y se escapa.
A primera vista esta fábula nos previene de que nadie, a menos que lo haga uno mismo, puede cambiar la naturaleza de un ser humano. Sin embargo, se le podría dar un significado positivo: el león capta la verdadera esencia del perro y la: respeta.
Cuando el can, por compararse al rey, se siente insatisfecho de sí mismo, éste lo coloca frente a una tentación que le revelará lo que en verdad es. El perro dejará de despreciarse y reconocerá que siendo auténtico recupera el gusto por la vida. El rey le ha transmitido lo esencial. Ahora, rechazando ser león y aceptando ser perro, podrá disfrutar del lugar que le corresponde.
Jacob Grinberg llega al cielo. El Altísimo le otorga un rincón oscuro y Jacob se queja:
-¿Es esto todo lo que recibo como premio? ¡Entonces no me sirvió de nada esforzarme toda mi vida para ser como el profeta Moisés!
Yahvé le contesta:
-Hubiera preferido que te esforzaras en ser Jacob Grinberg.
Llegar a ser lo que se es, y no lo que los demás quieren que seamos, no es fácil. Muchas veces, por ausencia del padre, ya en su vientre gestador la neurosis posesiva de la madre nos infecta.
Un hombre de treinta años vive sobreprotegido por su madre. Ésta le hace la comida, le lava la ropa y se la plancha. Incluso le limpia los dientes.
Un día este hombre se enamora locamente de una mujer. La pide en matrimonio, pero ella le responde:
-¡Con tu madre, imposible!
-¿Y eso por qué? ¡Mi madre es maravillosa y perfecta! -dice el hombre asombrado por tal negativa.
-Es tan perfecta que nunca podrás entregarte a mí. ¡Mientras ella exista, me niego a casarme contigo! -replica la mujer sin vacilar.
-¡No puede ser! ¡Si te niegas a casarte conmigo, me suicido! -suplica el desgraciado arrojándose a sus pies.
-¡Bien, pues entonces, si quieres que me case contigo, debes hacer una cosa: mata a tu madre y tráeme su corazón!
Desesperado, el hombre acepta plegarse a las exigencias de su amada. Con lágrimas en los ojos, vuelve a casa dispuesto a cumplir su crimen. Cuando la madre le oye entrar, corre hacia él:
-Hijo mío querido, ¿cómo estás? ¡Pareces triste! ¡Es por culpa de esa mala mujer, seguro! ¿Qué te ha hecho? Te advertí que no te traería nada bueno. ¡Ven! ¡Siéntate! Preparé una buena sopa de pollo. ¿Qué necesitas? ¡Dímelo! Haré lo que quieras...
Sin escucharla más, el hombre, decidido, se abalanza sobre ella, la mata y le arranca el corazón.
Llevando su preciado fardo en las manos, abre la puerta para ir a ofrecérselo a su amada pero tropieza y cae, mientras el corazón rueda por la tierra. El hombre se levanta como puede y, cuando va a recogerlo, oye al corazón decirle:
-¡Mi pobre niñito...! ¿Te has hecho daño?
A menudo, atrapados en relaciones infantiles no resueltas, sin haber conseguido la libertad de vivir como desearíamos, nos enredamos en conflictos emocionales que acaban haciéndonos sentir culpables, víctimas o infelices.
Infructuosamente, intentamos controlar las situaciones vitales con nuestra razón. Pero para lograr, como el perro de la fábula, comemos el delicioso trozo de carne cruda, o
sea realizar nuestros proyectos genuinos y vivir en un territorio que nos convenga, sin dependencias que nos obliguen, tenemos que ser conscientes de que hay una diferencia esencial entre el centro intelectual y el centro emocional.
En cierto modo la conducta emocional es semejante a la de un árbol. Cuando un animal tiene una herida, las células se regeneran y ésta cicatriza. (Podemos militar en un partido político, decepcionamos y luego defender, sin culpamos, una ideología contraria.) En cambio un árbol no puede regenerar sus heridas: quedan abiertas para siempre, tan sólo logra ocultarlas bajo una capa protectora. La herida, así cubierta, permanece intacta y, cuando se pudre, puede invadir todo el tronco.
La vida del árbol consiste en una película de células, no más espesa que una hoja de papel, creciendo bajo la corteza. Es la única parte viviente. El resto del tronco está formado por materia leñosa, estructura muerta que sostiene esa fina capa en la cual reside la vida.
Cuando un árbol crece aislado, recibe tanta luz que se expande a lo ancho. Por contra, en un bosque, comprimido entre otros, se eleva alto y recto buscando la luz.
Mas en el fondo lo que quiere, antes que nada, es ensancharse, crecer hacia el exterior, aumentar su superficie de contacto... Nuestro centro emocional funciona según este mismo principio. El intelecto, tratando de alcanzar la vacuidad, se concentra cada vez más en sí mismo... El corazón se expande hacia el exterior, como si dijera: «No únicamente yo. También los otros. Me abro hacia ellos y, como un árbol que cada año crea una nueva capa viviente dejando que la anterior se solidifique, fortifico mis sentimientos. Eso me enriquece. Camino hacia la plenitud. Avanzo sin límites hasta llegar a amar no solamente a mi pareja y a mi familia sino también a las otras familias, los amigos, la humanidad entera -la actual, la pasada y la venidera-, el planeta, el cosmos, su posible creador».
Cuando morimos, nuestro corazón se llena de sangre mientras que el cerebro la pierde. Mente vacía, corazón lleno. Las verdaderas emociones son como olas gigantes. Cuando vivimos una tragedia, el vacío mental que se nos produce nos permite soportar esa tempestad emocional. Pero si no hemos logrado esa vacuidad, la tempestad emocional nos ahoga. En ese estado podemos deprimirnos, suicidamos o enloquecer.
Cada árbol posee una arquitectura en la que ramas y raíces se corresponden. Si se le cortan ramas, las raíces correspondientes mueren, y si se le cortan las raíces, las ramas correspondientes mueren. La inmensa arquitectura exterior responde a una arquitectura subterránea. Esta última no trata de descender hacia las profundidades de la tierra, porque ahí no encontraría alimento alguno, sino que se expande horizontalmente hasta que logra satisfacer su verdadera necesidad de sales minerales. El árbol chupa de la tierra estas sales disueltas en agua para que lleguen a las hojas. Estas hojas son la única «fábrica» que el vegetal posee. Ellas, con la ayuda del sol y del anhídrido carbónico, elaboran el verdadero alimento -la savia- y lo hacen descender hasta las raíces. Todo cuanto es absorbido en el suelo y expandido hacia arriba es de inmediato devuelto hacia abajo.
Hemos fijado lo volátil, es necesario volatilizar lo fijo; en otros términos, hemos materializado el espíritu, es preciso espiritualizar la materia.
Éliphas Lévi, Dogma y ritual de la alta magia
Al mismo tiempo que succiona las fuerzas de la tierra, el árbol la nutre con sus hojas, ramas secas y toda una serie de hongos que crea para que lo ayuden a asimilar después. Hay un intercambio de energía, de recepción y don. Entre los seres humanos encontramos a veces parásitos que sólo piden. Succionan un conocimiento, lo depositan en su cerebro y no lo comparten, lo guardan ahí, sin transformarlo en sentimientos, como un excremento metafísico. En Japón, cada vez que alguien compra una cosa recibe un pequeño regalo, porque en la tradición popular es indigno tomar sin dar.
El árbol forma cada año una capa que rodea todo el tronco. Cuando es cortado transversalmente es posible observar, en forma de anillos concéntricos, cuáles fueron sus años buenos y cuáles los difíciles, porque el pasado se hace estructura. Si los doce meses han sido lluviosos, el anillo es grueso. Si han sido secos, el anillo es delgado... Esta característica vegetal puede ayudamos a comprender lo que supone un trauma para un niño. Cuando el infante vive algo que no debió vivir (una agresión sexual, por ejemplo) o, por el contrario, no vive lo que habría debido vivir (mamar del pecho de su madre, por ejemplo), se crea en su inconsciente una especie de capa protectora. Emocionalmente, queda bloqueado en la edad en que sufrió el daño. La vida continuará, pero él permanecerá aislado en las profundidades de su corazón, como un niño que no crece... a menos que rompamos esa capa defensiva para revivir y comprender lo que encerramos, no con la ayuda de las palabras, sino a través de las emociones y las sensaciones.
Durante un parto traumático, el organismo del feto es expuesto a un gran peligro. Cada parcela del esfuerzo del futuro bebé está consagrada a su lucha por sobrevivir. La huella, altamente cargada, de esta lucha es literalmente una tempestad eléctrica que queda grabada en el organismo toda la vida como una tensión residual... Esta huella dejada por el nacimiento es más
importante en tanto que está injertada profundamente y de manera central en el cerebro y el sistema nervioso y se encuentra, muy pronto, encerrada como por una barrera por el córtex en desarrollo y la experiencia ulterior.
AIthurJanov,llueuas
Para el árbol, el proceso no termina ahí. Un tiempo después de recibir el tajo, la madera, aislada por la capa exterior, se corrompe. Las bacterias pueden invadir la herida y roer la podredumbre, que cae convertida en polvo y nutre la tierra. Es por esto que existen árboles huecos. Un árbol hueco permanece vivo porque su vida está en la periferia, pero, por falta de estructura sólida, es más débil y en cualquier momento puede caer. Cuando no sucede esto, el árbol crea raíces internas que. se alimentan de la podredumbre. Metáfora interesante: si llevamos en el alma una profunda tristeza, podemos echar raíces emocionales que se nutran de este sentimiento. Así, la. tristeza se convierte en fuerza vital... Somos capaces de no rechazar la herida, la aceptamos con su dolor hasta que, transformada en Consciencia, nos permite aliviar la tristeza de los otros. Cuando el árbol recibe una lesión, no pudiéndola cicatrizar, la interioriza, asume su sufrimiento. Del deseo de arrojar el sufrimiento hacia el exterior nace la depresión, la autodestrucción, el derrumbe moral. Si sumimos el sufrimiento en lo más profundo de nuestro ser, se convierte en alimento de una nueva vida.
El pasado es nuestra estructura espiritual, no nuestra identidad. Lo debemos venerar y honrar, sin amarramos a él, y continuar creciendo hacia el futuro, uniéndonos al mundo.
Cuando nada lo ataca, el árbol es un ser sólido y vivo. Nosotros también deseamos la solidez y la vida. Pero «sólido» y «vivo» son dos cosas diferentes. Se puede ser sólido y estar muerto, se puede estar vivo y ser frágil. A menudo encontramos parejas que, dando por actuales sentimientos que sólo existen en su pasado, afirman mantener una relación sólida. Sin embargo, ser sólidos el uno para el otro puede no excluir estar muertos emocionalmente. Si alguien nos proporciona la solidez, ¿nos da el amor? Si la relación es segura, ¿es viviente? Por esta razón las relaciones amorosas deben ser vividas intensamente en el instante en que se producen.
Cuando una rama se rompe pero queda unida por su base al tronco, muere donde está separada pero continúa creciendo ahí donde se mantiene unida. Mientras hay unión, hay vida. Para que la rama muera es necesario que sea separada por completo.
En la naturaleza, la vida de un organismo depende de su unión con el medio ambiente. Todo lo que se separa está condenado a morir. Cuando nos encerramos en nuestro Yo personal, hasta el punto de alejamos de los otros, nos encaminamos hacia la destrucción. Si todo lo positivo que obtenemos para nosotros no lo deseamos para los demás, se nos vuelve negativo.
Quien camina una legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.
Walt Whitman, Canto a mí mismo
Cada vez que un árbol es herido o pierde una parte, otra rama crece al Iado. Lo que está perdido, perdido está. No se puede resucitar lo cortado, pero en su lugar puede crecer algo nuevo. La respuesta del árbol ante una pérdida es crear de inmediato una nueva vida al Iado de la herida.
Si comprendemos la lección del árbol, consideraremos nuestros fracasos simplemente como un cambio en nuestra ruta. Guardemos en nuestro corazón a los muertos queridos pero no nos encerremos con ellos en su ataúd... Que permanezcan en nuestra memoria, que nos alimenten con su recuerdo, pero construyamos de inmediato nosotros una nueva vida.
Cuando el árbol sufre una lesión, tapa los canales que irrigan la parte afectada. A veces, si emplea demasiada energía, puede ahogar toda su circulación y llegar a secarse. Cuando la vida nos depara una desgracia, si empleamos una exagerada energía en eliminar el sufrimiento, podemos autodestruirnos. Deberíamos dedicar ese esfuerzo a sobrevivir, a experimentar algo nuevo, soportando valientemente el dolor.
El tiempo es nuestro aliado: poco a poco el dolor disminuye y el amor crece.
El maestro sufí me contó otra antigua fábula:
Un hombre, para ganar más dinero, agregaba agua a la leche ordeñada a su única vaca. Así lo hizo durante mucho tiempo. Un día en que la hacía atravesar un río, una repentina crecida se la arrebató.
Llorando, vio hundirse a su rumiante. Como nunca había dejado de agregar agua al alimento, ésta, como castigo divino, acabó por ahogar a la vaca.
Según este ejemplo, las acciones deshonestas se van acumulando en el espíritu del malhechor y terminan por aniquilarlo. Lo que hacemos al otro nos lo hacemos a nosotros mismos. Toda agresión termina por volverse contra el agresor. Se podría decir que los actos destructivos, los deseos ilícitos, los sentimientos rencorosos o las palabras negativas se acumulan en la memoria y la convierten en un lago envenenado que contamina al cuerpo.
Por otra parte, esta fábula podría interpretarse en un sentido positivo: la leche son las palabras, las acciones, los sentimientos, los deseos del individuo; y el agua que se añade, la intención sagrada. En este caso el «dueño de la vaca» es un iniciado que en su vida cotidiana acepta siempre la presencia del impensable Dios interior.
Para llegar a ser nosotros mismos, antes que nada debemos llevar a su realización a cada uno de nuestros cuatro egos. El Ego corporal debe conocer el agradecimiento, agradecimiento que significa ser consciente de la impermanencia de la materia, del milagro que es la vida y del inconmensurable valor que tiene cada segundo. El Ego libidinal debe conocer la satisfacción, satisfacción que significa la eliminación de deseos parásitos, la libertad creativa y la aceptación del placer genuino.
El Ego emocional debe conocer la paz, paz que significa el perdón universal (para el iniciado, mirar, escuchar, olfatear, tocar y gustar es bendecir) y la unión caritativa con las fuerzas positivas del mundo. El Ego intelectual debe conocer el silencio, silencio que significa el fin del diálogo espectador-actor. En resumen, las cuatro palabras fundamentales de la magia: querer, osar, poder, callar.
Quien logre estos cuatro conocimientos no debe pensar orgullosamente que ha llegado a ser él mismo. Sólo ha logrado solidificar el Yo superior, sin darse cuenta de que éste, cuando se vive separado del todo, es ilusorio. Cuando se es únicamente Yo superior, no se es lo que se es. Para ser nosotros mismos debemos dar pasos en lo desconocido, aceptar que el Yo esencial está presente en cada una de nuestras elecciones, que es imposible saber quiénes somos porque eso sólo implicaría espejismos racionales, y aceptar las fuerzas desconocidas que nos alimentan, saber que en verdad quien propone las decisiones no es el Yo superior sino, a través del Yo esencial, el Dios interior...
QUERER vivir la totalidad de nuestro ser;
OSAR obedecer los dictados de nuestra intuición;
PODER realizar lo que nos proponemos porque hemos aprendido a no luchar contra nosotros mismos;
CALLAR, en el sentido de cesar de hacer del intelecto un tirano y obedecer a nuestro inconsciente sabiendo que no es un enemigo sino el más fiel de los aliados.
Ser lo que se es implica aunar al Yo personal la infinita sombra del inconsciente, más el eterno resplandor del Supraconsciente, más la potencia del Dios interior.
Cabaret Místico
Alejandro Jodorowsky
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