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viernes, 2 de marzo de 2018

7 ~ El valor y los beneficios de la compasión (2/2)

Segunda parte
Compasión y calidez humanas

7  ~ El valor y los beneficios de la compasión (2/2)


El verdadero valor de la vida humana


-Hemos estado hablando sobre la importancia de la compasión -empecé a decir-, acerca de su convicción de que el afecto y la cor­dialidad son absolutamente necesarios para la felicidad. Pero suponga­mos que un rico hombre de negocios se le acerca y le dice: «Su Santidad, decís que la benevolencia y la compasión son actitudes decisivas en la búsqueda de la felicidad. Pero resulta que no soy por naturaleza una persona muy cálida o afectuosa. Para ser francos, no me siento particularmente compasivo o altruista. Tiendo a ser más bien racional, práctico y quizá intelectual, no experimento emociones de aquella cla­se. No obstante, me siento a gusto y feliz con mi vida. Tengo un nego­cio de mucho éxito, buenos amigos, me ocupo de mi esposa y de mis hijos y creo mantener buenas relaciones con ellos. No tengo la impre­sión de que me falte nada. Desarrollar compasión y altruismo me pa­rece muy bien, pero ¿de qué me sirve? Todo eso me parece demasiado sentimental».
-En primer lugar -replicó el Dalai Lama-, si una persona me dijera eso dudaría que fuera realmente feliz en lo más profundo de sí. Estoy convencido de que la compasión constituye la base de la supervivencia humana, el verdadero valor de la vida humana y que, sin ella, nos falta una pieza fundamental. Una fuerte sensibilidad ante los sen­timientos de los demás es producto del amor y la compasión, y sin ella el hombre de su ejemplo tendría problemas para relacionarse con su esposa. Si mantuviera realmente esa actitud de indiferencia ante el sufrimiento y los sentimientos de los demás, aunque fuera multimillo­nario, tuviera una buena educación, una familia y se hallara rodeado de amigos ricos y poderosos, lo positivo en su vida sería sólo super­ficial.
»Pero si continuara ajeno a la compasión, y creyendo que no le falta nada..., resultaría un tanto difícil ayudarle a comprender la im­portancia de ella...
El Dalai Lama se interrumpió para reflexionar. Sus pausas a lo largo de nuestra conversación no creaban un silencio incómodo en­tre nosotros, pues parecían dar más peso y significado a sus palabras cuando se reanudaba la conversación.
-Volviendo a su ejemplo, puedo señalar varias cosas. En primer lugar, le sugeriría a ese hombre que reflexionara sobre su propia ex­periencia. Se daría cuenta de que si alguien lo trata con compasión y afecto le hace feliz. Así pues, y sobre la base de esa experiencia, podría darse cuenta de que los demás también se sienten felices cuando se les demuestra afecto y compasión. En consecuencia, reconocer este he­cho contribuiría a que fuera más respetuoso con la sensibilidad de los demás y a inclinarlo hacia la compasión. Al mismo tiempo, descubri­ría que cuanto más afecto se ofrece a los demás, tanto más afecto se recibe. No creo que tardara mucho en darse cuenta de eso. Y, como consecuencia, en su vida la confianza mutua y la amistad tendrían ba­ses sólidas.
»Supongamos ahora que ese hombre tuviera toda clase de pose­siones materiales, se viera rodeado de amigos, se sintiera seguro y su familia estuviera satisfecha de disfrutar de una vida cómoda. Es con­cebible que, hasta cierto punto e incluso sin recibir afecto, el hombre no experimentara la sensación de que le falta algo. Pero si creyera que todo está bien, que no hay verdadera necesidad de desarrollar com­pasión, le diría que ese punto de vista se debe a la ignorancia y a la es­trechez de miras. Aunque pareciera que los demás se relacionan con él plenamente, en realidad podrían verse influidos por su riqueza y su poder. Así que, en cierto modo, aunque no recibieran afecto de él, qui­zá se sintieran satisfechos y no esperaran más. Pero si la fortuna de este hombre declinara, la relación se debilitaría. Entonces él empeza­ría a valorar el calor humano y sufriría.
»No obstante la compasión es algo con lo que se puede contar, y aunque se tengan problemas económicos o la buena fortuna dismi­nuya, se seguiría teniendo algo que compartir con los semejantes. Las economías mundiales son siempre poco sólidas, y estamos expuestos a muchas pérdidas en la vida, pero la actitud compasiva es algo que siempre podemos llevar con nosotros. Entró un asistente vestido con una túnica marrón y sirvió silen­ciosamente el té, mientras el Dalai Lama seguía hablando. -Claro que al intentar explicarle a alguien la importancia de la compasión podemos encontrarnos con una persona muy endurecida, individualista y egoísta, alguien preocupado únicamente por sus inte­reses. Y hasta es posible que haya personas incapaces de experimen­tar empatía. No obstante, incluso a esas personas es posible señalar­les la importancia de la compasión y el amor, argumentando que es la mejor forma de satisfacer sus propios intereses. Esas personas desean disfrutar de buena salud, vivir mucho tiempo y tener paz mental, feli­cidad y alegría. Y tengo entendido que hay pruebas científicas de que se pueden alcanzar mediante el amor y la compasión... Pero, como médico, como psiquiatra, quizá sepa usted más que yo sobre eso.
-Sí -asentí-. Creo que hay pruebas científicas que apoyan las afirmaciones sobre los beneficios físicos y emocionales de los estados mentales compasivos.
-En tal caso, creo que eso animaría ciertamente a algunas perso­nas a cultivar dicho estado mental-comentó el Dalai Lama-. Pero dejando al margen esos estudios científicos, hay argumentos que la gente podría extraer de sus experiencias cotidianas. Se podría seña lar, por ejemplo, que la falta de compasión conduce a una cierta cruel­dad. Muchos ejemplos revelan que en el fondo las personas crueles son infelices, como Stalin y Hitler. Sufren una angustiosa sensación de inseguridad y temor, incluso mientras duermen... Les falta algo que sí puede encontrarse en una persona compasiva, como la sensación de libertad, de abandono, que les permite relajarse cuando duermen. La gente cruel no tiene nunca esa experiencia. Están siempre agobia­das por algo, no pueden dejarse llevar, no se sienten libres.
»Aunque no hago sino especular -siguió diciendo-, yo diría que si se le preguntara a esas personas crueles: "¿ Cuándo se sintió más feliz, durante la infancia, mientras su madre le cuidaba, y estaba ínti­mamente unido a su familia, o ahora que tiene más poder, influencia y posición?", contestarían que su infancia fue más agradable. Creo que hasta Stalin fue querido por su madre durante su infancia.
-Stalin -observé- ha sido un ejemplo perfecto de las consecuen­cias de vivir sin compasión. Es sabido que los dos rasgos principales que caracterizaron su personalidad fueron la crueldad y el recelo. El consideraba la crueldad una virtud y se puso el apodo de Stalin, que significa «hombre de acero». Con los años se tornó cada vez más cruel. Su actitud recelosa llegó a ser legendaria. Ordenó purgas masi­vas y campañas contra diversos grupos, con el resultado de millones de personas recluidas en campos de concentración. A pesar de todo, él seguía viendo enemigos por todas partes. Poco antes de su muerte le dijo a Nikita Jruschev: «No confío en nadie, ni siquiera en mí mismo». Al final, se revolvió incluso contra su personal más fiel. y está claro que cuanto más cruel y poderoso era, más desdichado se sentía. Un amigo dijo que al final el único rasgo humano que le quedaba era la infelicidad. y su hija Svetlana describió cómo se veía agobiado por la soledad y el vacío interior, hasta el punto de que ya no creía que los demás fueran capaces de ser sinceros o de tener un corazón cálido.
»En cualquier caso, sé que sería muy difícil comprender a personas como Stalin y por qué hicieron cosas terribles. Pero vemos que inclu­so estas personas extremadamente crueles miran hacia atrás con nos­talgia, al recordar los aspectos más agradables de su infancia, como el amor que recibieron de sus madres. Y, sin embargo, ¿dónde deja eso a las personas que no vivieron infancias agradables ni tuvieron ma­dres cariñosas? ¿Qué decir entonces de las personas que fueron mal­tratadas? Estamos hablando de la compasión, así que para que la gen­te desarrolle capacidad para ella, ¿no le parece necesario que hayan sido criados por personas que les demostraran calor y afecto?
-Sí, creo que eso es importante -convino el Dalai Lama. Hizo girar el rosario entre los dedos, con movimientos ágiles-. Hay algu­nas personas que, ya desde el principio, han sufrido mucho y les ha faltado el afecto de los demás, y más tarde parecen no tener capaci­dad para la compasión y el afecto; son personas cuyo corazón se ha endurecido y son brutales...

El Dalai Lama se detuvo de nuevo y, durante un rato, pareció re­flexionar profundamente sobre el tema. Al inclinarse sobre el té, los contornos de sus hombros sugirieron que se hallaba profundamente sumido en sus pensamientos. Tomó el té en silencio. Finalmente, se encogió de hombros, como si reconociera que no había encontrado la solución.
-¿Cree entonces que las técnicas para aumentar la empatía y de­sarrollar la compasión no serían útiles en personas con tales antece­dentes? -le pregunté.
-En general esas técnicas siempre han tenido efectos beneficio­sos, pero es posible que en algunos casos sean ineficaces... -¿ Y las técnicas específicas que aumentan la compasión, a las que antes se refería? -le interrumpí, tratando de clarificar las cosas. -Precisamente de eso es de lo que estábamos hablando. En primer lugar, el aprendizaje y la comprensión clara del valor de la compasión permiten alcanzar sentimientos de estar convencidos y decididos a practicarla. A continuación se emplean los métodos para aumentar la empatía, como la imaginación, la creatividad, imaginarse en la si­tuación del otro. Esta semana, en las charlas, hablaremos de ciertas prácticas, como el Tong-Len, que sirven para fortalecer la compasión. Pero creo que es importante recordar que nunca se esperó que estas técnicas pudieran ayudar a todos sin excepción.
»Lo que importa es que la gente realice un esfuerzo sincero por desarrollar su capacidad de compasión. El grado de desarrollo que alcancen depende, desde luego, de muchas variables. Pero si se es­fuerzan por ser amables, por cultivar la compasión y conseguir que el mundo sea un lugar mejor, al final del día podrán decirse: "¡Al me­nos he hecho lo que he podido!".

Los beneficios de la compasión

En años recientes muchos estudios apoyan la conclusión de que el desarrollo de la compasión y el altruismo tiene un efecto positivo so­bre nuestra salud física y emocional. En un conocido experimento, David McClelland, psicólogo de la Universidad de Harvard, mostró a un grupo de estudiantes una película sobre la Madre Teresa traba­jando entre los enfermos y los pobres de Calcuta. Los estudiantes de­clararon que la película había estimulado sus sentimientos de compa­sión. Más tarde, se analizó la saliva de los estudiantes y se descubrió un incremento en el nivel de inmunoglobulina A, un anticuerpo que ayu­da a combatir las infecciones respiratorias. En otro estudio realizado por ]ames House en el Centro de Investigación de la Universidad de Michigan, los investigadores descubrieron que realizar trabajos de voluntariado con regularidad, interactuar con los demás en términos de benevolencia y compasión, aumentaba espectacularmente las expec­tativas de vida y, probablemente, también la vitalidad general. Mu­chos investigadores del nuevo campo de la medicina mente-cuerpo han realizado descubrimientos similares y concluido que los estados mentales positivos pueden mejorar nuestra salud física.
Además de los efectos beneficiosos que tiene sobre la salud física, hay pruebas de que la compasión y el cuidado de los demás Contribu­yen a mantener una buena salud emocional. Abrirse para ayudar a los demás induce una sensación de felicidad y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de treinta años con un grupo de graduados de Harvard, el investigador George Vaillant llegó a la conclusión de que un estilo de vida altruista constituye un componente básico de una buena salud mental. En una encuesta de Allan Luks, realizada entre varios miles de personas que participaban regularmente en activida­des de voluntariado, declaró tener más del 90 por ciento, una sensa­ción de «entusiasmo» asociado con la actividad, caracterizado por un incremento de energía y autoestima y una especie de euforia. El vo­luntariado no sólo proporcionaba una interacción que era emocio­nalmente nutritiva, sino también esa «serenidad del que ayuda», vin­culada con el alivio de perturbaciones derivadas del estrés.
Aunque las pruebas científicas apoyan claramente la postura del Dalai Lama acerca del valor de la compasión, no hay necesidad de acu­dir a experimentos y encuestas para confirmar la corrección de su punto de vista. Podemos descubrir los estrechos vínculos que existen entre compasión y felicidad en nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean. Joseph, un contratista de la construcción de sesenta años, a quien conocí hace unos años, es un buen ejemplo de ello. Durante treinta años, Joseph se aprovechó de las ventajas de la expansión apa­rentemente ilimitada que se produjo en Arizona, y se convirtió en multimillonario. A finales de la década de 1980, sin embargo, se pro­dujo la crisis inmobiliaria más grande de la historia del estado. Joseph estaba fuertemente endeudado y lo perdió todo. Sus problemas finan­cieros crearon fuertes tensiones entre él y su esposa, que finalmente lle­varon al divorcio después de veinticinco años de matrimonio. Joseph empezó a beber en exceso. Afortunadamente, pudo dejarlo con la ayu­da de Alcohólicos Anónimos. Como parte de su programa, ayudó a otros alcohólicos a rehabilitarse. Descubrió entonces que disfrutaba con la actividad de voluntario. Dedicó sus conocimientos empresa­riales a ayudar a los económicamente deprimidos. Al hablar de la vida que llevaba, Joseph señaló:
-Ahora soy propietario de un pequeño negocio de albañilería con unos ingresos modestos, y ya no volveré a ser tan rico como an­tes. Lo más extraño de todo, sin embargo, es que no añoro aquella prosperidad. Dedico mi tiempo a actividades de voluntariado para di­ferentes grupos, a trabajar directamente con la gente, a ayudarlas lo mejor que puedo. Actualmente, disfruto más en un solo día que antes en un mes, cuando ganaba mucho dinero. Nunca he sido tan feliz.

Meditación sobre la compasión

Fiel a su palabra, el Dalai Lama terminó su ciclo de conferencias en Arizona con una meditación sobre la compasión. Fue un sencillo ejercicio. No obstante, pareció sintetizar poderosa y elegantemente su análisis previo.
-Al generar compasión, se empieza por reconocer que no se de­sea el sufrimiento y que se tiene el derecho a alcanzar la felicidad. Eso es algo que puede verificarse con facilidad. Se reconoce luego que las demás personas, como uno mismo, no desean sufrir y tienen dere­cho a alcanzar la felicidad. Eso se convierte en la base para empezar a generar compasión.
»Así pues, meditemos hoy sobre la compasión. Empecemos por visualizar a una persona que está sufriendo, a alguien que se en­cuentra en una situación dolorosa, muy infortunada. Durante los tres primeros minutos de la meditación, reflexionemos sobre el sufri­miento de ese individuo de forma analítica, pensemos en su intenso sufrimiento y lo infeliz de su existencia. Después tratemos de relacio­narlo con nosotros mismos, pensando; "Ese individuo tiene la misma capacidad que yo para experimentar dolor, alegría, felicidad y sufri­miento". A continuación, tratemos de que surja en nosotros un senti­miento natural de compasión hacia esa persona. Intentemos llegar a una conclusión, pensemos en lo fuerte que es nuestro deseo de que esa persona se vea libre de su sufrimiento. Tomemos la decisión de ayu­darla a sentirse aliviada. Finalmente, concentrémonos en esa resolución y durante los últimos minutos de la meditación, tratemos de ge­nerar un estado de compasión y de amor en nuestra mente.
Tras decir esto, el Dalai Lama adoptó una postura de meditación, con las piernas cruzadas, y permaneció completamente inmóvil. Se produjo un intenso silencio. Era emocionante estar sentado entre la multitud aquella mañana. Imagino que ni siquiera el individuo más endurecido pudo evitar sentirse conmovido al verse rodeado por mil quinientas personas que concentraban su pensamiento en la compasión. Al cabo de unos pocos minutos, el Dalai Lama inició un cántico tibetano en tono bajo, con una voz profunda y melódica, que se rom­pía, descendía suavemente y consolaba.


Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares

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