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lunes, 11 de diciembre de 2017

La doma del elefante (2da parte ~ final)


¡MARAVILLOSA Semana!!!

Cuando el elefante acepta la pulsera en su pata, cambia sus berridos salvajes por un nuevo idioma que consiste en sólo dos palabras: Mot! (<<¡Avanza!») y Hara! (<<¡Detente!»). El elefante se convierte en un excelente trabajador. Cuando le ordenan avanzar o retroceder, así lo hace, transportando todo tipo de carga. Se ha transformado en un ser útil para la comunidad.

Nosotros podemos aprender a decir ¡Sí! y a decir ¡No! Somos capaces de vencer la inercia y damos la orden de avanzar hacia nuestra realización o bien de rechazar lo que nos sea nocivo. «Vivo tratando de seducir: Hara...! Debo dejar de ser superficial: Mot...! Experimento una gran tentación hacia algo que terminará dañándome: Hara...! ¡Hara, esto no soy yo! ¡Mot, esto soy yo!»

La comida que le ofrece el cocinero ha sido preparada con gran dedicación, pensando en las necesidades energéticas del elefante. Nosotros, aparte de habituarnos a comidas saludables, debemos alimentar nuestros sentidos, nuestra creatividad, nuestro mundo emocional. Así, dejamos de ser personas que se enganchan a la primera cosa -sea en la amistad, el amor o el trabajo- que las solicita.

Debido al miedo a perder, sin confianza en ellas mismas, carentes de disciplina, estas personas no desarrollan la capacidad de elección y aceptan, por ejemplo, alimentos contaminados o nocivos. Son, en el fondo, niños ciegos, incapaces de verse y por lo tanto de ver a los otros. Si establecen una pareja, esa relación va de crisis en crisis, convirtiéndose al final en una guerra continua... Las elefantas, domadas, ayudan al
nuevo macho a integrarse en la manada. Nosotros debemos relacionamos íntimamente sólo con personas que hayan alcanzado nuestro nivel de consciencia. A quienes aún no se hayan sometido a la autodisciplina, podemos ofrecerles ayuda, pero sin entablar contactos amistosos o sexuales. Los terapeutas que se hacen amigos de sus pacientes o se acuestan con ellos comenten un lamentable error. Las elefantas ayudan al nuevo compañero, pero no se aparean al principio con él. Se impide al paquidermo salvaje actuar como un macho antes de estar completamente domado.

Sólo podrá materializar sus deseos cuando la doma haya concluido. Entonces se le concede una hembra. Satisfecho, con alegría infinita, el elefante, al alba, se dirige al trabajo. Avanza arrastrando una cadena de siete metros que ha sido añadida a su pulsera. Con el cornaca en su nuca, se ha convertido en constructor.

Y así sucede con nosotros ahora: nos levantamos alegres para continuar con el trabajo. Trabajar en lo que nos gusta nos parece una fiesta. Desarrollamos la creatividad positiva con profundo placer. Por el contrario, gastar nuestro tiempo en fiestas destructivas nos angustia. Trabajando con disciplina, salimos de la hediondez y entramos en la fragancia. Los tres amos-sirvientes del elefante nunca lo dejan solo. Se despiertan con él, trabajan con él, lo alimentan, lo bañan, duermen junto a él... Nuestro intelecto -vaciado de conceptos inútiles-, nuestra emoción -liberada de todos los rencores- y nuestra libido -purificada de deseos no auténticos- nos inundan el cuerpo de energía, con la fluidez de un río limpio y transparente.

El elefante soporta sus rudas tareas porque tiene un par de horas de reposo en que lo llevan al río, lo sumergen en el agua y le rascan el cuerpo, que contrariamente a lo que se pudiera pensar tiene una piel muy sensible. Su mayor placer, aparte de poseer a las hembras, es ser rascado por sus tres amos-sirvientes. Gozoso, se revuelca en el agua, ofreciendo todo su cuerpo. Luego, regresa al trabajo cargado de alegría.

Cuando entramos en la vía iniciática, debemos también darnos tiempo para satisfacer a nuestro Yo personal: comer lo que nos apetezca, ver películas estúpidas pero entretenidas, asistir a un partido de fútbol, un ring de boxeo, un concierto, una discoteca, leer revistas eróticas, cómics... en fin, jugar. Hay personas que ejercen tal severidad sobre ellas mismas que a la larga arruinan su trabajo espiritual. Su neurosis acaba sobrepasando la de aquellos que se revuelcan en mediocridad. Debemos tratar a nuestro Yo personal como si fuera un niño, o sea no se le puede tener estudiando todo el día, hay que concederle recreos. Un carnaval es necesario de cuando en cuando. Después de los momentos de libertad caótica que nos ha ofrecido, podemos entregamos a la más férrea de las disciplinas...

El elefante parece ya completamente domesticado. Trabaja como el que más pero, de pronto, por un pequeño agujero que tiene bajo cada sien, le comienza a correr una sustancia grasa, untuosa, de intenso aroma. Es el almizcle. Esto indica que el animal está en celo. Sus sirvientes entonces lo dejan tranquilo sin forzarlo a trabajar, porque si lo hicieran él no obedecerá, y si insistieran podría llegar a matarlos. El celo, deseo sagrado al servicio de la reproducción, no admite amos.

Hay momentos creativos o terapéuticos en que debemos dejar que la naturaleza se exprese a través de nosotros. Su acción es más rápida que lo mental o lo emocional, es como el estallido de un rayo. En trance, nos entregamos a aquello que nos reclama, sin dudar. El más leve titubeo rompería el encanto y la autenticidad.

Hemos logrado alcanzar la certeza.
Preguntan a Ramakrishna:
-¿Cree usted en Dios?
El Maestro responde:
-No.
Sorprendidos, los que lo interrogan exclaman:
-¿Cómo es posible que un gran místico como usted diga que no cree en Dios?
-No creo en Dios, lo conozco.

Cuando un elefante está en reposo, no apoya su trompa en la tierra sino que la introduce en su boca. También, antes de comer cualquier cosa, sopla con fuerza sobre el alimento. Se protege así de que algún insecto, por ejemplo una hormiga; pudiera penetrar en su trompa, llegar al cerebro y enloquecerlo. Con sabiduría natural, elimina cualquier peligro posible antes de que se produzca. Sabe prevenir. 

Los posibles peligros que advertimos en un contrato que debemos firmar acabarán un día u otro por afectamos. Donde hay un punto débil, aquello que lo rodea, por muy fuerte que sea, termina por desmoronarse junto con él.. Un grupo social nunca se define por el más sabio, sino por el más torpe. Roland Topor dijo una vez que «Un gramo de caviar en un kilo de excremento no cambia nada. Un gramo de excremento en un kilo de caviar lo arruina todo».

Cuando actuamos o nos relacionamos, deberíamos proceder como el elefante. Antes de comprometernos, debemos eliminar las hormigas, es decir, establecer contratos claros, nunca para siempre sino por un plazo limitado que permita renovarlos discutiendo sus términos a la luz de los cambios que trae el tiempo. Debemos estar alerta: un lenguaje puede ser interpretado desde distintos puntos de vista.

Un hombre envía este mensaje a un hotel mexicano: «Resérvenme para tal día una suite, con vistas al mar, dos almohadas de plumas, una gran cama, un buen mini-bar, etc., etc., etc.».
Días más tarde llega a México. En su suite, con vistas al mar, encuentra un agradable mini-bar,dos almohadas de plumas y, dentro de la gran cama, tres prostitutas desnudas.
Llama por teléfono a la recepción.
-¿Qué significa esto? Yo nunca pedí tal cosa. 
-Pero, señor, son sus etc., etc., etc.

Si los términos no son claros, el día en que nos encontramos con un abogado defensor sufrimos las consecuencias. Estos seres se las arreglan para tener siempre la razón. Apenas cometen un error, hacen cuanto pueden por demostrarnos que somos nosotros quienes hemos cometido el fallo y no ellos. Nunca reconocen el daño que causan.

Un joven padre entra en la habitación de la parturienta. Abraza a su mujer con emoción. En seguida se inclina sobre la cuna y se da cuenta de que el bebé es totalmente negro.
Retrocede horrorizado y su esposa le declara, antes de que tenga tiempo de decir algo:
-¿Ves lo que pasa por tu manía de querer hacer el amor a oscuras?

Echar la culpa a otro es una actitud a la que recurren con frecuencia quienes no trabajan para domar sus egos. A diario buscan saber quién es el responsable de lo que les sucede, sin darse cuenta de que ellos son el cómplice principal, por no decir el único artífice del problema.

-¿Cómo ha pinchado este neumático? -pregunta el mecánico. 
-¡Oh, de la forma más tonta! Al pisar una botella de whisky. 
-¡No me diga que no vio la botella!
-Sí que se lo digo, el hombre la llevaba en el bolsillo.

Se mienten a sí mismos. Hacen daño a la gente que los rodea y se niegan a reconocerlo. No asumen la responsabilidad de sus propios actos y los justifican con complacencia. Provocan estragos y luego aducen mil excusas. Abandonan en el mundo a una criatura que buscará toda su vida saber quién es su padre, y se permiten argumentar «¡Soy inocente! Engendré ese hijo, pero me largué cuando era pequeño. Es imposible que me recuerde. ¿Qué daño puedo haberle hecho, si no me conoce?».

Cuando dejamos de echar la culpa a los demás, nos encontramos con nosotros mismos. Un gran paso adelante es reconocer que somos responsables de lo que nos pasa. Sin embargo, los abogados defensores son incapaces de aceptar sus errores tan inmediatamente como lo hace este monje zen:

Llega a un monasterio, sin que se le espere, un personaje muy importante. Es la hora de la comida. Se pide al cocinero que improvise algo. Éste va al huerto, arranca unas lechugas, unos rábanos, unas zanahorias y, con lo que tiene a su alcance en la cocina, prepara rápidamente una sabrosa ensalada. El visitante comienza a comer y de pronto encuentra en su plato una cabeza de culebra. Llama al cocinero y, mostrándosela con asco, le dice:
-¿Qué es esto?
El cocinero, con un gesto rápido, toma la cabeza de culebra, la mete en su boca, se la traga, hace una reverencia y se va.
Un verdadero iniciado, cuando comete un error, sabe aceptarlo. Ha aprendido a tragarse la culebra.

El elefante, con sus patas mullidas como cojines, camina sin hacer ruido. Aunque el camino sea accidentado, avanza siempre con equilibrio, nunca se inclina ni hacia un lado ni hacia otro. Como su piel y sus patas son tan sensibles y su peso tan grande, el animal se ve obligado a vigilar sus pasos. Nunca apoya las plantas en una piedra que puede rodar, ni sobre una espina. Tiene plena conciencia de sus movimientos.

Algunas personas son de una torpeza enfermiza... Se tropiezan con mucha frecuencia, cogen una tostada para untarle mantequilla y se les hace trizas, se dejan caer sobre las sillas como si fueran pesos muertos. También, al saludarnos nos torturan la mano o hablan por teléfono en lugares públicos gritando como si estuvieran solas. Si van en el metro no se privan de damos un codazo o si llevan una mochila en la espalda golpean, sin darse cuenta, al resto de los viajeros. O manipulan los objetos cotidianos con una violencia mal contenida... Sen no Rikyu, el más grande maestro de té de la historia de Japón, resume en unos pocos poemas lo esencial de su sagrada ceremonia (servir una taza de té), donde da una importancia capital a la manera de recibir y comunicar con sensibilidad y consciencia:

Siente que manipulas lo ligero como si fuera pesado y lo pesado como si fuera ligero.
Cuando deposites un objeto hazlo con la misma delicadeza con que te despides de tu amada.
No mires el carbón de la hoguera con los ojos sino con el corazón.
Respeta el carbón y luego respeta sus cenizas.

Cuando, gracias al trabajo, se desarrolla y llega a ser el más fuerte de todos, nuestro elefante merece dirigir la manada. Se convierte en la cabeza del grupo. Cuando avanza, va delante de todos. Por ley, los otros machos deben ir detrás. Si uno de ellos, en un intento de rebelión, se le adelantara, él, con su autoridad de jefe, le hundiría los colmillos en la columna vertebral y lo mataría... Si otro macho lo desafiase abiertamente colocándose frente a él, lo eliminaría sin ninguna piedad. No permite que le falten al respeto tratándolo de igual a igual. Pero si por cualquier motivo una hembra se pone frente a él, la empuja con amabilidad hacia la manada seguidora: entre los dos sexos no existe la competición...

Muchas veces se genera entre hermanos un espíritu de contienda. Si uno de ellos es el preferido por los padres, el ignorado, al no ser el centro, anhela ocupar el sitio del otro y vivir su vida. Lo que tiene no lo satisface nunca. Desconoce su verdadera naturaleza. No sabe quién es. Necesita constantemente compañía. Tiene miedo de encontrarse solo consigo mismo porque se siente vacío.

Un transeúnte se ha encolerizado al ser salpicado de barro por un coche. Corre por la acera y, en el primer semáforo en rojo, alcanza al conductor y le dice:
-¡Señor, es usted un grosero! Si hubiera sido una persona como Dios manda, se habría detenido para disculparse, habría comprobado el perjuicio que me ha causado, luego me habría llevado en coche a su casa e invitado a un oporto para que me recuperara. Por último, no me habría dejado ir sin darme por
lo menos doscientos euros en concepto de daños y perjuicios.
-¡Usted está soñando! ¿Ha visto alguna vez a un conductor comportarse así con usted?
-¡No, conmigo no! ¡Pero ayer, con mi hermana, sí!

Deberíamos saber si, a pesar de no haber recibido de nuestros padres lo que deberíamos haber recibido, hemos alcanzado un alto nivel de consciencia debido a alguna de estas tres razones: porque hemos leído, estudiado, meditado y vuelto a leer, una y mil veces..., porque misteriosamente nos iluminamos de golpe, sin esfuerzo, como si recibiéramos un regalo divino..., o porque una persona compasiva decidió ayudamos... En el primer caso, el del estudio, debemos nuestro progreso a las generaciones precedentes que tuvieron como misión dejar por escrito sus técnicas y teorías... En el segundo, debemos entender que no somos los únicos que hemos tenido la suerte de recibir el don, hay otros que quizá se hayan despertado en un nivel incluso más profundo... En el tercero, aquel que nos indica cómo llegar a ser lo que somos es nuestro maestro para toda la vida... Si no somos capaces de agradecérselo a quien nos ayudó a encontrarlo, nuestro tesoro no vale nada, y hay demasiados «escritores espirituales» que describen conocimientos y experiencias de otros sin nombrarlos jamás. Los elefantes perfumados nos preguntan «¿Por qué tratas de ocupar un lugar que aún no mereces, si tu goce actual es el de seguir al guía superior?  Cuando alcances la meta, entonces se te seguirá a ti. Pero si quieres que te sigan
como me siguen a mí, no quieres ser tú, quieres ser yo, lo cual es lamentable: vivirás  fingiendo conocer lo que sólo has leído o te han dicho, sin haberlo experimentado nunca».

Cuando pasa el tiempo, el gran elefante, dándose cuenta de que la vejez lo ha debilitado, permite que el joven más fuerte de la manada se coloque delante de él. En total paz, se produce un simple traspaso de poder, sin lucha, sin competición previa. 

Las hembras y los elefantes menos fuertes siguen de forma natural al nuevo guía. El anciano, detrás del grupo, va retrocediendo poco a poco hasta que muere con dignidad, sin que nadie lo vea.

Es probable que vengamos de familias en las que los padres, de manera quizá inconsciente, sienten celos de sus hijas o hijos. De forma conflictiva han grabado en sus psiques infantiles «Para que nosotros te amemos, tienes que triunfar. Pero si logras lo que nunca nosotros pudimos lograr, nos perderás: dejaremos de amarte, o moriremos».

Un célebre pintor chileno, asistiendo a una exposición de pinturas de su hijo, escupió en los cuadros. El muchacho tuvo éxito, pero tiempo después se suicidó... Al entrar en la pubertad, una muchacha comenzó a vestirse con ropa que la hacía más atractiva. Su madre la imitó. Cuando su hija le presentó a su novio, la señora hizo todo lo que pudo para seducirlo, hasta lograr convertirlo en su amante...

Tenemos que ser conscientes de que hemos nacido en una sociedad que es consumidora y que es competidora, lo cual nos impulsa a vivir comparándonos. El iniciado acepta al Maestro sin compararse con él, sin competir con él. En lugar de querer asesinarlo, abre su corazón y lo absorbe. ¿Qué representa este Maestro? Ramakrishna dijo: «Si lanzamos un pedazo de plomo en un recipiente que contiene mercurio, se disuelve con rapidez. De la misma manera el alma superior pierde su existencia limitada cuando se sumerge en el océano de Brahman» . Brahman no sólo es el Dios exterior, es también el Dios interior.

Había una vez una muñeca de sal que quería medir la profundidad del océano. Llegó a orillas de la inmensa extensión de agua y la contempló. Hasta ese momento, continuaba siendo la misma muñeca de sal, conservando su propia superioridad. Pero apenas posó un pie en el océano, comenzó a desaparecer. Estaba perdida. Muy pronto fue imposible distinguirla. Todas las partículas de sal que la componían se habían disuelto en el agua del mar. La sal con que estaba hecha provenía de ese mismo océano: ahora había retornado para unirse de nuevo a él.

Alejandro JODOROWSKY
Cabaret Místico

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