Tercera parte
Transformación del sufrimiento
8 ~ Afrontar el sufrimiento
En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami. Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la tenía.
Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y preguntó: -¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo? -Conozco esa medicina -contestó Buda-. Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.
-¿Qué ingredientes? -preguntó la mujer, aliviada.
- Tráeme un puñado de semillas de mostaza -le dijo Buda. La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda añadió: -Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente. La mujer asintió y empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas, pero al preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró con que todas las casas habían sido visitadas por la muerte; en una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido, o uno de los padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran compasión:
-Creíste que sólo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia entre las criaturas vivas.
La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción. Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el que deriva de luchar contra ese triste hecho.
Aunque el dolor y el sufrimiento son fenómenos humanos universales, eso no hace que sea fácil aceptarlos. Los seres humanos han diseñado un vasto repertorio de estrategias para evitarlos. A veces utilizamos medios externos, como sustancias químicas, eliminando o reduciendo nuestro dolor con drogas y alcohol. También disponemos de mecanismos internos, de defensas psicológicas, a menudo inconscientes, que nos protegen de dolores y angustias excesivos. En ocasiones, esos mecanismos de defensa pueden ser bastante primitivos, como negarnos a reconocer que existe un problema. En otras ocasiones, lo reconocemos vagamente, sumergidos en distracciones o entretenimientos. O incapaces de aceptar que tenemos un problema, lo proyectamos inconscientemente sobre los demás y los acusamos de ocasionarnos sufrimiento. «Sí, me siento muy desdichado. Pero me sentiría bien si no fuera por ese jefe desquiciado que me persigue.»
El sufrimiento sólo se puede evitar temporalmente. Pero, al igual que una enfermedad que se deja sin tratar (o que se trata superficialmente con una medicación que se limita a enmascarar los síntomas), invariablemente se encona y empeora. Las drogas o el alcohol alivian nuestro dolor durante un tiempo, pero con su uso continuado el daño físico a nuestros cuerpos y el daño social a nuestras vidas puede provocar mucho más sufrimiento que la difusa insatisfacción o el agudo dolor emocional que nos indujeron a consumir esas sustancias. Las defensas psicológicas, como la negación o la represión, pueden aliviar el dolor, pero el sufrimiento no desaparece por ello.
Randa perdió a su padre hace poco más de un año, a causa del cáncer. Estaba muy compenetrado con él, y todos se sorprendieron al observar lo bien que sobrellevaba su desaparición.
-Pues claro que me siento triste -explicaba con un tono estoico-. Pero me encuentro bien. Lo echo de menos, pero la vida sigue y de todos modos no puedo pensar en su pérdida. Tengo que ocuparme del funeral, de mi madre y de las propiedades... Pero me irá bien -le decía tranquilizadoramente a todos.
Un año más tarde, sin embargo, poco después del primer aniversario de la muerte de su padre, Randall empezó a experimentar una grave depresión. Acudió a verme y explicó:
-No comprendo qué me está causando esta depresión. Todo parece ir bien en estos momentos. No puede ser por la muerte de mi padre, porque eso ocurrió hace más de un año y ya lo tengo asumido.
Sin embargo, con muy pocas sesiones de terapia quedó claro que los esfuerzos que realizaba por dominar sus emociones, para «ser fuerte», le habían impedido afrontar plenamente sus sentimientos de dolor y pérdida, que siguieron creciendo hasta manifestarse en una depresión abrumadora que sí se vio obligado a afrontar.
En el caso de Randall, su depresión desapareció con bastante rapidez en cuanto enfocamos la atención sobre su dolor y sentimientos de pérdida y pudo asumirlos. En ocasiones, sin embargo, nuestras estrategias inconscientes para soslayar conflictos se hallan mucho más profundamente enraizadas y es difícil sacarlas a la luz. Casi todos conocemos a alguien que evita los problemas proyectándolos sobre los demás, atribuyendo a los otros sus propios defectos. Ciertamente, no es un método adecuado para eliminar los problemas, y por lo general condena a una vida de infelicidad.
El Dalai Lama habló del sufrimiento humanó y la necesidad de aceptarlo como un hecho natural de la existencia humana.
-En nuestras vidas abundan los problemas. Los mayores son los que no podremos evitar, como el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. No pensar en ellos puede aliviamos temporalmente, pero creo que existe un enfoque mejor. Si se afronta directamente el sufrimiento, se estará en mejor posición para apreciar la profundidad y la naturaleza del problema. Si en una batalla se desconocen las características del enemigo y su capacidad de combate, nos veremos paralizados por el temor.
Este enfoque era claramente razonable pero, con el deseo de ahondar un poco más en el tema, pregunté: -Sí, pero ¿y si se afronta directamente un problema y se descubre que no hay solución? Eso es bastante duro de aceptar. -Sigo creyendo que es mucho mejor -contestó él con espíritu marcial-. Por ejemplo, pueden considerarse negativos e indeseables el envejecimiento y la muerte, y tratar de olvidarlos. Pero terminarán por llegar, inevitablemente. y si has evitado pensar en ello, cuando estén ahí, se producirá una conmoción que causará una insoportable inquietud mental. No obstante, si dedicas algún tiempo a pensar en la vejez, la muerte y otras cosas infortunadas, tu mente tendrá más estabilidad cuando esas cosas acontezcan, puesto que ya te habrás familiarizado con su naturaleza.
»Ésa es la razón por la que creo que puede ser útil prepararse, familiarizarse con el sufrimiento. Por utilizar de nuevo la analogía de la batalla, reflexionar sobre el sufrimiento puede verse como un ejercicio militar. La gente que nunca ha oído hablar de la guerra, de cañones y bombardeos, podría llegar a desmayarse si tuviera que entrar en combate. Pero, por medio de los ejercicios militares, se familiariza con lo que puede suceder, de modo que, en el caso de que estalle una guerra, las cosas no le serán tan duras.
-Bueno, no creo que familiarizarnos con el sufrimiento que puede sobrevenir tenga algún valor para reducir el temor y el recelo; sigo pensando que, a veces, ciertos dilemas no nos presentan ninguna otra opción que el sufrimiento. ¿Cómo podemos evitar preocupamos en tales circunstancias?
-¿ Un dilema? Por ejemplo, ¿cuál? Pensé un momento.
-Bueno, digamos, por ejemplo, que una mujer está embarazada y le practican una amniocentesis o un sonograma y descubren que el niño tendrá un grave defecto de nacimiento, como una disfunción mental o física extremadamente grave. La mujer se angustia, porque no sabe qué hacer. Puede abortar y salvar así al bebé de una vida de sufrimiento, pero entonces ella se enfrentará al dolor de la pérdida y quizá a sentimientos de culpabilidad. También puede dejar que la naturaleza siga su curso y tener el bebé. Pero entonces quizá tenga que enfrentarse a una vida llena de sufrimientos por la enfermedad del niño.
El Dalai Lama me escuchó atentamente mientras hablaba. Luego me contestó con un tono un tanto melancólico.
-Esa clase de problemas son realmente muy difíciles, tanto si los abordamos desde una perspectiva occidental como budista. Por lo que se refiere a su ejemplo, nadie sabe realmente qué será lo mejor a largo plazo. Aunque un niño nazca con un defecto, es posible que a largo plazo sea mejor para la madre, la familia o incluso el propio niño. Pero también existe la posibilidad de que, teniendo en cuenta las consecuencias a largo plazo, sea mejor abortar. Pero ¿quién decide una cosa así? Es muy difícil decirlo. Incluso desde el punto de vista budista, esa clase de juicio se encuentra fuera del alcance de nuestra capacidad racional. -Hizo una pausa, antes de añadir-: En esas situaciones las convicciones juegan un papel determinante.
Permanecimos en silencio. Luego, tras sacudir la cabeza, dijo finalmente:
-Podemos preparamos para el sufrimiento, al menos hasta cierto punto, recordando que a veces nos encontraremos con situaciones muy complicadas. Uno puede prepararse mentalmente. Pero tampoco habría que olvidar el hecho de que eso no resuelve el problema. Es posible que te ayude mentalmente a afrontarlo, que reduzca el temor pero el problema sigue ahí. Su ejemplo lo ilustra muy bien.
Percibí una nota de tristeza en su voz, pero la melodía fundamental no era la desesperanza. Durante un minuto largo, el Dalai Lama guardó silencio: sin dejar de mirar por la ventana, como si buscara algo en el mundo. Finalmente, continuó:
-El sufrimiento forma parte de la vida. Tenemos una tendencia natural a odiar nuestro sufrimiento y nuestros problemas. Pero creo que, habitualmente, las personas no ven la naturaleza de nuestra existencia como caracterizada por el sufrimiento... -De repente, el Dalai Lama se echó a reír-. En los cumpleaños, la gente suele decir: «Feliz cumpleaños! », cuando, en realidad, el día en que naciste fue el día en que empezaste a sufrir. Pero nadie dice: «¡Feliz aniversario del comienzo del sufrimiento!» -bromeó.
»Al aceptar que el sufrimiento forma parte de nuestra existencia se pueden empezar a examinar los factores que normalmente dan lugar a sentimientos de insatisfacción e infelicidad. En términos generales, por ejemplo, te Sientes feliz si tú o personas cercanas a ti reciben alabanzas, consiguen fama, fortuna y otras cosas agradables. Y uno se siente desdichado y descontento si no se tienen esas cosas o si las alcanza un enemigo. Sin embargo, al considerar tu vida cotidiana, descubres a menudo que son muchos los factores que causan dolor sufrimiento y sentimientos de insatisfacción, mientras que las situaciones que dan lugar a la alegría y la felicidad son comparativamente raras. Eso es algo por lo que tenemos que pasar, tanto si nos gusta como si no. y puesto que ésta es la realidad de nuestra existencia, es posible que haya que modificar nuestra actitud hacia el sufrimiento. Esa actitud es muy importante porque determinará nuestra forma de afrontar el sufrimiento cuando llegue. Ahora bien, la actitud habitual consiste en una aversión e intolerancia intensas hacia nuestro dolor. Sin embargo, si pudiéramos adoptar una actitud que nos permitiera una mayor tolerancia, eso contribuiría mucho a contrarrestar los sentimientos de infelicidad, de insatisfacción y de descontento.
"Para mí, personalmente, la práctica más efectiva para tolerar el sufrimiento consiste en ver y comprender que el sufrimiento es la naturaleza fundamental del Samsara, (' Samsara (sánscrito) es un estado de la existencia caracterizado por interminables ciclos de vida, muerte y renacimiento. Este término también se refiere a nuestro estado ordinario de existencia, caracterizado por el sufrimiento. Todos los seres permanecen en este estado, a consecuencia de las improntas kármicas de acciones pasadas y de estados «engañosos» de la mente, hasta que se eliminan todas las tendencias negativas de la mente y se alcanza un estado de liberación.) ':. de la existencia no iluminada. Cuando se experimenta un dolor surge un sentimiento de rechazo. Pero si en ese momento puedes contemplar la situación desde otro ángulo y darte cuenta de que este cuerpo... -se palmeó un brazo como demostración- es la base misma del sufrimiento, eso reduce el rechazo, ese sentimiento de que, de algún modo, no mereces sufrir, de que eres una víctima. Una vez que comprendes y aceptas esta realidad, llegas a experimentar el sufrimiento como algo bastante natural.
»Así, por ejemplo, al recordar el sufrimiento por el que ha tenido que pasar el pueblo tibetano, podría uno sentirse abrumado, preguntándose: "¿ Cómo ha podido ocurrir esto?" . Pero, desde otro ángulo, se puede reflexionar sobre el hecho de que el Tíbet también se encuentra en pleno Samsara, como el planeta y toda la galaxia.
-En cualquier caso, creo que percibir la vida como un todo tiene un papel importante en la actitud que se asuma ante el sufrimiento. Si tu perspectiva básica, por ejemplo, es que el sufrimiento es negativo y tiene que ser evitado a toda costa y que, en cierto sentido, es una señal de fracaso, padecerás ansiedad e intolerancia y cuando te encuentres en circunstancias difíciles, te sentirás abrumado. Por otro lado, si tu perspectiva acepta que el sufrimiento es una parte natural de la existencia, serás indudablemente más tolerante ante las adversidades de la vida. Sin un cierto grado de tolerancia hacia el propio sufrimiento, la vida se convierte en algo miserable, como una mala noche eterna.
-Me parece que cuando dice que la naturaleza fundamental de la existencia es el sufrimiento, algo básicamente insatisfactorio, expresa un punto de vista bastante pesimista, realmente descorazonador. El Dalai Lama se apresuró a replicar:
-Al hablar de la naturaleza insatisfactoria de la existencia, hay que comprender que lo hago en el contexto del camino budista general. Estas reflexiones tienen que comprenderse en su verdadero contexto; si no se hace, estoy de acuerdo en que puede ser interpretado erróneamente y considerado bastante pesimista y negativo. En consecuencia, es importante comprender la postura budista respecto al sufrimiento. Lo primero que Buda enseñó fue el principio de las cuatro nobles verdades, la primera de las cuales es la verdad del sufrimiento. Y aquí se hace hincapié en la toma de conciencia de la naturaleza humana.
»Lo que hay que tener en cuenta es que la importancia de la reflexión sobre el sufrimiento deriva de la posibilidad de abandonado, porque hay otra opción. Existe la posibilidad de liberarnos del sufrimiento. Al eliminar sus causas, es posible liberarse de él. Según el pensamiento budista, las causas profundas del sufrimiento son la ignorancia, el anhelo y el odio, a las que se llama "los tres venenos de la mente". Estos términos tienen connotaciones específicas utilizados en un contexto budista. "Ignorancia", por ejemplo, no se refiere a la falta de información, sino más bien a una falsa percepción de la verdadera naturaleza del ser y de todos los fenómenos. Al generar una percepción de la verdadera naturaleza de la realidad y eliminar los estados negativos de la mente como el anhelo y el odio, se puede alcanzar un estado completamente purificado de la mente, libre del sufrimiento. En un contexto budista, al reflexionar sobre el hecho de que el sufrimiento caracteriza la existencia cotidiana, nos estimulamos a realizar prácticas que eliminarán sus causas profundas. De otro modo, si no hubiera esperanza o posibilidad de liberarnos del sufrimiento, la simple reflexión sobre el mismo sería enfermiza y, por tanto, bastante negativa.
Mientras hablaba, empecé a percatarme de que reflexionar sobre nuestra «naturaleza sufriente» podía ayudarnos a aceptar las inevitables penas de la vida, que podía ser incluso un método valioso para situar nuestros problemas cotidianos en la debida perspectiva. Empecé así a ver el sufrimiento dentro de un contexto más amplio, como parte de un camino espiritual más grande, sobre todo si se tiene en cuenta la doctrina budista, que reconoce la posibilidad de purificar la mente y, en último término, alcanzar un estado en el que no hay más sufrimiento. Pero, alejándome de estas grandiosas especulaciones filosóficas, sentí gran curiosidad por saber cómo afrontaba el Dalai Lama el sufrimiento, cómo abordaba la perdida de un ser querido, por ejemplo.
La primera vez que visité Dharamsala, hace muchos años, pude conocer al hermano mayor del Dalai Lama, Lobsang Samden. Le llegué a tomar cariño y me entristeció mucho su muerte. Sabedor de que él y el Dalai Lama habían estado muy unidos, comenté:
-Imagino que la muerte de su hermano Lobsang debió de ser muy dura para usted...
-Sí.
-Me preguntaba cómo la afrontó.
-Naturalmente, me sentí muy triste al enterarme de su muerte -contestó con serenidad.
-¿Y cómo asumió ese sentimiento de tristeza? ¿Hubo algo en particular que le ayudara a superarlo?
-No lo sé -contestó, pensativo-. Experimenté ese sentimiento de tristeza durante algunas semanas, pero luego, gradualmente, fue desapareciendo. Había, sin embargo, un sentimiento de pesar.
-¿De pesar?
-Sí. Yo no estaba presente cuando murió y creo que si hubiera estado allí, quizá podría haber hecho algo para ayudar. De ahí procede ese sentimiento de pesar.
Toda una vida dedicada a contemplar la inevitabilidad del sufrimiento humano pudo haber ayudado al Dalai Lama a aceptar Su pérdida, pero no le convirtió en un individuo frío y sin emociones, dotado de una inexorable resignación ante el sufrimiento; la tristeza de su voz revelaba profundos sentimientos. Al mismo tiempo, sin embargo, su candor y franqueza, totalmente desprovistos de autoconmiseración o remordimiento, mostraban a un hombre que había aceptado plenamente su pérdida.
Ese mismo día, nuestra conversación se prolongó hasta bien entrada la tarde. Cuchilladas de luz dorada atravesaban la semipenumbra. Un ambiente de melancolía inundaba la habitación y me hizo saber que nuestra conversación se acercaba a su término. Confiaba, sin embargo, en obtener algún consejo adicional para asumir la muerte de un ser querido, aparte de limitarse a aceptar la inevitabilidad del sufrimiento.
No obstante, cuando ya me disponía a hablar, me pareció que estaba un tanto distraído y observé una sombra de cansancio alrededor de sus ojos. Poco después, su secretario entró silenciosamente y me dirigió aquella mirada afilada por los años que indicaba que había llegado el momento de marcharse.
-Si... -dijo el Dalai Lama como si pidiera disculpas-, quizá debiéramos dejarlo por hoy... Me siento un poco cansado.
Al día siguiente, antes de que yo tuviera la oportunidad de volver a plantear el tema en nuestras conversaciones privadas, él lo abordó en una de sus charlas públicas. Uno de los presentes, claramente sumido en el sufrimiento, preguntó al Dalai Lama:
-¿Tiene alguna sugerencia sobre cómo afrontar una gran pérdida personal, como la de un hijo?
El Dalai Lama contestó, con un suave tono de compasión:
-Eso depende, hasta cierto punto, de las creencias personales. Si se cree en la reencarnación, eso puede mitigar la pena o la preocupación. Cabe consolarse con el hecho de que el ser querido renacerá algún día.
»Las personas que no creen en la reencarnación, han de tener presente en primer lugar, que si se preocupan en exceso y se dejan abrumar por la pena ya perdida, actuaran de forma nociva para con ellos y además no beneficiarán a la persona que ha fallecido.
»En mi propio caso, por ejemplo, he perdido a mi más querido y respetado tutor, a mi madre y también a uno de mis hermanos. Cuando fallecieron, naturalmente me sentí muy triste. Pero no dejaba de pensar que no servía de nada preocuparme demasiado y que, si quería realmente a esas personas, debería cumplir sus deseos con una mente serena. Así que hice todo lo que pude para que fuese así. Creo que ésa es la forma adecuada de afrontado, procurar que se cumplan los deseos de los desaparecidos.
»Inicialmente, claro está, los sentimientos de dolor y ansiedad constituyen una respuesta natural ante una pérdida. Pero si se le permite que esos sentimientos persistan, pueden conducirnos al ensimismamiento, a la soledad del sufrimiento. Es entonces cuando aparece la depresión. Por otra parte, la experiencia de la pérdida alcanza a la mayoría de los seres humanos; es útil reflexionar sobre ello, porque así ya no nos sentiremos aislados. Eso puede ayudar.
Aunque el dolor y el sufrimiento sean fenómenos humanos universales, he tenido a menudo la impresión de que las personas educadas en las culturas orientales parecen tener una mayor capacidad para aceptarlos y tolerarlos. Ello se debe en parte a sus creencias, pero quizá también a que el sufrimiento es más visible en las naciones más pobres, como la India. El hambre, la pobreza, la enfermedad y la muerte están a la vista de todos. Cuando una persona envejece o enferma, no es marginada ni enviada a una residencia, sino que permanece en la comunidad y es atendida por la familia. Quienes viven en contacto directo con la realidad no pueden negar fácilmente que el sufrimiento forma parte de la existencia.
A medida que la sociedad occidental adquirió capacidad para limitar el sufrimiento causado por las duras condiciones de vida, parece que perdió la habilidad para afrontarlo. Los estudios de los sociólogos ponen de manifiesto que la mayoría de la sociedad occidental moderna tiende a pasar por la vida convencida de que el mundo es básicamente un lugar agradable, que en general impera la justicia y que todos son buenas personas que merecen cosas buenas. Estas convicciones ayudan a llevar una vida más feliz y sana. Pero la aparición inevitable del sufrimiento mina esas creencias y provoca graves crisis. Dentro de este contexto, un trauma relativamente menor puede tener un enorme impacto psicológico, que intensifica, el sufrimiento. No cabe la menor duda de que, con la actual tecnología, en la sociedad occidental ha mejorado el nivel general de bienestar, y esto ha aparejado un cambio en la percepción del mundo: a medida que el sufrimiento se hace menos visible, deja de verse como connatural a los seres humanos, se lo considera una anomalía, una señal de que algo ha salido terriblemente mal, como una señal de «fracaso» de algún sistema, incluso una violación de nuestro derecho a la felicidad.
Estos pensamientos conllevan muchos peligros. Si pensamos en el sufrimiento como algo antinatural, algo que no debiéramos experimentar, muy pronto buscaremos un culpable. Si me siento desgraciado, tengo que ser una «víctima», una idea demasiado común en Occidente. El que nos castiga con el sufrimiento puede ser el gobierno, el sistema educativo, unos padres abusivos, una «familia disfuncional», el sexo opuesto o nuestro despreocupado cónyuge. O quizá el mal esté dentro de nosotros: unos genes defectuosos. El riesgo de asignar culpas y mantener una postura de víctima es precisamente la perpetuación de nuestro sufrimiento, con sentimientos persistentes de cólera, frustración y resentimiento.
Naturalmente, el deseo de librarse del sufrimiento es un objetivo legítimo de todo ser humano. Es el corolario de nuestro deseo de ser felices. Es por tanto apropiado analizar las causas de nuestra infelicidad y hacer lo que esté a nuestro alcance para aliviar nuestros problemas que busquemos soluciones en todos los planos: global, social, familiar e individual. Pero mientras veamos el sufrimiento como un estado antinatural, como una condición anormal que tememos y rechazamos, nunca lograremos desarraigar sus causas y llevar una vida feliz.
Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares
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